abril 26, 2024

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Diario de un adicto a las cosquillas (fanfiction)

Tiempo de lectura aprox: 59 minutos, 10 segundos

Primer registro

Hoy ha sido un día sumamente extraño. ¿Qué fue lo que ocurrió con aquel misterioso anciano?, ¿Y qué me dicen de la chica de la tienda? ¿Qué ocurrió con ella? ¿Fue solo cuestión de suerte? ¿El hecho de que mi bebida sepa tan bien tiene que ver con mi nuevo amuleto? Aguarden, me estoy anticipando. Permítanme contar mi historia desde el principio.

El día inició como cualquier otro. Era consciente de dónde dormiría esta noche, pero no dónde lo haría la semana entrante en vista de no contar con dinero para pagar la renta, la cual se vencería en el transcurso de la semana. No había tenido éxito en hallar trabajo en la ciudad desde que el grupo musical en el que trabajaba decidió separarse; y por supuesto no me atraía la idea de trabajar para otros como ingeniero de sonido. De cualquier modo invertí mis últimos días de alojamiento respondiendo anuncios y presentándome a entrevistas, pero nadie parecía dispuesto a contratar a un tipo poco arraigado como yo. Me quedaban tan sólo unos cuantos billetes en la cartera de modo que pronto tendría problemas incluso para comer si no encontraba empleo pronto. Me vi forzado a buscar trabajo en los lugares más insospechados, y eso fue lo que me llevó al Barrio Chino el día de hoy.

Me encontraba concentrado en mi búsqueda de trabajo. Siempre ha habido algo fascinante sobre esta ciudad dentro de la gran ciudad. A mi paso había todo tipo de tiendas y restaurantes con letreros en sus ventanas, pero no lograba reconocer ningún empleo sencillo en el que pudiera comenzar de inmediato.

Para colmo, comenzó a llover y, al no contar con un paraguas o impermeable, tuve que refugiarme en una pequeña tienda cuyo propósito me resultó desconocido. Al entrar hice resonar una campanilla, mientras un conocido aroma de Jazmín impresionaba mi olfato. El lugar se hallaba literalmente repleto; multitud de anaqueles se apiñaban alrededor, y no había espacio disponible en ninguno de ellos. Comencé a recorrer el primer pasillo y después de observar alguna de la mercancía exhibida, llegué a la conclusión de que esta tienda vendía tan solo baratijas. Alguna otra persona podría llamarlas “curiosidades”, pero para mí resultaban completamente inútiles. Recuerdo haberme sentido bastante hambriento justo entonces, lo cual me recordó que no contaba con recursos para comprar tales nimiedades. Bueno, por lo menos aquí dentro me podía mantener seco.

Un venerable anciano apareció desde la trastienda, y me vio junto a los anaqueles. Me dijo algo en alguna lengua extranjera, asumo que en chino, a lo cual encogí los hombros para indicarle que no le entendía. Pronto se dio cuenta de que no hablaba su idioma. -¿Comprar algo? – Dijo en un español bastante vacilante.

-Bueno… Tal vez- mentí descaradamente con la esperanza de que, si permanecía allí el tiempo suficiente, la lluvia cesaría eventualmente.

-Pase, pase – me invitó a revisar un aparador. Tal y como el resto de la tienda, lo único que pude apreciar fueron baratijas que sorprenderían tan solo a un turista. Por lo visto este era el tipo de lugar en el que cada pieza venía con una historia, y comencé a sospechar que el simpático anciano no era más que un cuenta cuentos para los crédulos. Tal vez estaba equivocado, pero eso sólo me lo demostraría el tiempo.

-¿Algo gusta? – Preguntó esperanzado, mientras permanecía incómodamente cerca de mi persona. ¡Vaya un tipo extraño!

Mis ojos vagaron por la mercancía cual si realmente estuviera buscando, pero en realidad lo único que estaba haciendo era escuchar el rumor de la lluvia para saber si ya había amainado. Entonces encontré en el aparador algo que realmente llamó mi atención. Era un pequeño amuleto hecho de manchado metal marrón, probablemente de cobre. Aparentaba ser sólo un adorno, tal y como el resto de las baratijas de la tienda, pero lo que llamó mi atención fue su diseño. Tenía forma de corazón con un sol dibujado que emanaba rayos hasta sus bordes. Una desgastada correa de cuero hacía la función de collar. Nunca había visto algo semejante, y simplemente no podía despegar mis ojos de él.

El anciano notó que era lo que estaba observando y sonrió. –Este ser poderoso amuleto – dijo en su impreciso español.

-Poderoso ¿No? ¿En qué sentido? – Dije sin perderlo de vista.

-Le cumple al portador lo que su corazón desee –

Dejé de mirarlo un momento para ordenar mis ideas – ¿Así que cumplirá todos mis deseos? ¿Acaso contiene un genio o algo así? – dije con un tono de sarcasmo.

El anciano se rió levemente – No, no, no, tan solo debe llevar en cuello. No necesidad de expresar deseo. Amuleto sabe que quieres –

Por supuesto que no le creí, pero el amuleto me gustó de todos modos, así que pregunté – ¿Cuánto cuesta? –

Su sonrisa se ensanchó llenando su cara de arrugas. Finalmente dijo – Cuatro dólares –

Busqué en mis bolsillos y conté mi capital. Tenía $11.78, por lo que este era un lujo que no podía darme, pero por alguna razón desconocido, sentía que debía poseer el amuleto. Separé los cuatro dólares y se los pagué al anciano. Se mostró claramente complacido por la venta y comenzó a parlotear en voz alta en aquel lenguaje por mí desconocido, dirigiéndose a una o más personas que supuse estarían en la trastienda. Para aquel momento tenía ya serias dudas si había hecho bien en adquirir aquella curiosidad con los recursos que bien pude haber empleado para comer.

Una joven oriental de unos 20 años salió de la trastienda llevando una caja para regalo. Era increíblemente bella, con largo cabello negro cual el ébano y unos encantadores ojos rasgados. Al verme sonrió bellamente. Mientras que el anciano por su atuendo tenía toda la apariencia de un verdadero mago Chino, ella llevaba un juvenil atuendo a la moda de pies a cabeza. De hecho llevaba puestas unas breves sandalias color blanco que me permitieron acariciar con la vista sus preciosos pies por un poco más de tiempo del que la cortesía permite, lo cual por supuesto despertó mi interés y deseo. Por supuesto cruzó por mi mente la conocida pregunta: ¿Cuántas cosquillas sentirá en sus pies?, pregunta que siempre tuve problemas para acallar en situaciones como esta.

El anciano estaba muy agitado, yendo arriba y abajo, gritándole en un torrente incesante de palabras, y sin embargo parecía no estarle prestando atención. ¡Vaya un tipo molesto! Ella estaba retirando el amuleto del aparador y estaba a punto de colocarlo en la caja de regalo. Acerqué mis manos para indicarle que no lo envolviera; iba a llevarme puesta mi reciente adquisición.

El anciano estaba realmente empecinado en hacerle entender algo, hasta que ella finalmente espetó en aquel lenguaje desconocido. Lo que sea que haya dicho, paró en seco al anciano y lo hizo refunfuñar en silencio. Viendo el caso perdido, se dirigió a la trastienda para continuar con su perorata, dirigiéndola en este caso aparentemente a nadie en particular.

Ella me entregó el amuleto y de inmediato me lo puse. La pieza se sentía fría contra mi piel, y la correa de cuero me sentaba bien alrededor del cuello. –Gracias – Le dije, mientras intentaba mirar su rostro en lugar de los preciosos dedos de sus pies rematados en barniz plateado. – ¿Hay algún espejo que me puedan prestar? –

Ella me sonrió y pronto me di cuenta de que ella no hablaba español. En ese momento no se me ocurría ninguna señal para solicitar un espejo, así que busqué por mí mismo entre los anaqueles para ver si podía encontrar alguno. Fue entonces que empezaron a ocurrir cosas extrañas.

El pequeño amuleto en mi cuello comenzó a emitir calor. Esto me extrañó y pensé por un momento en quitármelo, un tanto inquieto sobre la clase de sortilegio que estaría operando. Entonces advertí que la chica me miraba de una manera diferente. Sus ojos se volvieron brillantes y una enorme sonrisa iluminó su rostro sin razón aparente. Repentinamente se dio la vuelta, tomó un objeto de la repisa y me lo entregó. Era un objeto extraño, como un pincel o cepillo de cerdas tersas y rígidas. De pronto me quedé sin habla, sin embargo lo más extraño estaba por suceder.

La chica se encaramó sobre el mostrador y se acostó sobre su estómago, subió sus lindas piernas y las tendió por la extensión del mueble, dejando sus preciosos pies inertes en un extremo. Entonces se descalzó de sus sandalias, dejándolas caer sobre el piso de madera, produciendo un notorio ruido. En la trastienda, el anciano paró un instante de monologar y luego continuó, restándole importancia al ruido. La chica rió y me miró con un brillo travieso en sus ojos. Acto seguido agitó un poco sus piernas para asegurarse que había visto sus lindos pies descalzos ¡Como si tal cosa fuera necesaria!

No daba crédito a mis ojos. Esto no podía estar ocurriendo. Creía saber lo que ella estaba esperando, pero simplemente no era posible. Permanecí inmóvil, sintiéndome extraño con el pequeño cepillo en mis manos y esta preciosura de Oriente tendida sobre el mostrador. Viéndome indeciso, ella flexionó sus piernas y tocó con sus largas y afiladas uñas las plantas de sus pies, simulando hacerse cosquillas, entonces soltó una risita, cubriendo su preciosa boca con sus manos y volvió a colocar sus pies en el límite del mostrador. ¡Sus ojos me miraban invitándome y con una rendición definitiva!

Era cierto, no estaba en un error. ¡Quería que le hiciera cosquillas en los pies! Mil pensamientos se agolparon en mi mente. Debería de estar buscando trabajo; no obstante ¿Podría algún adicto a las cosquillas como yo tener mejor fortuna que esta? Finalmente tendría respuesta a la pregunta planteada cada vez que veo un par de hermosos pies. Mas ¿Podría el anciano en la trastienda escucharnos? ¿Y si alguien entrara en la tienda? Apostaría que el aplicarle aquel extraño cepillo sería una verdadera tortura de cosquillas. ¿Acaso el amuleto tibio tenía algo que ver con esto? ¿Seguiría lloviendo afuera?

Lentamente me acerqué al borde del mostrador, donde sus pies yacían inertes e indefensos. Sus plantas eran de una blancura cremosa y sus deditos estaban bellamente curvados y alineados en toda su extensión. Llevaba un anillo en uno de ellos y una pulsera alrededor del tobillo. Pies preciosos, como para morir de placer. Ella me siguió con la mirada conforme me aproximaba y comenzó alternativamente a arrugar sus plantas y extender sus deditos, permitiéndome admirarla en todo su esplendor. Me hallaba verdaderamente seducido ante el espectáculo. Eran unos pies hermosos, perfectos en cada aspecto. Satisfecha de que finalmente me había decidido a hacerle cosquillas, se recostó sobre el mostrador dejándome a cargo. Este era el momento que cualquier adicto a las cosquillas como yo vivía solamente en sueños.

Deslicé lentamente el cepillo a lo largo de sus plantas, del talón a los dedos. El cepillo tenía una anchura tal que abarcaba la extensión de sus dos esbeltos pies. Ella dejó escapar un pequeño grito de deliciosa sorpresa e inmediatamente se cubrió la boca con ambas manos. De nuevo el anciano se detuvo un instante en su perorata para luego continuar hablando consigo en la trastienda. La chica reía maravillosamente, cubriéndose la boca con sus manos, y acercando a cada instante sus tobillos hacia mí para que continuara.

Ya con más confianza, deslicé de nuevo el cepillo sobre sus celestiales plantas. Ella se rió muchísimo, emitiendo pequeñas y musicales carcajadas cual las de una niña, siempre cubriéndose la boca con sus manos, tratando desesperadamente de amortiguar el sonido lo más posible. Sus pequeños pies se estremecían y contraían con el toque, pero de inmediato los volvía a colocar a mi alcance. Era verdaderamente admirable su esfuerzo por permanecer quieta a pesar de que el cepillo debía estarle causando unas cosquillas irresistibles. De hecho pude apreciar cómo reunía fuerzas entre uno y otro cosquilleo mientras seguía riendo sin parar sobre sus manos.

Viendo que esto era una fantasía hecha realidad, decidí investigar qué tan lejos la podría llevar. Rodee con mi brazo izquierdo sus tobillos y los mantuve firmemente juntos e inmóviles contra la cubierta del mostrador. Ella no protestó. Entonces deslicé con liberalidad el cepillo sobre sus plantas, ahora atrapadas e indefensas. Ella explotó en agonía cosquillosa. Vi cómo su esbelto cuerpo subía y bajaba de risa sobre la superficie del mostrador, mientras me preguntaba si éste resistiría sus movimientos. Una andanada de carcajadas salió de su boca, solamente interrumpida de vez en vez al agotársele el aire y verse en la necesidad de respirar.

Me encontraba en el cielo de cosquillas. El cepillo iba dejando tenues líneas rojas en las perfectas plantas de sus pies. Sus deditos se flexionaban y agitaban sin remedio, sin poder aminorar las cosquillosas sensaciones que le dominaban. Su menudo cuerpo se agitaba tratando de escapar al firme abrazo sobre sus tobillos, todo en vano, no encontraba manera de escapar de mí. Sus pies estaban totalmente a mi disposición para jugar con ellos, y eso es precisamente lo que iba a hacer. A pesar de saber que el cepillo era el instrumento ideal para hacerle cosquillas, no pensaba quedarme con las ganas de tocar aquellos preciosos pies. ¿Por qué dejarle al cepillo toda la diversión? Hice a un lado el objeto y me lancé sobre sus plantas haciéndoles cosquillas con mis cortas uñas. Mis dedos iban y venían, danzando arriba y abajo por toda la extensión de sus delicados pies. Su reacción fue mucho más intensa de lo que esperaba. A diferencia del inanimado cepillo, mis dedos atacaban rápida e impredeciblemente. Sus infantiles carcajadas se intensificaron, y sus pausas para tomar aire se hicieron más intensas, frecuentes y a intervalos irregulares. Deduje en consecuencia que esta era una forma de tortura más intensa para ella. Sus esfuerzos por escapar se volvieron más desesperados, sin embargo logré mantenerla prisionera. Mis uñas se deslizaban sobre sus plantas, exploraban entre sus deditos y estimulaban cada centímetro de esos pies exquisitamente cosquillosos. Debo reconocerle que, a pesar de la intensidad del cosquilleo, nunca se quitó las manos de la boca. No importa que tan irresistible fuera su tormento, mantuvo su esfuerzo por contener sus carcajadas con sus manos firmemente entrelazadas. Nunca me pidió detenerme, en ningún lenguaje en lo absoluto.

No estoy seguro si nos hubiéramos detenido jamás por nuestra voluntad, sin embargo en este caso el destino intervino. La campanilla de entrada a la tienda sonó. Dejé de inmediato libres sus tobillos y en un instante se encontraba de nuevo en pie, con sus zapatos puestos y su ropa impecable. ¡Vaya que era hermosa! Me dispuse a devolverle su cepillo cosquilleador justo en el momento en que el anciano salía de la trastienda para recibir a los nuevos clientes. Tratando todavía de recuperar el aliento, la chica me regaló una amplia sonrisa y colocó de nuevo el cepillo en mis manos, como un regalo de su parte. Asentí en agradecimiento y me dirigí a la puerta. Toda la situación resultaba tan irreal que necesitaba escapar para ordenar mis pensamientos.

Al llegar a la entrada, volví la mirada y la vi por última vez, observándome con aquel brillo en sus ojos y una amplia sonrisa en sus labios, como si le hubiera hecho un favor. El amuleto dejó repentinamente de sentirse tibio y al mismo tiempo me pareció que desaparecía el brillo de sus ojos. Pronto adquirió una expresión confusa y fue entonces que decidí que lo mejor era no estar cerca cuando ella empezara a hacer preguntas. De cualquier modo, lo que había pasado ni siquiera yo lo sabría explicar.
Afuera continuaba la lluvia, pero ya no me importaba. Tenía mucho en que pensar, y había que ponerlo por escrito mientras tuviera fresco el recuerdo. ¿Qué fue lo que ocurrió? ¿Tendría razón el anciano? ¿Podría el amuleto conocer mis deseos más profundos y concedérmelos? ¿Es eso lo que había ocurrido?

Estas reflexiones las realizo mientras me encuentro sentado en un café del barrio Chino, bebiendo un taza de té y tratando de combatir el frío que me ha dejado la lluvia. Hay un hombre frente a mí que no cesa de mirar el extraño cepillo que he puesto a mi lado en la mesa. Creo que le preguntaré si sabe algo sobre este artefacto y luego escribiré un poco más en mi diario.

Segundo Registro.

Al principio consideré los acontecimientos de aquella tarde como bastante inusuales. No obstante me voy percatando de que no lo fueron.

Tras terminar de anotar mi primer registro, bebí el resto de mi taza de té y me acerqué a aquel hombre que parecía fascinado por el extraño cepillo. -¿Puedo ayudarle?- Pregunté.

El hombre empezó a hablar en chino; lo cual en principio me persuadió de que era tiempo de abandonar el barrio Chino. El individuo hablaba a gran velocidad, haciendo alusión al artefacto, sin embargo no pude entender nada de lo que decía, así que simplemente encogí los hombros para darle a entender mi falta de comprensión. Viéndose en tal situación, el tipo sacó de su billetera cuatro billetes de 50 dólares, y a continuación señaló al cepillo. Por supuesto que este lenguaje sí lo entendí y momentos después yo era 200 dólares más rico y él era el orgulloso propietario del mejor artefacto para hacer cosquillas en lo pies que haya tenido el privilegio de disfrutar.

Teniendo dinero en el bolsillo, sentí que era tiempo de celebrar. Aquel dinero debidamente administrado podría alimentarme durante las siguientes tres semanas, e incluso podría costearme otra semana de renta en la buhardilla que habitaba. Sin embargo, estas banalidades no me preocupaban por el momento. De hecho, en lo único que podía pensar por ahora era en devorar una suculenta carne, acompañada de un gran vaso de cerveza.

Abordé un autobús para salir del barrio Chino y pronto llegué a un restaurante bar de reconocido prestigio. Y al tiempo que disfrutaba de un bistec perfectamente asado y llevaba bebida la mitad de mi cuarta cerveza, mi mente se solazaba con la certeza de que esta era un de las noches más agradables en mucho tiempo.

Me encontraba repasando mentalmente los agradables sucesos de aquella tarde cuando una rubia en un entallado vestido rojo se sentó a mi lado en la barra. No la había visto entrar, y de hecho pude percibir su perfume mucho antes de divisarla. Tenía las características de una modelo viajando de incógnito, su cabello le llegaba ligeramente por debajo de los hombros y por su apariencia resultaba claro que no estaba en un lugar acorde con su nivel social. Al principio no notó mi presencia, estaba tan solo aguardando con impaciencia a que le atendieran. Tras un largo lapso de espera, finalmente se dio el tiempo de mirar a su alrededor y me divisó por primera vez. Le esbocé mi mejor sonrisa, a lo que ella respondió con una fría sonrisa de asentimiento.

Sin importarme el fracaso inicial, decidí entablar conversación. -Parece que el cantinero ha estallado una huelga- dije a sabiendas de que era un comentario tonto y que iniciar conversaciones no era mi fuerte.

-Pues sí- dijo sin mirarme. La cosa no marchaba bien.

Si acaso regresa, ¿me permitirías invitarte un trago? Este era un camino más seguro. De improviso advertí que el amuleto se estaba calentando de nuevo. Cual si estuviera planeado, la rubia volteó y me miró a los ojos tal y como la chica del barrio Chino lo había hecho antes.

-Claro que puedes invitarme. ¿Podríamos pasarnos a una mesa?-

En realidad ya no me encontraba tan sorprendido con el curso que estaban tomando los acontecimientos. Ella me sonrió y se dirigió a un gabinete en la esquina del bar, y tuve oportunidad de admirarla mientras lo hacía. Su vestido se ceñía con gracilidad a su esbelta figura, rematando en un par de largas y fascinantes piernas. Calzaba un par de zapatillas rojas que combinaban a la perfección con su atuendo. Pronto la seguí a la mesa y nos presentamos el uno al otro. Ella seguía con aquel brillo especial en sus ojos mientras por mi parte percibía que el amuleto se calentaba más y más. De pronto sentí que un pie descalzo subía a lo largo de mi pierna. Salté ligeramente ante el inesperado roce, y ella rió un poco. -¿Te molesta?- preguntó. -En lo absoluto- respondí mientras su pie llegaba hasta mi rodilla. No pude resistir más y eché un vistazo bajo la mesa. Era un fino y delicado pie cubierto por una media, los esbeltos deditos con uñas barnizados de color rojo rozaban mi muslo, provocándome hasta el delirio.

Ella dirigió su brillante mirada hacia mí con claras intenciones. -Estos zapatos son verdaderamente un martirio- dijo, al tiempo que percibí su otro pie acariciando mis zapatos. El pie que estaba sobre mi pierna iba deslizándose más y más arriba. -Simplemente ya no los aguantaba. Por supuesto que puedo confiarte mis pies, ¿no es así?-

Me estaba tentando y decidí ceder.

Su pie se encontraba ahora al alcance de mi mano, a unos cuantos centímetros de mi ingle. -Oh, santo cielo, mis pies se sienten bastante cosquillosos- dijo entornando los ojos como desafiándome a comprobarlo.

-¿Conque bastante cosquillosos?

-Enloquecedoramente cosquillosos- musitó mientras se mordía el labio inferior y deslizaba los dedos de sus pies a lo largo de mi pierna.

– ¿Están listos para ordenar? – Interrumpió la mesera. La verdad ni siquiera la había oído acercarse.

Un Martini- Dijo ella sin despegar sus ojos de mí, y por supuesto tampoco sus pies. Por mi parte agité mi botella de cerveza, tratando de deshacerme de la mesera lo más pronto posible. Si mi atención no hubiera estado totalmente en la tentadora rubia que tenía al frente, habría podido apreciar lo bella que era también la chica que nos atendía. Ella hizo un imperceptible sonido de desaprobación y luego se alejó para traernos las bebidas.

Mis manos se deslizaron bajo la mesa, y la sonrisa de la rubia se intensificó. Inmovilicé su esbelto tobillo y le pregunté: -¿Puedes mostrarme cómo es eso de ser enloquecedoramente cosquillosa?-

Se mordió de nuevo el labio inferior y repuso -sólo hay una manera de saberlo- y luego giró su tobillo en mi mano como enfatizando sus palabras.

Bajo la mesa, fuera de la vista de los parroquianos del bar, deslicé los dedos de mi mano libre sobre la sedosa media que cubría la planta de sus pies. Ella inhaló profundamente y se aferró a los bordes de la mesa. Su pie era tan esbelto y elegante como el resto de su figura, y tuve gran placer en deslizar mis dedos de un extremo a otro de su planta. Ella reaccionó mordiendo más su labio inferior y dejando escapar unos discretos gemidos. Sus ojos se cerraron completamente y los nudillos de sus manos se tornaron blancos de tanto apretar la mesa. Dos cosas eran evidentes: que eran tan cosquillosa como lo había anunciado y que sin embargo que estaba teniendo éxito en disimularlo.

La cosquilleé lentamente, sin tratar de quebrar su resistencia. Su respiración se notaba agitada y su cuerpo estaba tenso como una cuerda de violín. A pesar de lo firmemente asido que tenía su tobillo, seguía teniendo amplia libertad de agitar su pie para darse un leve respiro entre cosquillas. ¡Vaya que tenía piernas fuertes! Seguramente trabajaba como bailarina.

Mientras mi mano exploraba por completo en la extensión de su planta, deslicé accidentalmente la mano más allá y descubrí que también el lado opuesto de sus esbeltos deditos era bastante sensible al cosquilleo. Por mi parte estaba esforzándome en mantener el martirio lo suficientemente tolerable para que ella no gritara, mientras sus esfuerzos por guardar compostura continuaban. Si alguien la hubiera visto en ese momento le habría resultado evidente que algo le estaba pasando, sin embargo tuve la seguridad de que nadie la veía.

La mesera regresó con nuestras bebidas. Mientras nos atendía cesé las cosquillas, pero no dejé libre su pie. Se podía percibir su respiración pesada y un firme esfuerzo por guardar compostura. Sus ojos aún brillaban al contemplarme, pero ahora con un dejo de desafío, pareciendo preguntar si esta era mi mejor técnica. Mientras, me resultó desapercibido que la mesera nos observaba con ojos curiosos mientras se alejaba.

Después de que se fue, alcancé un tenedor con mi mano libre y lo deslicé bajo la mesa. Su respiración se detuvo al advertir mis intenciones, mientras una sonrisa maligna cruzaba mi rostro. Pude advertir que hacía su máximo esfuerzo para prepararse a su inminente tortura.

A veces, la anticipación a un cosquilleo es más insoportable que las cosquillas mismas. Y en efecto, no procedí a cosquillearla de inmediato. Ella se quedó esperando y esperando, tan tensa como podía estarlo, pero el cosquilleo no venía. Finalmente, cuando ya no pudo esperar más, abrió sus ojos, me miró y abrió la boca para hablar. Fue justo en ese momento que la ataqué.

Las puntas del tenedor recorrían sin misericordia su indefenso pie. Ella soltó una carcajada contra su fuerte voluntad. Si no hubiera tenido firmemente asido su tobillo, estoy seguro de que habría salido despedida del asiento. Eché un vistazo alrededor para asegurarme de que nadie nos estaba observando, pero no noté a nadie interesado en Nosotros en lo particular. Mientras deslizaba con crueldad las agudas puntas del tenedor de un extremo a otro de su planta, ella hacía esfuerzos desesperados por estarse quieta y no carcajearse más. Esto del tenedor era demasiado para ella y definitivamente estaba perdiendo la batalla por guardar compostura. Se agitaba en su asiento, mientras sus disimuladas risitas se aceleraban a cada momento. Mientras bajo la mesa, su pie libraba una furiosa batalla por escapar, sin lograr su cometido.

Era momento de que estallara de risa. Me incliné sobre la mesa y la provoqué verbalmente. -Cuchi, cuchi, cuchi, tienes muchas cosquillitas- musité inquietándola mientras el tenedor continuaba el cosquilleo.

Ella no pudo más, explotó en una risa desesperada justo frente a mis ojos. Le hice cosquillas sólo un instante más y luego liberé su tobillo, el cual salió disparado a su lado. Ahora sí habíamos llamado la atención de los parroquianos, quienes interrumpieron sus conversaciones un momento para mirarnos. Por mi parte aparenté bastante calma y di un sorbo a la cerveza, mientras ella pasaba de las carcajadas a una risa ahogada y luego a una risita silenciosa. Ella me sonreía tranquilamente, completamente ajena a las miradas indiscretas. Personalmente traté de mostrarme como si estuviera habituado a esta clase de desplantes de su parte; de hecho tuve la certeza de que con el amuleto en mi poder, este tipo de situaciones me estarían pasando con cierta frecuencia.

-Muchas gracias por la copa, querido- dijo mientras se incorporaba. -Y también por todo lo demás.- Se inclinó y me dio un beso en la boca tan intenso que parecería ilegal. Mientras me limpiaba los residuos de labial del borde de mis labios, musitó un «adiós.» Luego se dio la vuelta y salió del bar. Por supuesto advertí que de nuevo calzaba su flamante par de zapatillas rojas.

Permanecí sentado preguntándome qué otra locura cometería antes de terminar el día. El amuleto se enfrió repentinamente sin llamar demasiado mi atención. Ahora entendía su virtud, aunque no sus motivos. Mi lado negativo se preguntaba qué otro precio tendría que pagar por mi flamante amuleto realizador de fantasías.

Decidí anotar mi nueva aventura en el diario. ¡Qué día tan loco estaba teniendo! Mientras escribo esto he advertido a la atractiva mesera mirándome de nuevo. Se ve bastante enojada. Se está acercando a la mesa, así que más vale que termine esto más tarde.

Fin del Segundo Registro

Tercer Registro

Mi querido diario, los éxitos continúan… me alegro de haber parado de escribir cuando lo hice anoche, pues mis aventuras aún no habían acabado, de hecho apenas empezaban.

Hacía apenas unos momentos que la atractiva rubia se había retirado, cuando la atractiva mesera, con cara de enojo, se aproximó con toda intención a mi solitario lugar. El amuleto se estaba entibiando de nuevo. Definitivamente, algo interesante estaba a punto de pasar y yo estaba impaciente por saber de qué se trataba. Tenía la certeza de que mientas tuviera el amuleto, nada podría ir mal, así que me confié y le sonreí con la seguridad de que en unos instantes la tendría frente a mí con los pies sobre mi regazo para continuar con la diversión cosquillosa. No estaba preparado para lo que pasó: ella me lanzó un vaso de agua a la cara.

-¡Eres un patán!- Me gritó.

Esto era completamente inesperado. Mientras hacía mi mejor esfuerzo por secarme con la servilleta me preguntaba qué estaba pasando. ¿Se le habría terminado el poder del amuleto? ¿Por qué me estaba fallando ahora? la contemplé inseguro sobre cómo debía reaccionar. Percibía aún la tibieza del amuleto, así que algo debería ocurrir pronto.

¿Cómo pudiste hacerme esto a mí? Me estaba mirando y pude advertir en sus ojos el mismo brillo que había percibido las dos veces anteriores, así que no todo estaba perdido. Tenía los ojos cafés, al igual que cabello, arreglado en un trenzado francés Aún portaba el uniforme de mesera, sin embargo pude entrever su agradable figura y un agradable par de piernas rematadas en tenis. Debía tener entre 22 y 23 años y era una verdadera belleza.

-¿Cómo pude hacerte qué? ¿Te refieres a disfrutar el agua que me arrojaste a la cara?- El sarcasmo era lo indicado, aún en aquellas extrañas circunstancias.

Se veía que seguía furiosa. -vi lo que le estabas haciendo a esa chica del vestido rojo. Vi lo que le estabas haciendo a esa cualquiera. ¿Cómo pudiste?- Por más que me esforzaba, no pude entender el sentido de sus preguntas.

-¿De qué estás hablando?- pregunté con sinceridad sin comprender cómo es que el amuleto estaba actuando en este caso para cumplir el deseo de mi corazón.

Ella estaba al borde del llanto. Tal era su frustración. -¡Te vi haciéndole cosquillas!- Exclamó a guisa de explicación, como si con ello dejara bien clara mi falta.

-¿Y qué tiene?- Repliqué aún confuso.

Por primera vez moderó la intensidad de su respuesta. -Bueno… es que hubiera deseado ser yo a la que le hicieras cosquillas- dijo mientras se sonrojaba como una colegiala por lo que acababa de decir. Todo resentimiento parecía haber desaparecido mientras tomaba asiento en el gabinete de enfrente, ocultando el rostro entre sus manos.

Sonreí para mis adentros, no es que el amuleto me estuviera fallando, simplemente estaba operando de un modo misterioso. De hecho cada uno de los diferentes encuentros estaba siendo como actuar un rol diferente frente a un exigente público sin haber ensayado antes. No tenía ni idea de como reaccionar, qué decir o hacer. Lo único que me quedaba claro es que sin importar qué hiciera, todo saldría a mi favor. Era casi como si no pudiera echar las cosas a perder. Con esta esperanza en mente me entretuve menos en cómo arreglar las cosas con la mesera y decidí divertirme un poco. Había llegado la hora de demostrar el verdadero poder del amuleto.

-No te preocupes, todavía puedo hacerte cosquillas. No te imaginas la cantidad de cosquillas que aún guardan estos dedos.- La verdad me hicieron bastante gracia mis propias palabras, ya que me hacían sonar bastante tonto. Sin embargo, lo importante era hacer la prueba.

La mesera me miró con una expresión de esperanza en sus brillantes ojos. -¿De verdad, harías eso por mí?-

¡Aleluya! El amuleto era diversión garantizada, pan comido, dinero en el banco.

-Cuenta con ello. Nos vamos cuando termine tu turno de esta noche. Te haré cosquillas hasta que te pongas morada.- Le dije mientras guiñaba un ojo. Ella se rió emocionada como una niña que está por subir a la rueda de la fortuna. Y aunque sus ojos aún estaban hinchados y enrojecidos por sus emociones encontradas, procedió a anotarme su nombre y teléfono en una hoja de orden del bar. Asimismo, me dijo que terminaría su turno a las 11 PM. Me entregó el papel con una amplia sonrisa, mientras yo le informaba que la llamaría a esa hora. Finalmente, para añadir mayor expectación agregué: -Prepárate para reír como nunca en tu vida.- Ella se rió también ante esta tonta frase. ¡Realmente era potente el amuleto!

Conforme salía del restaurante, advertí que el talismán seguía tibio, aún cuando ya no tenía compañía femenina. Parecía increíble que el amuleto mantuviera sus efectos aún a distancia.

Decidí gastar mi dinero con prodigalidad. Aún tenía conmigo casi la totalidad de los 200 dólares que recibí por el cepillo, y definitivamente no habría sido romántico llevar a esta chica a mi buhardilla; además de que nada garantizaba que el amuleto pudiera combatir el mal aspecto que tenía. En consecuencia, caminé ocho cuadras hasta el hotel más reconocido de la zona donde invertí la mayor parte de mi capital remanente en obtener una habitación. En fin, sólo se vive una vez.

Como se lo prometí, le llamé a las 11 en punto y le informé dónde encontrarme. Creo que le quedó claro que era tan solo por esa noche. Llegó unos quince minutos después, aún llevando su uniforme de mesera. Tal y como lo esperaba, pude distinguir en sus ojos ese brillo especial al que me estaba empezando a acostumbrar. -¿Deseas conversar un poco o pasamos a la acción?- Le pregunté conforme ingresaba a la habitación.

Se le veía bastante nerviosa y con prisa. -Empecemos de una vez- me dijo -No he podido pensar en otra cosa desde que te fuiste.- Nos miramos uno al otro con la esperanza de que cada cual sabría como proceder. Por mi parte había asumido que ella me haría la invitación, tal y como lo había hecho la chica del barrio Chino y la rubia del bar. Sin embargo tuve la sospecha de que ahora sería diferente. En fin, estaba aprendiendo.

Voltee a ver la cama y le pregunté: -¿Alguna vez te han enrollado en las sábanas?- Ella esbozó una preciosa sonrisa en respuesta. ¡Qué belleza! ¿Cómo es que no la había advertido antes en el bar? Mientras esto atravesaba mi mente, ella ya estaba poniendo su pie en mi regazo.

Realicé el desagradable trabajo de desordenar la habitación cuidadosamente arreglada, le pedí a ella que se recostara en una esquina de la cama y procedí a enrollarla en la fina seda. Para mi sorpresa, pronto quedó inmovilizada como si el trabajo lo hubiera hecho un profesional, dejando al descubierto su cabeza por un extremo y su bello par de pies por el otro.

La coloqué boca abajo sobre el colchón y atraje sus pies hacia mi regazo. Llevaba aún sus zapatos de trabajo y procedí de inmediato a quitárselos. Sus pies estaban tibios y despedían el suave aroma de sudor y cuero que tanto me agradaba. Sus deditos se flexionaron y extendieron aliviados de la presión del calzado.

Ella comenzó a reír y agitarse en su suave prisión, como revisando cuánta libertad de movimiento le había quedado. La verdad había quedado bastante inmóvil e indefensa, nada mal para ser la primera vez que usaba esta técnica. -¿Estás lista?- pregunté, y ella asintió con una risita nerviosa.

No perdí más el tiempo, ella había venido a que le hiciera cosquillas y no la iba a decepcionar, así que procedí a atacar sus indefensas plantas con los dedos de ambas manos, y para añadirle emoción la provoqué verbalmente diciendo -¡Cuchi, cuchi, cuchi, cosquillitas!

La pobre chica enrollada explotó en carcajadas. De inmediato comenzó a agitarse y saltar en su atadura. Si seguía así, muy pronto se caería de la cama o quedaría libre de sus ataduras, así que ocupé una de mis manos en inmovilizarla mientras con la otra continuaba el inmisericorde cosquilleo. Por fortuna era de constitución menuda, lo cual me permitió mantener sus pies extendidos en mi regazo con una sola mano mientras con la otra tenía total libertad para atacarla.

Sus pies eran bastante carnosos rematados en deditos cortos y redondos, auque no regordetes. Llevaba en las uñas de sus pies algo de barniz rosa levemente descuidado, pero que iba bien con lo coqueto de sus dedos. Tenía amplio campo para recorrer, mis uñas no cesaban de atormentar la extensión de su piel, y pronto comenzaron a aparecer líneas sonrosadas sobre la blancura inmaculada de sus tibias plantas. Definitivamente cosquillearlos era un sublime placer.

Pronto estaba histérica, saltando a uno y otro lado como un delfín. Pude darme cuenta de que sus ataduras no resistirían sino unos minutos más. Esto a pesar de que se le notaba menos preocupada en liberarse que en carcajearse sobre las almohadas.

¡¡¡BAAAASTAAAAAAA!!!!… ¡¡¡JAJAJAJAJAJAJAJAJA!!!… ¡¡¡PORFAJAJAJAJA FAVOJOJOJOJOVOR!!!

Ahora estaba explorando cada centímetro de sus indefensos pies; sus talones ligeramente planos por permanecer de pie largas horas, pero no por ello menos sensibles, sus arcos cuyas arrugas no pude resistir recorrer con mis dedos una y otra vez, sus deditos tan juntos que me costaba trabajo deslizar la punta del dedo entre ellos para una rápida cosquilla y que sin embargo resultaba de lo más efectivo, ya que la piel entre sus dedos era territorio virgen, causando carcajadas de una intensidad sin igual; su pisada, la parte superior de sus dedos, no perdoné un solo sitio de sus pies y no encontré uno solo que no la volviera loca de risa. Sus súplicas no paraban. Esos pies eran un buffet de deliciosos puntos cosquillosos y no perdí la oportunidad de repasarlos dos y tres veces.

Todo iba tan bien que incluso se me ocurrió incluso provocarla verbalmente: -No debiste arrojarme agua en la cara, me temo que voy a tener que hacerte cuchi, cuchi, cuchi, cosquillitas hasta que mueras de risa-

-¡¡¡NOOJOJOJOJOJOJOOO!!! ¡¡¡LO SIENTO JAJAJAJAJAJAJA!!!-

A diferencia de la chica del barrio Chino, que tenía una risa dulce e infantil, o de la rubia que apenas si se había reído hasta que estalló al final, la mesera estaba realmente muerta de risa, sus carcajadas eran profundas y atormentadas, tal como serían las de alguien que ha recibido cosquillas más allá de sus límites. Afortunadamente no era muy buena zafándose o no habría podido contener sus tobillos atados con una sola mano.

-¡Ya no lo resistes, debes estar lamentando esto; debes estar arrepentida de ser tan cuchi, cuchi, cuchi, cosquillosa!-

Ella brincaba y se agitaba. Finalmente logró liberar un brazo y de inmediato trató de alcanzar mis manos y alejarlas de sus pies, pero pude contenerla con mi cuerpo y continuar el cosquilleo. Ahora deslizaba mis uñas en el espacio oculto debajo de sus carnosos deditos haciéndola gritar de tanta risa. Trató varias veces de darse vuelta con la mano libre, pero siempre le ganó la risa y regresó a su posición en la cama sometida por el cosquilleo. Sus deditos se flexionaban todo lo que podían, pero solo lograban dejar atrapados mis dedos justo en el lugar en que no soportaba tenerlos.

Finalmente liberó ambos brazos, los cuales empleó en aferrarse al colchón, tratando inútilmente de llevar sus pies fuera de mi alcance. Para mi ventaja estaba bastante débil y cansada, así que le di un respiro mientras revisaba la hora. Le había estado haciendo cosquillas sin cesar y sin misericordia por 20 minutos ininterrumpidos. ¡Con razón estaba exhausta! Sus esfuerzos iban haciéndose más débiles, y estaba a punto de rendirse sin más pelea. Tan cerca de lograrlo y sin embargo tan lejos. Finalmente, viendo que todo era en vano, se derrumbó sobre la cama y asió una almohada para carcajearse sobre ella a mandíbula batiente. Su risa ahora era silenciosa, su cuerpo estaba quieto, sólo estremecido por las carcajadas y la única evidencia de lucha eran sus dos pies agitándose al ritmo de mis dedos. Decidí entonces que ya había sido suficiente castigo.

-Bien pequeña, hemos terminado.- Dejé sus pies sobre la cama y me levanté. Ella seguía en la cama, boca abajo, sin moverse, sus risas iban disminuyendo y pronto quedó sólo su respiración pesada.

-¡Eso… fue estupendo!- Dijo con su brillante mirada fija en el vacío, como si estuviera recapitulando y viviendo de nuevo la tortura en su recuerdo.

De pronto cobró conciencia y me preguntó con un grito -¿Qué hora es?-

-Son las 11:45-

-¡Rayos! ¡Debía estar en casa de mi novio hace 15 minutos!- De pronto ya estaba de pie colocándose de nuevo sus zapatos. ¿Acaso tenía novio?

-Muchas gracias… eh, bueno… como te llames. Realmente Gracias…- Se apresuró hacia la puerta y salió corriendo hacia el elevador. Pude percibir que mi amuleto se estaba enfriando como piedra.

Tras tantas emociones, finalmente me decidí a apagar las luces, me subí a la cama completamente desordenada y dormí plácidamente por primera vez en semanas. Al principio pensé que el recuento de lo ocurrido no me dejaría dormir, sin embargo en un instante ya había conciliado el sueño.

Así pues, heme aquí en bata, mirando por la ventana la soleada mañana, capturando los eventos de anoche en mi diario. Ahora me pregunto ¿A dónde iremos a parar mi amuleto y yo el día de hoy?

Alguien toca a la puerta, y es demasiado temprano para que sea la recamarera. Voy a ver quién toca y seguiré escribiendo después.

Fin del Tercer Registro

 

Cuarto Registro.

No me queda la menor duda… los cuatro dólares que gasté en este amuleto son la mejor inversión de mi vida. En resumidas cuentas he logrado cosquillear los pies de tres hermosas mujeres durante el día de ayer, y el día de hoy, bueno el día de hoy aunque no lo crean he logrado superar esa marca.

Esta entrada de mi diario la escribo desde el lujoso Lobby del Hotel Chalice, donde me encuentro empleado al día de hoy. Pero bueno, no es cortés que me anticipe, así que reanudaré mi historia desde el punto donde terminó el último registro.

Me levanté a atender el llamado a la puerta de mi habitación, todavía envuelto en la bata de cortesía. Mi amuleto se percibía gélido, así que no podía esperar que fuera una conejita de Playboy dispuesta a lanzarse a mis brazos y descalzarse. Al abrir encontré de pie junto a la entrada a un conserje del Hotel, con una seria mirada. De inmediato me indicó que habían recibido reclamos de otros huéspedes quejándose del ruido proveniente de mi habitación la noche anterior. Luego dijo que el Chalice era ante todo un Hotel respetable, y que no era el tipo de lugar que toleraba la entrada de prostitutas para breves orgías nocturnas. Repliqué que la noche anterior no había tenido en mi habitación a prostituta alguna y que lamentaba mucho lo del ruido. La chica de anoche había pasado conmigo tan solo unos 30 minutos, pero no me sorprendió que sus desesperadas carcajadas hubieran sido escuchadas por otros huéspedes. El conserje me dijo que la Sub Gerente quería conversar conmigo, y que personalmente me escoltaría a su presencia. Asentí con desgano y lo hice esperar mientras terminaba de vestirme. De cualquier modo no tenía mejores planes para esta mañana. ¿Por qué no pasar un rato conversando con la Sub Gerente del Hotel Chalice?

No nos dirigimos la palabra conforme abordamos el elevador y nos dirigimos al lobby. Tenía la certeza de que este tipo no daba crédito a mi versión de no tener una sexo servidora en mi cuarto. Debo admitir que no es habitual que alguien reciba compañía femenina a altas horas de la noche y menos que la misma se retire menos de una hora después. Sin embargo no me importaba lo que pudiera opinar, sabía en conciencia qué es lo que había ocurrido en mi habitación y simplemente no valía la pena tratar de convencerlo.

Caminamos por los lujosos pasillos del Chalice hasta encontrar las oficinas administrativas. De hecho me sorprendió que el tipo no me asiera por el codo mientras caminábamos, dado el complejo que tenía de celador. Nos paramos frente a la puerta rotulada de la Sub Gerencia. Tocó un par de veces, me dirigió una última mirada de desprecio y acto seguido regresó a sus asuntos. Ya no era problema suyo lo que pasara conmigo. ¡Era todo un personaje!

Tan pronto como escuché una voz femenina invitándome a pasar, el amuleto comenzó a irradiar su ansiado calor. Sonreí internamente complacido. La Sub Gerente del Chalice no tenía la menor idea de lo que le esperaba. Entré en la oficina sin más preámbulo.

La oficina de la Sub Gerente derrochaba buen gusto, bien coordinada con el resto del hotel en un alarde de ostentación y lujo. La mujer tras el escritorio se levantó para recibirme. Era una mujer madura, de cerca de 40 años según mi estimación, pero de belleza deslumbrante. Se parecía a Faye Dunaway en sus años de madurez, pero con un cuerpo aún más juvenil. Cabello castaño claro, un impecable traje sastre y una sonrisa de triunfadora… era la viva imagen del éxito y la sofisticación. Y por supuesto, pude percibir el especial brillo en sus ojos que tanto ansiaba encontrar.

-Gracias por venir a verme- Dijo mientras daba vuelta al escritorio para estrechar mi mano. No pude evitar advertir las medias de color natural que llevaba bajo la falda.

–Mi nombre es Maureen Halloway, y soy Sub Gerente del Hotel Chalice.- Se presentó. –Soy Buzz- respondí lacónicamente. -¿Gustas tomar asiento, Buzz?- ofreció amablemente.

Tomé asiento en uno de los dos sillones dispuestos frente a su lugar, y en lugar de dirigirse a su silla del otro lado del escritorio, decidió sentarse en el otro sillón, de modo que quedamos prácticamente frente a frente. Sus brillantes ojos no se despegaban de mi persona, mientras una discreta sonrisa se insinuaba por las comisuras de sus labios. Me escrutaba con la mirada, tal como un gato podría hacerlo al acechar a un canario, actitud que me hubiera hecho sentir bastante incómodo en circunstancias normales, pero en estos días simplemente nada parecía ocurrir con normalidad. Mi amuleto estaba obrando su magia en ella, y por mi parte ansiaba ver hacia donde nos llevaban los acontecimientos.

Ella cruzó las piernas, haciendo alarde de ello, permitiéndome observar las bellas extremidades de las que evidentemente estaba muy orgullosa. –Buzz: algunos huéspedes del hotel se han quejado del ruido proveniente de tu habitación. Aparentemente deducen que te encontrabas acompañado de una prostituta.- La expresión de su rostro me dio a entender que ella no les creía en lo más mínimo, pero que quería que yo se lo confirmara de todos modos.

-En efecto, tuve compañía ayer por la noche, pero no se trataba de una prostituta, Señorita Halloway-

-Por favor, puedes llamarme Maureen.-

De acuerdo, Maureen. Ella era solamente… era… una amiga mía, y estuvo conmigo solamente un rato.-

Maureen sonrió complacida de confirmar sus sospechas. Volvió a cruzar las piernas, cerciorándose de que estaba observándola, lo cual en efecto no pude evitar. –Tus palabras me tranquilizan, Buzz. El Hotel Chalice no podría tolerar un comportamiento semejante- Asentí expresando mi conformidad. Ella continuó. –Sin embargo, eso no explica el por qué de las quejas por ruido. ¿Qué es exactamente lo que tú y tu… amiga… estaban haciendo?- Me miró con los ojos entornados, como indicando que ya conocía la respuesta y que estaba muy complacida de obligarme a confesar.

Simplemente puse mi fe en que el amuleto no fallaría, sin importar la respuesta que diera. Entonces, ¿Por qué no decirle la verdad? –Bueno, le estaba haciendo cosquillas- Confesé.

-Entiendo, eso explicaría el ruido. Los huéspedes quejosos mencionaron que se escuchaban risas, pero supuse que estarían en un error- Maureen se veía muy complacida con mi respuesta. Su sonrisa era ahora más franca y había empezado a juguetear con su zapato, balanceándolo sobre las puntas de sus deditos. Por mi parte no perdía detalle, anhelando con desesperación que el zapato se le resbalara. Sabía que estaba jugando conmigo, y yo simplemente la estaba siguiendo obediente. En un día cualquiera, este momento habría marcado el final de nuestra plática, pero hoy no. El día de hoy contaba con el amuleto y su irresistible magia.

-Debe haber sido una chica muy cosquilluda, a juzgar por el alboroto. ¿No es así?-

De hecho sí, muy cosquilluda-

El zapato se balanceaba, anticipando su caída. –Y tú la debes haber estado cosquilleando sin piedad, ¿Me equivoco?-

-Como nunca en su vida-

-Mmmmmmmm- suspiró Maureen con placer, como imaginando que era ella quien recibía las cosquillas. Se inclinó para alisarse la media, y el zapato en el extremo de su pie estuvo a un suspiro de caer. Su mirada no se apartaba de la mía, y mi mirada no se apartaba de su hermoso pie. –¡Qué travieso de tu parte!- dijo con una pícara risita. –Pobrecita muchacha. ¿Y por qué no se defendió?-

-Simplemente no podía. Estaba enrollada en las sábanas, sin posibilidad de escape.-

Maureen se arrellanó en el sillón fingiendo sorpresa. Por mi parte tenía la certeza de que con mis palabras solamente estaba confirmando lo que ya había imaginado. Lanzó una exclamación de asombro, pero dando toda la apariencia de que ya estaba enterada de todo lo que estaba escuchando. –¡Eres un chico malo! ¿Cómo pudiste hacerle eso?- mordió su labio inferior mientras me dirigía su mirada más seductora. Me limité a sonreír y encogerme de hombros como diciendo “simplemente lo hice”.

Volvió a reír con picardía y continuó con su juego de seducción. –Para esa pobre chica debe haber sido un martirio, una tortura insoportable- Dijo con un especial ánimo juguetón, encendiendo mi pasión con una facilidad abrumadora. –Yo nunca dejaría que me hicieran cosquillas de ese modo… ¡Soy DEMASIADO cosquillosa para soportarlo!- En ese momento, cual en una coreografía perfectamente sincronizada, cruzó de nuevo las piernas y el zapato resbaló de su pie. De inmediato fingió sorpresa. –Oh, ¡Cielos!-

Ella me miraba inquisitivamente, y finalmente le seguí la corriente. –Permíteme recoger tu zapato, Maureen.- Me incliné y lo levanté con delicadeza.

-¡Vaya! Eres todo un caballero, Buzz.- Dijo con soltura. -Pero ¿No acabas de decir hace un momento que era un chico malo?- Respondí mientras ella estiraba su pierna y colocaba su pie descalzo sobre mi rodilla. Era un hermoso pie, bien torneado, de un tamaño mediano e irresistiblemente invitante a tocarlo. –Espera, ten ciudado, Buzz… acabo de decirte lo horriblemente cosquillosa que soy, muy especialmente en mis pies, así que, mucho cuidado.-

Levanté el zapato e hice una tentativa por ponérselo, pero no pude porque de inmediato agitó su pie alejándolo, mientras estallaba en carcajadas. Era claro que lo último que ella quería era poner el pie dentro del zapato. Yo lo sabía, pero decidí hacerla esperar un poco más y lo intenté de nuevo. Ella continuó eludiéndome vez tras vez, y mientras reía, continuaba insinuándose con más claridad. –Debes ser un experto en hacer cosquillas para hacer que una mujer se ría tan fuerte-

-Supongo que sí- Dije mientras intentaba nuevamente introducir su pie en su calzado.

-Hazme una demostración- me dijo.

-¿Que te demuestre?- En ese momento abandoné toda tentativa de ponerle el zapato.

-Sí, quiero que me enseñes cómo fue que le hiciste cosquillas a la chica de anoche. Quiero cerciorarme personalmente si es que eres tan bueno cosquilleando como dices.-

-¿Yo dije eso? No recuerdo haber dicho nada semejante. Pero ya que insistes…- Repuse.

Puse delicadamente su zapato en el piso y procedí a inmovilizar su tobillo bajo mi brazo. Sus ojos brillaban de satisfacción, como festejando que había logrado llevar su juego hasta donde ella quería. Su pierna descansaba ahora sobre mi rodilla y por mi parte había conseguido asirla con firmeza. Por supuesto que en el afán de adoptar esta posición, ella estaba sentada en el borde mismo del asiento, y tenía en consecuencia que asirse a los brazos del sillón para mantener el equilibrio. Los gráciles deditos de su pie se agitaban en deliciosa anticipación.

Comencé con un suave roce en su planta. Ella trató de contenerse sin mucho éxito, perdiendo un poco su compostura habitual. Su pie se agitaba bajo mi abrazo, pero decidí no ceder. Ahora le estaba haciendo cosquillas solamente con las yemas de los dedos, las cuales se deslizaban con facilidad sobre la sedosa superficie de sus medias. Noté que esto le estaba causando cada vez más risa, y que simplemente estaba por perder la batalla por aguantarse. Su pié se estremecía en cada toque, pero curiosamente no hacía esfuerzos por escapar.

El esfuerzo de Maureen por guardar compostura y mostrarse serena y calmada continuó, pero pronto quedaría sin fuerzas. Su cuerpo se había deslizado al límite de la silla, al punto que prácticamente estaba sostenida de los brazos. Los espasmos y movimientos involuntarios de su pie se hicieron más pronunciados, y pronto empecé a escuchar de sus labios los sonidos de la intensa lucha que estaba librando.

-¡Rrrrr… uffff… ooooh… sssss… mmmh… m mmmh… oh Dios… ji,ji,ji… mmmh!-

Entonces empecé a cosquillearla con mis uñas. Simplemente ya no lo pudo resistir más. Empezó a patalear para librarse de mi abrazo, pero en vano. Sus brazos temblaban del esfuerzo por mantenerse en el sillón, y comenzó a mover su cabeza de un lado a otro, como buscando quien le ayudara. Por mi parte sonreí satisfecho de lo que estaba logrando. Su pie, tan suave y femenino, encerrado diariamente en esos caros zapatos sin tener que caminar más allá del escritorio, habían logrado mantener sus plantas impecables, sin un solo callo o imperfección. De hecho pude notar que solía consentirse con frecuentes aceites y pedicuras. Sus uñas tenían un barniz guinda perfectamente terminado y pulimentado. Gustoso pude comprobar que la edad no le había restado nada de sensibilidad. Tomando en cuenta que era la mujer de mayor edad a quien le había hecho cosquillas y comparándola con mis experiencias previas, era sin duda una de las cinco mujeres más cosquillosas que había conocido.

-¡Jeee,Jee,Jee,je.. Oh no, je, je, je, jaa, jaa, jaaaa… ya no… diantes…!

Se le había escapado una mala palabra, lo cual me hizo reír con desenfado. Aquí estaba esta respetable dama, convertida por el cosquilleo en una risueña y mal hablada chica. Realmente era para sentir orgullo.

De inmediato se dio cuenta de que me estaba riendo de su situación, así que hizo el intento de mostrarse enojada. -¡No te rías! ¡Ji, ji, jii! ¡No te rías de mí! ¡Ji, ji, ji, ji!

Entonces comencé a hacerle cosquillas en la base de sus dedos, a través de su media. Sus carcajadas se intensificaron. Se aferró al borde del sillón con furia, pero dada su posición, resbaló y fue a dar con toda su madura humanidad en el suelo.

Y si acaso pensaba que me iba a detener por su caída accidental, definitivamente estaba en un error. Continué cosquilleando entre sus deditos con mis uñas. A estas alturas reía estrepitosamente, fuera de control, su compostura había desaparecido definitivamente. Su cabello estaba alborotado, su traje iba arrugándose y para colmo estaba yaciendo en el piso de su propia oficina, a merced de un completo desconocido. El sillón al que se había aferrado, ahora la tenía atrapada bajo su peso. Su barbilla apuntaba al cielo indicando lo insoportable del cosquilleo, mientras sus carcajadas fluían ya sin obstáculo alguno. En un gesto desesperado, comenzó a golpear la mullida alfombra con sus manos, incapaz de hacer otra cosa para ganar un respiro, mientras yo sin piedad continuaba cosquilleando su indefenso pie. Luego de un rato intentó darse vuelta y alejarse a rastras, y aunque hubiera sido un divertido espectáculo verla intentarlo, decidí mantener mi abrazo y no permitir que lo hiciera. Los deditos de su pie se flexionaban y separaban sin lograr tregua alguna.

-¡Basta!… ¡Ya no!… ¡Jii, ji, ji, ji…! ¡Porfa…! ¡Ji, ji, ji…! ¡Para!-

-Me parece que así suplicaba la chica de anoche Maureen. Ella rogaba también que me detuviera.-

La silla se deslizó aún más, dejándola completamente atrapada. Se dio definitivamente por vencida en sus intentos de liberar su pierna y no le quedó más remedio que dejar a su pie hacer lo poco que podía por evadir mis dedos. Su planta se sentía indescriptiblemente tersa ante mi toque. Su rostro era la viva imagen de la belleza torturada. Abandonando toda resistencia, ya no era capaz siquiera de combatir. Sólo le quedaba la esperanza de que eventualmente me apiadara de ella.

-¡Jii, Jii, ji…! ¡Ya no…! ¡Por favor…! ¡Para…! ¡Jii, jii, ji, ji! ¡Piedad…!-

Y mientras decía esto, levantaba sus manos hacía mí, suplicando que me detuviera. Su misma dignidad le impedía gritar en busca de ayuda o gritarme a mí para que parara, y estaba empezando a resultarle difícil emitir palabra alguna por débil que fuera entre el torrente inacabable de su risa. Finalmente decidí que la Sub Gerente del Hotel Chalice había tenido suficiente. Tras un último e intenso ataque de cosquillas en la planta de su pie, la dejé libre como me había pedido.

Maureen se quedó tendida en la alfombra por unos instantes más, riendo todavía y recargada sobre un codo. Estaba exhausta del esfuerzo físico que le había implicado reír hasta su propio límite. Al cabo se levantó, casi habiendo recuperado el aliento, y acto seguido se calzó su zapato sin permitir mi ayuda. Alisando su traje lo mejor que pudo, aclaró su garganta y se sentó en su lugar del otro lado del escritorio. Se miró al espejo e hizo su mejor esfuerzo por recobrar el aspecto que tenía antes de que se lo arrebatara a punta de cosquillas. En ese momento noté que mi amuleto seguía estando tibio, y que sus ojos conservaban ese brillo especial.

-Buzz- Dijo al cabo -¿Cómo decirlo? Creo que este Hotel puede beneficiarse de los servicios de un profesional como tú. Quisiera ofrecerte un empleo. ¿Crees que podrías considerar trabajar para Nosotros?-

Por primera vez en el día, estaba verdaderamente perplejo. Tras un breve instante de vacilación, más por la sorpresa que por otra cosa, atiné a decir: -Desde luego, creo que podré hacer a un lado mis demás compromisos.- Por supuesto que no tenía por ahora ningún otro compromiso laboral, pero eso ella no lo sabía.

-¡Excelente!, Entonces tomarás el puesto de Conserje para el turno nocturno. Puedes comenzar esta misma noche, si así lo deseas.- Inmediatamente imprimió un sencillo contrato de empleo, con un salario mucho más elevado de lo que yo esperaba. Yo lo firmé sin pensarlo dos veces. Pude adivinar que ella esperaba tener muchos más encuentros cosquillosos conmigo si me hacía empleado del Hotel, pero sus intenciones no me molestaban. Necesitaba desesperadamente un empleo y este parecía ser bastante adecuado.

Luego Maureen sacó la chequera de la corporación y me emitió un cheque. –Este es un bono para ti. Espero disfrutes tu empleo en el Chalice… y que permanezcas con Nosotros muchos años- Sonrió con franqueza mientras me lo entregaba. ¡Vaya! ¡Me había entregado dos mil dólares!

Le sonreí también y le devolví un guiño a sus resplandecientes ojos. –Gracias Maureen. Tu generosidad me hace muy feliz.-

Ella se rió. –¡Oh! No es nada. De hecho yo seré la más feliz si te veo por aquí para reírnos como hoy cualquier otro día.- y diciendo esto me guiñó un ojo a su coqueta y personal manera.

Salí de su oficina y me dirigí al lobby, donde me encuentro ahora sentado escribiendo estas líneas. De camino para acá me encontré al empleado que me había acompañado a la oficina de Maureen, y al parecer no le gustó nada cuando le comenté que había sido contratado en el Hotel. Vaya un tipo envidioso.

En fin, mi amuleto está frío de nueva cuenta, pero se que no hay problema. Necesito un de cualquier modo un descanso de tanto hacer cosquillas. Esta noche inicio mi trabajo como Conserje, tengo dos mil dólares en el bolsillo para pagar algunas cuentas pendientes y comprarme algo de ropa nueva. Tal vez incluso rente un mejor departamento. Prometo escribir de nuevo cuando termine mi primera noche en el empleo, o antes si ocurre algo interesante.

Fin del Cuarto Registro.

 

Quinto Registro

Ha llegado el momento de documentar en mi diario el primer día (o mejor dicho, noche) de trabajo como Conserje del Hotel Chalice, uno de los mejores de Boston. Mientras escribo esto, me encuentro en la cafetería del hotel disfrutando de un croissant acompañado de una taza de café. Está iniciando la mañana siguiente, y aún cuando estoy exhausto por la desvelada, quiero darme el tiempo suficiente para anotar los hechos acaecidos anoche. Las cosas ocurrieron de una manera sutilmente diferente desde la última vez, y creo haber aprendido algo nuevo sobre mi amuleto, aunque no estoy del todo seguro de lo que implica este nuevo conocimiento.

El Chalice es un excelente Hotel, aunque los conserjes pasan la mayor parte del tiempo sin nada qué hacer. A las dos primeras horas de mi turno, ya me encontraba aburridísimo. Hice algunas reservaciones para banquetes, conseguí un taxi, solicité unos boletos para el cine, y nada más. Ya era muy entrada la noche cuando la siempre activa Sub Gerente, Maureen Halloway, pasó por mi lugar para proponerme que pasara por su oficina en cuanto tuviera un descanso. Tuvo incluso la delicadeza de guiñarme un ojo y sacarse sus zapatos de tacón mientras lo hacía. Yo sabía que estaba hambrienta de cosquillas, así que le dije que haría lo posible por visitarla. Siendo honestos, la idea de cosquillearla no me atraía tanto como al principio. Simplemente sabía que era presa fácil.

Lo ocurrido me hizo reflexionar. El anciano de la tienda dijo que el amuleto me concedería lo que fuera el deseo más profundo de mi corazón, lo cual hasta ahora resultaba cierto si tomamos en cuenta que mi deseo era hacerles cosquillas en los pies a mujeres atractivas. De hecho mi fantasía se había cumplido al pie de la letra: primero lo de la chica Oriental, luego lo de la preciosidad del vestido rojo en el restaurante, luego la celosa y alocada mesera y para rematar, Maureen, la sofisticada Sub Gerente. En resumidas cuentas, todas ellas se habían lanzado sin requerir esfuerzo de mi parte. Hacerles cosquillas había sido pan comido.

Pero ¿Qué pasaría si deseaba algo diferente? ¿Por qué no desear algo más sustancial? Hasta hace apenas unos días, habría bastado con hacerles cosquillas a estas hermosas damas para satisfacer mi deseo. Pero ahora que lo tenía, simplemente no era suficiente. No me malinterpreten, todavía deseaba disfrutar haciéndole cosquillas a las chicas en sus lindos pies, pero de un modo que resultara más excitante. Deseaba vivir la experiencia y quedar con la sensación de haber logrado algo por mérito propio, cual si hubiera logrado una importante conquista. Como pueden advertir, todavía me sigue costando trabajo expresar mi deseo con palabras, y en su momento no pude evitar preguntarme si el amuleto tendría la capacidad para entender un deseo que yo mismo no podía definir. Bueno, pues resulta que sí lo logró.

No solamente interpretó mi deseo a la perfección, sino que incluso lo supo antes de que yo estuviera conciente de él. Eran alrededor de las 2 AM y me hallaba sentado en el escritorio del conserje. Estaba bastante somnoliento dado que no había recibido una sola llamada a mi extensión en la última hora. Justo en ese momento, el pequeño amuleto comenzó a entibiarse. De inmediato me despabilé, pues sabía que algo interesante estaba por ocurrir.

Y entonces llegó… o mejor dicho, llegaron. Dos muchachitas, dos jovencitas absolutamente adorables. Tendrían a lo sumo unos 22 o 23 años cumplidos. Venían llegando al hotel tras una noche de juerga, y a juzgar por su vacilante forma de caminar y sus risotadas, venían bastante pasadas de copas. El lobby del hotel se llenó con el rumor de su incesante charla. Voltearon hacia mi lugar mientras caminaban hacia los elevadores, y notando mi presencia se acercaron, tratando claramente de aparentar no venir borrachas, pero recurriendo precisamente a las argucias a las que recurren todos los borrachos.

-Oiga, por estos rumbos la diversión se acaba demasiado temprano. ¡Nos urge saber dónde hay otra fiesta!- me dijo la más alta de las dos, una esbelta chica con un increíble parecido a la muñeca Barbie: adorables ojos azules (que estaban brillando de modo especial, como pude apreciar) y cabello rubio y crespo. Vestía a la última moda y daba toda la impresión de ser la hija consentida y malcriada de un papá millonario. Era de verdad una belleza.

-¡Claro!- replicó la otra, que era unos cuantos centímetros más bajita, pero también de belleza deslumbrante. Tenía el cabello castaño y ojos color miel, enmarcados en un rostro de aire inocente complementado por unas coquetas pecas. No llevaba tantos accesorios como su amiga, pero tenía una apariencia de ingenuidad tan encantadora que verdaderamente logró atraerme. -¡Es demasiado temprano para irse a descansar!- sus bellísimos ojos me miraron con ese especial brillo que deseaba ver.

Volví mi atención a ellas, primero a una, luego a la otra. Estaban aguardando mi respuesta, mientras se reían con brío juvenil. Entonces entendí cuál era el más profundo deseo que mi corazón albergaba: deseaba verlas hacerse cosquillas una a la otra.

-Se me ocurre algo, chicas… ¿Por qué no vamos los tres hasta su habitación y organizamos nuestra propia fiesta privada?-

Al principio se miraron sorprendidas una a la otra, pero de inmediato opinaron que era una idea estupenda. Y mientras ambas debatían acerca de qué bebidas habían quedado en el mini bar de la habitación, procedí a colocar en mi lugar el letrero de “El Conserje regresará en un momento”. Acto seguido, y con una bella chica a cada lado, nos dirigimos hacia el elevador que nos llevaría a su habitación.

¿Qué es lo que hacían dos muchachas tan jóvenes en Boston completamente solas? No lo sabía, y sinceramente no me importaba. Tal vez eran vendedoras asistiendo a una convención en la ciudad. De hecho, si tuviera una empresa, definitivamente habría querido reclutar bellezas como esas para convencer a mis clientes de comprar. Ambas tenían un aroma delicioso. Mientras caminaban tuve ocasión de admirar sus pies… la morena llevaba sus uñas con barniz de color rojo, y la rubia llevaba un azul platinado. ¡Cuánta diversión me aguardaba!

Llegamos a su habitación y de inmediato se dirigieron al bar. Una vez que se hubieron servido un trago, se lanzaron sobre la cama lado a lado, muertas de la risa. Se habían quitado los zapatos y mi mundo se llenó con la inefable imagen de dos pares de apetecibles pies. Me dirigí a una silla individual que había a un lado y tomé asiento asegurándome de quedar de frente a la cama.

-¿Y qué vamos a hacer para divertirnos?- Preguntó la rubia. Ambas se estremecían, imaginándose las posibilidades.

-Bueno, pues podríamos hacer un concurso para saber cuál de ustedes tiene los pies más cosquillosos- di mi respuesta sin siquiera preocuparme por lo extrañas que pudieran sonar mis palabras… A fin de cuentas mi amuleto era a prueba de errores.

Ambas se mostraron muy sorprendidas de mi sugerencia, cual si la idea fuese un poco excéntrica (en realidad lo era), pero tal y como esperaba, su respuesta fue una risueña aceptación. -¿Tan sencillo?- Replicó la rubia, mientras le picaba las costillas a su amiga haciéndola gritar y brincar. –Amanda es súper cosquilluda de pies a cabeza.-

-¿Ah si?- Dijo Amanda mientras le picaba a la rubia las costillas, con lo que logró arrancarle una carcajada y mandarla al otro extremo. –Tú eres tan cosquilluda que no toleras siquiera que te toquen los pies, Lacey.-

Una pelea de cosquillas sin cuartel estaba por desencadenarse, y aunque tal espectáculo hubiera sido digno de admirar, deseaba que ambas se enfocaran en cosquillearse los pies. Así pues, impuse el orden. -¡Chicas, esperen!- dejaron de atacarse una a la otra y centraron su atención en mí. Lacey aprovechó la distracción de su amiga para cosquillearle nuevamente las costillas. Ella estalló en carcajadas y ambas se distrajeron de nuevo, presas de un ataque de hilaridad. -¡Escuchen!- Las llamé de nuevo. -Estas son las reglas: se harán cosquillas en los pies, una a la vez. Yo voy a tomarles el tiempo, y la que aguante más sin decir “pido” será la ganadora.-

-¿Y cuál es el premio para la que gane?- Preguntó Amanda haciendo gala de su pecosa e ingenua expresión.

-Bueno… la chica que gane y yo le vamos a hacer cosquillas a la que pierda por diez minutos sin parar.-

Amanda se quedó boquiabierta. La idea de que le hicieran cosquillas por diez minutos seguidos entre dos personas era suficiente para estremecer su joven mente. Lacey se dio cuenta y, totalmente confiada, dijo: -¡Yo estoy de acuerdo!-

Amanda vaciló un momento, pero finalmente accedió. –Yo también acepto-

Lacey pidió ser la primera en ser cosquilleada. Se imaginaba que resistiría durante tanto tiempo que Amanda quedaría desmoralizada antes de haber comenzado. Comprendí su plan, pero se equivocada en algo: Si Amanda iba a rendirse tan de prisa como ella esperaba, entonces al invertir el orden Lacey hubiera tenido que aguantar solamente un poco más que su amiga para ganar. En cambio con lo que había planeado, tendría que soportar todas las cosquillas que pudiera hasta llegar a su límite. En fin, ¿Quién era yo para decirle cómo hacer las cosas?

Lacey se recostó boca abajo. Sus pies quedaron inertes al extremo de la cama. Amanda los rodeó con sus pantorrillas y apoyó el resto de su peso sobre las piernas de su amiga. Desde mi lugar tenía una exquisita vista de los largos y gráciles pies de Lacey. Sintiéndose inmóvil e indefensa, Lacey estiró su mano y alcanzó una almohada para aferrarse y darse seguridad. Mientras esto ocurría me alisté para correr tiempo. Amanda estaba al acecho, impaciente por empezar, y Lacey había empezado a reírse nerviosamente anticipando las sensaciones a las que iba a ser sometida. Al iniciar el minuto exacto en el reloj, dí la señal de empezar.

Amanda no perdió su tiempo. Sus diminutas manos rematadas en uñas barnizadas de rojo se lanzaron sobre las indefensas plantas de su amiga. Al primer toque Lacey gritó sorprendida, mientras su torso se alzaba involuntariamente de la cama. Comenzó de inmediato a forcejear para liberarse, pero Amanda la tenía inmóvil entre sus rodillas. Aquellos esbeltos pies luchaban desesperadamente por evitar el cosquilleo que les infringían aquellas uñas, pero Amanda no mostró piedad. Desde donde estaba no podía ver la cara de Lacey, pero sí escuchar sus juveniles carcajadas a través de la almohada.

-¡Jaa, jaa, jaa, jaa, ja… jaaa, jaa, ja, ja, jaaa, ja…¡ ¡Bastaaa…! ¡Jaa, ja, ja, ja!-

-¡Ríndete, dí “pido”- Dijo Amanda mientras movía sus dedos tan rápido como centellas.

-¡Nooo… jo, jo, joo… jaa, jaa, ja, ja… paraaa!

Pronto me di cuenta de que Amanda no era dulce e inocente como aparentaba. Era una verdadera máquina de hacer cosquillas. Los pobres pies de Lacey se convulsionaban con desesperación, tratando de protegerse el uno al otro de aquellos insoportables roces, pero sin lograrlo. Sus largos dedos se crispaban y flexionaban sin lograr en lo mínimo estorbar o disminuir el martirio. Simplemente no había modo de ganarle un respiro al incesante cosquilleo de su amiga.

La escena era de por sí bastante excitante, pero la idea de que fuera un concurso la hacía todavía más interesante. Amanda luchaba desesperadamente por que Lacey no ganara. Se notaba que quería evitar a toda costa ser sometida a cosquillas durante diez minutos seguidos, así que estaba atacando con todo su empeño. Su cabeza estaba inclinada en total concentración sobre los pies que tenía a su merced. Esto me impedía ver su cara, pero la pude escuchar riéndose de manera casi malévola.

-¡Vamos Lacey… solamente dí “pido” y en ese instante me detengo…!-

-¡Nooooooooooooo!- Lacey estaba perdida si las cosas seguían así, pero era claro que no se iba a rendir sin pelear un poco más. Su larga cabellera rubia se veía ya desordenada y sus carcajadas de niña mimada no cesaban ni por un momento.

Revisé el reloj. Apenas habían transcurrido dos minutos, lo cual en el mundo de las cosquillas es una verdadera eternidad. Lacey era evidentemente demasiado sensible en sus pies, pero estaba resistiendo todo lo que podía. Su deseo de ganar era todavía más intenso que su necesidad de parar el cosquilleo.

Amanda decidió complicarlo aún más para su amiga, y comenzó a torturarla verbalmente mientras sus uñas continuaban cosquilleando con toda intensidad. -¡Cuchi, cuchi, cuchi, cuchi! ¡Piecitos cosquillosos! ¡Piecitos cosquillosos!-

Ante esto, Lacey explotó en una irresistible oleada de risa. Ya las cosquillas eran martirio suficiente, pero las traviesas frases de su amiga eran verdaderamente insoportables.

-¡JAAJAAAJAAJAAAJAAA! ¡YA NOOOOO!- Decía mientras golpeaba desesperadamente la cama con sus puños.

-¡Cosquillitas en los pies! ¡Más cosquillitas! ¡Kitchykitchykitchy!!

-¡JAAJAAJAAA…¡ ¡PIDO!… ¡PIDO!… ¡JAAJAAJAAJA!

Tomé nota del tiempo. Habían transcurrido dos minutos y cuarenta y dos segundos. Estaba impresionado. Lacey trataba de recuperar el resuello y sonreía satisfecha, perfectamente conciente de lo mucho que había durado. Amanda se veía preocupada. Había tardado demasiado en lograr que su amiga se rindiera. Era un tiempo difícil de superar.

Antes de darme cuenta, ya habían intercambiado posiciones. Lacey se veía imponente al lado de los pequeños piecitos que tenía aprisionados entre sus rodillas. Su expresión denotaba lo impaciente que estaba por vengarse de su despiadada amiga. Prácticamente se estaba relamiendo del ataque que tenía reservado para ella.

Amanda temblaba de ansiedad. Sus finos pies descalzos se veían verdaderamente diminutos comparados con los que había visto antes. Sus plantas se veían tan rosadas e inocentes como su propia dueña. Me sentía verdaderamente excitado sólo de pensar en que tenía la posibilidad de cosquillearlos por mi propia cuenta. Sus deditos se flexionaban anticipando las sensaciones, y ya se encontraba preparada para atenuar sus súplicas con una de las almohadas. Al iniciar el minuto exacto en el reloj dí la señal de iniciar. La segunda etapa del juego había comenzado.

Lacey me sorprendió con su técnica. Aparentemente estaba demasiado segura de poder doblegar a Amanda en el momento que ella quisiera. Se notaba su intención de hacerla sufrir lo más posible. En lugar de un ataque agresivo, optó por torturar a su víctima con total calma. Inició deslizando una sola de sus uñas sobre una de las plantas de Amanda.

-¿De quién son estos pequeños piececitos? ¿Quién tiene los piecitos más bonitos?- Su tono era de burla descarada, casi estaba cantando sus amenazas. El primer roce fue seguido de otro, y otro, y otro más. El curso de aquella uña solitaria era deliberadamente lento e impredecible, despojando a Amanda de toda posibilidad de tramar una defensa. Me pareció que esta pobre chica tenía pocas posibilidades de salir airosa si las cosas continuaban así.

Pero al paso del tiempo, Lacey y yo quedamos sorprendidos. Amanda se reía bellamente contra la almohada ante cada toque, y su cuerpo se retorcía cual si le estuvieran picando con alfileres. Pero no dio muestras de rendirse. Pude apreciar como aferraba la almohada tan fuerte sobre su faz, que sus nudillos se habían tornado blancos. Sus rosados y diminutos pies se agitaban ante el castigo, pero sin lograr evadir el firme agarre que su amiga había impuesto sobre sus piernas.

Lacey podría estar sorprendida, pero no mostraba signos de preocupación. Todavía contaba con dos y medio minutos para torturar a su amiga, lo cual en su opinión era tiempo de sobra. Continuó con su técnica de emplear un solo dedo.

-¿Te dan cosquillitas? ¿Dime? ¿Acaso te hace cuchi, cuchi, cuchi, cosquillitas?-

Amanda se reía con tal intensidad sobre la almohada que sus carcajadas llenaban la habitación. Sus plantas permanecían apuntando directamente hacia arriba, aunque ambos pies se agitaban con desesperación. Lacey me miró como dándome a entender que lograría la rendición en cualquier momento. Le sonreí también, muy complacido del espectáculo que estaba presenciando. Observé el reloj por un momento… Amanda llevaba ya casi un minuto. Iba mucho mejor de lo que yo hubiera imaginado.

Les avisé del tiempo transcurrido, ante lo cual Lacey mostró los primeros indicios de pánico. Amanda no había dicho «Pido» todavía, y no tenía sentido mantener el suspenso por demasiado tiempo, así que cambió su técnica y se lanzó a atacar con toda su energía.

-Bueno. Basta de jueguitos. Es hora de que digas «Pido»-

Aplicó sus diez dedos a fondo. Apenas si se alcanzaban a distinguir los pies de Amanda bajo la avalancha de roces que se había desencadenado sobre ellos. La dulce muñeca Barbie se había transformado en un monstruo cosquilleante. Sus dedos estaban en llamas, y sus amenazas verbales también.

-¡Cuchi, cuchi, cuchi cu! ¡Kitchy, kitchy, kitchy, kitchy!-

Amanda daba alaridos cuando el ataque alcanzó su punto máximo. Su cabeza apuntaba hacia arriba y sus carcajadas cimbraban las paredes de la habitación. Una parte de mí se preguntaba si alguien se estaría percatando y si no recibiría de nuevo reclamaciones de los huéspedes por ruido excesivo. Justo en ese momento, sus gritos se extinguieron dando paso a una risa silenciosa. Amanda ocultó su cabeza bajo las almohadas y simplemente se abandonó a reír sin emitir sonido alguno. Las cosquillas que estaba sintiendo deben haber sido insoportables como para haberla reducido a ese estado. Era tal el castigo que yo casi deseaba que dijera «Pido», tan solo para darle el respiro que desesperadamente le hacía falta. Pero ella simplemente aguantó sin decir nada.

En cuanto Lacey notó que su amiga reía silenciosamente, su ansiedad aumentó. Comenzó a hacerle cosquillas con todo su ánimo. Sus dedos eran veloces ráfagas. Había tal intensidad en su ataque que simplemente se había olvidado ya de amenazarla. Se jugó todo a torturar intensamente esas plantas indefensas a su disposición.

-¡Dí «Pido»!… ¡Dí «Pido»! ¡Con mil rayos!

Amanda debe haber escuchado, porque de inmediato agitó su cabeza de un lado a otro indicando su negativa. La cama del hotel había empezado a temblar por risa y movimientos, pero ni así lograba Amanda liberar sus piernas. El ataque cosquilloso continuó sin cesar. Revisé el reloj. -¡Dos minutos!- les advertí.

Lacey estaba ahora verdaderamente desesperada, y en su prisa empezó a cometer errores. Se detuvo momentáneamente, aparentemente buscando algún implemento para hacer que su amiga se rindiera a punta de cosquillas. Esta pausa le dio a Amanda el tiempo necesario para recobrar aire y preciosos segundos sin cosquillas. No habiendo encontrado herramienta alguna, y convencida de que sus uñas no podrían lograr el cometido, Lacey se deslizó hacia atrás y flexionó las piernas de Amanda por la rodilla. Por supuesto que esta maniobra le restó tiempo, pero sin dar muestras de desanimarse, simplemente se inclinó y empezó a dar mordiditas en los frenéticos deditos de Amanda.

Amanda se estremeció desesperada ante esta nueva e insoportable tortura. Sus piernas seguían aprisionadas por Lacey, y teniendo el peso de ella apoyado ahora en la parte inferior de su cuerpo, tenía todavía menos posibilidades de moverse que antes, sin embargo seguía luchando con increíble intensidad. Lacey se balanceaba sobre ella, como un vaquero guardando el equilibrio sobre un toro salvaje, e ingeniándoselas al mismo tiempo para mordisquear los deditos y plantas de Amanda. Era un espectáculo cautivante. La lengua de Lacey entró al juego, deslizándose en el espacio entre los dedos para estimular la sensible piel. Amanda continuó su silenciosa lucha aferrada a las almohadas, evidentemente en verdadera agonía por el tratamiento que le estaban dando a sus pies.

Entonces recordé que yo estaba allí para tomar el tiempo. Tuve que revisar dos veces, ya que no daba crédito a mis ojos. Habían transcurrido tres minutos y dieciocho segundos. Amanda había superado la marca de Lacey, y por mi parte había olvidado detener el juego por un amplio margen. En fin, nadie había salido lastimado con mi descuido. Dejé que continuaran unos cuantos segundos más, como esperando inmortalizar ese bello momento en mi memoria. Acto seguido les avisé que el tiempo acordado había transcurrido y anuncié que Amanda era la vencedora.

Lacey volteó a verme horrorizada, todavía con los deditos de Amanda metidos en su boca. De inmediato empezó a reclamar que el concurso había sido injusto, y que merecía una segunda oportunidad; lo que es más, que debería decidirse viendo quién ganaba dos de tres encuentros. Amanda por su parte se arrastró hacia la libertad, y en cuanto pudo se hizo un ovillo, abrazando sus propias piernas y riéndose todavía en silencio. Pude apreciar en su cara que había llorado de tanta risa.

-Lo lamento Lacey, pero el juego ha concluido y tú perdiste. Tan pronto como Amanda esté lista, ella y yo vamos a hacerte cosquillas por diez minutos seguidos.-

Lacey se desplomó asombrada, incapaz de entender cómo es que había perdido. Se acercó a su amiga y le dio un golpecito, lo cual no pareció molestarle. Propuse que Lacey tomara un trago antes de que empezáramos, lo cual aceptó de buen grado. Mientras yo permanecí sentado, acariciando mi tibio amuleto.

Amanda finalmente logró levantarse de la cama. Se le veía cansada pero no exhausta. Me sonrió complacida, haciendo destacar más sus pícaras pecas. Era el verdadero rostro de la victoria. -¡Bien hecho!- le dije. Luego la llamé aparte para darle algunas instrucciones previas. Tenía la firme sospecha de que Lacey no cumpliría con su parte de la apuesta.

Lacey regresó a la cama al tiempo que Amanda salía del baño llevando consigo los cinturones de las dos batas de cortesía. -¿Para qué traes eso?- Preguntó Lacey, aunque ya sospechaba la respuesta.

-Para mantenerte inmóvil en caso de que trates de escapar a tu parte del trato.- Le respondió Amanda en representación de ambos.

-¡Ni de broma!- Exclamó Lacey, pero Amanda y yo ya estábamos sobre ella. Por supuesto que opuso resistencia, pero al cabo no pudo con nuestras fuerzas combinadas. Yo la mantuve inmóvil mientras Amanda se encargaba de atarla a la cama. Esta contaba con cuatro postes y un toldo, así que aprovechamos estos apoyos para dejarla inmóvil en un instante. Cuando acabamos nuestra obra, Lacey quedó dispuesta de manera diagonal, sus muñecas atadas juntas y aseguradas al poste sobre su cabeza y sus pies en situación similar. Ahora se encontraba indefensa y vulnerable a cualquier tipo de cosquillas. Amanda se subió de inmediato a su cintura mientras yo acercaba mi silla para quedar al lado de sus pies.

-¿Lista?- Pregunté.

-¡Lista!- Fue la respuesta de Amanda.

-¡Suéltenme ahora mismo! ¿Me escuchan? ¡Dije que me suel… JAAJAAJAAJAJAJA!

Sus palabras se convirtieron en risa tan pronto como Amanda y yo comenzamos su castigo. La morena estaba deslizando sus dedos sobre las expuestas axilas de Lacey, mientras yo iniciaba el cosquilleo sobre sus esbeltas plantas. Era difícil distinguir qué le daba más cosquillas, pero ¿Qué importaba? Lacey se agitaba inútilmente en la cama, haciéndola temblar tal y como su amiga lo había hecho hacía algunos minutos. Sin embargo, Amanda estaba firme en su posición. Era fácil imaginar su cara de satisfacción mientras torturaba a su rubia amiga. En cuanto a mí, me hallaba extasiado acariciando la suave y sedosa piel de los pies de Barbie. Sus deditos se flexionaban de un modo tan maravilloso que no pude evitar ponerme cosquillear entre ellos, lo cual intensificó aún más su risa.

Y así transcurrió el tiempo. Debo decir a favor de Lacey que nunca perdió su sensibilidad ni su espíritu combativo. Esto a pesar de que Amanda, aprovechándose de su situación, le había levantado la camisa y había explotado todos los puntos cosquillosos en sus costillas y abdomen. Había incluso descubierto puntos cerca de su cintura que la hacían literalmente aullar de risa. En lo que a mí respecta… bueno… no hubiera cambiado mi lugar a sus pies por nada del mundo. Tenían un aspecto verdaderamente celestial, tan juvenil y libre de toda imperfección. Confieso que incluso utilicé contra ella su propia técnica, dándole pequeñas mordiditas en sus dedos, con lo que obtuve maravillosos resultados. Aparentemente mis dientes también lograban hacerle cosquillas… de hecho bastantes.

Transcurría el tiempo sin siquiera tener necesidad de intercambiar palabras. Lacey se hallaba bastante ocupada riendo a carcajadas, con aquella vocecilla suya tan femenina y pueril. Amanda por su parte se estaba riendo malévolamente mientras cosquilleaba, cual si estuviera poseída de malos espíritus. Por mi parte me había quedado sin palabras… todo lo que deseaba se encontraba al alcance de mis dedos o en la punta de mi lengua, literalmente hablando.

Al cabo de un tiempo, revisé mi reloj para ver cuánto tiempo llevábamos. Me sorprendió descubrir habían pasado ya doce minutos de tormento ininterrumpido. Curiosamente ninguna de ellas se había percatado tampoco. Muy complacido interiormente decidí no avisarles, al menos no por ahora. Lacey no daba muestras de haberse cansado de reír, y en cuanto a Amanda, daba claros signos de no haber satisfecho todavía su diabólica ansiedad.

A los dieciséis minutos cumplidos, me levanté de mi silla. Había llegado la hora de despedirse y regresar a mi lugar en el lobby. De hecho llevaba ya demasiado tiempo fuera. Ninguna de las chicas pareció advertir mi intención… Amanda estaba muy concentrada en picarle las costillas a Lacey, y ésta se hallaba inmersa en su propio mundo cosquilloso, totalmente ajena a lo que pasaba a su alrededor. Al adoptar la posición que tenía sobre su amiga, las diminutas plantas de Amanda habían quedado expuestas, así que, sin poderlo evitar, aproveché para deslizar un dedo sobre cada una de ellas.

Amanda dio un grito y brincó sobresaltada ante la inesperada caricia, pero también la hizo voltear y sonreírme traviesamente. Por fin Lacey tenía ocasión para tomar un respiro.

-Chicas: Es hora de que me vaya. Gracias por invitarme a su fiesta.-

-Bay, bay- Dijo Amanda, mientras me guiñaba un ojo.-

-¡Aguarda…! ¡Espera…!- Lacey empezaba a tomar conciencia de su realidad. Si el juego había terminado, ¿Por qué continuaba atada?

Conforme me dirigía a la puerta, volví la vista en dirección de las chicas. ¡Qué cuadro tan hermoso! Les sonreí y dije: -Por cierto, Amanda, no te olvides de sus pies. Todavía les quedan suficientes cosquillas.-

-¡Cuenta con ello!- Replicó al instante con su inocente y pícara expresión.

-¡NOOOOO!- Lo ultimo que escuché al cerrar la puerta fue ese grito, seguido de un torrente de carcajadas que me acompañaron por el pasillo y hasta el elevador. Pobre Lacey… ahora sí que le había tocado la peor parte. Fue hasta que estuve de regreso en mi lugar que percibí cómo se enfriaba el amuleto.

El resto de mi turno transcurrió sin novedad. Ahora que recuerdo, olvidé pasar a visitar la oficina de Maureen, pero tengo la seguridad de que estará bien. A fin de cuentas entendería que tuve mejores cosas que disfrutar.

Esta noche he descubierto que mi amuleto conoce verdaderamente los deseos más profundos de mi corazón, y que incluso los intuye mucho antes de que yo mismo los sepa, si tal cosa es posible. Quisiera ser capaz de controlarlo, de dirigir sus acciones, pero simplemente me resigno a que no es esa la manera en que funciona. Al parecer lo mejor será esperar simplemente a que actúe y disfrutar de todo lo que ocurra. Hasta ahora ha hecho realidad todas mis fantasías. Me pregunto: ¿Hasta dónde me llevará la próxima vez?

Ha llegado la hora de cerrar mi diario. Necesito dormir un poco. A estas horas supongo que será sencillo encontrar un taxi disponible. Además acabo de ver a una belleza saliendo del hotel. Tal vez no sea capaz de controlar al amuleto, pero sí de influenciar los acontecimientos. ¡Hasta la próxima…!

Fin del Quinto Registro

 

Sexto Registro

Querido Diario: El día de hoy he aprendido nuevas lecciones acerca de mi amuleto. La primera fue un valioso descubrimiento sobre cómo opera, y la segunda tiene que ver con su potencia. Debo reconocer que ahora siento verdadero respeto por la maravilla que llevo alrededor del cuello.

Mi narración comienza con la hermosa chica que iba saliendo del Hotel Chalice, quien ahora se encontraba esperando en el vestíbulo. Se podría esperar que tras una agotadora jornada en vela y habiendo participado los dos días anteriores en varias sesiones de cosquillas, simplemente dejaría pasar esta nueva oportunidad. Sin embargo no fue así.

Me apresuré a salir del lobby para alcanzarla antes de que abordara su taxi. Sin embargo al salir al exterior me encontré inesperadamente cegado por el intenso sol matutino. No es de sorprenderse que dadas mis circunstancias, haya ido a estrellarme contra ella, logrando dar con ambos en la banqueta.

«¡Oooooomphhh!» Fue lo único que pudo decir ante la imprevista embestida.

Me incorporé de inmediato, mientras ofrecía mis sinceras y sentidas disculpas. Afortunadamente no se hallaba mal herida, pero no por ello dejó de mostrarse furiosa conmigo. Me rechazó cuando traté de ayudarla a levantarse, y pude percibir que me dirigía una clara mirada de odio conforme se levantaba y alisaba su ropa. Con un gesto de su mano y un simple “lo que sea” dio fin a mi retahíla de disculpas. Obviamente no me quería a su lado. No se por qué, pero las mujeres de negocios siempre se forman de mí una pésima primera impresión.

Era una criatura más que preciosa. Su largo y rubio cabello destacaba contra su elegante traje sastre color azul marino. A pesar de lo sobrio de su blazer, se destacaba claramente lo femenino de sus curvas. La falda del traje remataba un poco por debajo de sus rodillas, permitiéndome admirar sus pantorrillas cubiertas de medias negras y sus pies calzados en zapatillas del mismo color. Se había colocado de nuevo unos lentes obscuros que llevaba puestos un instante antes de que la derribara, pero no por ello me perdí de admirar el par de felinos y sensuales ojos verdes que agraciaban su rostro. Su peinado y maquillaje estaban perfectos a pesar de lo ocurrido, y pude percibir incluso que se había puesto un delicioso perfume. Estimé que tendría poco menos de treinta años. Sus cuidadas manos cargaban un portafolio que, afortunadamente, no se abrió cuando tropezamos. Se notaba claramente que era una forastera en visita de negocios. Su presencia me recordó fuertemente a la actriz Kelly Preston.

El anciano del Barrio Chino había dicho que el amuleto me concedería lo que más deseara mi corazón. ¡Y vaya que lo había logrado! Los días anteriores habían estado pletóricos de hermosas mujeres de diferentes tipos, quienes me habían confiado sus pies descalzos para hacerles cosquillas: la adorable muchacha oriental de la tienda, la chica seductora y escultural del vestido rojo, la atrevida mesera, Maureen la Sub Gerente, además de Amanda y Lacey, quienes habían terminado por hacerse cosquillas una a la otra. El amuleto no solo había intuido mi deseo, sino que además lo había cumplido con esplendidez. Todas ellas habían sido hermosas y sumamente cosquilludas. Y ahora estaba aquí, ante una chica cuya hermosura opacaba a todas las anteriores, ansioso por hacerla reír. No me quedaba más que depositar mi fe en el poder del amuleto.

Fue entonces que me percaté de que éste no irradiaba su anhelado calor. De hecho lo percibí gélido contra mi piel.

Un taxi se aproximó a la entrada del hotel y la mujer se acercó para subirse. El amuleto la iba a dejar partir. Si iba a ocurrir algo, tendría que ser bajo mi cuenta y riesgo.

-Disculpa, ¿Podría acompañarte en el taxi? Quisiera compensarte por lo ocurrido.- Dije, sin entender todavía por qué el amuleto no surtía efecto alguno.

-Gracias. No será necesario.- Dijo ella con frialdad. Para ese momento ya se encontraba a bordo del taxi, esperando a que me apartara de la puerta para cerrarla y partir.

-Por favor, de verdad quiero hacer algo por ti. ¡Te lo imploro!- Y mientras decía esto, me preguntaba si me vería obligado a iniciar con esta chica la lista de las que se habían escapado al amuleto. Aunque parecía lo más probable, literalmente me estaba muriendo de ganas por echarle un vistazo a esos invitantes pies, tal y como cualquier adicto como yo hubiera hecho.

Ella hizo una breve pausa y finalmente cedió. –De acuerdo, puedes subir.-

Me deslicé a su lado y ambos dijimos al taxista hacia dónde nos dirigíamos. El chofer me devolvió una mirada de extrañeza, ya que el sitio hacia donde yo iba se encontraba muy alejado del lugar a donde iba ella. Ambos lo sabíamos, pero ella lo ignoraba, así que le dí a entender con una mirada que se limitara a hacer su trabajo. De inmediato nos alejamos del lugar.

-Gracias por aceptar- Acerté a decir. Simplemente no tenía idea de cómo empezar, ni diálogos, ni material ensayado. Debo reconocer que, sin la ayuda del amuleto, resultaba ser un tipo bastante aburrido.

-Está bien- Contestó ella, desviando su mirada de mi persona. Mientras tanto yo devoraba con la mirada su bello par de piernas.

La cosa no marchaba bien. De seguir así, me resultaría imposible echar siquiera un vistazo a sus pies. Se me ocurrió que tal vez mi amuleto seguía inerte alrededor de mi cuello porque ella no era cosquillosa, y que en consecuencia esta chica simplemente no era de nuestro tipo.

Era la hora pico en la mañana citadina. Al menos tenía eso a mi favor. El taxi parecía hacer alto en todos y cada uno de los semáforos del camino, y aunque sabía que el viaje me iba a costar un dineral, al menos disponía de tiempo para improvisar algo.

-Esteee… me gustan tus zapatos- Dije sintiéndome un tonto.

Ella puso los ojos en blanco (lo cual percibí a pesar de que llevaba encima los lentes obscuros), seguramente estaría pensando que se había topado con un pervertido adorador de pies, lo cual era en esencia cierto. Esto iba oficialmente a ser un desastre.

Volví mi mirada hacia afuera, inseguro de cómo continuar. Sin el apoyo del amuleto, simplemente no tenía oportunidad alguna. Pude incluso notar que el taxista se reía de mí. No solamente iba a salir chasqueado, sino que además iba a ser objeto de su hilaridad por el resto del camino.

Era necesario reconocer mi derrota. Simplemente había ido demasiado lejos en esta ocasión. Aparentemente había nuevas lecciones que aprender.

Y entonces, mientras miraba distraídamente hacia afuera, advertí que el amuleto empezaba a entibiarse. Al parecer no le había agradado lo forzado de la situación, ya que su función era dictar las reglas, no seguirlas. No obstante, mientras reflexionaba en ello, me dí cuenta de que la temperatura del amuleto iba fluctuando varias veces, de un extremo al otro de la escala. La situación era verdaderamente enigmática.

Me atrevía a voltear hacia la chica, quien ahora me prodigaba una curiosa mirada desde detrás de sus lentes. Dado que no podía apreciarla directamente, me resultaba difícil interpretar sus sentimientos, pero a mí parecer eran una mezcla de curiosidad y confusión. ¿Acaso el amuleto acabaría por funcionar con ella?

-¿Dijiste que te gustan mis zapatos?-

Debían haber pasado un par de minutos desde que lo dije, pero dado que eran las únicas palabras que habíamos cruzado, supuse que la pregunta tenía sentido.

-Sí, me gustan en efecto.- Respondí

Ella me miraba en silencio, como decidiendo cómo proceder. El amuleto continuaba su extraña secuencia de temperaturas cálidas y frías. Fue entonces que lo entendí: su enojo y resentimiento hacia mi persona rivalizaban con el poder del amuleto. Y aunque éste trataba de cautivar su mente, ella resistía con tenacidad en una pelea sin vencedor. Era verdaderamente fascinante contemplar esta épica batalla que sólo yo sabía se estaba librando.

Finalmente habló nuevamente, esta vez con un tono más apacible. -¿Te gustaría quitarme los zapatos?- Preguntó.

– ¡Me encantaría poder quitártelos! – Fue mi respuesta. El amuleto se mantuvo tibio el tiempo suficiente para que ella se diera vuelta y colocara sus piernas en mi regazo. Acto seguido el amuleto se enfrió nuevamente y pude ver que ella recobraba conciencia.

-¿Qué rayos estás haciendo?- Me preguntó con una tensa voz. Se notaba lo confusa que estaba al advertir su situación.

Por mi parte no tenía ni idea de cómo reaccionar. Tenía temor de que me agrediera o denunciara. Para colmo noté que el taxista estaba bastante pendiente de nuestra conversación.

Acto seguido, el amuleto recobró el control y pude apreciar que se relajaba nuevamente. De inmediato sacó los talones de sus zapatos, invitándome a continuar. No había necesidad de palabras, simplemente le ayude a terminar de descalzarse, y un instante después, sus hermosos pies cubiertos por medias negras yacían indefensos en mi regazo.

Aunque ardía en deseos de cosquillear ese par de pies, mi mayor interés por el momento estaba en entender hacia dónde se precipitaban los acontecimientos. Resolví que si el amuleto dejaba inesperadamente de funcionar y ella se percataba de que tenía sus pies en mi regazo, tendría que argumentar que le estaba dando un masaje de pies.

Mientras tanto, la lucha entre mi amuleto y su voluntad continuaba, aunque a juzgar por el consistente calor que percibía, sus defensas se encontraban ya bastante debilitadas. No podría explicar qué tan poderoso es el amuleto o cuál es su efecto tangible sobre las mujeres, pero en ese instante entendí que no se daba nunca por vencido en la lucha, ni estaba dispuesto a ceder una sola victoria. Hasta donde recuerdo, este era el primer desafío que enfrentábamos, y era claro hasta ahora que terminaríamos por ganar.

Al fin, el amuleto mantuvo una tibieza uniforme y pude ver, triunfante, una sonrisa insinuándose en los labios de ella. -¿A qué esperas?- Me preguntó con dulzura.

-¿A qué espero?- Pregunté confundido.

-¿A qué esperas que no me haces cosquillas en los pies?- preguntó con naturalidad, hablando con el mismo tono amable de antes. El taxista dio un respingo de sorpresa que pude advertir hasta donde estábamos.

Sonreí complacido. El amuleto había ganado. La victoria era nuestra.

-Ahora mismo empiezo- Dije, cual si mis acciones no lo estuvieran demostrando ya. El taxi se agitó nuevamente y pude ver por el retrovisor que el taxista se contorsionaba en su lugar por mirarnos. Supuse que también era aficionado a hacer cosquillas, así que le devolví un guiño de reconocimiento.

Ya había perdido bastante tiempo, así que me apliqué a mi trabajo. Con una mano inmovilicé sus tobillos sobre mi regazo, mientras con la otra empecé a deslizar las puntas de mis dedos sobre sus dispuestas plantas. Ella se retorció y brincó ante el primer toque, y acto seguido dio rienda suelta a una verdadera sinfonía de risas. Estaba haciendo su mejor esfuerzo por taparse la boca con una mano, mientras con la otra trataba de mantener su equilibrio. Por mi parte estaba totalmente concentrado haciéndole cosquillas en los pies, no obstante pude advertir que el viaje se estaba tornando peligroso, dado que el taxista estaba prestando más atención a lo que pasaba en el asiento trasero que al camino.

Los pies de la chica se agitaban frenéticamente, esforzándose por evadir mis dedos, pero habiendo practicado tanto recientemente, me las arregle para cosquillearla sin cesar. Sus deditos, que no llevaban barniz de uñas, se crispaban y flexionaban bellamente; y el sonido que hacían sus medias al rozarse en un vano esfuerzo por evitar el cosquilleo era pura música para mis oídos. Sus pies no eran ni demasiado grandes ni diminutos, aunque eran esbeltos y evidentemente muy cosquilludos. La chica quedó imposibilitada de defenderse ante la irresistible oleada de risa que le provocaba el roce de mis uñas.

Como me había hecho trabajar demasiado para lograr mi objetivo, decidí hacerla sufrir un poco más, así que procedí a amenazarla verbalmente. -¿Es esto lo que querías? ¿Unas cuantas cosquillitas? ¿Un poco de cuchi, cuchi, cuchi en tus piececitos?-

Ante mis exclamaciones ella gritaba y se agitaba en el extremo del asiento. Sus brazos se movían sin orden, golpeando el sillón y la rejilla que nos separaban del conductor. Sus risas pronto se transformaron en profundas carcajadas, y aunque se esforzaba desesperadamente por liberar sus tobillos, pude advertir que realmente estaba disfrutando esta dulce tortura. No hubo súplicas para que me detuviera ni el más mínimo esfuerzo por alejar mis manos, ni tampoco gritos pidiendo ayuda. Estaba agonizando de tantas cosquillas, y disfrutándolo como nunca.

El taxista hacía un deliberado esfuerzo por coincidir con las luces rojas de los semáforos. Estaba verdaderamente cautivado por lo que estaba ocurriendo detrás. En un instante en que la chica golpeó violentamente la portezuela, se atrevió incluso a indicarnos que no maltratáramos el taxi, pero sin demostrar la más mínima intención de detenernos. Supongo que se moría de ganas por ayudarme.

En uno de tantos semáforos, advertí que una anciana nos miraba incrédula desde un vehículo adyacente. Simplemente no puedo imaginar qué se imaginó que estaba ocurriendo, ya que desde su punto de vista sólo se podía apreciar la nuca de una mujer muerta de risa, mientras el caballero a su lado clavaba la vista sobre su propio regazo. Supongo que oír su explicación habría resultado bastante chusco.

En esta chica, la zona bajo sus dedos era especialmente sensible, lo cual aproveché para atacarla sin piedad. Sus carcajadas de pronto se hicieron silenciosas. Le había quitado las ganas de pelear a punta de cosquillas, simplemente se había derrumbado en el asiento, incapaz de hacer otra cosa que reír y flexionar sus pies. Si bien mi amuleto había conquistado su cerebro, era mérito mío haber conquistado su voluntad.

-¡Hey! ¿Qué pasó?- Gritó el chofer.

-¡Risa silenciosa, hermano!- Le contesté sonriendo. Lo escuché reírse desde su lugar y le ví la clara intención de decirme algo como “¡Oooorale!”, pero se contuvo.

Tardamos cinco minutos más en llegar al destino que ella había indicado, los cuales aproveché para cosquillear sin cesar sus pies. Debo decir que el hacer cosquillas sobre medias no es mi máximo deleite, pero debo reconocer que, a juzgar por mis experiencias recientes, éstas definitivamente aumentan la sensibilidad. Supongo que esto es por su resbalosa textura, que sumada a un roce adecuado causan un cosquilleo más intenso. En fin, sólo se que mis dedos se deslizaron, recorriendo grácilmente sus plantas, y ella no tenía más remedio que reír con todas sus ganas.

Finalmente el taxi se detuvo a la entrada del edificio de oficinas indicado por ella. Al llegar, su cabello era ya un desorden, su impecable traje se había arrugado y su maquillaje mostraba defectos por la humedad de las lágrimas en sus ojos y el calor que le había provocado sentir tantas cosquillas. Sin embargo se veía espléndida, tal vez no inmaculada como cuando abordó el taxi, pero sí muy presentable.

Al fin dejé libres sus tobillos y le calcé de nuevo los zapatos. Se hallaba exhausta sobre el asiento, todavía riéndose para sí misma. Permanecí quieto y agradecido del calor que irradiaba mi amuleto.

-Servida, señorita. Ahora que si quiere nos damos otra vueltecita para que le toquen más cosquillitas- Dijo el taxista volteando a vernos. No pude evitar reírme ante su intervención.

Ella volvió sus ojos claros hacia mí, disimulados nuevamente por sus costosos lentes obscuros. –Me encantaría seguir, pero me esperan para una importante junta.- Dijo mientras abría la portezuela y se lanzaba fuera del vehículo. Pero antes de desaparecer de mi vida para siempre, anotó algo en una tarjeta de presentación y me la entregó. Por último me lanzó un beso de despedida, se dio la media vuelta e ingresó resueltamente al edificio.

Leí de inmediato la tarjeta que me había entregado. Pude leer que su nombre era Mary Jacobs, y también advertí que al reverso de la tarjeta había escrito su número telefónico personal.

-¡Qué bruto mi hermano!- Me dijo el chofer. -¡Juraría que esa nena no se iba a dejar ni en un millón de años!-

-Tuve un poco de ayuda.- Respondí brevemente. Me dí cuenta de que el taxista tenía ganas de conversar un poco más al respecto, pero no me sentí con la confianza suficiente para compartirle mi secreto. No obstante me demostró su agradecimiento al cobrarme solamente una fracción de la tarifa indicada al llegar a mi apartamento. Supongo que entretener a un taxista tiene también sus beneficios.

Subí a mi miserable alojamiento y finalmente descansé algunas horas, exhausto por la larga jornada. Aún me falta mucho para habituarme a trabajar por la noche, pero afortunadamente esta noche en particular no tengo que presentarme a trabajar. Y mientras permanezco sentado en mi cama escribiendo esto, voy tratando de decidir qué voy a hacer esta noche de viernes. Podría tal vez presentarme en alguno de los antros cercanos y ver qué ocurre. O también podría telefonear a mi ex novia Rebeca. Recuerdo que ella nunca me dejó hacerle cosquillas, precisamente porque sabía que me moría de ganas por hacerlo. ¡Quién sabe cuántas travesuras podría hacerle con ayuda de mi amuleto! O bien podría llamarle a la Señorita Mary Jacobs y disfrutar de otra sesión con ella. O tal vez simplemente salga e improvise un poco. Las posibilidades son infinitas.

Escribiré de nuevo en cuanto ocurra una nueva aventura. Estoy seguro de que no los haré esperar demasiado.

Fin del Sexto Registro

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