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Divorciada con hijo adolescente – Parte 5

PorTickling Stories

Ene 31, 2025

Tiempo de lectura aprox: 6 minutos, 23 segundos

Soy Patricia, una mujer rubia de 40 años, con ojos verdes y una estatura de 1.75 metros. Calzo un tamaño 40 y soy muy cosquilluda, especialmente en las plantas de mis pies.

Era un día como cualquier otro. Llegué a casa después de una larga jornada de trabajo en mi BMW, cansada pero con la satisfacción de haber cumplido con mis responsabilidades. Abrí la puerta de la cochera con el control remoto, ingresé y cerré detrás de mí. Subí al primer piso, encendí las luces y puse algo de música suave para relajarme. Recién había mandado a alfombrar toda la casa, así que al quitarme los zapatos, sentí el calor de la alfombra bajo mis pies descalzos. Era una sensación reconfortante.

Me dirigí a mi habitación para quitarme mi ropa de ejecutiva. Me cambié y me puse unos shorts y un camisón deportivo, quedando descalza y sin medias veladas. Luego bajé a la cocina para prepararme una bebida de té verde y un sándwich para cenar. Estaba en mi mundo, disfrutando de ese momento de tranquilidad, cuando de repente escuché una voz gruesa detrás de mí: «No grites, o te irá peor». Mi corazón se detuvo por un instante. No había escuchado a nadie entrar. Me giré lentamente y vi a un hombre con un pasamontañas y gafas oscuras. No podía creer lo que estaba pasando.

El tipo me obligó a subir a mi habitación. Me hizo acostarme boca arriba en la cama y me ató de pies y manos en forma de X. Estaba completamente vulnerable. Comenzó a hacerme preguntas, principalmente sobre mi trabajo y las cifras de ventas y compras del último mes. Le dije que no podía responder por confidencialidad, pero él insistió. «Yo decido aquí», dijo con firmeza. Y entonces, sin previo aviso, deslizó sus dedos por las plantas de mis pies. No pude evitarlo: solté una carcajada. «Interesante… las cosquillas nunca fallan», comentó con una sonrisa que no podía ver, pero que sentí en su voz.

Fue una tortura. Cada vez que intentaba resistirme, él volvía a mis pies, deslizando sus dedos y uñas por la piel hipersensible de mis plantas. Me reía, gritaba, imploraba piedad, pero él no se detenía. «Vas a hablar, y si no, esto no parará», decía mientras continuaba su ataque. Me sentía humillada, vulnerable, y no podía creer que estuviera pasando por algo así en mi propia casa.

En un momento de desesperación, le di la combinación de la caja fuerte y le indiqué dónde estaba. Pensé que tal vez eso lo haría detenerse, pero no fue así. Continuó con su tortura, moviéndose a mi cintura, costillas y axilas. Me revolcaba en la cama, riendo y llorando al mismo tiempo. La cama se movía tanto que pensé que se iba a romper. Era una pesadilla de la que no podía despertar.

Finalmente, después de lo que pareció una eternidad, el intruso se detuvo. Se dirigió a donde le había indicado que estaba la caja fuerte, pero en el momento en que iba a abrirla, salió corriendo como si hubiera visto un fantasma. Me dejó atada, sola en mi habitación, sintiendo un miedo que no podía describir. Pasé toda la noche así, sin poder hacer nada, esperando a que amaneciera.

Al amanecer, cuando los primeros rayos del sol comenzaban a filtrarse por las cortinas de mi habitación, escuché una voz familiar. Era Felipe, el mejor amigo de mi hijo Carlos. Había pasado por mi casa y, al ver la puerta entreabierta, decidió entrar. «¿Hola?», dijo desde la entrada, con un tono de curiosidad y preocupación. Mi corazón latió con fuerza. No podía creer que alguien hubiera llegado justo en ese momento. «¡Felipe! ¡Estoy aquí arriba! ¡Ayuda!», grité con todas mis fuerzas, sintiendo una mezcla de alivio y desesperación.

Escuché sus pasos subiendo rápidamente las escaleras. Cuando entró en mi habitación, se detuvo en seco al verme atada de pies y manos en la cama. Su rostro reflejó una mezcla de sorpresa y confusión. «Patricia, ¿qué diablos pasó aquí?», preguntó, acercándose rápidamente a mí. Le conté brevemente lo sucedido: el intruso, las preguntas, las cosquillas, la caja fuerte y cómo había huido dejándome atada. Felipe asintió con gravedad, pero entonces, algo inesperado sucedió.

En lugar de liberarme de inmediato, se sentó al borde de la cama y deslizó un dedo por la planta de mi pie izquierdo. No pude evitarlo: solté una carcajada y retiré el pie instintivamente. «Felipe, por favor, no me hagas cosquillas. ¡Suéltame! Tengo una reunión importante hoy», le dije, tratando de mantener la compostura. Pero él no me escuchó. Una sonrisa traviesa apareció en su rostro mientras se inclinaba hacia mis pies.

«Vamos, Patricia, no seas así. Después de todo lo que pasaste, un poco de risa no te hará daño», dijo con un tono juguetón. Antes de que pudiera protestar de nuevo, comenzó a deslizar sus dedos por las plantas de mis pies, esta vez con más intensidad. Era una tortura. Mis pies, ya hipersensibles después de lo ocurrido con el intruso, no podían soportarlo. Me reía, gritaba, imploraba piedad, pero él no se detenía. «¡Felipe, por favor! ¡Basta! ¡No lo soporto!», exclamé entre risas y lágrimas.

Pero él no parecía tener intención de parar. «Increíble que tengas estos pies tan cosquilludos», dijo, riendo mientras continuaba su ataque. Movía sus dedos hábilmente, alternando entre las yemas y las uñas, explorando cada centímetro de mis plantas. Me revolcaba en la cama, tratando de escapar, pero las ataduras me lo impedían. La cama se movía tanto que pensé que se iba a romper. «¡Felipe, te lo ruego! ¡Detente! ¡Tengo que ir a mi reunión!», grité, pero él solo se rió.

Entonces, decidió intensificar su ataque. Se subió a la cama y se sentó sobre mis piernas, inmovilizándome por completo. Con ambas manos, comenzó a atacar no solo las plantas de mis pies, sino también mis costillas, mi cintura y mis axilas. Era un caos total. Mis risas se mezclaban con gritos de desesperación. «¡Felipe, por favor! ¡No puedo más! ¡Es demasiado!», exclamé, pero él no parecía importarle.

«Vamos, Patricia, no exageres. Solo son cosquillas», dijo con una sonrisa burlona mientras sus dedos seguían danzando sobre mi piel. Cada vez que intentaba contener la risa, él encontraba un nuevo punto sensible, como el arco de mis pies o el espacio entre los dedos. Mis carcajadas resonaban en la habitación, y aunque trataba de mantener la compostura, era imposible. «¡Felipe, te odio! ¡Esto no es justo!», grité entre risas, pero él solo se reía más fuerte.

En un momento, se detuvo brevemente para mirarme fijamente. «Sabes, nunca pensé que verte así sería tan… divertido», dijo con un tono que me hizo sentir aún más vulnerable. Luego, sin previo aviso, volvió a atacar, esta vez concentrándose en las plantas de mis pies con una intensidad que no había mostrado antes. Sus dedos se movían rápidamente, como si estuviera tocando un instrumento, y cada movimiento me hacía estremecer de risa y desesperación.

«¡Felipe, por favor! ¡Ya no puedo más! ¡Te lo suplico!», grité, pero él no se detenía. Mis lágrimas de risa comenzaron a mezclarse con lágrimas de frustración. Era una tortura interminable, y aunque sabía que no había maldad en sus intenciones, no podía evitar sentirme humillada y expuesta. Finalmente, después de lo que pareció una eternidad, se detuvo. Me miró con una sonrisa burlona y dijo: «Bueno, al menos te distraje de lo que pasó anoche, ¿no?».

No podía creer lo que estaba escuchando. «Felipe, esto no es un juego. Aprovechaste mi vulnerabilidad», le dije, tratando de mantener la seriedad a pesar de mi agitación. Él se encogió de hombros, como si no entendiera la gravedad de lo que había hecho. «Relájate, Patricia. Solo era un juego», repitió, pero para mí no lo era. Era una tortura interminable, y aunque finalmente me liberó, no podía sacudirme la sensación de haber sido utilizada.

Justo cuando pensé que todo había terminado, Felipe se inclinó hacia mí con una sonrisa traviesa en su rostro. «Bueno, ya que te vas a tu reunión, ¿qué tal un último ataque para despedirnos?», dijo con un tono juguetón que me hizo estremecer. Antes de que pudiera protestar, agarró mis pies con firmeza y comenzó a deslizar sus dedos por las plantas con una intensidad que no había mostrado antes.

«¡Felipe, no! ¡Basta! ¡Ya no puedo más!», grité, pero él no me escuchó. Sus dedos se movían rápidamente, alternando entre las yemas y las uñas, explorando cada centímetro de mis plantas hipersensibles. Mis risas estallaron de inmediato, mezclándose con gritos de desesperación. «¡Por favor, Felipe! ¡Es demasiado! ¡Detente!», supliqué, pero él solo se reía, disfrutando de mi desesperación.

«Vamos, Patricia, solo un poco más. Sabes que te encanta», dijo burlonamente, mientras sus dedos continuaban su ataque implacable. Me revolcaba en la cama, tratando de escapar, pero él me sujetaba con firmeza. La cama se movía tanto que pensé que se iba a romper. Mis lágrimas de risa comenzaron a mezclarse con lágrimas de frustración. Era una tortura interminable, y aunque sabía que no había maldad en sus intenciones, no podía evitar sentirme humillada y expuesta.

Finalmente, después de lo que pareció una eternidad, se detuvo. Me miró con una sonrisa burlona y dijo: «Bueno, al menos te distraje de lo que pasó anoche, ¿no?». No podía creer lo que estaba escuchando. «Felipe, esto no es un juego. Aprovechaste mi vulnerabilidad», le dije, tratando de mantener la seriedad a pesar de mi agitación. Él se encogió de hombros, como si no entendiera la gravedad de lo que había hecho. «Relájate, Patricia. Solo era un juego», repitió, pero para mí no lo era. Era una tortura interminable, y aunque finalmente me liberó, no podía sacudirme la sensación de haber sido utilizada.

Él se encogió de hombros y finalmente comenzó a liberarme de las ataduras. «Lo siento, Patricia. Solo quería alegrarte el día», dijo, aunque su tono no sonaba del todo arrepentido. Me sentí aliviada al poder moverme de nuevo, pero también molesta por su falta de consideración. Me levanté de la cama, todavía temblorosa, y me dirigí al baño para ducharme y prepararme para el día.

Después de la ducha, me vestí con una camisa de botones, un pantalón de lino, medias veladas y tacones. Me maquillé con cuidado, tratando de ocultar las huellas de la noche anterior. Cuando salí de mi habitación, Felipe estaba sentado en el sofá de la sala, hojeando un libro. Me miró y sonrió. «Te ves bien, Patricia. Lista para conquistar el mundo, como siempre», dijo con un tono ligero.

No respondí de inmediato. Bajé a la cochera, tomé las llaves de mi BMW y me preparé para salir. Felipe me alcanzó en la puerta. «Me quedaré un rato más, si no te importa. Tengo que revisar unas cosas y luego me iré», dijo. Asentí con la cabeza, demasiado cansada para discutir. «Está bien, pero asegúrate de cerrar bien la puerta cuando te vayas», le dije antes de salir.

Mientras conducía hacia mi reunión, no podía dejar de pensar en todo lo que había sucedido. La intrusión, las cosquillas, la humillación… y luego Felipe, aprovechando mi vulnerabilidad de una manera que nunca hubiera esperado. Era demasiado para procesar en un solo día. Pero sabía que, como siempre, tendría que seguir adelante. Después de todo, la vida no se detiene, y yo tampoco.

Continuará…

Original de Tickling Stories

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