mayo 3, 2024

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Cosquillas Desesperadas – Parte 3

Tiempo de lectura aprox: 13 minutos, 15 segundos

Ana, la hija de Pilar, era una joven de 19 años que estaba estudiando Psicología en la universidad. Tenía una estatura de 1,65 metros, era delgada, con un peso de alrededor de 52 kilogramos. Sus ojos eran de un profundo color negro, y su cabello largo y oscuro le llegaba hasta la mitad de la espalda. Calzaba un número 37 y destacaba por su piel clara y suave.

Al igual que su madre, Ana era extremadamente cosquillosa en todo su cuerpo, pero especialmente en las plantas de sus pies, donde la sensibilidad era casi insoportable. A pesar de su aspecto serio y reservado, Ana tenía un lado juguetón y disfrutaba de las risas y la diversión, aunque nunca había experimentado una sesión de cosquillas como la que se avecinaba.

Cierto día, Ana se encontraba en la universidad, concentrada en sus estudios cuando su teléfono vibró con un mensaje entrante. Al revisar, vio que era de Priscila.

«¡Hola Ana! ¿Cómo estás? :)»

Ana sonrió al ver el mensaje de Priscila y respondió rápidamente:

«Hola Priscila, ¡estoy bien! ¿Y tú? ¿Qué tal va todo?»

Priscila respondió casi de inmediato:

«Todo bien por aquí, gracias por preguntar. Oye, tengo algo interesante para ti…»

«¿Interesante?» pensó Ana para sí misma, sintiendo un ligero nerviosismo. «Espero que no sea otra de sus ideas locas…»

Las manos de Ana se detuvieron sobre el teclado mientras esperaba ansiosa la respuesta de Priscila.

Priscila finalmente respondió:

«Sí, es algo que creo que te podría interesar. ¿Recuerdas nuestras sesiones de cosquillas? Bueno, estoy organizando una sesión especial y me preguntaba si estarías interesada en participar. Tengo una cita disponible para ti en mi oficina el viernes por la tarde. ¿Qué dices?»

El corazón de Ana dio un vuelco al leer el mensaje. Las sesiones de cosquillas eran algo que ella prefería evitar a toda costa, pero sabía que Priscila y su madre Pilar disfrutaban de ellas. Aun así, la idea de someterse a una sesión de cosquillas le producía una mezcla de ansiedad y curiosidad.

Ana se mordió el labio mientras consideraba la propuesta. Por un lado, no quería decepcionar a Priscila, pero por otro, la idea de ser sometida a cosquillas durante toda una sesión le resultaba aterradora.

Ana respiró hondo antes de responder. La idea de una sesión de cosquillas la llenaba de nerviosismo, pero no quería decepcionar a Priscila.

«Suena interesante», escribió Ana con cierta vacilación. «Nunca había pensado en hacerlo sola… pero, ¿por qué no? ¿A qué hora sería la cita?»

A pesar de sus miedos, Ana estaba decidida a enfrentarlos y aventurarse en esta experiencia desconocida.

Priscila respondió rápidamente: «Perfecto. La cita sería a las 3 p. m. el viernes en mi oficina. ¿Puedes venir?»

Ana se quedó mirando la pantalla de su teléfono por un momento, sintiendo un nudo de nervios en el estómago. No conocía a Priscila más allá de su conexión con su madre. Aunque la idea de una sesión de cosquillas la asustaba, no podía ignorar la curiosidad que sentía.

«Está bien», escribió finalmente Ana. «Estaré allí».

Mientras enviaba el mensaje, Ana se prometió a sí misma estar preparada para lo que sea que le esperara en esa misteriosa cita.

Ana regresó a su apartamento, tratando de no dejar que sus nervios se apoderaran de ella. Al entrar, fue recibida por su madre, Pilar, quien estaba preparando la cena.

«¿Cómo te fue hoy?» preguntó Pilar con una sonrisa mientras revolvía una olla en la estufa. «¿Te llamó Priscila? ¿Te envió algún mensaje?»

Ana vaciló por un momento, sintiéndose incómoda al pensar en la mentira que estaba a punto de decir. «No, mamá, no he hablado con Priscila», respondió rápidamente. «Hoy fue un día bastante normal en la universidad».

Pilar asintió, aparentemente satisfecha con la respuesta de Ana. Sin embargo, una pequeña sensación de culpa se aferraba a Ana mientras continuaba con sus quehaceres en el apartamento.

Pilar, como de costumbre, estaba en el apartamento, vistiendo leggings y una camiseta holgada. Estaba descalza, con las uñas de los pies recién pintadas de rojo, lo que delataba que se acababa de hacer la pedicura. Mientras terminaba de preparar la cena, su mirada se posó en Ana, notando la leve incomodidad en su respuesta.

«¿Estás segura, Ana?» preguntó Pilar con una ligera preocupación en su voz. «Si algo te preocupa, puedes hablarme, ¿sabes?»

«Estoy bien, mamá, no te preocupes», respondió Ana con una sonrisa forzada. Quería cambiar de tema para evitar profundizar en la conversación incómoda. «Por cierto, me encanta el color de esmalte que elegiste para tus uñas. Creo que también me gustaría pintármelas así.»

Pilar sonrió ante el cambio de tema y la propuesta de Ana. «¡Claro! Terminemos de cenar y luego te las pinto. Ponte cómoda mientras preparo la cena.»

Después de la cena, Ana se retiró a su habitación para cambiarse y tomar una ducha de agua caliente. La sensación reconfortante del agua caliente sobre su piel la ayudaba a relajarse después de un día agitado. Sin embargo, a medida que el vapor llenaba el baño y el agua caía sobre su cuerpo, sus pensamientos se volvieron hacia el mensaje de Priscila y la idea de la sesión de cosquillas en su oficina, lo cual la tenían nerviosa y llena de escalofríos. Cada gota de agua que golpeaba su piel parecía recordarle la sensación anticipada de cosquilleo y risa descontrolada. A pesar de su ansiedad, una parte de ella estaba curiosa por saber cómo sería la experiencia y qué podría aprender de ella. Sin embargo, la idea de ser cosquilleada sin piedad también la llenaba de nerviosismo.

Cada vez que imaginaba las cosquillas, sentía un escalofrío recorrer su espalda y una sensación de cosquilleo en todo su cuerpo, como si su mente estuviera anticipando la sensación antes de que incluso ocurriera.

Mientras se enjabonaba el cabello y dejaba que el agua caliente la envolviera, Ana intentaba tranquilizarse, recordándose a sí misma que siempre había sido valiente frente a los desafíos. Pero esta vez, la idea de enfrentarse a algo tan íntimo y desconocido como una sesión de cosquillas la hacía dudar de su coraje.

Ana salió de la ducha, se puso su pijama y se acostó en la cama, sintiéndose un poco más relajada después de la ducha caliente. Mientras se arropaba, Pilar entró en la habitación, también descalza, con un esmalte de uñas en la mano.

«¿Estás lista para que te pinte las uñas de los pies, cariño?» Pilar sonrió, mostrando el esmalte rojo oscuro que Ana había elogiado antes.

«Claro, mamá», respondió Ana con una sonrisa. «Solo tuve un día pesado en la universidad, así que estoy un poco cansada.»

Pilar asintió comprensivamente. «Entiendo, cariño. Te pintaré las uñas mientras te relajas.»

Mientras Pilar pintaba las uñas de los pies de Ana, no pudo resistir la tentación de hacerle cosquillas. Con un tono juguetón, comenzó a rascar las plantas de los pies de su hija, provocando que Ana soltara una carcajada.

«No, mamá, no me hagas cosquillas», suplicó Ana entre risas, tratando de alejar los pies de los dedos de su madre. La habitación se llenó con el sonido de sus risas mientras Pilar continuaba con sus travesuras.

«Parece que necesitas unas buenas risas», comentó Pilar con una sonrisa. «No me gusta verte tan deprimida o estresada, así que un poco de cosquillas en esos pies tan cosquillosos tuyos debería sacarte unas cuantas risas».

Ana, entre risas y aún intentando zafarse de las cosquillas, respondió: «¡Mamá, para! ¡No puedo más!»

Pilar se detuvo finalmente, terminando de pintar las uñas de los pies de Ana con un tono de rojo vibrante. «¿Te sientes mejor ahora?» preguntó, mirándola con cariño.

Ana, todavía tratando de controlar su risa, respiró hondo y asintió. «Sí, mamá. Gracias», respondió entre risas entrecortadas.

El reloj marcó las 11 pm y Pilar se despidió de Ana, retirándose a su habitación. Ana, aún con una sonrisa en el rostro por la inesperada sesión de cosquillas, se acomodó en su cama y cerró los ojos, dejándose llevar por el sueño.

Ana se despertó al sonido del teléfono a las 8:30 am y se estiró, notando que su madre ya se había ido para una cita de trabajo. Mientras preparaba el desayuno en pijama, su teléfono vibró con un mensaje entrante. Era de Priscila.

«¡Hola Ana! ¿Cómo estás? 🙂 ¿Sería posible adelantar nuestra cita para hoy miércoles? Quisiera saber tu disponibilidad. ¡Gracias!»

El corazón de Ana comenzó a latir más rápido al leer el mensaje. La idea de la sesión de cosquillas que se avecinaba la llenaba de nerviosismo y emoción. ¿Debería aceptar la propuesta de Priscila y enfrentar sus miedos de una vez por todas?

Ana contempló la pantalla del teléfono por un momento, debatiéndose internamente sobre qué responder. Finalmente, decidió que enfrentar sus miedos valía la pena.

«¡Hola Priscila! Claro, déjame revisar mi horario de clases y te aviso. Creo que podríamos arreglar algo para hoy. Te mantendré informada. ¡Gracias!»

Con una sensación de sorpresa y oportunidad, Ana abrió su bandeja de entrada y encontró el correo de la universidad que confirmaba la suspensión de clases para ese día. Una sonrisa se dibujó en su rostro mientras pensaba en la coincidencia.

Rápidamente, respondió al mensaje de Priscila:

«¡Hola Priscila! Acabo de recibir la noticia de que mis clases de hoy fueron suspendidas, así que tengo disponibilidad completa. Podemos adelantar la cita para hoy sin problema. ¿A qué hora te parece bien?»

Ana estaba lista para enfrentar el desafío que le esperaba en la oficina de Priscila, aunque los nervios seguían presentes.

Priscila respondió casi de inmediato:

«Perfecto, Ana. ¿Te parece bien dentro de una hora? Te espero en mi oficina a las 10:30 am. En cuanto a la vestimenta, vístete cómoda. No necesitas nada especial.»

Ana asintió, agradecida por la flexibilidad de Priscila y la claridad en sus instrucciones. Se levantó de la mesa del desayuno, sintiendo una mezcla de emoción y nerviosismo mientras se preparaba para la cita que le esperaba en una hora.

Mientras el agua caliente caía sobre su piel, Ana dejó que los pensamientos sobre la sesión de cosquillas la invadieran. Se preguntaba qué esperar, cómo reaccionaría su cuerpo y si sería capaz de soportarlo sin perder la compostura.

Después de salir de la ducha y secarse, Ana se vistió con ropa cómoda: pantalones deportivos y una camiseta holgada. Antes de ponerse los calcetines, aplicó crema hidratante y suavizante en todo su cuerpo, prestando especial atención a las plantas de sus pies. Luego, roció un poco de spray para evitar el mal olor en sus pies y se perfumó con su fragancia Chanel favorita.

Con el corazón latiendo con fuerza, Ana se preparó mentalmente para lo que vendría mientras se dirigía hacia la cita que la esperaba en la oficina de Priscila.

Tomó su bicicleta y se dirigió a la oficina de Priscila. Mientra pedaleaba por las calles, Ana sintió una ligera brisa fresca acariciar su piel recién hidratada. Sin embargo, pronto comenzó a darse cuenta de que la crema hidratante y suavizante que había aplicado generosamente en todo su cuerpo tenía sus desventajas.

A medida que avanzaba, Ana notó que sus manos comenzaban a resbalar sobre el manillar de la bicicleta, haciendo que le resultara difícil mantener el control. Además, cada vez que cambiaba de posición, podía sentir la tela de su ropa deslizándose suavemente sobre su piel, creando una sensación incómoda y resbaladiza.

Aunque nunca había imaginado que su exceso de crema hidratante y suavizante le jugaría en contra de esta manera, Ana se recordó a sí misma la importancia de encontrar el equilibrio adecuado la próxima vez. A pesar de las dificultades, continuó su camino hacia la oficina de Priscila, decidida a enfrentar lo que sea que la esperara con valentía.

Con un suspiro de alivio, Ana llegó finalmente a la oficina de Priscila. Aparcó su bicicleta y se aseguró de bloquearla antes de dirigirse hacia la entrada del edificio. Mientras subía por las escaleras hacia el piso donde se encontraba la oficina de Priscila, Ana se sentía un tanto ansiosa por lo que le esperaba.

Al llegar al pasillo donde se encontraba la oficina, Ana tocó suavemente la puerta y esperó nerviosa a que le abrieran. Cuando la puerta se abrió, fue recibida por la sonrisa amistosa de Priscila, quien la invitó a entrar.

«¡Hola Ana! Qué bueno verte», saludó Priscila mientras cerraba la puerta detrás de ellas. «Por favor, siéntate. Estoy emocionada de que estés aquí».

Ana se sentó en la silla que Priscila le indicó, tratando de ocultar su nerviosismo detrás de una sonrisa. Sabía que estaba a punto de embarcarse en una experiencia única, y no estaba segura de qué esperar. Pero estaba decidida a enfrentar el desafío con valentía y curiosidad.

«Por supuesto, sígueme», dijo Priscila con una sonrisa, indicando a Ana que la siguiera hacia una sala adyacente.

Ana se puso de pie y la siguió con curiosidad. Al entrar en la sala de sesiones, se sorprendió al ver a Marilyn, Ling Ling y Jocelyn sentadas en sillones cercanos. Una figura misteriosa con una máscara cubriendo su rostro también estaba presente, lo que agregó un aire de misterio al ambiente.

Priscila se dirigió hacia el centro de la habitación y se volvió hacia Ana. «Antes de comenzar, ¿te importaría cambiarte a tu ropa interior?» preguntó con amabilidad. «Será más cómodo para la sesión».

Ana sintió un ligero rubor en sus mejillas al escuchar la solicitud de Priscila. No había esperado tener que hacer la sesión en ropa interior, pero decidió que era mejor seguir adelante con la experiencia.

«Claro, no hay problema», respondió Ana, tratando de mantener la calma a pesar de sus nervios. Comenzó a quitarse la ropa exterior y se quedó en ropa interior, preparándose para lo que estaba por venir.

A medida que Ana comenzaba a quitarse la ropa, se dio cuenta de que el exceso de crema hidratante y suavizante en su piel la hacía extremadamente resbaladiza. La tela se deslizaba fácilmente por su cuerpo, creando una sensación extraña pero no del todo desagradable. Ana se apresuró a quitarse la ropa y se encontró parada frente a Priscila, sintiéndose un poco insegura pero decidida a seguir adelante.

Con un gesto tranquilizador, Priscila indicó a Ana que se acostara en la camilla. Mientras lo hacía, sintió cómo varias manos la sujetaban, atándola firmemente de pies y manos en la camilla, dejándola acostada en forma de una X mayúscula. Aunque se sentía nerviosa por la situación, Ana se esforzó por mantener la calma, recordándose a sí misma que había aceptado esta experiencia por su cuenta voluntad.

Priscila se acercó a Ana con una sonrisa tranquilizadora. «¿Estás lista para la sesión, Ana?» preguntó, mientras ajustaba las correas que la mantenían asegurada en la camilla.

Ana asintió, tratando de ocultar su nerviosismo detrás de una sonrisa forzada. «Sí, estoy lista», respondió con determinación, aunque su voz delataba un ligero temblor de ansiedad.

Mientras tanto, las otras mujeres se movían alrededor de la sala, preparando lo que parecían ser diversos instrumentos y dispositivos para la sesión de cosquillas. Ana se preguntaba qué tipo de experiencia la esperaba y cómo reaccionaría su cuerpo a las cosquillas implacables que seguramente seguirían.

Priscila dio unas instrucciones rápidas a las otras mujeres, indicándoles que comenzaran la sesión de cosquillas en diferentes partes del cuerpo de Ana: cintura, costillas, muslos y axilas. Mientras tanto, ella y la misteriosa mujer con la máscara se prepararon para atacar las plantas de los pies de Ana.

El ambiente en la sala estaba cargado de anticipación y emoción, y Ana se preparó para lo que estaba por venir, sintiendo un nudo en el estómago mientras observaba a las mujeres acercarse lentamente a ella.

«Iniciemos», pronunció Priscila con determinación, y las otras mujeres asintieron en señal de preparación.

Ana sintió un escalofrío recorrer su cuerpo mientras veía cómo se acercaban. Su corazón latía con fuerza en su pecho, y una mezcla de nerviosismo y anticipación la invadía por completo. Sabía que estaba a punto de experimentar una tormenta de cosquillas que la haría estallar en risas incontrolables.

El exceso de crema hidratante y suavizante en su piel, aunque era algo que Ana hacía con frecuencia, ahora se convertía en su peor enemigo. La suavidad extrema de su piel la hacía aún más susceptible a las cosquillas, y se arrepentía profundamente de haberse excedido. A pesar de ello, las risas incontrolables seguían brotando de su boca entre carcajadas desenfrenadas mientras las cosquillas se intensificaban. «¡JAJAJAJAJAJAJA! ¡Por favor, paraaaa! ¡JAJAJAJAJAJAJA!»

Ana se encontraba completamente a merced de las cinco mujeres que la rodeaban, cada una de ellas aprovechando la situación para hacerle cosquillas sin piedad. Su risa resonaba en la habitación mientras continuaba atada de pies y manos en la camilla, sin poder detener el torrente de carcajadas que escapaban de su boca. «¡JAJAJAJAJAJAJA! ¡Por favor, paren!» rogaba entre risas, pero las cosquillas implacables no mostraban signos de detenerse.

Ana, entre risas y jadeos, captó unas palabras murmuradas entre la mujer misteriosa y Priscila. «Te dije que sus pies eran su punto débil», susurró la misteriosa figura enmascarada. Aunque estaba inmersa en una tormenta de cosquillas, ese comentario resonó en la mente de Ana, haciendo que se preguntara quién era realmente esa mujer y cómo sabía tanto sobre ella.

Priscila asintió con complicidad, respondiendo a la misteriosa figura enmascarada. «Tenías razón, Pilar», murmuró, confirmando la observación sobre la sensibilidad de los pies de Ana. El comentario de Priscila solo agregó más preguntas a la mente de Ana, quien se debatía entre las cosquillas y la curiosidad sobre lo que realmente estaba sucediendo.

Ana, entre risas y jadeos, apenas pudo articular las palabras. «¿Mamá?» preguntó, confundida por lo que acababa de escuchar. La mención del nombre de su madre en ese contexto desconcertante solo alimentaba su confusión.

Priscila, con una sonrisa burlona, agregó: «¿Qué te parece, Ana? Tu madre está aquí con nosotras, también haciéndote cosquillas. Fue ella quien nos reveló tus puntos débiles». En ese momento, Pilar se quitó la máscara, revelando su rostro mientras Ana continuaba riendo a carcajadas y suplicando entre risas: «¡Mamáaaa, nooooo!» La sorpresa y la confusión se mezclaban en la mente de Ana mientras las carcajadas seguían inundando la habitación.

Pilar, haciendo caso omiso a las súplicas de su hija Ana, se dedicaba exclusivamente a señalar a Priscila y a las otras mujeres los lugares más cosquillosos del cuerpo de Ana. Su expresión de diversión se mezclaba con un aire de complicidad mientras colaboraba en la «tortura» de su propia hija. Las risas y las súplicas de Ana llenaban la habitación, creando un ambiente caótico y surrealista en medio de la sesión de cosquillas.

El ambiente se volvió aún más tenso cuando Pilar señaló a Priscila un punto específico en las plantas de los pies de Ana. Con una sonrisa traviesa, sugirió que sería divertido hacerle cosquillas en esa zona, tal y como le habían hecho a ella en días pasados. Priscila asintió con complicidad, y pronto las cinco mujeres, incluida Pilar, se abalanzaron sobre Ana con sus uñas afiladas, desatando una tormenta de cosquillas en sus hipercosquillosas y vulnerables plantas de los pies. Ana se retorcía y se contorsionaba, luchando por mantener la cordura mientras las risas y los gritos llenaban la habitación. Era una verdadera tortura cómica, donde el límite entre el placer y el tormento se desdibujaba en medio de la locura.

Ana, mientras tanto, continuaba entre gritos y risas desenfrenadas: «¡JAJAJAJAJAJA AJAJAJA AJAJAJAJA! ¡AHAAHHHHHHHHAAHAHAHAHAHA!». Sus carcajadas resonaban en la habitación, mezcladas con súplicas entrecortadas mientras luchaba por liberarse de la tortura de las cosquillas.

Ana nunca se había imaginado que el exceso de crema hidratante y suavizante que se había aplicado en su cuerpo, especialmente en las plantas de los pies, incrementaría su hipersensibilidad a las cosquillas, especialmente en su punto más vulnerable: las plantas de los pies. La experiencia se volvía aún más intensa de lo que había anticipado, convirtiendo cada roce en una explosión de risas y sensaciones casi insoportables.

Después de casi dos horas de incesantes cosquillas, la risa de Ana comenzaba a tornarse ronca, y cada vez le resultaba más difícil mantener el aliento entre las carcajadas. La piel de Ana estaba enrojecida, marcada por el roce constante de las uñas y dedos sobre su hipersensible cuerpo.

Priscila le preguntó a Pilar si podían lamer los pies de Ana, a lo que Pilar respondió afirmativamente, indicando que podían hacerle todo lo que quisieran en los pies de Ana, pues sabía que ese era su punto débil.

Priscila, con una sonrisa maliciosa en el rostro, propuso que todas se unieran para lamer y chupar los pies de Ana, con la intención de ver qué tan cosquillosa se volvía con eso. Las demás mujeres asintieron con entusiasmo, emocionadas por la idea de explorar los límites de las cosquillas en los pies de Ana.

Ana se retorcía en la camilla mientras todas las mujeres comenzaban a chupar sus dedos y lamer las sensibles plantas de sus pies. Los pequeños mordiscos enviaban oleadas de cosquilleo por su cuerpo, haciéndola reír aún más intensamente. Sus carcajadas resonaban en la habitación mientras luchaba por contener las sensaciones abrumadoras que la invadían.

Priscila, viendo la agitación de Ana después de casi tres horas de tortura, se dirigió a Pilar: «¿Crees que deberíamos detenernos?», preguntó, preocupada por el estado de Ana.

Pilar reflexionó un momento antes de responder: «Sí, creo que lo mejor es detenernos». Reconoció que Ana había sido sometida a suficiente tormento y era hora de poner fin a la sesión de cosquillas.

Después de casi tres horas de tortura de cosquillas, finalmente se detuvieron y comenzaron a desatar a Ana, cuyo cuerpo temblaba visiblemente por la intensa experiencia. Ana trataba de tomar aire nuevamente, se encontraba agotada completamente. Jamás se hubiera imaginado lo que le esperaba en esa sesión de cosquillas.

Mientras Ana tomaba aire con voz agotada, se dirigió a su madre, Pilar, con una mirada de incredulidad. «¿Por qué hiciste esto, mamá?», preguntó entre jadeos, tratando de entender el motivo detrás de la tortura de cosquillas.

Pilar miró a Ana con un atisbo de remordimiento en sus ojos cansados. «Ana, me ofrecieron mucho más dinero de lo que me habían pagado antes», admitió, su voz llena de pesar por haber cedido ante la tentación del dinero fácil.

«Lo siento mucho, Ana», continuó Pilar, su tono lleno de arrepentimiento. «Sabía que necesitábamos el dinero, y no podía desaprovechar esa oportunidad. Pero me equivoqué al meterte en esto. No debería haberlo hecho».

Ana miró fijamente a Priscila, con determinación en sus ojos. «Quiero mi revancha», dijo con voz firme.

Priscila la miró con sorpresa. «¿Revancha? ¿En qué sentido?» preguntó, desconcertada por la solicitud de Ana.

Ana se acercó un paso más hacia Priscila, con una sonrisa traviesa. «Quiero ser yo quien haga las cosquillas», declaró con determinación.

Priscila arqueó una ceja, intrigada. «¿A quiénes quieres hacerles cosquillas?» preguntó, curiosa por saber quiénes serían los afortunados en esta nueva situación.

Ana clavó su mirada en Priscila con una expresión desafiante. «A mi madre y a ti», respondió con firmeza, dejando claro que era hora de cambiar los roles en esa habitación.

«Eso lo veremos» – respondió Priscila.

Ana se vistió nuevamente y salió de la oficina de Priscila, junto con su madre Pilar, con un sobre que contenía una buena suma de dinero. Guardó su bicicleta en la parte de atrás del vehiculo de Pilar y ambas se subieron al vehiculo sin decirse una sola palabra.

Continuará…

Original de Tickling Stories

 

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