abril 25, 2024

Tickling Stories

Historias de Cosquillas. Somos parte de la comunidad en español en Telegram – LTC.

El quiebre de la armonía (Fanfiction)

Tiempo de lectura aprox: 31 minutos, 19 segundos

Eran tiempos de tétrica regularidad aquellos que rodeaban los días cercanos a la actualidad de su vida. Eran días de una homogénea rutina derivada del orden y el equilibrio que el esfuerzo y el empeño en obtener éxito tenían guardado para su futuro. A sus 43 años, Ana María había adquirido suficientes experiencias de vida, incluyendo éxitos a nivel personal y académico, como para haber logrado imponer un orden y armonía a su vida admirables, aunque al alto precio de una monotonía que había reducido su existencia a un sinfín de ciclos predecibles que se movían en el vicioso círculo de una vida complejamente ordenada.

Esta era la realidad de esta perspicaz mujer, que mantenía las distintas dimensiones de su paso por la vida bajo una compleja red de hábitos específicos, lo cual hacía de su vida el juego perfecto del amante de las conjeturas. Sus cuidados y preceptos a nivel personal le habían dado una armoniosa estructura a su realidad, convirtiendo en consecuencia a su movimiento en esta vida en un homogéneo cambio continuo.

Sin embargo, no era por esto una vida sufrida. Ella vivía muy feliz con su esposo, y tenía un trabajo estable como secretaria administrativa de un banco. El entrenamiento a base de periódicas sesiones de trote que solía llevar a cabo en sus días libres le daba a su imagen el agraciado aspecto de una joven y hermosa mujer que cuida de su cuerpo como de su misma vida. Nadie lograría jamás adivinar su edad, por mucho pesimismo con que se cargase el prejuicio. Su cuerpo era capaz de despertar en el ojo humano lo que las más bellas modelos veinteañeras ofrecían al exhibirse.

Durante todos aquellos años de homogénea rutina en su curso de vida, pocas eran las ocasiones en las que Ana María podía reaccionar con un mínimo de alteración ante las espontáneas irregularidades que acaecían en su círculo vital. El día que el banco contrató a una nueva trabajadora fue una de esas ocasiones. Durante una de sus jornadas de trabajo en su solitaria oficina, su puerta fue abierta de forma precipitada y sin previo aviso.

—¿Es usted la secretaria administrativa del banco? —dijo una suave y delicada voz femenina proveniente de una mujer que Ana María no se molestó en vislumbrar. Respondiendo de la misma forma fría y maleducada en que esta mujer había entrado a la oficina sin siquiera haber tocado la puerta ni haber saludado, Ana María decidió continuar escribiendo en su computadora sin siquiera levantar la vista, limitándose únicamente a responder con apatía.

—Sí, soy yo.

Ana María sintió cómo esta mujer se adelantaba hacia ella, cerrando la puerta y dando ruidosos pasos cuyos sonidos se extendían sobre todo el silencio de la solitaria oficina. Tras pocos segundos, un nuevo ruido inundó la sala. Sobre el escritorio de Ana María se apoyó un libreto cargado de muchas páginas. Ana María continuaba con el plan de no dirigirle la mirada hacia quien se le había presentado de forma tan indiferente y desinteresada. Durante varios segundos, un incómodo silencio mantuvo a esta extraña mujer parada en su lugar, mientras Ana María continuaba con su trabajo.

Tras un puñado de segundos de este silencio incómodo, esta mujer decidió romper con el silencio.

—Son los resultados de mi análisis de optimización del flujo del circuito de crédito —dijo la mujer, como si estuviera respondiendo a una pregunta que esperaba escuchar de Ana María—. Espero por favor se lo haga llegar al superior jerárquico del banco.

Ana María, sin levantar ni por un segundo la vista, respondió nuevamente con desapego.

—Se lo haré llegar.

Nuevamente hubo un incómodo intervalo de tiempo de incómodo silencio. La mujer no se iba de la oficina. Como si esperara algo, como si estuviese insatisfecha. Sin embargo, Ana María estaba muy decidida a ganar este juego y no levantaría ni por un segundo su mirada. Con indiferencia y desinterés, escribía en su computadora y mantenía una expresión de seriedad e implícita hostilidad. Las suaves brisas que entraban por la ventana generaban un débil silbido que se hacía explícito ante su contraste con el silencio que Ana María usaba para destruir a esta mujer. Nuevamente, Ana María volvió a ganar, y esta mujer volvió a romper el silencio.

—Soy Gabriela, un gusto en conocerla. Soy nueva en el banco.

Ante esta primera muestra de cordialidad, Ana María cambió su actuación y se movió a un estado de mayor flexibilidad. Levantó su mirada y por primera vez pudo introducir la apariencia de esta mujer en su campo visual y su memoria.

—Ana María. Un gusto.

Esta pequeña respuesta fue nuevamente continuada por un pequeño lapso de silencio, aunque esta vez de una considerablemente menor duración. Gabriela se apresuró a continuar con su relato.

—Soy economista. Me contrataron para optimizar la eficiencia y las ganancias de la contribución del banco al circuito de crédito. Investigo los modelos matemáticos de la teoría de juegos para mejorar la economía, y actualmente me encuentro realizando un doctorado en teoría de probabilidades.

Ana María, tratando de ocultar la impresión que le habían producido esos comentarios, no pudo evitar cambiar su posición de hostilidad para transformarla en receptividad más afectiva. Observó a Gabriela y notó que difícilmente esta mujer superaba los 25 años, y aun así no solamente había hecho una impresionante carrera universitaria, sino que (por lo que su relato hacía parecer) estaba dotada de una inteligencia formidable. Su respuesta difícilmente logró disimular la reacción que tuvo ante semejante discurso.

—Ya veo. ¿Tienes alguna experiencia previa trabajando?

—La verdad, no en absoluto. Aunque sí he realizado diversas investigaciones que he hecho públicas en páginas de papers y revistas de economía.

En aquel momento estaba más que claro que si habían contratado a una mujer sin experiencia para ocupar un cargo de semejante importancia y responsabilidad, era porque debía tener un currículum impresionante y una carrera impecable, plagada de éxitos y excelentes calificaciones. Ana María, entonces, decidió hacer la pregunta que Gabriela estaba esperando hace tanto tiempo.

—Este libreto que me has entregado, ¿es tu primer aporte para el funcionamiento del banco?

—Así es. Creo que haciendo unos pequeños cambios podemos mejorar levemente la eficiencia del flujo de crédito.

—Perfecto. Le haré llegar esto a mi superior jerárquico lo antes posible. Agradecemos muchísimo tu colaboración.

Dicho esto, Gabriela dio un giro de ciento ochenta grados y caminó hacia la puerta. Antes de cruzarla, giró su cabeza y saludó cordialmente.

—Hasta luego, Ana María. Un gusto en conocerla. Espero que tenga un buen día de trabajo.

Ana María, habiendo eliminado todos sus prejuicios acerca de esta mujer, le devolvió una sonrisa. La primera sonrisa que le había esgrimido desde que se habían conocido pocos minutos atrás.

—Puedes hablarme de tú. Ya somos compañeros de trabajo —le dijo, con una sonrisa afectiva. Gabriela le respondió con otra sonrisa, y cuando estaba por irse, desvió su mirada hacia abajo del escritorio de Ana María, para finalmente despedirse con la siguiente frase.

—Lindo calzado.

La puerta se cerró, y la oficina retomó su fúnebre silencio. Ana María, sorprendida por esa inesperada observación, dirigió su mirada hacia sus pies. Llevaba un elegante calzado abierto, como medida para soportar estos calurosos días de primavera. No podía evitar sentirse halagada, y quizá un poco ruborizada, debido a la amable observación que Gabriela le había dado al observar su calzado.

Así fue como Ana María entabló una nueva relación de conocidos con la nueva trabajadora del banco. Esta chica genio, con una impresionante cultura general y con la capacidad de realizar complejos cálculos mentalmente, era por lo demás una mujer simpática y agradable. No era muy común tener una relación con Ana María, dado su fuerte carácter y su permanente compromiso con su trabajo que la convertían en una persona fría y apática durante sus jornadas laborales. Pero Gabriela parecía lograr superar esos obstáculos, y con entusiasmo condescendiente luchaba por acercarse y conocerla mejor. Poco a poco Ana María comenzó a sentir agrado por esta mujer, pero jamás llegó a considerarla una persona cercana, muchísimo menos una amiga. Jamás tomaba dichas relaciones a la ligera, y ciertamente no haría la excepción con Gabriela.

Los días pasaron, y un peculiar viernes por la tarde Ana María se encontraba frustrada ante una estresante conversación telefónica. Había algunos problemas con unos pequeños aumentos inflacionarios y los documentos que debían ser dirigidos hacia el superior del banco estaban a la orden del día. La tensión de las conversaciones que debía mantener telefónicamente, cada una de ellas aumentándole significativamente la labor burocrática que debía realizar lo antes posible, ocasionaba una agotadora fatiga mental que desembocaba en ansiedad y angustia. Cada vez que estos problemas ocurrían ella debía realizar muchísimos trámites burocráticos, y la situación empeoraba cuando se le metían a su oficina a entregarle más material burocrático para ser sellado y redirigido. Durante esas situaciones, cada persona que entraba procuraba salir lo antes posible de esa batalla campal. Si bien ella nunca perdía la cordura, sí que su voz denotaba una vigorosa efervescencia que delataba la frustración y la tensión que estaba teniendo mientras mantenía esos intercambios telefónicos. Las personas entraban, Ana María se limitaba a señalar con el dedo dónde dejar el material, y la gente simplemente lo dejaba allí y se retiraba inmediatamente.

Gabriela, consciente de esto, decidió tomar cartas en el asunto. Cuando Ana María finalmente terminó sus charlas telefónicas, poco después de empezar a trabajar en todo el trámite burocrático que se le venía encima, Gabriela se le apareció en la oficina sin previo aviso. Ana María estaba lo suficientemente tensa como para no exhibir sonrisa alguna. Simplemente se limitó a saludar.

—Hola, Gabriela. ¿Cómo estás? ¿Algún nuevo proyecto para aportar al banco?

—Algo así —dice Gabriela, con un aire de misterio—. Aunque más precisamente, para ti.

Ana María se sintió confundida, y cuando miró más atentamente a Gabriela, notó que ella llevaba en sus manos una taza que expulsaba vapor. Cerró la puerta y se acercó a Ana María, y le colocó la taza en el escritorio. Ana María no vaciló en preguntar:

—¿Qué es?

Gabriela, entusiasmada como si fuera lo que estaba esperando escuchar, se apresuró en contestar.

—La hice yo misma. Es una infusión de melisa. ¿La conoces?

—Melisa… No sé qué es eso.

—Es una hierba natural con impresionantes propiedades. Sirve como remedio natural para el estrés y los nervios.

—Interesante… De todas formas, a esta hora no suelo ingerir absolutamente nada —dijo Ana María, haciendo alusión a sus rutinas. A esas horas no solía consumir ningún tipo de alimento o bebida.

—¡Pruébala! Después de esa tensa sesión telefónica que tuviste, te servirá muchísimo para trabajar con más tranquilidad. ¡Te sorprenderías de los efectos que puede producirte esta infusión!

—Entonces estuviste escuchándome. ¿No te enseñaron que es de mala educación espiar?

Gabriela decidió tomarse la situación con alegría, y sin perder su gracia, continuó:

—La otra opción era dejar pasar la situación y dejarte a tu suerte en este abismo de nerviosismo. Adelante, dale una oportunidad a este relajante natural.

—No sé… Debería investigar acerca de él. Temo por un eventual efecto secundario… —Ana María se detuvo ante la mirada penetrante de Gabriela—. Está bien…

Ana María tomó la taza y bebió un pequeño sorbo de este extraño brebaje. El sabor era agradable, aunque algo amargo. Sin embargo, Ana María pareció quedar satisfecha.

—Es rico… Me gusta —dijo, acompañando sus diálogos con profundos sorbos—. Muchas gracias.

—¿Qué harás mañana? Al ser sábado, es un día en que no se trabaja.

—Lo que hago todos los sábados. Cumpliré con mi rutina de entrenamiento y pasaré el resto del día con mi esposo.

—Supuse que entrenabas. Esa figura no suele poder mantenerse de forma natural. Tienes un cuerpo muy lindo.

—Gracias. Suelo levantarme temprano los sábados y cumplo una rutina de ejercicio a base de trote en el parque de la ciudad.

Gabriela emitió una fría sonrisa de satisfacción. Ante esta extraña respuesta, Ana María se limitó a mantenerse en silencio. Aquellos largos silencios similares a los de su primer contacto encontraron una recreación en aquel instante. Ana María se llevó nuevamente la taza a sus labios y bebió otro sorbo de la infusión de melisa.

—Te dejo trabajar tranquila. Mi horario laboral finaliza ahora —añadió Gabriela como preliminar a su retiro de la oficina.

—Adiós —se limitó a decir Ana María.

Hacía varios minutos el estrés había desaparecido, y su cuerpo se había relajado como pocas veces lo había sentido jamás. En años no había tenido una jornada de trabajo tan tranquila y libre de tensiones. La serenidad que tuvo para trabajar incrementó notablemente su eficiencia de trabajo, y entre sellos, firmas y largas labores de reordenamiento de documentos e intensos procesos de archivación, logró terminar gran parte del trabajo que se le había asignado. Si bien no logró completarlo, sí pudo superar sus expectativas.

Al siguiente día, como todos los sábados, se despertó temprano para ir a entrenar. Tras ingerir un balanceado desayuno, partió hacia el parque de la ciudad. Como siempre, dicho parque regalaba a la vista un maravilloso paisaje colmado de árboles y senderos que se extendían sobre un inmenso espacio verde que lisonjeaba la vista con su deleite y soberbia. En el centro del parque había un gran lago rodeado por un bello sendero de tierra que poseía varios bancos para sentarse a descansar. Como su rutina lo especificaba, Ana María se disponía a dar dos vueltas alrededor del lago manteniendo un firme ritmo de trote intenso.

El sol de la mañana era suave y delicado, aunque lo suficientemente radiante como para que su luminosidad complementase con finura y magnificencia la elegante y sublime belleza de este hermoso espacio verde conocido por todos como el parque de la ciudad. Manteniendo el ritmo y controlando siempre su pulso, Ana María recorría el sendero que tantas veces había recorrido, sin jamás cansarse de mirar a su alrededor para admirar la bella obra de arte visual que era el espacio que la rodeaba. El hermoso espejo azul que formaba el agua del lago reflejaba en su superficie la imagen de los altos árboles del parque, y siempre presente para acompañar a Ana María, la enorme imagen del sol reflejado en el agua la seguía fielmente.

Entre trotes y eventuales movimientos articulares, Ana María poco a poco fue completando su rutina de entrenamiento, aquel artífice del mantenimiento de su bellísima figura corporal. Tras haber completado las dos vueltas, comenzó a alentar el ritmo y tras varios minutos de lento descenso de velocidad, acompañó su vuelta a la calma con una relajada caminata de diez minutos. Exhausta por el esfuerzo físico llevado a cabo, se dirigió hacia el lago, se sentó al lado de la orilla, descalzó sus pies y los sumergió en el agua. Dirigiendo sus manos hacia la cantimplora que le colgaba de los hombros, se dispuso a beber sorbos de agua para calmar su sed.

La fría y exquisita agua del lago se desplazaba por los cansados y tensos pies descalzos de Ana María, relajando sus músculos y controlando su circulación. Poco a poco comenzó a recobrar sus energías. Sentada en el suave pasto de la orilla del lago, con sus pies descalzos sumergidos en el agua, Ana María entró en un estado de introspección. Se puso a pensar en su vida, abstrayéndose de la situación del momento. En su estado de relajación comenzó a preguntarse acerca de alguna eventual y espontánea quebradura de su armónica rutina. Siendo una mujer casada que había trabajado tanto en ordenar su vida, había caído víctima de una monotonía que le hacía replantearse si realmente era esto lo que deseaba. Había tantas cosas que desearía probar… Cosas nuevas, experiencias estrambóticas, acontecimientos desconocidos. La curiosidad por explotar sus potenciales y sus intereses la hacía pensar demasiado acerca del rumbo que seguía su vida.

En plena introspección, una brusca interrupción la devolvió repentinamente a la Tierra. Tras sentir cómo alguien apoyaba su mano sobre su hombro derecho, Ana María abandonó su abstracción y levantó su mirada. Por atrás se le había aparecido la persona que menos esperaba.

—Hola, Ana María. ¿En pleno entrenamiento?

—Hola, Gabriela. Pues en realidad acabo de finalizar con mi rutina de ejercicio. Me encontraba descansando.

—Lo supuse. No muchas personas consideran sumergir los pies en agua como un entrenamiento —dijo Gabriela, con sarcasmo e ironía—. Muchísimo menos si con eso esperan tener una linda figura corporal como la tuya.

Ana María, un poco cansada de dicho halago, no quiso agradecer ni tampoco responder a esa ironía. Por consiguiente, fue lo más directa posible.

—¿Qué te trae por aquí?

—La verdad, simplemente tú. Sabiendo que vendrías a entrenar, no quise perder la oportunidad de encontrarnos para al menos poder hablarnos y conocernos mejor, sin estar bajo la presión de nuestro trabajo.

—Vaya… Agradezco el gesto, supongo.

—Te diría que camináramos juntas mientras hablamos, pero te veo demasiado cómoda.

Ana María retiró sus pies del agua y tomando un trapo comenzó a frotarlos para quitarles el agua. Gabriela observó con detalle y extraña concentración ese proceso. Ana María no pudo evitar percatarse de aquella sospechosa mirada hipnótica, lo cual le dio pie a responder de la siguiente manera.

—Tengo los pies tensos y cansados. Tus suposiciones son correctas, prefiero seguir descansando en este lugar.

—Hablando de tensión… ¿Cómo te fue ayer con la infusión que te hice?

—A decir verdad, resultó demasiado efectiva. Tengo que agradecerte. —Ana María entró en confianza con Gabriela rápidamente, tras haber dicho esto eliminó cualquier tipo de tensión que el encuentro con Gabriela pudiera producirle. En virtud de esto, no vaciló en comentar retóricamente y sin intenciones de querer significarlo, una pequeña broma encubierta—. Ahora solamente falta que me ayudes a quitarle tensión a mis pies.

La reacción de Gabriela fue inesperada para Ana María. Esperando obtener de ella alguna sonrisa o comentario irónico, Gabriela se adelantó entusiasmada a proceder con la petición.

—¡Seguro! —dijo, extendiendo sus manos para que Ana María apoyase sus pies en ellas. Ana María dudó unos segundos y observó a Gabriela con desconfianza. La situación la había hecho entrar en suspicacia. Sin embargo, viendo que Gabriela le sonreía tiernamente y no quitaba sus manos del lugar donde las había puesto, Ana María con recelo decidió ceder y se acomodó lentamente para apoyar sus pies en las manos de Gabriela. Gabriela, sentada y acomodando los pies de Ana María por encima de sus piernas, comenzó a dar ligeros frotes sobre la delicada piel de Ana María.

—Tengo una prima que es kinesióloga. Conozco todos los secretos acerca de los masajes para aliviar las tensiones. Después de esto vas a quedar como nueva.

Ana María no respondió. Si bien la sensación comenzó a agradarle, no se sentía demasiado cómoda con la situación. Confusa, como si tratara de entender algo implícito en las acciones de Gabriela, no entregaba su alma por completo a la relajación, y diversos pensamientos conjeturales circulaban por su mente.

Pero la situación cambió cuando Gabriela cambió su modus operandi y transformó sus ligeros frotes en intensos movimientos gargalestésicos. Como si con sus dedos pudiera hacer magia en los pies de Ana María, Ana María entró precipitadamente en un estado de relajación absoluta que la hizo entrar en un estado de blancura mental. Casi sin ser consciente, Ana María cerró sus ojos y recostó su espalda sobre el pasto. Gabriela, observando dicha reacción, sonrió con picardía.

Cada movimiento que Gabriela hacía con sus dedos sobre los pies de Ana María enviaba a su cuerpo una explosiva radiación de relajación absoluta. Como si de un potente sedante se tratara, la exquisitez y dulzura de sus armónicos masajes sumía a Ana María en el más mágico mundo de la serenidad y el sosiego, brindándole una deliciosa placidez colmada del más divino placer que había sentido en toda su vida. Por primera vez en su estructurada y ordenada existencia, Ana María se sentía liberada, se sentía desencadenada de los pensamientos que la mantenían siempre atenta a lo que acaecía en su vida. Por primera vez se sentía una princesa, una diosa, una diva…

Cuesta explicar con palabras el maravilloso y fantástico placer que los fascinantes masajes de Gabriela le producían a Ana María. Sus pies estaban recibiendo el mimo más rico y exquisito que jamás habían recibido. Gabriela, con una coordinación en sus dedos digna del más talentoso pianista de la historia, movía con armonía y elegancia sus dedos produciendo en Ana María un deleite deslumbrante que lograba impregnarse hasta su alma. En las zonas exactas, al momento exacto, Gabriela presionaba y acariciaba su piel, devolviéndole a los pies de Ana María la relajación de músculos que había perdido tras su rutina, pero acompañada de la más espléndida sensación intensa que logró escarbar hasta lo más profundo de su ser.

Sumida en su vacío mental, Ana María no se dio cuenta cuando Gabriela cesó con sus masajes. Tuvieron que pasar unos segundos hasta que Gabriela dio el aviso de que la sesión de masajes había finalizado.

—¿Qué te parece? ¿Te sientes mejor?

Ana María de repente abrió sus ojos y recobró la conciencia. Miró confundida a su alrededor. Poco a poco recuperó el sentido común y reconoció a Gabriela, sentada en frente de ella, sosteniendo sus pies sobre sus rodillas, y sonriéndole tiernamente.

Ana María, con parte de su mente todavía en trance, tardó unos segundos más en brindar una respuesta. Pero finalmente, quitando sus pies de las piernas de Gabriela, no pudo evitar manifestarle lo muchísimo que había disfrutado aquella exquisita experiencia.

—Gabriela, fue increíble. No sé cómo haces, pero tu talento es inconmensurable. Sinceramente, te felicito muchísimo, haces un trabajo de maravilla. Te lo agradezco mucho.

—Me alegro mucho de que te haya gustado. No es necesario que me agradezcas, personalmente lo disfruto demasiado. Si alguna vez estás tensa, puedes venir a mi casa. Siempre puedo recibirte con la mayor de mis sonrisas.

—Me encantaría…

Tras varios segundos de silencio, Gabriela observó a su alrededor. Posteriormente se paró y le extendió la mano a Ana María.

—¿Quieres caminar ahora?

Ana María le sonrió con dulzura, la tomó de la mano y se paró. Se calzó sus pies y comenzó a caminar al lado de Gabriela.

Aquella mañana fue mágica para Ana María. Por extraño que pareciera, se había acaecido un suceso que la había llevado a romper con su rutina, al menos en un mínimo detalle. Aquel acercamiento la hizo entrar en plena confianza con Gabriela. Ya era oficial: tenía una nueva amiga.

Las cosas cambiaron muchísimo después de ese sábado. La introspección de Ana María la había llevado a pensar que tal vez una escapada a su rutina no le haría nada mal. Comenzó a fantasear con la idea, pero lamentablemente no tenía mucha imaginación para pensar qué hacer.
Sin embargo, la relación con Gabriela se volvía cada vez más cercana. Por primera vez en su historia de trabajo, Ana María sonreía cuando alguien entraba a su oficina. Siempre que Gabriela se le aparecía para entregar documentos y trabajos, Ana María sonreía e intercambiaba algunas palabras con ella. Poco a poco comenzó a tener sentimientos fuertes hacia ella, pero no se percató de esto sino hasta que dichos sentimientos se volvieron notablemente intensos.

La situación hacía que Ana María se preocupase. Tenía esposo y una vida normal, los pensamientos hacia Gabriela la torturaban y la hacían temblar de miedo. Más aún, no estaba muy segura de lo que sentía por Gabriela, una chica tan joven y con tanta diferencia de edad con ella, pero si algo era seguro es que su presencia le producía una sensación que no sentía desde su adolescencia.

Varias semanas después, otro sábado por la mañana, Ana María se encontraba descansando de su rutina de ejercicio cuando nuevamente Gabriela se le apareció repentinamente.

—Hola, Gabriela. Qué gusto encontrarte por aquí.

Gabriela acompañó a Ana María en lo que le quedaba de su descanso, e intercambiaron lindas conversaciones. Pero ese día Gabriela tenía preparado algo mucho más ambicioso para Ana María, y no tardó en revelar su propuesta.

—¿Tienes algo que hacer esta tarde? —le pregunta Gabriela, tratando de introducir la idea que tenía para Ana María ese día.

—Pues, como siempre, pasar el día con mi esposo. Almorzar forma parte de esa rutina.

—No sigas tus rutinas tan al pie de la letra. Anda, te propongo que vengas conmigo a mi casa.

Ana María fijó su mirada en los ojos de Gabriela, que sonreía con determinación. Notó cómo Gabriela le guiñó el ojo, tratando de animarla a que tomara la propuesta.

—No sé, no estoy segura. Quizás a mi esposo no le guste…

—Por alguna vez deja las motivaciones extrínsecas y trata de hacer lo que te nazca del interior. Ahora mismo yo me voy a mi casa. Tú decides si seguirme o no.

Dicho esto, Gabriela se levantó de su lugar y emprendió camino a su casa. Ana María se quedó sentada en el pasto un rato, pensando, divagando, conjeturando. Estaba acostumbrada a tener todo bajo control, de no actuar si no ha sido todo fríamente calculado. Ahora mismo se le presentaba la oportunidad de, por una vez en su vida, animarse a algo desconocido, sin tener muy en claro las consecuencias de sus actos. La idea la aterraba, pero luego recordó todo aquello en lo que había pensado acerca de su rutinaria vida. Finalmente, tras varios minutos de introspección, se paró de su lugar y corrió hacia Gabriela. Estaba aventurándose hacia algo que la llenaba de intriga.

La casa de Gabriela era no muy grande, y por lo poco que pudo ver ni bien entró, Ana María intuyó que vivía sola. Al parecer, era una mujer sin pareja. Extrañamente, dicha intuición despertó en Ana María un perverso sentimiento de satisfacción que no lograba comprender, y que por un miedo que la atormentaba decidió reprimir como pudo.

Gabriela le hizo un recorrido por toda la casa, mostrándole cómo era, sus hábitos de vida y cómo hacía para organizarse. Le mostró el escritorio donde estudiaba, por ejemplo, y allí estaba lleno de papeles borrador plagados de fórmulas matemáticas desordenadas y desprolijas. Aquella era la vida de una chica genio.

Lo último que Gabriela le mostró a Ana María fue su habitación. Gabriela comenzó a actuar de forma sospechosa, invitando a Ana María a entrar a la habitación antes que ella. Ana María entró y observó la cama. Era una cama matrimonial, elegante y muy adornada, y la habitación era increíblemente hermosa. Ana María entró y, sin voltearse, preguntó:

—¿Esta cama es solamente para ti?

Ana María sintió cómo la puerta se cerraba a sus espaldas. Volteó para ver a Gabriela, y se topó con la inesperada imagen de Gabriela a pocos centímetros de ella, mirándola con pasión.

—Es solamente para mí, pero puedo compartirla… —dijo Gabriela, tomando a Ana María de los hombros y acercándose hasta tener con ella un ligero contacto labial.

Ana María se sintió confundida, pero la situación la excitó demasiado, y se desplomó sobre la cama. Gabriela se descalzó rápidamente y se subió a la cama con Ana María, quien estaba sumisamente recostada boca arriba. Gabriela se arrodilló, colocando una rodilla a cada lado del cuerpo de Ana María y quedándose por encima de ella. Acercó su cara para besarla en los labios, pero entonces Ana María giró su cabeza y manifestó preocupación.

—Perdón, no puedo hacer esto… Ya tengo mi esposo, y jamás he experimentado algo similar con otra mujer…

Gabriela, un poco preocupada, pero segura de sí misma, le respondió, acariciándole la piel por debajo de sus orejas con ternura, moviendo suavemente su pelo.

—No pienses en esas cosas. Simplemente disfruta de la sensación…

Ana María devolvió su mirada a Gabriela. En aquel momento comprendió que nada podía hacer para evitar reprimir lo que sentía por ella. Su bellísimo rostro la miraba con dulzura y seducción, y despertaba en ella los más primitivos e intensos impulsos biológicos hormonales que hacía tantos años no sentía. Miraba a Gabriela y una irresistible tentación de amarla apasionadamente despertaba excitación en su ser. Finalmente se entregó a lo que dictaba cada molécula de su cuerpo y se cedió completamente ante el poder de Gabriela.

Gabriela comenzó a besarla lentamente y a retirar con suavidad y dulzura toda la indumentaria de su cuerpo. Ana María sentía que se prendía fuego ante las manos de Gabriela que se entrometían en su cuerpo y le retiraban toda su ropa. La besaba apasionadamente mientras su cuerpo comenzaba a manifestar los síntomas de la relación sexual que se aproxima. Comenzó a tener ligeros espasmos y acelerados respiros de excitación, y la situación se prolongó hasta que Ana María terminó en ropa interior, teniendo únicamente cubiertos los senos y la zona genital.

Gabriela tomó a Ana María de los brazos y se los extendió por la cama, poniéndola en posición de Y, sin jamás cesar de besarla. Ana María tenía sus ojos cerrados y estaba completamente entregada a Gabriela. Gabriela mantenía los brazos de Ana María en posición de Y, acariciándolos suavemente. Cada vez que Ana María intentaba sacar sus brazos de esa posición para abrazar a Gabriela y besarla más apasionadamente, Gabriela detenía su intento y volvía a colocar sus brazos en esa posición. Ana María no fue consciente de esta situación puesto que en su mente estaba solamente Gabriela. Y no fue sino hasta que fue demasiado tarde que se dio cuenta de las verdaderas intenciones de Gabriela.

Toda la pasión y excitación de Ana María se cortaron bruscamente cuando en medio del apasionado beso que tenía con Gabriela, sintió el sonido de dos grilletes ajustarse a sus dos lados, acompañados de una fría sensación de contacto con algo duro en sus muñecas. Inmediatamente después de esto, Gabriela dejó de besarla y separó sus labios de los de Ana María. Aquel sonido llenó de terror a Ana María, quien lentamente y con miedo abrió sus ojos y miró hacia sus lados, para encontrarse con que sus muñecas habían sido aprisionadas bajo el yugo de unos fuertes grilletes adheridos a la cama, que la mantenían en la posición de Y que tanto trabajo se había estado tomando Gabriela en mantener durante su apasionado beso de seducción.

Ana María miró a Gabriela confundida, y no encontró en ella más que una perversa y diabólica sonrisa de hostil satisfacción que la hizo entrar en pánico. Ana María no tardó en entrar en un estado de locura y comenzó a forcejear.

—¡¡Qué hiciste!! ¡¡Suéltame, sácame de aquí!! ¡¡¡Sácame!!!

Ana María comenzó a moverse espasmódicamente. Largaba patadas con sus piernas y trataba de liberarse de los grilletes que la tenían aprisionada. Gabriela continuaba sentada sobre Ana María, simplemente sonriéndose y observando el espectáculo de pánico que Ana María le estaba regalando.

—¡¡Bastarda!! ¡¡¡Pérfida traidora!!! ¡¡Quítame estos grilletes!! ¡¡Suéltame!!

Ana María continuó con su intenso forcejeo durante varios minutos, sin éxito alguno. Gabriela se limitaba simplemente a mirarla con una diabólica sonrisa que lograba despertar todo tipo de sentimientos sobre Ana María.

Tras un largo rato de fallidos forcejeos, Ana María calmó sus movimientos y se desplomó sobre la cama. Fue la primera vez que Gabriela reaccionó desde la colocación de grilletes sobre las muñecas de Ana María.

—Sabía que eventualmente te agotarías de intentar liberarte sin éxito.

—Gabriela, ¿por qué haces esto? ¿Qué quieres de mí?

Gabriela intensificó su sonrisa, y con determinación acercó su boca al oído de Ana María. En respuesta a su interrogante, Gabriela le contestó:

—Estás a punto de averiguarlo.

Ana María tragó saliva y vio cómo Gabriela se paraba de su lugar. Sin poder hacer nada para evitarlo, Ana María vio cómo Gabriela incrementaba el nivel de inmovilidad que la mantenía tan sumisa en esa cama matrimonial. Colocó grilletes sobre los tobillos de Ana María, la cual quedó indefensa y vulnerable en posición de X, posición firmemente mantenida por las cadenas y los grilletes.

El estado de vulnerabilidad de Ana María era absoluto. Estando casi completamente desnuda, e inmovilizada por inquebrantables cadenas, estaba bajo el absoluto poder de Gabriela. Sumisa y sin escapatoria, se limitó a sufrir lo que Gabriela tenía preparado para ella.

Cuando hubo terminado, Gabriela comenzó a acelerar su respiración. Observó a Ana María de pies a cabeza, y sus pupilas se dilataron en demasía.

—Qué mujer tan hermosa… No me explico cómo algo así puede pertenecer a un humano. Si no fuera atea, te diría que sos una diosa caída del cielo —dijo Gabriela, llevándose dos dedos a su propia zona genital y acariciando suavemente su intimidad para estimularse—. Qué exquisito placer voy a sentir haciendo mía esta divina joya de belleza femenina.

Dicho esto, Gabriela se dispuso a quitarse ella misma su indumentaria y quedándose en ropa interior al igual que Ana María. Se acercó a ella y comenzó a besarla por todo el cuerpo. Le besó el cuello, los brazos, los senos, la barriga, las piernas, los tobillos y los pies. Ana María ya no se sentía estimulada, se sentía más bien violada. La situación le repugnaba, y se retorcía de la indignación al ver cómo Gabriela se abría paso libre sobre todas sus intimidades sin que ella pudiera hacer nada para evitarlo.

Gabriela la besaba apasionadamente y con los ojos cerrados, respirando intensamente. Cuando le besó los pies a Ana María, se detuvo allí y continuó besándolos. Le besó los dedos, la planta, el empeine, el tobillo… Cada porción de los exquisitos pies de Ana María comenzaron a ser besados apasionadamente por Gabriela. La misma abrió los ojos y paró un segundo para decir, entre jadeos de excitación previos a un orgasmo…

—La forma de tus pies me tiene cautivada desde que te conocí. Tienen algo que despiertan en mí las más intensas llamas de mi intimidad. Me vuelven loca, y hoy voy a descargar todo lo que he acumulado desde que te los vi.

Dicho esto, retomó los besos sobre los pies de Ana María. Iba rotando de uno a otro, pero a cada uno lo agarraba con ambas manos y lo besaba con una exorbitante y exagerada pasión. De su boca brotaba una inmensa cantidad de saliva, sus besos hacían ruidos intensos, y poco a poco comenzó a añadir a los jugosos chupones la acción de su lengua.

Ana María sentía intensas sensaciones que le hacían surgir espasmos espontáneos. Las ligeras cosquillas que la lengua y la boca de Gabriela producía sobre sus pies la hacía tensarse y le producían escalofríos desagradables. Sin embargo, Gabriela era implacable y arremetía sin piedad ante cada centímetro cuadrado de la piel de los pies de Ana María. La obsesión que tenía Gabriela con los pies de Ana María era sobrehumana, la excitación que le producían era de proporciones bíblicas. Poco a poco su lengua comenzó a hallar su camino por entre los dedos, el empeine, el talón, y la situación no hacía más que encenderla interiormente y hacerla explotar de excitación. Eventualmente dejó de sostener sus pies con ambas manos y comenzó a utilizar solamente una. La otra de sus manos la utilizó para frotar su intimidad con sus dedos y autoestimularse sexualmente. Gabriela lamía y chupaba apasionadamente los pies de Ana María mientras estimulaba impetuosamente su zona genital con sus dedos. Poco a poco la ropa interior que cubría su zona genital comenzó a humedecerse y posteriormente a gotear. A punto de sucumbir ante una explosión de excitación sexual, Gabriela introdujo su mano adentro de su ropa interior e introdujo dos de sus dedos en su conducto vaginal, comenzando a masturbarse intensamente para estimular su clítoris.

Ana María se estaba sintiendo cada vez más incómoda e indignada. Sus pies estaban siendo víctimas de una violación insoportable, y más indignación le producía cuando tenía ligeros espasmos por la intensa sensación de cosquillas. Cuando Gabriela estaba a punto de sucumbir ante un explosivo y potente orgasmo, su respiración se tornó frenética y su ritmo cardíaco se aceleró vigorosamente. La situación hizo que abriera su boca para comenzar a gemir apasionadamente, y en medio del proceso sus dientes tuvieron un intenso contacto con la planta de los pies de Ana María.

La intensidad de dicho contacto fue mucho para Ana María, quien emitió un potente y agudo grito y realizó un espasmódico salto hasta donde las cadenas se lo permitieron. Gabriela entonces intrigada abrió sus ojos y cesó con su masturbación. Miró intrigada a Ana María, y finalmente emitió la sonrisa más diabólica que Ana María había visto en su vida.

—¿Piecitos sensibles, eh?

Ana María tragó saliva, pero Gabriela estaba completamente decidida.

—Está bien… Démosle un poco de alegría a tu vida —dijo Gabriela con la mayor de las maldades en mente.

Dicho esto, tomó uno de los pies de Ana María, nuevamente con ambas manos, y comenzó a morderlos y a frotar intensamente sus dientes por sobre su planta. Mordisqueando con intensidad y pasión, logró introducir en Ana María la más brutal y horrorosa tortura de cosquillas en los pies que se había imaginado.

—¡¡Noooo!! ¡¡NOOOOOOO!! ¡¡Basta, basta!!

Entre gritos y forcejeos espasmódicos, Gabriela mordía sin piedad, arremetiendo con la implacable maldad de un verdugo inquisidor. Ana María no podía soportar la violenta e inhumana sensación que los dientes de Gabriela le producían a sus indefensos pies. Y en medio de una despiadada crueldad manifestada en la bestial perversidad de los dientes de Gabriela, Ana María recibió la dosis de cosquillas más encarnizadas de toda su vida.

—¡¡YA ESTÁ!! ¡¡¡BASTA, POR FAVOR!!! ¡¡¡Suficiente, suficiente!!! ¡¡¡BASTAAAAAA!!!

Pero Gabriela había entrado en un salvaje estado de severidad inflexible y sanguinaria. Mordiendo sin piedad el pie derecho de Ana María, estiró su brazo derecho hacia su pie izquierdo y comenzó a acariciar intensamente con sus uñas su indefensa planta, duplicando en consecuencia la atroz y sádica sensación de insoportables cosquillas en los pies, que llevaron a Ana María al borde de la locura.

—¡¡¡TE LO IMPLORO!!! ¡¡¡Que se detenga, que se detenga!!! ¡¡¡JAJAJAJAJAJAJAJA!!! ¡¡¡NO LO HAGAS!!! ¡¡¡SUFICIENTE, BASTA!!!

Ana María sencillamente no podía soportarlo, era más de lo que podía racionalmente aprehender. Inexorablemente comenzó a perder la compostura, y bajo el feroz ataque de los dientes y las uñas de Gabriela, sus gritos y carcajadas fueron gradualmente bañados en sollozos y súplicas. Las cosquillas eran sumamente intensas, pero prontamente Ana María comenzó a perder las energías. Víctima del cansancio y la falta de aire, sus gritos disminuyeron y sus súplicas se volvieron menos violentas, aunque más desesperadas.

—Ya basta… Basta, por favor… —decía, entre jadeos y sollozos— no lo soporto, basta, no puedo más… Que se detenga, ¡basta por favor!

Su voz comenzaba a perder fuerza, su cuerpo comenzaba a perder energías. Ella poco a poco perdía la conciencia, pero sus pies no dejaban de sucumbir ante el insufrible ataque de insoportables cosquillas. Gabriela era implacable, no le tenía la más mínima piedad. Estaba volando de excitación mientras mordía y metía los pies de Ana María en su boca, llevando su mente hacia el mismísimo paraíso. Gabriela se sentía como en el cielo, saboreando la exquisita esencia de los pies de Ana María. Pero Ana María venía en franca decadencia, y finalmente sus súplicas se detuvieron. Simplemente se limitaba a llorar y a tener intensos espasmos por la horrorosa tortura que sus pies estaban recibiendo.

Largos minutos pasaron hasta que Gabriela decidió observar a su alrededor, abandonando el trance que los portentosos y fascinantes pies de Ana María le habían inducido. Cuando cesó su ataque de cosquillas, se encontró a Ana María llorando en la cama, entre sollozos débiles producto de su cansancio y lágrimas intensas que decían por Ana María lo que ella se callaba: una desesperada y desmoralizada súplica de piedad.

Gabriela entonces se paró y se subió a la cama con Ana María, arrodillándose nuevamente encima de ella, con una rodilla a cada lado de su cuerpo.

—Pobre Ana María… Tan triste y desolada, tan angustiada y desconsolada… Sabiendo que en la vida hay más razones para sonreír que para llorar…

Ana María poco a poco comenzó a recobrar el aliento y sus energías. Ese pequeño intervalo de tiempo en que Gabriela no le hacía nada le sirvió para volver a la calma. Pero Gabriela todavía tenía muchas más cosas preparadas para ella.

—Querida Ana María… Hay una frase que siempre me ayuda a sentirme mejor cuando estoy tan triste, así como tú lo estás ahora mismo.

Ana María ya no lloraba, simplemente tenía intensos jadeos producto de los sollozos que había tenido hace un rato. No respondía a las burlas de Gabriela.

—Si la vida te da mil razones para llorar, tú dale mil y un razones para sonreír.

Ana María continuó en silencio, respirando intensamente.

—Y si esa no me sirve para animarte, tengo otra, una que a mí me gusta mucho…

Gabriela comenzó a sonreírse diabólicamente, infundiendo terror en Ana María.

—Si la vida no te sonríe… —dice Gabriela con espontáneo tono, moviendo sus dedos frente a Ana María y dirigiendo sus manos hacia sus axilas— ¡hazle cosquillas!

Gabriela comenzó un nuevo brutal y despiadado ataque de cosquillas, esta vez hacia las indefensas y sensibles axilas de Ana María.

—¡¡No, no, no!! ¡¡Ahí no, ahí no!! ¡¡¡JAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJA!!!

—Así me gusta… Ríe, ríe, que tus risas son música para mi alma… Cuchi cuchi cuchi, mi querida Ana Maria… Adoro tu dulce y exquisita risa… Cuchi cuchi cuchi…

—¡¡JAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJA!!

Ana María nuevamente entró en un encolerizado ataque de carcajadas y súplicas. Los dedos de Gabriela inducían en Ana María una fiera y desalmada tortura que la volvía loca. Incapaz de proteger sus axilas, sostenidos sus brazos con los grilletes y manteniendo sus axilas bien abiertas y vulnerables, Gabriela atacaba con fiereza y barbaridad proporcionándole una horrible sensación de cosquillas que colmaron la compostura de Ana María.

—¡¡NO LO HAGAS, NO LO HAGAS!! ¡¡JAAAAAJAJAJAJAJAJAJAJAJA!!

Ana María en aquel momento hubiera dado lo que sea por poder proteger sus axilas, al menos poder cerrar sus brazos y sostener la sensación de ataques. Pero los grilletes la mantenían firmemente abierta de brazos en posición de X, dejándole paso libre a los revoltosos dedos de Gabriela que la torturaban con dureza e inflexibilidad. La crueldad era inhumana, y las cosquillas eran horrorosamente insoportables. Poco a poco Ana María entró nuevamente en estado de locura.

—¡¡NO PUEDO MÁS, NO PUEDO MÁS!! ¡¡QUE SE DETENGA!! ¡¡JAJAJAJAJAJA!! ¡¡BASTA, BASTA!!

Pero Gabriela era implacable y no hacía caso a sus súplicas. Con una formidable y sorprendente habilidad hacía movimientos de dedos que lograban introducir a Ana María al filo de la más vertiginosa demencia. Con una ardiente y efusiva risa, Ana María sufría el inagotable e insano ataque de cosquillas más intenso de toda su vida. En un irrefrenable estado de convulsiones y súplicas, Ana María fue capaz de concebir un verdadero infierno. La permanente estimulación de sus más sensibles terminaciones nerviosas le hizo conocer un diabólico y abismal sufrimiento del que solamente quería escapar. Rogaba con su alma que el tormento se detuviera, pero Gabriela era implacable e inescrupulosa. Como una indomable fiera, arremetía sin detenimiento sobre Ana María. El continuo y permanente martirio de Ana María solamente alimentaba el más insano de sus morbos. Y fue así que siguió por unos largos y agotadores minutos para Ana María, cosquilleándola sin parar, sin piedad.

Pero poco podía imaginar Ana María respecto de lo que le estaba por venir. Tras torturar durante largos intervalos de tiempo a Ana María sin variar la forma, Gabriela comenzó a sentirse insatisfecha. Habiéndose acostumbrado a las permanentes súplicas a gritos de Ana María, comenzó a querer más y más. Su insana morbosidad comenzó a desear más para satisfacerse, y Gabriela decidió cambiar de lugar sus manos hacia la barriga de Ana María, pero no sin antes acomodarse para que sus pies ocuparan el lugar que antes estaban ocupando sus manos. Gabriela acomodó los dedos de sus pies dentro de las axilas de Ana María, y sus manos sobre su barriga. Cuando hubo preparado todo, comenzó con el más vertiginoso ataque de cosquillas que jamás había proporcionado. Combinando una implacable tortura de cosquillas en las axilas usando los dedos de los pies, junto con un insoportable y horroroso rasqueteo de uñas sobre la sensible y desnuda barriga de la pobre Ana María, logró introducirla dentro del más espantoso y monstruoso tormento infernal de cosquillas. Aquello fue el punto cúlmine de Ana María, quien estalló en frenéticos gritos de turbada locura, incapaz de articular palabra alguna para siquiera suplicar por piedad.

—¡¡¡NOOOOAAAAAAAAAAAAAAAAJAAAAAJAAAAAAAAAAAA!!!

En aquel momento Ana María literalmente perdió la conciencia. Aquello era más de lo que podía soportar. El tormento que los pies de Gabriela infundían en sus axilas era incluso peor que el anterior que había sido con las manos. Esta espantosa realidad, en combinación con la brutal y despiadada tortura de las uñas de Gabriela sobre la sensible y vulnerable barriga de Ana María, convertía la sesión en una pavorosa y terrible tortura inhumana.

Ana María ya no era consciente de sí. Había perdido la cordura y el sentido común. Su cuerpo se había vuelto un autómata robot que simplemente respondía a los estímulos. El desmesurado y terrorífico tormento que las cosquillas de Gabriela producían en su ser era eventualmente llevado hasta sus límites cuando espontáneamente Gabriela introducía uno de sus dedos en su ombligo y lo hacía bailar con una tremenda y aterradora maldad. La coordinación de Gabriela para mover sus dedos era espeluznante por su espectacularidad, a tal punto que la horripilante tortura de cosquillas solamente podía ser comparada con el estremecedor terror del más profundo nivel del infierno.

—¡¡¡JAAAAA JAJAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA!!!

Este aterrador tormento durante varios minutos fue inescrupulosamente prolongado por Gabriela. Pero todo lo que inicia debe eventualmente terminar, y así fue con la imponderable crueldad de Gabriela. Lentamente comenzó a disminuir la intensidad de sus cosquillas, y a ritmo semejante los gritos de Ana María fueron cediendo ante el silencio. Los pocos minutos que duró este gradual descenso a la calma le devolvieron a Ana María su conciencia de sí.

Agotadísima, jadeando como nunca en su vida rutina de ejercicio alguna había podido hacerle jadear, Ana María descansaba con irrefrenables y frenéticos respiros ante el cese del brutal ataque de cosquillas. Tuvo que pasar un largo intervalo de tiempo dentro de ese silencio para que finalmente, tras haber recobrado la capacidad de hablar y una buena cantidad del aire que había perdido durante esa sesión, se animara a hablarle a Gabriela.

—Gabriela… ¿A qué se debe todo esto?

Gabriela continuaba inmutable, mirándola. No emitía respuesta alguna.

—Te pido perdón si alguna vez te hice algo malo. Pero por favor, te lo imploro, haz que se detenga este tormento. No puedo soportarlo, realmente es demasiado para mí. Por favor, libérame y haré de cuenta que esto nunca pasó…

Nuevamente Gabriela no emitió respuesta alguna. Tras largos segundos de silencio, Ana María hizo un intento de nuevo.

—Gabriela… ¿Por qué?

Gabriela entonces levantó una de sus manos y la movió hacia la zona genital de Ana María. Dándole un suave frote de dedos a su cavidad vaginal, Ana María emitió un gemido de excitación intenso y sofocante. Gabriela se apresuró a decir:

—¿Sientes esto? Es lo que una buena dosis de cosquillas puede hacer para fomentar tus orgasmos —dijo, intensificando el frote de dedos sobre la vagina de Ana María—. Ahora que estás debilitada, tu orgasmo va a tener un nivel inconmensurable.

Gabriela detuvo su estimulación a la cavidad vaginal de Ana María, protegida por lo poco que le quedaba de su ropa interior, y se paró encima de la cama.

—No podrás creer lo que unas inocentes caricias lograrán producir en tu cuerpo…

Habiendo dicho esto, Gabriela levantó su pie derecho y lo elevó por encima de Ana María. Ana María pudo ver cómo encima de sí el pie de Gabriela colgaba, en lento descenso hacia su torso.

Gabriela le sonreía a Ana María, dándole a entender que no había nada de qué preocuparse. Su sonrisa ya no era diabólica, era más bien empática. Dirigió su pie derecho hacia la barriga de Ana María, y con ternura y suavidad comenzó a usar sus dedos para acariciarla delicadamente.

Ana María no pudo creer lo que comenzó a sentir tras esas caricias. Sentía cómo los dedos de los pies de Gabriela enviaban fuertes choques eléctricos de estimulación sexual hacia todo su cuerpo. Cada caricia de Gabriela sumergía a Ana María en el más bello y armónico mundo de excitación que jamás había tenido. No sabía cómo hacía eso Gabriela, pero ciertamente esta mujer sabía muy bien lo que estaba haciendo.

Con un equilibrio uniforme y exquisito, Gabriela recorrió todo el cuerpo de Ana María con sus dedos del pie derecho. Ana María había cerrado sus ojos y había comenzado a excitarse fuertemente. El pie de Gabriela recorría sus brazos, sus senos, sus piernas, su zona genital, e incluso su cara. Gabriela acariciaba con suavidad y delicadeza la cara de Ana María, quien solía devolver esas exquisitas caricias con eventuales besos a sus pies. Ana María estaba completamente sumisa ante su captora. Besándole los pies y dejando que los mismos hicieran su trabajo por sobre su cuerpo, un fogoso y efervescente ambiente de amor pasional inundó la atmósfera de la habitación.

Eventualmente Gabriela se sentó a un lado de Ana María y se acercó para besarle tiernamente los senos. Con un poder de seducción inconmensurable, Gabriela despojó a Ana María de la indumentaria que le protegía su cavidad vaginal, y acto seguido procedió a entrometer sus dedos en la zona genital de Ana María, sumergiéndola en una infinita sensación de placer que la hizo colmar de gemidos de excitación a toda la habitación. Toda la habilidad que Gabriela había demostrado alguna vez tener en sus dedos tanto para hacer masajes como para hacer cosquillas, la estaba demostrando ahora para la estimulación sexual de la intimidad de Ana María. Sus dedos se movían con armonía y elegancia, manteniendo un ritmo constante y una intensidad perfecta, que hacía de Ana María la mujer más afortunada del mundo entero, al tener alguien que amara de esa manera su intimidad.

Poco a poco los dedos de Gabriela comenzaron a abrirse paso por la cavidad vaginal, y no pasó mucho tiempo hasta que encontraron su camino en el sensible y delicado clítoris de Ana María. Ana María no podía hacer más que gemir vertiginosamente, ante el espectacular trabajo que los dedos de Gabriela hacían sobre su intimidad. La brutal dosis de cosquillas que había anteriormente recibido ahora comenzaba a surtir efecto en la sensibilidad de Ana María, quien sentía cómo por dentro su cuerpo ardía inconteniblemente en el incandescente fuego de la excitación. La vehemencia de la situación la hizo sentir más mujer que nunca, y poco a poco su cuerpo fue cediendo ante el más intenso y ferviente orgasmo de toda su vida.

Los dedos de Gabriela comenzaban a empaparse del fluido vaginal que Ana María emitía en gigantescas cantidades debido a lo enérgico y apasionado de su excitación. Cuando Ana María pensó que su excitación había alcanzado sus límites, Gabriela decidió acompañar su estimulación sexual con suaves caricias al cuerpo de Ana María usando sus pies. Los choques eléctricos producían en Ana María espontáneas y espasmódicas convulsiones, el fluido vaginal brotaba intensamente de su intimidad, y Ana María se encontraba ahora recién salida del infierno para ingresar al más dulce placer del paraíso.

Entre respiraciones intensas y gemidos apasionados, Ana María no pudo evitar sentirse irresistible y enérgicamente atraída hacia los bellísimos pies de Gabriela, que acariciaban con vehemente exquisitez su piel mientras hacía su espectacular trabajo en su clítoris. Algo había cambiado en ella ese día, y no quería culminar su orgasmo sin probar esa experiencia. Así fue que Ana María decidió pedirle a Gabriela que acercara uno de sus pies a su cara.

—Gabriela… Acércame uno de tus pies, por favor. Quiero sentir el abrumador placer de lamer esa exquisita y hermosa parte de tu cuerpo…

Gabriela, sin meditar, estiró uno de sus pies hacia la cara de Ana María, quien se dispuso a abrir su boca y besar con frenética pasión la planta de los pies de Gabriela. Con jugosos y apasionados besos a la deliciosa piel de los pies de Gabriela, la lengua de Ana María comenzó a bailar lentamente por cada lugar al que tenía alcance. Lamió su talón, su arco, entre sus dedos y sus uñas. La sensación, completamente nueva para Ana María, no hizo más que multiplicar su excitación. Se sentía increíblemente bien, la experiencia era fascinante. Y lo fue más aún cuando notó que ahora Gabriela también estaba gimiendo de excitación. Con esto Ana María descubrió, para su muy grata sorpresa, que Gabriela tenía un punto de presión excesivamente sensible en sus pies, siendo la estimulación de los mismos capaz de llevarla a un clímax lo suficientemente intenso como para producirle el orgasmo.

Y así fue… Gabriela estimulando con una grandiosa y admirable habilidad la intimidad de Ana María, y Ana María usando su boca para infundirle un orgasmo a Gabriela a través de sus pies, ambas entraron en un recíproco juego de estimulación mutua, brindando en consecuencia la más apasionada, intensa y estimulante relación lésbica de la vida de cada una de ellas. Dentro de este proceso de estimulación mutua, sus gemidos colmaron la atmósfera de la habitación, y la fortuna finalmente les sonrió cuando, al mismo tiempo, emitieron ese intenso, alargado y vehemente gemido que manifiesta la aparición del orgasmo. Así fue como al mismo tiempo, ambas tuvieron el orgasmo más potente, vivo y profundo de sus vidas.

La aguda y penetrante sensación que Ana María vivió aquel día cambió su vida para siempre. Había vivido una experiencia nueva, pero había aprendido una lección. Quizás una pequeña escapada para romper una dura y firme rutina, puede conducir a uno a las más bellas experiencias de su vida. Y así de claro le quedó cuando Gabriela se disponía a liberarla de sus grilletes.

—Gabriela… No quiero ser liberada…

—————————————————

About Author