abril 25, 2024

Tickling Stories

Historias de Cosquillas. Somos parte de la comunidad en español en Telegram – LTC.

La espía (Fanfiction)

Tiempo de lectura aprox: 5 minutos, 26 segundos

Nunca me han convencido las razones que llevaron a la Srta. Peel a dejar el Servicio Confidencial británico. Yo pienso que metió la pata y tuvo que enfrentarse a algún que otro papelito no deseado. Sin embargo esto es lo que creo que pasó realmente. «Mrs Peel… nos necesitan. El mensaje familiar llegó a Emma cuando levantaba la taza de loza delicada del platillo. Steed le observaba. «Un nuevo caso preguntó ella levantando su ceja izquierda a su manera característica. «Uno que ha confundido a las más grandes mentes en la tierra», dijo Steed.

Él procedió a explicar el caso detalladamente y después dio un papel a Emma. Ella decidió ponerse el mono de cuero y las botas negras, muy apropiadas para enfrentarse a hombres. Sabía que esto hacía que ellos siempre miraran a sus pies. Pobre. Emma trepó a su Lotus Elan y se lanzó a toda velocidad a la carretera. La dirección que Steed le había dado resultó ser un almacén abandonado. El bólido de Emma se detuvo y ella se acercó al edificio decidida, con los talones de sus botas crujiendo sobre la gravilla.

Se acercó a la puerta delantera y probó el asa, que se abrió fácilmente. Entró. Un automóvil oscuro se detuvo momentos después y surgieron dos figuras, un hombre y una mujer. La mujer abrió el maletero y sacó un maletín mientras el hombre cogió un letrero y lo colgó encima de la entrada del almacén. El letrero decía: «PELIGRO. NO ENTRAR. EDIFICIO EN OBRAS» Emma había investigado el almacén entero y no había encontrado nada. Cuando volvía hacia la entrada principal alguien le agarró por detrás y el olor dulce enfermizo del cloroformo inundó su boca y su nariz… Emma Peel sacudió la cabeza y se encontró mirando fijamente una pared del almacén. No podría moverse un centímetro, porque tenía las manos fuertemente atadas a la espalda.

Estaba atada a una silla, con las piernas estiradas hacia delante y los tobillos sujetos a unos pequeños grilletes. Miró a su alrededor y vio que había dos personas más, un hombre bastante gordo y calvo, y una exótica mujer pelirroja. «Ah, querrida. Veo que te has despertado. Vamos a charrrlar un poquito, no? Dijo la mujer. «Que quierrres charrlarr»! contestó Mrs Peel burlándose se su acento extranjero. «Permita que me presente,» dijo el hombre. «Mi nombre es Pushkin y represento a ciertos intereses extranjeros».

El hombre hizo una cómica reverencia y Emma no pudo sino sonreír. «Ésta es mi auxiliar Olga,» continuó gesticulando con una mano hacia la pelirroja. Olga le sonrió abiertamente, dejando claro que no le había gustado eso de auxiliar. «A mis patrones les gustaría conocer algunos pequeños detalles acerca de la organización para la que usted trabaja.» «Seguro que les gustaría,» dijo Emma con voz aburrida. «Y usted va a darme esa información.» «Claro que no.» «Esto es perderrr tiempo,» interpuso Olga. «Olga es un experta en el arte de extraer información a las fuentes poco colaboradoras. Proceda.» Emma intentó mantener la mirada aburrida en su cara pero poco a poco notaba crecer el pánico. «¿Qué va a ser? ¿Descargas eléctricas? Astillas bajo las uñas?,» preguntó nerviosamente. «No me gustaría marcar un cuerpo tan perrrfecto. Mis métodos son no violentos,» dijo Olga mientras se agachaba y empezaba a soltar los grilletes que sujetaban los tobillos de Emma. La mujer atrapada se preparó para soltar una buena patada cuando liberara su pie pero no tuvo ni tiempo, porque en unos instantes la esbelta pelirroja los había vuelto a atar, una vez quitadas las largas botas de cuero. La belleza eslava sostuvo ambas botas como trofeos, sonriendo. «Si querías las botas no tenías más que pedirlas, te las habría dado muy gustosa.» «No, grracias, me interresa solamente lo que hay dentro de las botas, querrida.» Las piezas del puzzle empezaban a encajar en el aterrado cerebro de Emma, que miraba nerviosa sus pies desnudos. «Preciosas estas plantas, tan rosadas.» comentó Olga mientras deslizaba una uña larga por el pie izquierdo de la Srta. Peel. Emma no pudo controlarse y emitió un chillido fuerte que resonó en las paredes del cuarto vacío. «Hee. Heee. Hee. Hooo. Hooo. Hooo. Hee. Heeee. Hahahahaha.» «Ya lo ve. Siempre tan eficaces.» Olga sonrió afectadamente volviéndose a Pushkin.

Éste era el peor momento en la carrera de Emma. Aquella cruel mujer iba a torturarle de la peor manera posible… con cosquillas!! Y en la parte más sensible de su cuerpo… sus pies!!! La única otra vez que se había encontrado en una situación parecida había sido tiempo atrás, se vio también atada con los pies desnudos, pero afortunadamente Steed había llegado antes de que el hierro candente llegara a sus plantas. «No, no. P-por favor no le permita que haga esto,» suplicó volviéndose desesperadamente a Pushkin. «Dígame lo que quiero saber». Contestó él, disfrutando de la dfícil situación del agente británico. «No puedo, no puedo». sollozó Emma mordiéndose el labio inferior.

Mientras, Olga había sacado una bolsa que desenrolló delante del taburete. Los ojos de Emma Peel se helaron cuando vio el interior. Plumas, bastoncillos de algodón, pinceles pequeños, vibradores y botellas de aceite. «Olga procede de una familia muy interesante. Su bisabuela era la especialista en cosquillas en los pies de la zarina. Interesante, ?verdad? El verdugo inspeccionó los instrumentos alegremente. «Casi no sé qué elegir. Empecemos con lo básico». cogió una delgadísima y estirada pluma y se la enseñó a su víctima. Emma emitió un sonido gutural y se revolvió en sus ataduras. «Espera»! ordenó Pushkin. Emma se volvió a él, suplicando con los ojos el indulto. «Mejor usaremos esto» dijo al agente ruso dando dos objetos pequeños a Olga. Ambos espías extranjeros pusieron sus manos a a los lados de sus cabezas y se colocaron los tapones. Olga recogió la pluma una vez más y empezó a deslizarla suavemente sobre la indefensa planta de Emma, manteniendo un ritmo lento pero firme, de arriba abajo.

Auténticos chillidos de risa histérica llenaron la habitación. «Heeeee. Heeeeeeee. Heeeeeeeekkk. Heeeeeee.Heeeeeee. Haaaaahaaaaa. Haaaaaahaaa.» Los ecos empeoraban la pésima situación de Emma, sumergida en su propia angustia. Los tirones de Emma eran tan violentos que movía la silla, pero no podía huir de aquella pluma del demonio. El ritmo constante y suave estaba siendo devastador para Emma. Era terriblemente cosquillosa, pero además aquella pelirroja era una artista. Aquello era insufrible, y no había escapatoria posible. Cada seguno parecía una eternidad.

Las incontrolables sensaciones de las plantas se traducían en impulsos eléctricos diminutos que, partiendo de la fina textura de la pluma y empezando en su hipersensibles plantas, se convertían en espasmos que sacudían violentamente todo su cuerpo. Su cara bonita, normalmente tan fresca, se había transformado en una desbocada sonrisa de payaso. Lágrimas brotaban de sus ojos, creando ríos de rimmel por toda su cara. Tenía que conseguir tirarse de la silla, era su única posibilidad, así que se movió con furia hacia los lados y hacia atrás. La silla crujió peligrosamente pero no cedió. Imposible escapar a los encantos de la pluma, que seguía paseando tranquilamente por su planta rosada.

La pluma no se detenía y, es más, parecía anticiparse a sus movimientos buscando el mayor y más insoportable contacto. La pobre srta. Peel estaba perdida. Aquello era demasiado, no podría soportarlo durante mucho tiempo. «Haahahahahaaaaaaaa. Noooooonoooooooonoo. Heeeeeheeeeeeeeheeeeee. Nooooooooooaaaaaiiiiiiiieeeeeeheeeeeeheeeeeeee.»

No podía proteger un pie ni siquiera con el otro en ese baile eterno tan peculiar, porque la diabólica pelirroja había puesto los pies bien separados uno de otro. Emma rompió la barrera del ultrasonido cuando la pluma empezó a explorar los lugares secretos entre sus dedos blancos delicados. En un cambio rápido de técnica la pluma se invirtió y la punta de la pluma dura insertó en el hueco que siempre sale en el dedo pequeño cuando el pie se fija herméticamente. Esta técnica tuvo una ruidosa y desesperada respuesta por parte de la pobre víctima. «OooooOOOOOOOOHHHHHooooooohhoohhhhhhhooOOOOOhoooooooohoooooHeeeeeeEEEEEEEheeeeHeeeeee.»

Olga tenía una mueca extraña en su cara cuando empezó a rascar la planta del otro pie con sus largas uñas. Esto causó que los aullidos emitidos por la srta. Peel se reduplicaran. Olga usó las mismas uñas-garras para rascar muy suavemente la piel ligeramente dura del talón . Sabía por experiencia personal que el efecto de las uñas en áreas callosas era una bomba de hidrógeno. Las vibraciones que sacudían la piel afectaron el área entera y amplificaron el tormento tremendamente.

«HeeeeheeeeeeeeeeheeeeeeeheeeeeeeehhhhehaaaaaahaaaaahaHAAHAAAHAHAHAHAHHEEHHHHHHHHHHE.» El mundo de Emma Pell se estaba viniendo abajo. Sus ojos cerrados dejaban escapar lágrimas que volaban en todas las direcciones cuando agitaba la cabeza frenéticamente de lado a lado. Sudaba a mares, el pelo empezaba a pegársela a la cara, a los pegotes de rimel. Pushkin se sentía extrañamente contento de ver al jovial Agente británico convertido en una muchacha pequeña chillando. Y con el «el truco más viejo en el libro» (viejo truco del almendruco). Los de la oficina no se lo iban a creer. Como una niña. Olga continuó su ataque a la ahora cansada Emma.

El terror eslavo seguía con la pluma en un pie y sus terribles uñas dignas de conciertista de piano en el otro. La víctima ahora emitía risas más débiles, pero mucho más enfermizas. Cuando Olga cambió todavía de nuevo su técnica, esta vez acelerando el ritmo de baile de sus uñas sobre la sensible piel de los arcos blancos altos de Señora Peel, supo que su prisionera había llegado a su límite.

«Hablaré!!! Hablaréeee!!1. Ohhohohooohoooh por favoooooooor. Heeheeheehahahaahaaha. P-por favor. ohohohheeheheeheeheeho. Paaareee, heeheheheeheehee.»

Pushkin miró su reloj con asombro. Habían roto a la Señora Peel en menos de diez minutos.

By Quiller

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