mayo 2, 2024

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Cosquillas en las Sombras – Parte 2

Tiempo de lectura aprox: 4 minutos, 40 segundos

Capítulo 2: La Gerente

Los días transcurrían apacibles, pero las sombras de la ciudad seguían albergando secretos oscuros. Mientras la vida cotidiana se desplegaba, una nueva víctima, ajena a las sombras acechantes, emergía en el horizonte.

Isabella de 35 años, una exitosa gerente de una empresa local, caminaba por la ciudad con confianza, ajena al peligro que acechaba en las sombras. La noche comenzaba a desplegar su manto oscuro, y las luces parpadeantes de la ciudad apenas iluminaban los rincones más recónditos.

Isabella, llevaba puesto un elegante traje de chaqueta y pantalón. Su blusa blanca resaltaba su piel impecable, y sus tacones negros resonaban en las solitarias calles de la ciudad. Su melena castaña caía en ondas suaves sobre sus hombros, dándole un aire de confianza y sofisticación. Un ligero perfume floral se desprendía de ella mientras caminaba, añadiendo un toque sutil pero distintivo.

Con su estatura media, Isabella irradiaba seguridad y profesionalismo. A pesar de la oscuridad que envolvía la ciudad, su presencia destacaba gracias a la cuidada elección de su atuendo y su elegante porte. Nada en su apariencia sugería que se convertiría en la próxima víctima de los oscuros deseos de Samuel.

Sin embargo, como las sombras que la rodeaban, lo que aguardaba a Isabella no estaba a la vista.

La noche se cernía sobre la ciudad, y las luces parpadeantes apenas iluminaban las calles desiertas. Isabella, ajena a la presencia de Samuel, avanzaba con paso firme hacia su automóvil estacionado en una calle lateral. La elegancia de sus movimientos reflejaba la confianza que emanaba en su entorno.

Samuel, oculto entre las sombras, esperó el momento oportuno para abordar a Isabella. Decidió aproximarse bajo la premisa de pedir direcciones, una táctica que había empleado en otras ocasiones.

—¡Hola! Perdona la molestia, ¿podrías indicarme cómo llegar a la avenida principal? Estoy un poco perdido por aquí —saludó Samuel con una sonrisa cordial.

Isabella, sorprendida pero no alarmada, respondió con cortesía. —Claro, no hay problema. Solo debes seguir recto por esta calle y luego girar a la derecha en la primera intersección. Eso te llevará directo a la avenida.

—¡Ah, muchísimas gracias! Eres un salvavidas. La ciudad puede ser confusa de noche, ¿verdad? —comentó Samuel, tratando de mantener la conversación.

—Sí, a veces sí. Espero que llegues bien a tu destino. Buena noche —dijo Isabella, preparándose para seguir su camino.

Aunque algo en la interacción le generaba un dejo de inquietud, Isabella decidió no darle mayor importancia y continuó caminando hacia su automóvil. Mientras avanzaba, Samuel la seguía con la mirada, disimulando sus reales intenciones bajo una fachada de cortesía y amabilidad. La noche, que antes parecía tranquila, comenzaba a teñirse de un suspense inquietante.

Isabella llegó a su automóvil, un poco intranquila por la breve interacción con Samuel. Sin embargo, no detectó ninguna amenaza evidente y decidió entrar a su vehículo. Acomodó sus pertenencias en el asiento del copiloto y se preparó para iniciar el motor.

Samuel, observando desde la distancia, esperó pacientemente.

—Disculpa la molestia de nuevo. ¿Sabes si por aquí hay algún lugar para tomar un café? —preguntó Samuel, mostrando empatía.

Isabella, sintiendo un escalofrío recorriendo su espalda, observó con precaución a Samuel. La penumbra del estacionamiento y la falta de cámaras de seguridad le generaban un temor palpable.

—Oh, claro, hay un café justo al final de esta cuadra. —respondió Isabella, tratando de disimular su incomodidad.

Samuel asintió agradecido, pero en lugar de apartarse, dio un paso más cerca de Isabella, quien se tensó instintivamente.

—Es un poco oscuro aquí, ¿no crees? —comentó Samuel, desviando la conversación hacia el ambiente del estacionamiento.

Isabella asintió nerviosa, sus ojos explorando los alrededores en busca de ayuda. Sin embargo, antes de que pudiera reaccionar, Samuel aprovechó la oscuridad para acercarse más y, con destreza, comenzó a hacerle cosquillas en la cintura.

—¿Eres cosquillosa, Isabella? —preguntó Samuel con una sonrisa siniestra, sintiendo la leve reacción de Isabella bajo sus hábiles dedos.

Isabella, sorprendida y angustiada, intentó apartarse, pero Samuel continuó su ataque, deslizando sus dedos expertos por las zonas más sensibles de su cuerpo.

—¿Qué estás haciendo? ¡Suéltame! —exclamó Isabella, su voz temblorosa mientras luchaba por liberarse de la inesperada agresión.

Samuel, sin mostrar señales de detenerse, intensificó sus cosquillas, explorando otras áreas vulnerables de Isabella. La joven, atrapada entre la sorpresa y la incomodidad, se esforzaba por contener las risas que comenzaban a escapar de sus labios.

—Nunca te imaginé tan… cosquillosa —dijo Samuel con un tono burlón, disfrutando de su juego oscuro.

—jajajajajajajajajaja—soltó una carcajada Isabella.

Mientras Isabella se debatía entre la risa nerviosa y el deseo de liberarse, Samuel continuaba su asalto cosquillero en medio de la oscuridad del estacionamiento. ¿Cómo lograría Isabella escapar de este inesperado ataque en las sombras? ¿Había alguna posibilidad de ayuda en este rincón oscuro de la ciudad? La respuesta se perdía en las risas y súplicas que resonaban entre los autos aparcados.

Isabella, ahora atrapada dentro de su propio auto, sentía la desesperación crecer mientras Samuel continuaba con su juego siniestro. El interior del vehículo se llenaba de risas nerviosas y súplicas, mezclándose con la oscuridad que envolvía el estacionamiento.

—Vamos, Isabella, parece que te divierte. ¿O prefieres que hagamos esto más interesante? —sugirió Samuel con malicia.

Sin esperar respuesta, Samuel retiró rápidamente los tacones de Isabella y empezó a hacer cosquillas en las plantas de los pies de Isabella, aprovechando su fetiche por esta zona tan vulnerable. Las risas de Isabella resonaban en el pequeño espacio del auto, pero sus intentos por alejar las cosquillas eran en vano.

—¡Por favor, para, JAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJA! —suplicó Isabella entre risas, sus ojos buscando desesperadamente una salida.

Samuel, sin mostrar piedad, continuó su ataque cosquillero, explorando cada rincón de los pies de Isabella. La joven, entre risas entrecortadas y lágrimas de frustración, se debatía en la lucha desigual.

La tensión crecía en el estacionamiento, sin testigos de la peculiar tortura que Samuel infligía a su indefensa víctima. ¿Cómo podría Isabella liberarse de este tormento? La oscuridad del estacionamiento parecía devorar sus esperanzas mientras Samuel persistía en su juego retorcido.

Isabella, atrapada en la oscuridad del estacionamiento, llevaba puestas unas medias veladas que, aunque no detenían el ataque cosquillero de Samuel, aumentaban su sensibilidad. Sus risas se intensificaban con cada cosquilleo, y sus intentos de liberarse eran más frenéticos.

—¿Te gustan las cosquillas, Isabella? —preguntó Samuel con un tono juguetón mientras continuaba su ataque.

Las lágrimas de risa empañaban los ojos de Isabella, y su cuerpo se retorcía en el asiento del auto. La combinación de las cosquillas y la sensación de vulnerabilidad en la oscuridad la sumergían en un estado de desesperación.

—¡Por favor, para! ¡JAJAJAJAJAJAJAAJAJAJAJAJA! ¡No puedo más! —exclamó Isabella, entre risas y lágrimas.

Samuel, sin mostrar signos de detenerse, llevó sus cosquillas más allá de las plantas de los pies de Isabella, explorando con maestría otras zonas sensibles. La joven, cada vez más exhausta, buscaba desesperadamente alguna forma de escapar de esa situación.

La tensión alcanzó su punto álgido en el estacionamiento desolado, mientras Samuel disfrutaba de su retorcido juego y Isabella se debatía entre las risas y la angustia. ¿Había alguna esperanza de liberación para Isabella en medio de esta oscura pesadilla?

Isabella, agotada y sin encontrar una salida, luchaba contra las cosquillas implacables de Samuel. Mientras su risa se mezclaba con súplicas, intentó convencerlo de que la liberara.

—¡Por favor, déjame ir! ¡JAJAJAJAJAJAJAAJAJAJAJAJA! No quiero más cosquillas, ¿no lo entiendes? —imploró Isabella, con los ojos llenos de lágrimas.

—Tus carcajadas dicen lo contrario! —respondía Samuel, quien sin mostrar compasión, continuaba su ataque sin piedad algunaa. Sus dedos ágiles exploraban cada rincón sensible de los pies de Isabella, llevándola al límite de su resistencia.

En un intento desesperado por escapar, Isabella aprovechó un momento de distracción de Samuel y logró abrir la puerta del auto. Corrió tambaleándose hacia la salida del estacionamiento, sin mirar atrás, con las medias veladas caídas y los zapatos en la mano.

La ciudad, testigo silencioso de esta oscura confrontación, presenciaba el escape de Isabella hacia la luz de la calle. Samuel, quedando atrás en la penumbra, se preguntaba quién sería su próxima víctima y cuántos encuentros más nocturnos teñirían la ciudad con risas y súplicas.

Continuará…

Original de Tickling Stories

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