mayo 2, 2024

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Cosquillas en las Sombras – Parte 1

Tiempo de lectura aprox: 7 minutos, 55 segundos

Capítulo 1: La universitaria

La ciudad se sumía en la penumbra mientras las luces de la calle parpadeaban, proyectando sombras danzantes en los rincones oscuros. Samuel, un hombre aparentemente común, caminaba entre las calles desiertas, siempre atento a su entorno. La oscuridad le brindaba la invisibilidad perfecta para sus singulares encuentros.

Una noche, Laura, una joven estudiante universitaria de unos 19 años, salía de la biblioteca después de una intensa sesión de estudio. Vestida con jean, camiseta, cabello suelto una mochila y sandalias. Era una chica rubia, ojos azules, de 1,65 metros de estatura. El aire fresco de la noche le acariciaba el rostro cuando, sin darse cuenta, Samuel se le acercó con una sonrisa amable.

—Hola, ¿puedo acompañarte? La ciudad puede ser peligrosa para una chica sola en la noche —dijo con tono preocupado.

Laura, agradecida por la supuesta gentileza, aceptó la compañía. A medida que caminaban, Samuel entabló una conversación casual, aparentemente interesado en sus estudios y su vida. Sin embargo, algo en la manera en que observaba a Laura sugería un interés menos inocente.

—¿Siempre caminas sola por aquí? —preguntó Samuel, desviando la charla hacia el tema que más le interesaba.

—Sí, la verdad es que no me queda de otra. Vivo cerca, y a veces es difícil conseguir compañía a estas horas —respondió Laura, sin sospechar las verdaderas intenciones de su acompañante.

La conversación continuó, pero la actitud de Samuel se volvía cada vez más inquisitiva. Laura comenzaba a sentir una leve incomodidad, como si algo estuviera fuera de lugar. Samuel, sin embargo, mantenía su máscara de amabilidad.

Mientras tanto, en las sombras de la ciudad, otros encuentros nocturnos se gestaban. Samuel parecía tener un insaciable interés por las mujeres solitarias, pero sus motivaciones ocultas se revelarían de manera inesperada.

La charla entre Samuel y Laura continuaba mientras avanzaban por las calles desiertas. Samuel, con maestría, mantenía un equilibrio entre la simpatía y la intriga, ocultando sus verdaderas intenciones bajo una fachada de preocupación.

—La noche puede ser traicionera, ¿no crees? —comentó Samuel, observando el reflejo de la luna en los ojos de Laura.

—Sí, a veces es mejor no arriesgarse —respondió Laura, aún ajena a la oscura realidad que se cernía sobre ella.

A medida que se adentraban en un callejón menos iluminado, la atmósfera se volvía más tensa. Samuel, aprovechando el entorno sombrío, guió la conversación hacia terrenos más personales.

—Laura, tengo una curiosidad… ¿hay alguna parte de tu cuerpo especialmente sensible a las cosquillas? —preguntó con una sonrisa que denotaba un interés poco común.

Laura, sorprendida por la pregunta, titubeó antes de responder:

—Bueno, supongo que todos somos sensibles a las cosquillas en ciertos lugares, ¿no?

Samuel asintió, satisfecho con la respuesta ambigua. La joven no sospechaba que su acompañante no tenía intenciones amigables. En su mente, Samuel seleccionaba meticulosamente las posibles víctimas de sus inusuales encuentros nocturnos.

Continuaron avanzando por el callejón, adentrándose cada vez más en la penumbra. La luna, cómplice silenciosa de la oscura travesía, observaba cómo Samuel llevaba a Laura hacia el destino que él había elegido.

En el silencio roto solo por el eco de sus pasos, la verdad aguardaba en las sombras, lista para revelarse en la forma de carcajadas y cosquillas. La primera pieza de su maquinaria macabra estaba en su lugar, y Samuel aguardaba pacientemente el momento propicio para iniciar su insólita tortura nocturna.

Samuel, manteniendo la fachada de interés genuino, decidió llevar la conversación un paso más allá para obtener más información sobre su potencial víctima.

—Oye, antes de llegar a tu destino, me gustaría conocerte un poco más. ¿Te importa compartir tu nombre y qué es lo que estudias en la universidad? —preguntó con una sonrisa aparentemente amigable.

Laura, aún confiada en la supuesta bondad de Samuel, respondió con cortesía:

—Claro, no hay problema. Mi nombre es Laura, y estudio Psicología en la universidad.

Samuel asintió con interés, archivando mentalmente la información recién obtenida. El dato de que Laura estudiaba Psicología resonó en su mente, dándole un toque irónico a la situación que estaba por desencadenarse.

—¡Vaya, Psicología! Eso suena fascinante. ¿Alguna vez te has preguntado cómo reaccionaría una persona a una situación inesperada e incómoda? —preguntó Samuel, manteniendo la charla en terrenos aparentemente inocentes.

Laura, sin sospechar las verdaderas intenciones detrás de la pregunta, respondió:

—Bueno, es parte de lo que estudiamos. Tratamos de entender el comportamiento humano en diversas circunstancias.

Mientras hablaba, se adentraban aún más en el callejón, alejándose de la luz de la calle principal. La atmósfera se volvía más densa, y Samuel preparaba mentalmente el escenario para su retorcida manifestación.

En las sombras, las intenciones de Samuel se ocultaban bajo una máscara de amabilidad. Laura, sin saber lo que le aguardaba, continuaba compartiendo detalles de su vida, completamente ajena al oscuro destino que se cernía sobre ella en aquel encuentro nocturno.

Samuel, con maestría en el arte de la manipulación, llevó la conversación a terrenos más íntimos, buscando detalles que facilitarían su retorcido plan.

—Laura, me has contado sobre tus estudios, pero me intriga saber más sobre ti. ¿Hay alguna parte de tu cuerpo en la que tengas cosquillas con facilidad? ¿O alguna zona especialmente sensible? —preguntó con aparente inocencia.

Laura, sin malicia, respondió:

—Bueno, todos tenemos lugares más sensibles que otros. Supongo que mis axilas y mis costillas son bastante cosquillosas. Pero, ¿por qué esa pregunta tan específica?

Samuel, esbozando una sonrisa sutil, desvió la charla:

—Es curioso cómo el cuerpo humano reacciona a diferentes estímulos. La mente, especialmente en el campo de la Psicología, tiene un papel fascinante en estas respuestas. Pero, hablemos de algo más alegre. ¿Te gusta bailar, Laura?

Aunque Laura notaba un cambio en la dirección de la conversación, no le dio mayor importancia y respondió:

—Sí, me encanta bailar. Es una forma divertida de liberar el estrés. ¿Y tú?

Samuel, hábilmente, la llevó por un camino aparentemente inocente, explorando sus intereses y buscando áreas donde su control sobre ella podría intensificarse.

—El baile puede ser una expresión maravillosa. Me gusta observar cómo la gente se libera a través del movimiento. Pero volviendo a lo anterior, ¿alguna vez te han hecho cosquillas? —preguntó, sugiriendo sutilmente su verdadero objetivo.

Laura, sin percatarse de las verdaderas intenciones detrás de estas preguntas, rió y compartió anécdotas de momentos divertidos con amigos. La oscura realidad se escondía tras la fachada de cordialidad, esperando el momento adecuado para emerger.

A medida que avanzaban por las calles iluminadas de manera tenue, Samuel seguía con su astuto cuestionamiento, tejiendo una red de confianza alrededor de Laura.

—Laura, ¿alguna vez te han hecho cosquillas de una manera más intensa, digamos, en una situación inesperada o sin previo aviso? —preguntó Samuel, llevando la conversación a terrenos aún más peligrosos.

Laura, sin sospechar el peligro latente, respondió con una risa nerviosa:

—Bueno, algunas veces mis amigos tratan de sorprenderme con cosquillas, ¡pero nunca nada demasiado serio! ¿Por qué tanta curiosidad sobre las cosquillas?

Samuel, hábil en su manipulación, ocultó sus verdaderas intenciones detrás de una sonrisa encantadora:

—La risa, querida Laura, es un misterioso fenómeno humano. A veces, lo inesperado puede provocar las reacciones más intensas. Pero, cambiemos de tema. ¿Te gustaría ir a tomar algo? Conozco un lugar tranquilo y acogedor.

Aunque la intuición de Laura le susurraba que algo no estaba bien, la educación y el sentido común le aconsejaron aceptar la invitación. Samuel llevó a Laura a un lugar apartado, lejos de las miradas indiscretas, donde las sombras proporcionaban el escenario perfecto para sus siniestras intenciones.

El callejón, estrecho y oscuro, se extendía ante ellos como un pasillo siniestro. Laura empezaba a sentir la incomodidad creciente, pero aún no había razón suficiente para despertar sus verdaderas alarmas.

—Laura, ¿tienes cosquillas en los pies? —preguntó Samuel con una sonrisa que ahora mostraba un matiz más oscuro.

—Bueno, no, no realmente… —titubeó Laura, preguntándose por qué esa pregunta en particular.

Antes de que pudiera reaccionar, Samuel, con una rapidez sorprendente, la acorraló contra la pared del callejón. El cambio en su expresión y postura la dejó sin aliento.

—Veo que tienes unos pies encantadores, Laura. —Samuel dejó escapar una risa maliciosa, mientras veia hacia abajo los pies de la chica en unas sandalias que traía puestas—. Y yo soy un apasionado de las cosquillas, especialmente en los pies.

El tono amable se desvaneció, revelando la verdadera naturaleza de Samuel. Sin esperar respuesta, se agachó, le quitó habilmente las sandalias y comenzó a deslizar sus dedos por las plantas de los pies de Laura. La risa nerviosa de la joven pronto se convirtió en carcajadas desesperadas.

—¡Detente! —gritó Laura, tratando de apartarse, pero Samuel mantenía su firme agarre.

El callejón oscuro se llenó de risas, pero no eran risas de alegría. Samuel, con una habilidad escalofriante, encontraba cada punto sensible en las plantas de Laura, haciéndola retorcerse y suplicar en vano por clemencia.

La noche, que antes era tranquila, ahora resonaba con las risas y súplicas de Laura, víctima de un hombre cuyos oscuros deseos se manifestaban en las sombras de la ciudad.

Los callejones ocultos se convirtieron en testigos mudos de la tortura de Laura. Sus suplicas resonaban en las paredes, pero Samuel parecía inmune a sus ruegos. Con habilidad maestra, exploraba cada centímetro de las plantas de Laura, encontrando sus puntos más sensibles y desatando carcajadas desgarradoras.

—¡Por favor, basta! ¡Déjame ir! —gritaba Laura entre risas frenéticas, sus ojos llenos de lágrimas.

Samuel, sin mostrar signos de compasión, continuaba su ataque implacable. La vulnerabilidad de Laura era palpable en cada risa forzada, en cada intento desesperado por escapar de las cosquillas que la atormentaban.

El eco de las risas resonaba en el callejón desolado, donde la oscuridad se aliaba con el agresor. Laura, atrapada en un tormento de cosquillas, sentía cómo la realidad se distorsionaba en una pesadilla. Las lágrimas y risas se mezclaban en un caos de emociones.

En medio de la tortura, Samuel se deleitaba en el control que ejercía sobre su víctima. Sus ojos reflejaban un placer retorcido mientras continuaba su asalto sin piedad. La ciudad, ajena a la tragedia que se desarrollaba en sus sombras, seguía su rutina nocturna.

¿Cómo podría Laura liberarse de este oscuro encuentro? ¿Habría alguien que pudiera intervenir y poner fin a la pesadilla que estaba experimentando?

Las risas de Laura resonaban en el callejón, cada carcajada mezclándose con sus súplicas desesperadas. Los ojos llenos de lágrimas, sus intentos por mover los pies para escapar de las implacables cosquillas eran en vano. Samuel, con una expresión sádica, continuaba su tormento sin mostrar la más mínima compasión.

—¡Por favor, detente! ¡No puedo más! —exclamaba Laura entre risas y sollozos, su voz quebrándose en un eco desgarrador.

El oscuro encuentro parecía no tener fin. Samuel persistía en su búsqueda de las zonas más sensibles de las plantas de Laura, intensificando la tortura con cada cosquilleo. La sensación de impotencia y desesperación se apoderaba de ella mientras las risas la dejaban sin aliento.

En el silencioso callejón, la lucha entre la víctima y su agresor continuaba, ajena a los ojos indiferentes de la ciudad nocturna. La oscuridad, cómplice de este episodio escalofriante, presenciaba la vulnerabilidad de Laura ante los oscuros deseos de Samuel.

Laura, entre risas y lágrimas, anhelaba la llegada de un inesperado salvador, alguien que la liberara de esta pesadilla. La pregunta persistía: ¿habría alguien que pudiera intervenir y poner fin a esta tortura nocturna?

La ciudad, con su bullicio lejano, seguía ajena a los oscuros eventos que se desplegaban en las sombras, dejando a Laura a merced de un hombre cuyas intenciones siniestras se revelaban en la forma más retorcida.

La lucha de Laura por escapar de las cosquillas intensas era una danza desesperada en medio del oscuro callejón. Cada rincón parecía encerrar su sufrimiento, y su risa, antes alegre, se tornaba un eco desgarrador en aquel lugar abandonado.

Los ojos de Samuel brillaban con una extraña mezcla de placer y malicia mientras continuaba su acometida. No pronunciaba palabra alguna; su único lenguaje era la tortura de cosquillas que infringía imperturbable en las plantas desnudas de Laura.

—¡Por favor! ¡Detenteeeeee! ¡JAJAJAJAJAJAJAAJAJAJAJAJA! —imploraba Laura entre risas entrecortadas y sollozos, sus palabras ahogadas por la risa incontrolable que la embargaba.

A medida que los minutos pasaban, la tortura parecía no tener fin. Laura, exhausta y con la cordura tambaleante, se debatía entre la risa y el llanto, sus intentos de escapar cada vez más débiles. Samuel, imperturbable, disfrutaba de su macabra obra, explorando cada rincón de las plantas de los pies de Laura en busca de la reacción más intensa.

La ciudad, ajena al sufrimiento que se desplegaba en aquel oscuro rincón, seguía su curso normal. Ningún salvador se asomaba en el horizonte, y Laura quedaba a merced de su captor. El callejón, testigo mudo de esta pesadilla, se llenaba con las risas y súplicas de una mujer indefensa, atrapada en las garras de un hombre cuyos oscuros deseos no conocían límites.

Laura, finalmente vencida por la intensidad de las cosquillas, cayó desmayada en el frío suelo del callejón. Samuel, al verla perder el conocimiento, decidió abandonar el lugar, dejándola a merced de la oscura noche. Como una sombra, se esfumó entre los callejones, llevándose consigo su risa siniestra y sus oscuros deseos.

La mañana siguiente, Laura despertó sola y desorientada en el mismo callejón. Sus zapatos estaban a un lado, junto con sus libros y su bolso. Una nota yacía sobre sus pertenencias, una nota que revelaba la macabra realidad de la noche anterior.

«Me divertí mucho haciéndote cosquillas en tus pies. Cuídate y cuida a tus hipercosquillosos pies.»

El mensaje dejaba un rastro escalofriante de lo que Laura había experimentado. Aunque había sobrevivido a la noche, las cicatrices emocionales persistirían. La ciudad, ajena a los horrores que ocultaba en sus sombras, continuaba su rutina diaria.

Este oscuro encuentro había llegado a su fin, pero las sombras de la ciudad guardaban más historias, más encuentros nocturnos que acechaban a sus habitantes vulnerables.

Continuará…

Orginal de Tickling Stories

 

 

 

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