abril 20, 2024

Tickling Stories

Historias de Cosquillas, basadas en hechos reales.

Mi experiencia como ticklee (parte 27)

Tiempo de lectura aprox: 3 minutos

Cosquillas en cuarentena…

Nunca pensé que en plena cuarentena por el COVID-19, fuera a resultar una sesión de cosquillas.

Me encontraba en la comodidad de mi apartamento un día cualquiera, cuando recibí un mensaje en mi Whastapp, en el cual me preguntaban si yo aún ofrecía los servicios de sesiones de cosquillas. Le pregunté a la persona que me escribía: «Dónde viste mi número y por qué me escribes eso?».

La persona me comentó que le habían dado mi número de celular y le habían dicho que yo ofrecía servicios como «ticklee» a personas interesadas en hacerle cosquillas a mujeres cosquillosas como yo.

Yo en ese momento no supe que decir, me quedé sin poder escribir nada, hasta que la persona que me escribía en Whatsapp me colocó un «hello». En ese momento respondí: «si ofrecí ese servicio en algún momento, pero ya no y menos en cuarentena».

La persona al otro lado me escribió: «estoy dispuesto a pagarte $US 200 por una hora de cosquillas».  La cifra me puso a pensar un poco, sin embargo, también pensé en tener que salir de mi casa para dirigirme a un lugar desconocido, sin saber como estaría esa persona, es decir, si se encontraba contagiada o no por COVID-19.

En ese momento, lo único que pude escribirle fue: «Y cómo hago para saber si estás o no contagiado por COVID-19?». La persona al otro lado de la línea de Whastapp me respondió: «Deberías de permitirte confiar. No estoy contagiado y si lo estuviera, no iba a escribirle a una persona para que viniera a mi apartamento». El hombre tenía razón en ese aspecto. Así que le pregunté dónde sería la sesión y me indicó la dirección.

Me dirigí a la dirección mencionada por el hombre. Llegué una media hora después a través de la autopista. Vivo en Miami y la dirección dónde debía ir es en Bocaratón (también en la Florida). Al llegar a la puerta de la casa, toqué el timbre y me abrió la puerta un hombre de unos 45 años de edad. El hombre muy amable me invitó a pasar dentro de su casa.

Entré a la casa del hombre y me indicó que bajara al sótano de la casa, porque ese era el lugar que tenía acondicionado para llevar a cabo las sesiones de cosquillas. El hombre muy amablemente me pidió sentarme en una silla que tenía una especie de cepo en los pies y unos brazos de madera hacia arriba con unas correas para colocar las muñecas.

Me senté en la silla y el hombre comenzó a inmovilizarme las muñecas con las correas, en la parte de la cintura me colocó otra correa y los pies me los introdujo en el cepo. Una vez introducido los pies en el cepo, me quitó los zapatos y los calcetines; y antes de proceder a amarrarme los pies contra el cepo, me pasó la punta de sus dedos sobre las plantas de mis pies (es algo que hacen siempre las personas para ver si soy o no cosquillosa), mi reacción no se hizo esperar y solté una carcajada.

El hombre solo me dijo: «Wooow, your feet are so ticklish». Yo solo atiné a decir: «Very ticklish».

Después de ésto, el hombre continuó amarrándome los pies con unas cuerdas, los dedos me los estiró hacia arriba y los amarró contra unas argollas que tenía el cepo en la parte superior. En ese momento supe que la «tortura» que me esperaba, seguramente sería demasiado insoportable, así que lo único que hice fue esperar el inicio de la sesión y «rogar» para que terminara cuanto antes.

El hombre con su mismo tono amable me dijo: «Ready?». A lo que yo le dije: «Ready».

Y comenzó la tortura de cosquillas. El hombre comenzó a hacerme cosquillas en las axilas, costillas y cintura. Yo lo único que hacía era reír a carcajadas.

Mientras yo reía a carcajadas y revolcándome de un lado a otro en la «silla de torturas», el hombre continuaba haciéndome cosquillas en todo mi cuerpo, comenzando por el cuello, las axilas, bajando por las costillas, la cintura, los muslos, las rodillas y las piernas. La tortura era insoportable, quizás porque tenía mucho tiempo en que no recibía cosquillas.

Sin embargo, lo pero estaba por llegar y fue justamente cuando se sentó frente mis pies y comenzó a rascarme las plantas de ambos pies. Les debo confesar que la sensación que experimenté en ese momento no la había experimentado nunca. Fueron unas cosquillas extrañas. Sentí placer y a la vez desesperación, pero pese a sentir desesperación no quería que se detuviera. El hombre me hacía cosquillas en mis pies con toda clase de elementos: pinceles, plumas, cepillos de dientes manuales, cepillos de dientes eléctricos, tenedores, rascadores metálicos, cepillos de peinar, peines, sus dedos y unas especies de uñas metálicas. Yo lo único que hacía era reír y reír a carcajadas.

La sesión de cosquillas continuó hasta cumplir el tiempo acordado. El hombre, de la misma manera como me inmovilizó manos y pies, comenzó a desatarme. Después de eso, me preguntó como estaba y si necesitaba algo de tomar. Me sirvió un vaso con agua y me pagó los $US 200 acordados previamente por Whastapp.

Nos despedimos y emprendí mi regreso nuevamente a mi apartamento en Miami.

Espero que les haya gustado mi experiencia en cuarentena.

Angie

 

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