abril 25, 2024

Tickling Stories

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Mi madre tiene un fetiche con las cosquillas (Fanfiction)

Tiempo de lectura aprox: 4 minutos, 28 segundos

Quizá lo que he de contarles a continuación tiene que ver más con mi madre que conmigo misma, sin embargo, también tengo algo de protagonismo en la historia. Comenzaré por contarles que vivo sola con mi madre, ella se embarazó de mi por ahí de los 18 años, por lo tanto es una mamá joven, de esas que parecen más una hermana mayor, físicamente es una mujer de mediana estatura, delgada sin muchas curvas, pero es guapísima.

Leí una vez que un fetiche se puede detonar en una persona por razones tan variadas que es complicado decir con precisión en dónde y cómo comenzó, no obstante, lo que me ocurrió a mi seguramente los sorprenderá así que les pido que no me juzguen. Yo tendría unos 12 o 13 años y asistía a la secundaria. Era un Martes como cualquier otro y tenía práctica de natación al finalizar las clases pero ese día la práctica se canceló porque le estaban dando mantenimiento a la alberca, así que llegué a casa mucho más temprano de lo previsto.
Normalmente siempre que llegaba del colegio mi madre estaba afinando los últimos detalles de la comida, poniendo la mesa para comer o usando su computadora en la sala, sin embargo, cuando llegué no había señales de que ella estuviera en casa. Me dejé caer sobre un sofá de la sala y comencé a escribir un mensaje de WhatsApp a mi madre para saber donde estaba. Pocos segundos después de enviar el mensaje escuché su celular sonar dentro de la casa así que me levanté para buscarlo, pero al pasar por la escalera que subía a la planta alta escuché voces y el sonido de la risa de mi madre que venía de su habitación.
Un poco desconcertada subí las escaleras, me dirigí a su recámara y una vez ahí me dispuse a abrir la puerta cuando de pronto, lo que escuché me dejo helada. Era la voz de mi madre, suplicando y pidiendo que parasen en un tono que yo desconocía en ella. Abrí la puerta despacio, sólo lo suficiente para mirar lo que ocurría sin que se diera cuenta de mi presencia y yo simplemente no daba crédito a lo que sucedía. Mi madre estaba atada sobre la cama, tenía los ojos vendados y un chico al que yo conocía de algunas ocasiones estaba sobre ella haciéndole cosquillas en el ombligo y la cadera.
Una avalancha de sensaciones me pasó por encima. Una parte de mi en verdad se indignó al ver que realmente la torturaban. Bueno, estaba suplicando, ¿no? Por otro lado una sensación placentera crecía en mi abdomen, impidiéndome interrumpirlos y forzándome a ver más. Aquel chico enloquecía a mi indefensa madre con incesantes cosquillas que por momentos subían por sus costillas y volvían a bajar haciéndola gritar y carcajearse como jamás la había escuchado.
Sin saber que hacer cerré la puerta. Lo único que se me ocurrió fue salir de casa en silencio para hacer tiempo y llegar a casa a la hora que normalmente debí haber llegado de no ser porque se suspendió la práctica de natación. Una vez afuera caminé un rato, repasando en mi mente lo que había visto y tratando de comprenderlo. ¿Qué era esa sensación tan placentera y confusa que sentía en el cuerpo?
Cuando por fin llegué a casa, mi madre estaba como si nada mirando televisión y acomodando los platos en la mesa para comer juntas. Este chico ya no estaba y cuando le pregunté que qué había hecho en su día me respondió que acababa de llegar porque había pasado la mañana entera con una de sus amigas, cosa que por su puesto era mentira.
Después de eso los días transcurrieron con absoluta normalidad, sin embargo, yo no podía sacar de mi mente lo que había sucedido y de alguna manera cambió la forma en la que yo veía a mi madre.
Un día, mientras mi madre tomaba una siesta yo miraba la televisión en la sala cuando de pronto su celular sonó. Era un WhatsApp de Roberto, el chico con el que estaba mi madre en esa ocasión y al mirar que era él, aquella agradable sensación me asaltó por completo. Vamos, ¿qué habrían hecho ustedes? Hecha un manojo de nervios reuní valor para abrir el mensaje y ver qué decía.
Eran días y días de conversaciones acumuladas y los detalles de todo lo que vi y leí francamente me excitaron mucho. Me sorprendió saber que mi madre era tan cosquilluda que si se las hacían el tiempo suficiente, era capaz de hacer casi cualquier cosa a cambio de detener las cosquillas. También descubrí que el ombligo es su punto débil seguido de sus pies y las costillas, además me enteré de todas y cada una de sus fantasías de cosquillas más intensas. Incluso, mirando otras conversaciones me di cuenta de que mi madre coqueteaba con cosquillas con todo mundo y enviaba fotos de sus pies, su ombligo, etc.
Recuerdo que esa noche apenas pude dormir.
Acostada en mi cama decidí tocarme el ombligo y descubrí que era súper sensible, imagino que herencia de mi madre y por alguna razón, desde ese día una parte de mi cuerpo que hasta entonces era insignificante adquirió mucha importancia para mi. Comencé a usar ropa que dejara ver esa parte de mi anatomía y me gustaba provocar que la gente lo viera, lo tocara y me daba por iniciar una conversación sobre mi ombligo o las cosquillas e inevitablemente comenzó a crecer en mi la duda: ¿Seré tan cosquillosa como mi madre?
Después de darle mil vueltas al asunto decidí contarle a Jessica, mi mejor amiga, le platiqué de esa curiosidad que crecía cada vez más dentro de mi, ocultando muy bien los detalles sobre mi madre. Era obvio que ella no compartía la misma excitación que yo pero después de todo unas cosquillas nunca le hicieron daño a nadie, así que aunque seguramente pensó que estaba algo loca aceptó hacer una sesión conmigo.
En general tengo muchas cosquillas en todos lados pero lo que yo realmente quería era que me tocara el ombligo, que se divirtiera con el y me hiciera sentir indefensa y así fue. Aquello habrá durado unos veinte minutos. Veinte minutos de desesperantes pero deliciosas cosquillas en todo el cuerpo pero principalmente en el abdomen y ombligo mientras yacía atada a su cama.
Así fue como confirmé que indudablemente tengo ambos fetiches, el de las cosquillas y el del ombligo. Curiosamente aunque hablar de mi ombligo me excita y me excita todavía más que me lo toquen, mis fantasías mas intensas no tienen nada que ver conmigo, sino, con mi madre. Imaginarla atada, riendo y suplicando es algo que me pone mucho. A veces la imagino como una agente secreto que no quiere revelar para quién trabaja y le hacen cosquillas en el ombligo para hacerla confesar.
Otras veces se pone “coqueta” con sus torturadores ofreciéndoles hacer lo que fuere a cambio de detener la tortura e incluso también me gusta imaginar a mis amigos mas cercanos haciéndole cosquillas en los pies, la variedad de fantasías que ha pasado por mi mente es infinita. Lo cierto es que yo nunca intervengo en ellas, simplemente soy una espectadora, nadie se da cuenta de mi presencia, tal como fue la primera vez.
Hoy en día tengo 19 años y conforme ha pasado el tiempo mi madre ha tenido uno que otro tickler. Aunque ella los presenta como amigos me doy cuenta de ello por la forma en la que se miran cuando le tocan el ombligo o le hacen cosquillas ocasionales, ella siempre se contonea de una manera muy singular, es tal vez un lenguaje entre fetichistas de cosquillas que ahora entiendo y leo con facilidad porque yo soy igual.
En fin, así es como dos chicas que aman las cosquillas viven en la misma casa, aunque, ella no sabe de mi y creo que no lo sabrá jamás.
Anónimo.

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