abril 27, 2024

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Cosquillas Desesperadas – Parte 2

Tiempo de lectura aprox: 21 minutos, 33 segundos

Parte 2: Torturadas por un mismo propósito

Después de la intensa experiencia en la oficina de Priscila, Pilar se encontraba nuevamente frente al edificio, esta vez acompañada por su hija Ana. La tensión en el aire era palpable mientras ambas se preparaban para enfrentar una vez más la tortura cómica a la que habían sido sometidas anteriormente.

«¿Estás lista para esto, mamá?», preguntó Ana con voz temblorosa, mirando nerviosa hacia el edificio.

Pilar asintió con determinación. «Sí, lo estoy. Vamos a hacerlo juntas esta vez».

Ana intentaba mantener la calma mientras observaba a su madre. «Es solo que… no sé si podré soportarlo».

«Lo haremos juntas, cariño», respondió Pilar, tratando de infundirle confianza. «Estoy aquí para apoyarte en todo momento».

Con un suspiro, Ana asintió, tratando de reunir el coraje necesario para enfrentar lo que les esperaba dentro de esa misteriosa oficina.

Al entrar, fueron recibidas por la sonrisa de Priscila, quien las saludó con entusiasmo. Las otras mujeres, Ling Ling, Joyce y Marilyn, también estaban presentes, y parecían ansiosas por comenzar la sesión.

«Bienvenidas de nuevo», dijo Priscila con una sonrisa. «Estoy emocionada de tenerlas aquí para otra sesión».

Ana miraba a su alrededor con cierta aprensión, preguntándose qué le depararía esta vez. «¿Qué tenemos planeado para hoy?», preguntó con voz nerviosa.

Priscila les ofreció asientos y comenzó a explicar el plan para la sesión de hoy. «Esta vez, queremos explorar un poco más y ver cómo reaccionan ante diferentes estímulos de cosquillas», explicó. «Estoy segura de que será una experiencia interesante».

Pilar llegó vestida con un conjunto casual de jeans y una camiseta cómoda. Llevaba unas zapatillas simples y cómodas para facilitar su movilidad. Su cabello estaba recogido en una coleta baja, y llevaba unos lentes de sol en la parte superior de la cabeza.

Ana, por su parte, optó por un estilo más juvenil y fresco. Vestía una falda corta y una blusa holgada, junto con unas zapatillas deportivas. Su cabello largo y oscuro caía en cascada sobre sus hombros, y llevaba un bolso cruzado sobre el torso.

Priscila asintió hacia Marilyn. «Marilyn, ¿podrías llevar a Pilar y Ana al vestuario? Allí podrán cambiarse y prepararse para la sesión».

Marilyn asintió y se dirigió hacia Pilar y Ana con una sonrisa. «Por aquí, por favor. Los vestuarios están justo al final del pasillo».

Siguiendo a Marilyn, Pilar y Ana caminaron por el pasillo, intercambiando miradas nerviosas. Ana apretó suavemente el brazo de su madre, buscando algo de consuelo en medio de la ansiedad creciente.

«Parece que será otra sesión interesante», comentó Ana en voz baja.

Pilar asintió, tratando de ocultar su propia aprensión. «Sí, pero esta vez estaremos juntas. Nos apoyaremos mutuamente».

Una vez en el vestuario, Marilyn les mostró los lockers donde podrían dejar sus pertenencias y les entregó las batas que debían usar durante la sesión. «Pueden cambiarse aquí y dejar sus zapatos. Estaremos listas en unos minutos».

Después de que Marilyn se retirara, Pilar y Ana se quedaron solas en el vestuario, cada una sumida en sus propios pensamientos. La tensión en el aire era palpable mientras se preparaban mentalmente para lo que vendría a continuación.

Ana miró a su madre con curiosidad mientras se encontraban en el vestuario. «Mamá, ¿cómo es realmente esta sesión de cosquillas?» preguntó con una mezcla de intriga y aprensión en su voz. «Quiero decir, ¿qué tan intensa es? ¿Se detienen si ya no puedes soportarlo?»

Pilar suspiró, recordando su experiencia anterior en esa misma oficina. «Bueno, cariño», comenzó con calma, «la verdad es que es bastante intensa. No se detuvieron la última vez, incluso cuando pensé que no podía soportarlo más. Pero esta vez estás conmigo, y haremos lo que sea necesario para cuidarte. ¿Estás segura de que quieres hacerlo?» – Ana asintió.

Pilar recordando la intensidad de la experiencia anterior. «Además, hija, hacen mucho énfasis en encontrar esa parte del cuerpo donde eres más cosquillosa. Y cuando lo encuentran, no se detienen fácilmente. Te someten a una tormenta de cosquillas que te hace perder la razón».

Ana frunció el ceño, sintiendo un escalofrío recorrer su espalda ante la idea de ser sometida a la misma experiencia que su madre. «Oh, vaya», respondió, tratando de ocultar su incomodidad. «Bueno, mamá, creo que tendría que pensarlo. No sabía que estaban tan interesadas en nuestras cosquillas», dijo con una risa nerviosa.

Pilar observó la reacción de su hija con preocupación. «Ana, cariño, entiendo que te sientas nerviosa», dijo con tono comprensivo. «Pero ya estamos aquí. No podemos simplemente dar marcha atrás ahora. La sesión está a punto de comenzar y una vez que empiece, no hay vuelta atrás. Si decides hacerlo, debes estar lista para lo que sea que venga después.»

Marilyn tocó suavemente la puerta del vestuario. «¿Están listas?» preguntó con cortesía, esperando la confirmación de Pilar y Ana antes de llevarlas al lugar donde se realizaría la sesión.

Pilar abrió la puerta del vestuario y ambas mujeres, madre e hija, estaban listas. Estaban descalzas y llevaban puesta la bata que les entregó Marilyn. Se miraron entre sí, compartiendo una mezcla de nerviosismo y determinación antes de seguir a Marilyn hacia el lugar donde se llevaría a cabo la sesión.

Marilyn les indicó que la siguieran hacia la sala de la sesión. Con paso cauteloso, Pilar y Ana salieron del vestuario y la siguieron por el pasillo, sintiendo una mezcla de anticipación y aprensión por lo que les esperaba. Las risas y murmullos provenientes de la sala aumentaban su nerviosismo mientras se acercaban.

Al llegar a la sala de la sesión, Pilar y Ana se encontraron con Priscila, Ling Ling y Joyce. Priscila les indicó a ambas mujeres en qué camillas debían ubicarse cada una.

«Por favor, Pilar, tú y Ana pueden colocarse en esas camillas que están al final de la sala», dijo Priscila, señalando hacia un par de camillas ubicadas cerca de la ventana.

Pilar miró a su hija con una mezcla de nerviosismo y determinación. «Vamos, Ana, aquí es donde nos toca», le dijo, tratando de infundirle un poco de tranquilidad.

Ana asintió con la cabeza, aunque su expresión reflejaba cierta aprensión. «¿Estás segura de que esto es una buena idea, mamá?», preguntó, mirando a Pilar con preocupación.

Pilar le ofreció una sonrisa tranquilizadora. «No te preocupes, cariño. Será una experiencia interesante», respondió, tratando de ocultar su propia ansiedad.

Mientras se acomodaban en las camillas, Ana miró a su madre con curiosidad. «¿Qué pasa exactamente en estas sesiones?», preguntó, buscando más información sobre lo que les esperaba.

Pilar respiró hondo antes de responder. «Bueno, básicamente nos someten a cosquillas intensas en ciertas partes del cuerpo», explicó, recordando su experiencia anterior en la sala. «Es un poco incómodo, pero nada de qué preocuparse demasiado».

Ana asintió, aunque su expresión seguía siendo un tanto dubitativa. «Supongo que confiaré en ti, mamá», dijo, resignándose a lo que les esperaba.

Una vez que Pilar y Ana se acostaron en las camillas, Marilyn, Ling Ling, Joyce y Priscila se acercaron rápidamente. Cada una de ellas comenzó a atar los pies y las manos de las mujeres, utilizando correas de cuero con una cubierta acolchada en los tobillos y muñecas.

Mientras las correas se apretaban alrededor de sus extremidades, Ana miró a su madre con nerviosismo. «¿Qué están haciendo?», preguntó, sintiendo cómo la ansiedad se apoderaba de ella.

Pilar intentó tranquilizar a su hija mientras las correas la sujetaban con firmeza. «Están solo asegurándose de que no nos movamos demasiado durante la sesión», explicó, tratando de mantener la calma a pesar de sentir el corazón acelerado en su pecho.

Ana asintió, aunque aún se sentía un poco inquieta. «¿Va a doler?», preguntó, preocupada por lo que estaba por venir.

Pilar le ofreció una sonrisa tranquilizadora. «No, no debería doler. Solo será… un poco incómodo», respondió, tratando de minimizar el impacto de la experiencia.

Mientras tanto, las cuatro mujeres continuaron asegurándose de que Pilar y Ana estuvieran firmemente sujetas a las camillas, preparándolas para la sesión que estaba por comenzar.

Las cuatro mujeres, con una destreza practicada, movieron las camillas hacia el centro de la sala, justo sobre los seguros en el suelo que anclaban firmemente las camillas en su lugar. Con cada clic suave de los seguros, la certeza de que no habría escapatoria para Pilar y Ana se hacía más palpable.

Priscila observó con satisfacción cómo las camillas quedaban perfectamente alineadas. «Ahora estamos listas», anunció con una sonrisa maliciosa, sus ojos brillando con anticipación por lo que estaba por venir.

Pilar miró a su hija con determinación, tratando de ocultar su propia ansiedad. «Estaremos bien, Ana», murmuró, buscando transmitirle algo de calma en medio de la tensión.

Ana asintió, aunque su expresión revelaba su inquietud. «Lo sé, mamá», respondió con voz temblorosa, preparándose mentalmente para lo que estaba por enfrentar.

Con las camillas firmemente ancladas en su lugar, las cuatro mujeres se dispusieron a iniciar la sesión, ansiosas por sumergir a Pilar y Ana en un torbellino de cosquillas desenfrenadas.

Priscila se acercó a Ana con una sonrisa curiosa, sus ojos centelleando con anticipación. «¿Tu mamá, Pilar, dice que eres cosquillosa?», preguntó con un tono intrigado. «¿Qué tan cierto es eso?»

Ana sintió un nudo en el estómago ante la mirada inquisitiva de Priscila. «Bueno… supongo que lo soy», respondió con cautela, mirando a su madre en busca de orientación.

Pilar asintió con una sonrisa nerviosa. «Sí, Ana tiene un poco de sensibilidad a las cosquillas», admitió, tratando de restarle importancia a la situación.

Priscila pareció complacida con la respuesta. «Interesante», murmuró para sí misma, antes de dirigirse a Ling Ling y Joyce con una mirada significativa. «Parece que tenemos mucho material para trabajar aquí», agregó con una risita traviesa.

Priscila hizo una señal a Joyce, Ling Ling y Marilyn, indicándoles que se prepararan para empezar la sesión de cosquillas en Ana. «¡Vamos chicas, manos a la obra!», exclamó con entusiasmo. Luego, se dirigió a las otras tres mujeres con una sonrisa astuta. «Ustedes, ocupense de la parte superior del cuerpo», les dijo con determinación. «Los pies de Ana son míos».

Joyce, Ling Ling y Marilyn asintieron con complicidad, ansiosas por comenzar. «¡Entendido!», respondieron al unísono mientras se acercaban a las extremidades superiores de Ana.

Ana miró a su madre con ojos alarmados, buscando ayuda en medio de la creciente sensación de vulnerabilidad. «¡Mamá!», exclamó con un hilo de voz, anticipando lo que vendría a continuación.

Pilar le lanzó una mirada tranquilizadora a su hija. «Resiste, Ana», murmuró con determinación. «Lo superaremos juntas».

Marilyn se inclinó sobre Ana y comenzó a hacerle cosquillas en las axilas, provocando una risa incontenible en la joven. «¡Ahí viene el ataque de cosquillas!», exclamó Marilyn con una sonrisa traviesa, disfrutando de la reacción de Ana.

Ling Ling y Joyce se unieron rápidamente, concentrándose en la cintura y los muslos de Ana. «¡Te tenemos ahora!», bromeó Ling Ling mientras deslizaba sus dedos sobre la cintura de Ana, desatando una cascada de risas.

Mientras tanto, Priscila se agachó junto a los pies de Ana, moviendo sus uñas sobre las vulnerables y hipercosquillosas plantas. «¡Aquí vamos!», anunció Priscila con una risa maliciosa, disfrutando del espectáculo.

Ana se retorció entre risas, incapaz de contener la intensa sensación de cosquilleo. «¡Deténganse, por favor!», gritó entre carcajadas, sintiendo cómo el cosquilleo se intensificaba con cada movimiento de las mujeres.

¡JAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJA! ¡Por favor, paren! ¡No puedo más! ¡HAHAHAHAHAHAHAHAHAHAHAHAHAHAHAHAHAHAHAHAHA! – suplicaba Ana en medio del ataque de cosquillas al que estaba siendo sometida. Mientras que su madre veía con nerviosismo.

Pilar observó con angustia cómo su hija Ana era sometida a la misma tortura de cosquillas que ella había experimentado anteriormente. La desesperación la invadió y, en un impulso, se dirigió hacia Priscila y las otras mujeres.

«Paren, por favor», suplicó Pilar, con la voz quebrada por la angustia. «Ya no puedo soportarlo más. ¡Dejen a mi hija en paz!»

Priscila la miró con una sonrisa maliciosa. «¿Quieres unirte a ella, Pilar?» preguntó con frialdad.

Sin esperar respuesta, Priscila indicó a Joyce, Marilyn y Ling Ling que continuaran con las cosquillas a Ana. Mientras tanto, ella se aproximó a Pilar y se posicionó frente a sus pies descalzos.

«Parece que tus hipercosquillosas plantas me extrañaron», bromeó Priscila, deslizando suavemente sus dedos por las plantas de los pies de Pilar.

Pilar se retorció en la camilla, intentando resistir la intensa sensación de cosquilleo que la invadía. Las risas desesperadas resonaban en la sala mientras tanto Ana como Pilar eran sometidas a la tortura.

Las risas descontroladas llenaban la habitación mientras Ling Ling, Joyce y Marilyn se dedicaban a hacer cosquillas a Ana. Sus manos ágiles recorrían cada rincón de su cuerpo, provocando estallidos de risa y suplicas desesperadas.

«¡Por favor, paren!» gritaba Ana entre risas, incapaz de contener la sensación abrumadora de cosquilleo.

Mientras tanto, Priscila se concentraba en las plantas de los pies de Pilar, moviendo sus dedos con precisión sobre la piel hipercosquillosa. Pilar se retorcía y contorsionaba en la camilla, entre carcajadas y lágrimas de desesperación.

«¡No puedo más!» exclamaba Pilar, luchando por respirar entre risas. «¡Por favor, deténganse!»

Pero las mujeres parecían ignorar sus súplicas, concentradas en llevar la tortura al límite. La habitación resonaba con el sonido de las carcajadas y las suplicas, mientras la sesión de cosquillas alcanzaba su punto álgido.

Las cosquillas en las plantas de Pilar se intensificaban con cada movimiento de Priscila. Sus uñas parecían encontrar cada punto de sensibilidad, haciendo que Pilar se retorciera aún más en la camilla.

«¡Detente, por favor!» suplicaba Pilar entre risas entrecortadas, sus ojos llenos de lágrimas por la mezcla de dolor y placer.

Priscila, sin embargo, parecía determinada a llevar a Pilar al límite. Sus manos expertas continuaban su implacable asalto sobre las plantas de los pies de Pilar, buscando cualquier resquicio de sensibilidad.

Las risas de Pilar llenaban la habitación, mezcladas con gemidos de tortura. Cada cosquilla parecía multiplicar la intensidad de la sensación, sumiéndola en un torbellino de placer y agonía.

Pero Pilar se aferraba a la camilla, incapaz de escapar del implacable ataque de Priscila. La sesión de cosquillas parecía no tener fin, y Pilar se preguntaba si alguna vez sería liberada de esa tortura despiadada.

Marilyn, ansiosa por explorar la reacción de Ana a las cosquillas, se dirigió hacia los pies de la joven y comenzó a rascar sus plantas con ferocidad. Ana no pudo contenerse y estalló en una mezcla de risas histéricas y súplicas desesperadas.

«¡Ahahahahaha! ¡Por favor, basta! ¡No puedo más!» exclamaba Ana entre risas, mientras sus pies se agitaban involuntariamente, tratando de escapar de las cosquillas implacables de Marilyn.

Pero Marilyn estaba decidida a no detenerse. Sus dedos expertos encontraban cada punto de sensibilidad en las plantas de Ana, aumentando la intensidad de las cosquillas con cada movimiento.

Ana se retorcía en la camilla, sintiendo cómo las cosquillas la llevaban al borde de la locura. Su risa se mezclaba con gemidos de agonía, mientras luchaba por soportar la tortura sin fin a la que estaba siendo sometida.

La habitación resonaba con el sonido de las carcajadas de Ana y los susurros malévolos de las mujeres que la torturaban, creando un ambiente cargado de tensión y desesperación.

Ling Ling se unió a Marilyn en el ataque a las plantas de los pies de Ana, intensificando aún más las cosquillas implacables. Sus dedos ágiles encontraban cada punto sensible, provocando que Ana se retorciera en la camilla, incapaz de contener las risas y los gritos de súplica.

Mientras tanto, Joyce se unió a Priscila en el tormento a las plantas de los pies de Pilar. Juntas, desataron una tormenta de cosquillas sobre las hipercosquillosas plantas de Pilar, haciéndola estallar en carcajadas descontroladas y alaridos desesperados.

Las cuatro mujeres se movían con precisión y coordinación, alternando entre cosquillas y rascadas, sin dar tregua a sus víctimas. La habitación se llenaba con el sonido de la risa histérica de Ana y Pilar, mezclado con los susurros maliciosos de sus torturadoras.

La tortura continuaba sin piedad, sumiendo a Ana y Pilar en un torbellino de cosquillas y desesperación, mientras luchaban por mantener la cordura en medio de la agonía.

Los veinte dedos con uñas largas de Marilyn y Ling Ling se movían en todas direcciones sobre las hipercosquillosas plantas de Ana, provocando que se retorciera y se sacudiera con cada cosquilleo. Cada roce desencadenaba una oleada de risas y súplicas desesperadas, mientras Ana luchaba por liberarse de la implacable tortura.

Al mismo tiempo, las uñas afiladas de Joyce y Priscila continuaban su asalto en las plantas de los pies de Pilar, explorando cada rincón sensible con una precisión cruel. Pilar se retorcía en la camilla, incapaz de escapar de la intensa sensación de cosquillas que la invadía por completo.

El sonido de las carcajadas resonaba en la sala, mezclado con los gritos de súplica y los gemidos de tormento de Ana y Pilar. Las cuatro mujeres se regodeaban en su poder, disfrutando cada momento de la agonía que infligían a sus víctimas, mientras las hipercosquillosas plantas de ambas mujeres se convertían en el epicentro de su tormento.

La tortura continuaba sin piedad, llevando a Ana y Pilar al límite de su resistencia, mientras las cosquillas implacables los sumergían en un mar de desesperación y risas histéricas.

Después de casi dos horas de incesante tormento de cosquillas, tanto Ana como Pilar estaban al borde del agotamiento total. Sus risas habían dado paso a gemidos ahogados y súplicas desesperadas, mientras luchaban por mantener la compostura en medio de la tortura implacable.

Priscila, Ling Ling, Joyce y Marilyn parecían no tener intención alguna de detenerse, alimentadas por la excitación de su propio sadismo. Sus manos continuaban moviéndose sin piedad sobre las plantas de los pies de Ana y Pilar, explorando cada rincón con una precisión sádica.

El tiempo se estiraba como si estuviera en un reloj detenido, cada segundo una eternidad de agonía para las dos mujeres atadas en las camillas. La sala resonaba con el sonido de las cosquillas y los gritos de tormento, creando un ambiente de pesadilla del que no había escapatoria.

Y así, en medio de la oscuridad y la desesperación, Ana y Pilar se encontraban atrapadas en un tormento interminable, esperando en vano el fin de su sufrimiento.

Las plantas de los pies de Ana y Pilar ya estaban enrojecidas por las intensas cosquillas a las que estaban siendo sometidas, mostrando los signos visibles del tormento que estaban experimentando. Cada caricia, cada roce, parecía inflamar aún más la piel sensible, convirtiendo el rojo en un tono más intenso con cada segundo que pasaba.

A pesar del dolor y la incomodidad, las dos mujeres seguían luchando por contener sus risas y súplicas, sus cuerpos retorciéndose en las camillas mientras intentaban desesperadamente escapar de las manos implacables de sus torturadoras.

El sudor cubría sus frentes, sus cuerpos tensos por la tensión y la agonía de la experiencia. Cada respiración era un suspiro ahogado, cada movimiento una prueba de su resistencia frente al tormento implacable.

En medio del caos de carcajadas y gemidos, Ana y Pilar se aferraban a la esperanza de que pronto terminaría su calvario, pero con cada segundo que pasaba, esa esperanza se desvanecía aún más, dejándolas atrapadas en un ciclo interminable de agonía y desesperación.

En medio del tormento de las cosquillas, Ana finalmente cedió, su cuerpo se desplomó en la camilla, incapaz de soportar la intensidad de la tortura. Marilyn y Ling Ling, al verla desmayarse, se unieron a Priscila y Joyce en la tortura de las hipercosquillosas plantas de Pilar.

Pilar, a pesar de su agotamiento, mostraba una resistencia sorprendente, sus gritos se mezclaban con risas descontroladas mientras luchaba por contener el torrente de cosquillas que la invadía. Cada caricia, cada roce, parecía multiplicar la intensidad de su sufrimiento, pero aún así, se aferraba a la fuerza que le quedaba.

Las cuatro mujeres, con sus uñas afiladas, se movían sin piedad sobre las plantas de Pilar, buscando cualquier rincón vulnerable donde pudieran hacerla estallar en risas y súplicas. El aire estaba lleno del sonido de sus carcajadas desesperadas, mezclado con los gemidos de agonía mientras luchaba por mantener la cordura en medio del caos.

A pesar de la oscuridad que amenazaba con envolverla, Pilar se aferraba a la esperanza de que pronto terminaría su sufrimiento, rezando para que el alivio llegara antes de que fuera demasiado tarde. Pero en ese momento, todo lo que podía hacer era soportar el tormento y aferrarse a la esperanza de que el final estuviera cerca.

Pilar sentía cada cosquilleo como una aguja que atravesaba su piel, pero resistía con todas sus fuerzas, decidida a no dejarse vencer por la tortura. A pesar del desgaste físico y emocional, su determinación seguía intacta, alimentada por el deseo de proteger a su hija y de salir victoriosa de aquel tormento.

Mientras tanto, Ana yacía inconsciente en la camilla, su cuerpo ajeno al caos que la rodeaba. Las cuatro mujeres continuaban con su asalto implacable a las plantas de los pies de Pilar, cada cosquilleo parecía una eternidad de sufrimiento.

«¡Por favor, deténganse!», suplicaba Pilar entre risas y jadeos. «¡No puedo más!»

Pero las risas malévolas de Priscila, Ling Ling, Joyce y Marilyn llenaban la habitación, indicando que no tenían intención alguna de detenerse. Sus uñas seguían moviéndose sin piedad, explorando cada centímetro de las plantas de Pilar en busca de su punto más vulnerable.

Pilar cerró los ojos con fuerza, tratando de bloquear la sensación abrumadora que la invadía. A pesar de sus esfuerzos, las cosquillas persistían, envolviéndola en un torbellino de sensaciones que rozaban entre el placer y la agonía. Cada caricia de las uñas afiladas sobre sus hipercosquillosas plantas provocaba una oleada de sensaciones intensas que la llevaban al borde de la locura.

Mientras tanto, Ana yacía desmayada en la camilla, su cuerpo inerte después de sucumbir al agotamiento de la tortura de las cosquillas. Las cuatro mujeres continuaban su asalto implacable sobre las plantas de Pilar, sin mostrar ningún signo de clemencia. El sonido de sus risas malévolas llenaba la habitación, mezclándose con los gemidos de dolor y las risas histéricas de Pilar.

En medio del caos, Pilar luchaba por mantener la cordura, buscando desesperadamente una salida de su tormento. Sin embargo, cada intento de escapar era en vano, ya que las correas de cuero que la mantenían sujeta a la camilla impedían cualquier movimiento. Estaba completamente indefensa, a merced de las cuatro mujeres que disfrutaban de su sufrimiento.

El tiempo parecía detenerse en la sala, con cada segundo que pasaba sintiéndose como una eternidad de agonía. Pilar anhelaba el dulce alivio del final, rezando para que llegara pronto y la liberara de su tormento. Pero mientras las cosquillas continuaban, ella sabía que aún quedaba un largo camino por recorrer antes de que pudiera encontrar la paz.

De repente, las cosquillas en las plantas de los pies de Pilar cesaron abruptamente, solo para ser reemplazadas por un asalto aún más intenso en otras partes de su cuerpo. Las cuatro mujeres se movieron con rapidez y precisión, cada una de ellas dirigiendo sus uñas afiladas hacia los puntos más sensibles de Pilar.

Los muslos, la cadera, las costillas, la cintura, las axilas y el cuello de Pilar se convirtieron en el nuevo foco de la tormenta, mientras 40 dedos se movían sin piedad en todas direcciones sobre su piel. Una oleada de cosquillas la envolvió, haciendo que su cuerpo se retorciera y se sacudiera en la camilla, incapaz de escapar del ataque implacable.

Pilar entró en un estado de caos total, su mente abrumada por las sensaciones abrumadoras que la invadían. Cada cosquilleo parecía multiplicarse en intensidad, llevándola al borde de la desesperación. Su risa se mezclaba con súplicas desesperadas, mientras luchaba por contener el torrente de emociones que la embargaba.

En medio del caos, Pilar buscaba desesperadamente una salida, pero estaba completamente indefensa ante el asalto de las cuatro mujeres. Estaba atrapada en un torbellino de sensaciones, su mente y su cuerpo sometidos a la voluntad de sus torturadoras. Con cada segundo que pasaba, el tormento parecía intensificarse, llevándola a un estado de agotamiento físico y emocional.

Las carcajadas y súplicas de Pilar llenaban la habitación, mezclándose con el sonido de las uñas rozando su piel sensible. A pesar de sus esfuerzos por resistir, estaba perdiendo la batalla contra la implacable tortura de cosquillas.

Mientras tanto, Ana yacía inconsciente en su camilla, ajena al caos que reinaba a su alrededor. Su cuerpo inerte era testigo silencioso de la tormenta de cosquillas que azotaba a su madre.

Priscila, Ling Ling, Joyce y Marilyn continuaban con su asalto, sin mostrar signos de clemencia. Cada una de ellas se concentraba en un área específica del cuerpo de Pilar, coordinando sus ataques para maximizar su efectividad.

El tiempo parecía detenerse en la sala de tortura, donde el único sonido era el de las risas y las súplicas de Pilar. Para ella, cada segundo era una eternidad de sufrimiento, mientras luchaba por mantener la cordura en medio del caos.

Finalmente, cuando parecía que no podía soportar más, las mujeres detuvieron su asalto. El silencio cayó sobre la habitación, interrumpido solo por la respiración entrecortada de Pilar mientras luchaba por recuperar el aliento.

El alivio de haber escapado de la tormenta era palpable, pero Pilar sabía que esta era solo una pausa temporal. La próxima sesión de tortura estaba siempre a la vuelta de la esquina, esperando para sumergirla una vez más en el abismo de las cosquillas despiadadas.

Las mujeres observaron con atención cómo Ana comenzaba a recobrar el conocimiento, sus ojos parpadeando lentamente mientras el mundo a su alrededor cobraba forma. Sin perder un segundo, Priscila, Ling Ling, Joyce y Marilyn intercambiaron miradas cómplices y, con una sonrisa traviesa, se prepararon para retomar su ataque.

Ana, aún aturdida por el desmayo, apenas tuvo tiempo de darse cuenta de lo que sucedía antes de que las cosquillas volvieran a asaltar su cuerpo. Los dedos afilados se deslizaron sobre su piel, buscando cada rincón vulnerable con una precisión implacable.

Las risas y súplicas de Ana llenaron la habitación, uniéndose al coro de tormento que había envuelto a su madre momentos antes. A pesar de su debilidad, Ana luchó por resistir, pero cada cosquilleo era como un ataque directo a su resistencia, socavando su voluntad con cada caricia.

Pilar, apenas recuperándose de su propio tormento, observaba impotente mientras su hija era sometida al mismo sufrimiento que ella había enfrentado. Una mezcla de angustia y desesperación se apoderó de ella, pero sabía que no podía intervenir, que estaba completamente a merced de las mujeres que dirigían la sesión de tortura.

El tiempo se volvió borroso mientras Ana y Pilar eran arrastradas una vez más al torbellino de las cosquillas despiadadas. Para ellas, no había escapatoria, solo la certeza de que el tormento continuaría hasta que las mujeres decidieran poner fin a su sufrimiento.

El tiempo parecía distorsionarse mientras las cosquillas implacables continuaban atormentando a Ana y Pilar. Mientras las manos expertas de las mujeres recorrían el cuerpo de Ana, buscando cada punto sensible, Priscila se enfocó en las hipercosquillosas plantas de Ana, decidida a llevarla al límite de su resistencia.

Con movimientos ágiles y precisos, Priscila deslizó sus uñas sobre las plantas de los pies de Ana, explorando cada pliegue y rincón con una destreza cruel. Cada caricia provocaba una explosión de risas y súplicas desesperadas por parte de Ana, quien se retorcía en la camilla, incapaz de escapar de la tortura que la envolvía por completo.

Las otras mujeres, sin dejar de atormentar a Pilar, observaban con una mezcla de satisfacción y deleite mientras Ana se sumergía en un mar de cosquillas. Sus risas llenaban la habitación, mezclándose con los gemidos de sufrimiento de su madre, creando una sinfonía de tormento que resonaba en las paredes de la sala.

Con cada segundo que pasaba, Ana sentía cómo su resistencia se desvanecía, superada por la intensidad de la tortura. Sus músculos se tensaban, sus pulmones luchaban por respirar entre risas entrecortadas, y su mente se nublaba por completo con el doloroso placer de las cosquillas.

Pilar, viendo el sufrimiento de su hija, sentía una mezcla abrumadora de impotencia y desesperación. Quería liberarla de aquel tormento, pero sabía que no podía hacer nada más que soportar junto a ella, compartiendo su agonía en un vínculo indisoluble de dolor y complicidad.

Cuatro horas habían transcurrido desde el inicio de aquella incesante tortura de cosquillas sobre Pilar y Ana. El tiempo parecía haberse detenido en la sala, donde las risas, los gritos y los gemidos resonaban sin cesar, creando un ambiente cargado de tensión y desesperación.

Las cuatro mujeres, inquebrantables en su determinación de llevar a sus víctimas al límite, continuaban con su asalto implacable, explorando cada rincón de sus cuerpos con una precisión cruel. Cada caricia, cada roce, era como una aguja que perforaba la piel y se clavaba en lo más profundo de su ser, desencadenando una tormenta de sensaciones indescriptibles.

Pilar y Ana, agotadas y al borde del colapso, luchaban por mantenerse a flote en un mar de cosquillas que amenazaba con arrastrarlas hacia la locura. Sus mentes se tambaleaban en el borde del abismo, atrapadas en un torbellino de dolor y placer que las consumía por completo.

Finalmente, cuando parecía que no podían soportar ni un segundo más, las cuatro mujeres detuvieron su tormento, dejando a Pilar y Ana tendidas en las camillas, jadeantes y temblorosas, con los cuerpos marcados por la intensidad de la tortura.

El silencio llenó la sala, roto solo por el sonido de la respiración entrecortada de las dos mujeres y el eco lejano de sus risas aún resonando en sus oídos. Habían llegado al límite de su resistencia, pero habían sobrevivido, unidas en su dolor y sufrimiento, más fuertes de lo que jamás hubieran imaginado.

Priscila, con una sonrisa satisfecha en el rostro, se levantó de su silla y se acercó a las camillas donde yacían Pilar y Ana, aún atadas y temblorosas por la tortura que habían soportado. Con un gesto autoritario, indicó a Marilyn, Ling Ling y Joyce que desataran a las dos mujeres de las camillas.

Las tres mujeres obedecieron de inmediato, liberando a Pilar y a Ana de las correas que las mantenían inmovilizadas. Pilar se incorporó lentamente, sintiendo cada músculo de su cuerpo protestar por el castigo al que había sido sometido. Ana, por su parte, se sentó con dificultad, todavía recuperándose del desmayo que la había dejado vulnerable ante la implacable tortura.

Priscila observó con satisfacción cómo las dos mujeres se ponían de pie, consciente del impacto que su sesión de cosquillas había tenido en ellas. Era evidente que Pilar y Ana no serían las mismas después de aquella experiencia, marcadas por el trauma y la humillación de haber sido sometidas a sus más profundos deseos fetichistas.

Una vez que estuvieron libres, Priscila se acercó a Pilar y Ana, mirándolas con una mezcla de satisfacción y complicidad. «Espero que hayan disfrutado de nuestra pequeña sesión», dijo con una sonrisa maliciosa. «Ha sido un placer tenerlas como nuestras invitadas».

Pilar y Ana intercambiaron una mirada cansada, conscientes de que nunca olvidarían aquella experiencia. A pesar del dolor y la vergüenza, habían sobrevivido, y eso era una victoria en sí misma.

Priscila observó a Pilar y Ana con una mirada penetrante, como si estuviera evaluando sus reacciones. «¿Estarían dispuestas a repetir otra sesión en el futuro?», preguntó con una sonrisa que apenas ocultaba su satisfacción por el éxito de la tortura.

Pilar y Ana intercambiaron una mirada cargada de significado. A pesar del trauma que habían experimentado, sabían que necesitaban el dinero para cubrir los gastos de la universidad de Ana y otros gastos del hogar. La tentación de regresar era fuerte, aunque también temían lo que les esperaba en aquella sala de tortura.

Después de un momento de silencio tenso, Pilar tomó la palabra. «Creo que necesitamos un tiempo para procesar todo esto», dijo con voz temblorosa. «Pero no puedo negar que el dinero sería útil».

Ana asintió en silencio, expresando su acuerdo con las palabras de su madre. Aunque estaba horrorizada por lo que habían experimentado, también era consciente de la necesidad económica que enfrentaban.

Priscila asintió con satisfacción ante la respuesta de las dos mujeres. «Entiendo», dijo con tono conciliador. «Tomaré eso como un ‘tal vez’. Cuando estén listas, saben dónde encontrarnos».

Con esa despedida ambigua, Pilar y Ana abandonaron la sala de tortura, con la promesa de una posible vuelta flotando en el aire. Mientras se dirigían hacia la salida, no pudieron evitar preguntarse si alguna vez volverían a someterse a tal tormento, o si habían experimentado suficiente dolor por una vida entera.

Priscila observó a Pilar y Ana con una mirada inquisitiva, evaluando sus reacciones ante su sugerencia. «También quiero proponer algo más», dijo con una sonrisa maliciosa. «En las próximas sesiones, ¿qué les parecería si vienen por separado? Podríamos explorar diferentes técnicas de tortura y descubrir qué las hace reaccionar más».

Pilar y Ana intercambiaron una mirada nerviosa, conscientes del peligro que esto podría representar. Sin embargo, la necesidad económica seguía siendo una realidad que no podían ignorar.

«Lo consideraremos», respondió Pilar con cautela, mientras Ana asentía en silencio a su lado.

Con esa última sugerencia colgando en el aire, Pilar y Ana se despidieron de Priscila y las demás mujeres, abandonando la sala de tortura de cosquillas con una mezcla de alivio y ansiedad. Mientras se alejaban, no pudieron evitar preguntarse si alguna vez tendrían el coraje de regresar, ya sea juntas o por separado.

Ya en el auto…

Pilar encendió el motor del auto con manos temblorosas, mientras Ana se acomodaba en el asiento del copiloto con un suspiro de alivio. El ambiente en el vehículo estaba cargado de agotamiento y silencio, interrumpido ocasionalmente por el sonido de sus respiraciones entrecortadas.

El viaje de regreso a casa fue tranquilo, pero la tensión seguía presente en el aire. Ambas mujeres estaban exhaustas por la intensa sesión de cosquillas que acababan de experimentar, y el recuerdo de la tortura aún estaba fresco en sus mentes.

Mientras conducían por las calles iluminadas por la luz de la luna, Pilar y Ana reflexionaron sobre lo que acababan de vivir. A pesar del cansancio y la incomodidad, una sensación de alivio y gratitud se apoderó de ellas. Sabían que, aunque la experiencia había sido extenuante, también les había proporcionado los fondos necesarios para cubrir los gastos de la universidad de Ana y otros gastos del hogar.

En casa…

Finalmente, llegaron a su destino. Mientras subían las escaleras hacia su hogar, Pilar y Ana sabían que la experiencia en la sala de tortura de cosquillas había dejado una marca en ellas, una que no podrían olvidar fácilmente, pero también habían demostrado su fuerza y resistencia en medio de la adversidad.

Pilar y Ana se dirigieron cada una a su habitación, deseando liberarse del peso del cansancio y el sudor que aún persistía en sus cuerpos. Con pasos fatigados, entraron en sus respectivos baños y encendieron el agua de la ducha con un suspiro de alivio.

El sonido reconfortante del agua cayendo sobre sus cuerpos cansados llenó el espacio mientras se sumergían en el calor reconfortante. Pilar dejó que el agua corriera sobre su piel, llevándose consigo el peso de la tensión acumulada durante la sesión de cosquillas. Cada gota era como un bálsamo para su cuerpo agotado, y poco a poco comenzó a sentirse más relajada.

Mientras tanto, Ana se sumergió bajo la ducha con un suspiro de alivio, dejando que el agua caliente abrazara su piel cansada. Cerró los ojos y se permitió simplemente existir en el momento, dejando atrás el estrés y la incomodidad de la sesión de cosquillas. Con cada respiración, sentía cómo la tensión se disipaba gradualmente, reemplazada por una sensación de calma y tranquilidad.

Después de unos minutos que parecieron eternos, Pilar y Ana emergieron de sus duchas rejuvenecidas y renovadas. Se envolvieron en cálidas toallas y se dirigieron a sus respectivas habitaciones, listas para descansar y dejar atrás el día lleno de emociones. Aunque la experiencia había sido agotadora, también habían demostrado su fortaleza y ​​resiliencia, listas para enfrentar lo que el mañana les deparara.

Pilar entró en la habitación de Ana con paso tranquilo, envuelta en una suave bata y con los pies descalzos, sintiendo la comodidad del suelo bajo sus pies cansados. Ana, igualmente vestida con una bata y descalza, la recibió con una sonrisa cansada pero reconfortante.

«¿Qué te pareció la sesión, Ana?» Pilar preguntó con curiosidad, deseando saber cómo su hija había enfrentado la experiencia.

Ana se tomó un momento para considerar su respuesta, recordando la intensidad de las cosquillas y el desafío que había supuesto. «Fue… definitivamente una experiencia única», respondió con una mezcla de sorpresa y asombro en su voz. «Nunca pensé que las cosquillas pudieran ser tan… abrumadoras».

Pilar asintió, entendiendo completamente los sentimientos de su hija. «Sí, definitivamente fue algo más de lo que esperábamos», admitió con una sonrisa cansada. «Pero estamos bien, ¿verdad? Eso es lo importante».

Ana asintió, reconociendo el vínculo compartido que habían forjado a través de la experiencia. «Sí, estamos bien», coincidió, sintiendo una sensación de complicidad entre ellas. A pesar de los desafíos y las dificultades, sabían que juntas podían superar cualquier cosa.

Con una sonrisa de complicidad, madre e hija se miraron, reconociendo el vínculo compartido que habían fortalecido a través de la experiencia. Juntas, estaban listas para enfrentar lo que el futuro les deparara, sabiendo que siempre tendrían el apoyo y la compañía una de la otra.

Con un gesto de complicidad, madre e hija se levantaron y se dirigieron cada una a su habitación. El cansancio de la intensa sesión de cosquillas pesaba en sus cuerpos, pero también sentían una profunda satisfacción por haber superado juntas esa experiencia desafiante.

Mientras se preparaban para dormir, Ana y Pilar reflexionaron sobre lo que habían vivido ese día. Habían descubierto nuevas facetas de su relación, fortaleciendo su vínculo más allá de lo que habían imaginado. Se sentían agradecidas por tenerse mutuamente y sabían que, pase lo que pase, siempre podrían contar una con la otra.

Con estos pensamientos reconfortantes, madre e hija se desearon buenas noches y se sumergieron en un sueño reparador, listas para enfrentar un nuevo día juntas.

Continuará…

Original de Tickling Stories

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