abril 27, 2024

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Cosquillas en las Sombras – Parte 4

Tiempo de lectura aprox: 6 minutos, 6 segundos

Capítulo 4: Pedicure

La ciudad, envuelta en la penumbra de la noche, guardaba secretos oscuros entre sus callejones. Samuel, siempre atento a las oportunidades que la oscuridad le ofrecía, avistó a su próxima víctima. Una joven mujer de cabello rojo salía de un elegante salón de belleza, caminando con chanclas, las uñas recién pintadas, con el aroma de la manicura y pedicura impregnando el aire.

La joven, cuya piel resplandecía por la reciente visita al salón de belleza, caminaba con gracia hacia el estacionamiento. Samuel, acechándola desde las sombras, decidió abordarla en el oscuro callejón que conectaba con el estacionamiento.

—¡Hola! —dijo Samuel con una sonrisa amigable, emergiendo de la oscuridad.

La mujer se sobresaltó, sorprendida por la repentina aparición de este desconocido.

—Perdona mi intrusión. ¿Vas hacia el estacionamiento? Es peligroso caminar sola por aquí, ¿sabes? —comentó Samuel, adoptando un tono preocupado.

La joven, todavía desconcertada, asintió y continuó caminando hacia el estacionamiento, con Samuel siguiéndola de cerca. La conversación superficial se enfocó en el día de la mujer y su visita al salón de belleza. Samuel, con astucia, buscaba oportunidades para indagar sobre sus vulnerabilidades.

—Debe ser un buen salón si logró dejarte tan relajada y hermosa. ¿Te hicieron algo especial en los pies? —preguntó Samuel, guiñando un ojo.

La joven, pensando que la pregunta era inocente, compartió detalles sobre el tratamiento de pedicura que había recibido. Samuel, astutamente, aprovechó la oportunidad para sembrar la semilla de la intriga.

—¡Qué interesante! —exclamó Samuel—. Deberías ser cuidadosa, he oído que después de un buen tratamiento de pies, uno se vuelve más cosquilloso.

La mujer rió ligeramente, sin darle mucha importancia al comentario. Al llegar al callejón oscuro que conducía al estacionamiento, Samuel decidió dar el siguiente paso.

—¡Es aquí donde me despido! Ten cuidado y, ¿quién sabe?, quizás encuentres alguna sorpresa inesperada —dijo Samuel con una sonrisa maliciosa.

Antes de que la joven pudiera reaccionar, Samuel la empujó suavemente hacia un rincón más oscuro del callejón. Con agilidad, le quitó las chanclas que llevaba puestas y, sin previo aviso, comenzó a hacerle cosquillas en las plantas de los pies.

La mujer, desconcertada y aturdida por la inesperada situación, estalló en risas y suplicas. Samuel, con destreza, exploraba las zonas más cosquillosas, disfrutando de la reacción de su víctima.

—¡Por favor, para! ¡JAJAJAJAJAAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJA! —suplicó la mujer entre risas—. No sé quién eres, ¡pero esto es demasiado! ¡JAJAJAJAJAAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJA! ¡JAJAJAJAJAAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJA!

Samuel, sin decir una palabra, continuó con su tortuoso juego de cosquillas, sumiéndola en una mezcla de risas nerviosas y desesperación. La oscuridad del callejón envolvía la escena, ocultando esta peculiar y perturbadora interacción entre el acechador y su presa.

La joven, aún bajo el asedio de las cosquillas, no pudo articular una respuesta coherente. Samuel, al notar que la diversión aún no alcanzaba su punto máximo, intensificó sus ataques sin dar tregua.

—¡Detente, por favor! —exclamaba la mujer entre risas y suplicas, mientras sus pies seguían siendo víctimas de los implacables dedos de Samuel.

La penumbra del callejón se llenaba con los sonidos de la peculiar sesión de cosquillas, una sinfonía de risas nerviosas y súplicas desesperadas. La joven, en un intento desesperado por liberarse, continuaba retorciéndose en el suelo, con sus pies descalzos siendo el blanco principal de los ataques cosquillosos.

Samuel, disfrutando de su extraño placer, se sumergió completamente en la tarea, explorando cada rincón sensible de las plantas de la mujer. La conexión entre ambos se volvía más intensa a medida que la risa y la tortura se entrelazaban en un baile caótico.

El callejón, testigo silencioso de estas interacciones, albergaba la singular conexión entre el acechador y su presa, tejiendo una historia de encuentros nocturnos marcada por las oscuras motivaciones de Samuel y las vivencias de mujeres vulnerables en la penumbra de la ciudad.

Mientras continuaba su ataque cosquilloso, Samuel dejó escapar unas palabras que resonaron en la oscuridad del callejón.

—Me encanta ver cómo tus pies se retuercen, buscando escapar de las cosquillas. ¿No es fascinante cómo la risa puede ser tan incontrolable? —mencionó Samuel con una sonrisa maliciosa, disfrutando de la tortura psicológica mientras Gina seguía riendo a carcajadas y suplicando piedad.

Gina, vulnerable en el suelo y con sus pies expuestos, se veía envuelta en una mezcla de risas nerviosas y súplicas angustiosas. Samuel, impasible ante sus ruegos, continuó explorando con sus dedos las plantas sensibles de Gina, llevándola al borde entre la risa descontrolada y la desesperación.

El callejón se llenaba con la melodía peculiar de la tortura, una sinfonía de risas y súplicas que resonaban en la penumbra. Samuel, complacido con la reacción de su víctima, prolongó la intensidad de las cosquillas, fusionando la tortura física con la psicológica en este extraño ballet nocturno.

En medio del callejón oscuro, la risa de Gina continuaba mezclándose con sus suplicas mientras Samuel, imperturbable, exploraba cada centímetro de las plantas de sus pies. Entre carcajadas, la joven intentaba articular palabras, pero la incontrolable risa sofocaba cualquier intento de comunicación coherente.

—¿Te gustaría que pare? —preguntó Samuel, sabiendo que la respuesta era evidente en las risas entrecortadas de Gina. Sin esperar respuesta, prosiguió con su ataque cosquilloso, aumentando la intensidad y llevando a la joven a un estado cercano a la histeria.

El sonido de los tacones resonaba en el silencioso callejón cuando una figura se acercaba. La luz de un farol cercano reveló la presencia de un transeúnte, y Samuel, rápido como una sombra, se desvaneció en la oscuridad, dejando a Gina en el suelo, exhausta y aún riendo débilmente.

La recién llegada, una mujer de mediana edad con expresión preocupada, se acercó a Gina.

—¿Estás bien? ¿Necesitas ayuda? —preguntó la mujer, notando la desorientación de Gina.

Martha, como se llamaba la mujer recién llegada, se agachó para ayudar a Gina a ponerse de pie, pero en un rápido movimiento, Samuel la empujó al suelo y le quitó los tacones. Sin mediar palabra, comenzó a cosquillar los pies de Martha, que también se unieron a las risas y súplicas de Gina.

Ambas mujeres, una sentada y la otra tumbada en el suelo, eran presas de la risa y las cosquillas, moviendo los pies en un frenesí de risas y desesperación. Samuel, entre risas, expresaba su deleite por la situación.

—Me encanta cómo mueven esos pies y ríen a carcajadas. ¿Quieren más? —preguntó Samuel, continuando su peculiar y tortuosa diversión en el oscuro callejón.

Las dos mujeres, aún entre risas y suplicas, intentaron moverse para escapar de las manos de Samuel, pero este las mantenía firmemente sujetas, disfrutando cada reacción de sus víctimas. Mientras continuaba su peculiar «diversión», las palabras de Samuel resonaban en el callejón.

—Mis amigas, parece que la noche aún tiene mucho que ofrecer. No hay escape de las cosquillas —dijo Samuel con malicia, aumentando la intensidad de su ataque cosquilloso.

Gina y Martha, ahora más vulnerables que nunca, se veían envueltas en una experiencia surrealista. Las risas se mezclaban con el eco de la ciudad, creando una sinfonía de desesperación y diversión para Samuel.

En algún momento, entre risas y lágrimas, las dos mujeres lograron liberarse momentáneamente.

Las dos mujeres, agotadas pero sin tiempo para recuperarse, intentaron alejarse de Samuel, quien, lejos de despedirse, decidió intensificar su juego. Con una rapidez sorprendente, volvió a abordarlas y las hizo caer nuevamente al suelo.

—¿Creían que tan fácilmente escaparían de mí? La diversión apenas comienza —murmuró Samuel con malicia, manteniendo su sujeción firme sobre las mujeres.

Gina y Martha, indefensas, se encontraron de nuevo a merced de las cosquillas implacables de Samuel. Este, sin decir una palabra más, se lanzó a una nueva y frenética sesión de cosquilleo, enfocándose especialmente en las plantas de los pies, la zona más vulnerable y sensible.

Las risas resonaban nuevamente en el callejón, pero esta vez con una intensidad mayor. Gina y Martha, entre carcajadas y súplicas, se retorcían intentando escapar de las manos expertas de Samuel, quien disfrutaba cada segundo de su peculiar diversión.

La ciudad, ajena a este extraño espectáculo nocturno, seguía su curso mientras Samuel prolongaba su tortura cosquillosa.

Samuel, con un giro ágil, se acomodó sobre las piernas de Gina y Martha, extendiendo su dominio sobre ambas. Su mirada maliciosa y sonrisa satisfecha delataban sus oscuros deseos. Sin perder tiempo, sus dedos se dirigieron a las cinturas y costillas de las mujeres, desatando una nueva oleada de risas, carcajadas y súplicas.

—Me encanta descubrir cuán cosquillosas pueden ser en todas partes. No solo en los pies, ¿verdad, chicas? —murmuró Samuel con malicia, disfrutando del éxtasis de las carcajadas que llenaban el oscuro callejón.

Gina y Martha, indefensas ante el asedio de Samuel, se retorcían y sacudían, tratando desesperadamente de escapar de sus cosquillas implacables. La combinación de risas y suplicas llenaba el aire, mientras Samuel continuaba su peculiar diversión en aquel rincón oculto de la ciudad.

El callejón se convirtió en un escenario surrealista, donde la risa, la tortura y la oscuridad se entrelazaban en una danza caótica. Samuel, embriagado por el poder que ejercía sobre sus víctimas, prolongó la sesión de cosquilleo sin piedad, llevando a Gina y Martha al límite de sus resistencias.

—Parece que las cosquillas en los pies no fueron suficientes. Ahora veremos qué tan cosquillosas son en otros lugares —dijo Samuel con un tono de anticipación, deslizando sus dedos hacia las costillas y cinturas de las mujeres.

Gina y Martha, a pesar de su agotamiento, se tensaron al sentir los dedos de Samuel explorar nuevas zonas. Las cosquillas en las costillas y cinturas desataron una nueva oleada de risas y carcajadas, mientras ambas intentaban contener las lágrimas que brotaban de sus ojos.

—¡Por favor, basta! ¡No más! —suplicó Martha entre risas, pero Samuel continuó su tortuoso juego, disfrutando cada reacción desesperada de sus víctimas.

En medio del oscuro callejón, la intensidad de las cosquillas había alcanzado su punto máximo. Gina y Martha, agotadas y al borde del colapso, finalmente se desmayaron, dejando escapar risas y suplicas entre susurros incoherentes. Samuel, al observar el estado de sus víctimas, decidió detenerse abruptamente.

Al notar que Gina y Martha se encontraban inconscientes y que la experiencia había llegado a un extremo insostenible, Samuel retiró sus manos de sus cinturas y costillas. Ambas mujeres, ya rendidas ante el agotamiento, no se pudieron contener más y se orinaron encima en medio de su desvanecimiento.

—Ha sido un placer, damas. Pero todo juego tiene su límite —murmuró Samuel, admirando el resultado de su inusual espectáculo mientras se retiraba en silencio hacia la oscuridad.

Dejando a Gina y Martha en el oscuro callejón, Samuel se alejó con la satisfacción de haber llevado sus oscuros deseos a nuevos límites. Mientras las dos mujeres permanecían inconscientes, la noche continuaba su avance, llevándose consigo los ecos de risas y cosquillas en el estacionamiento.

Continuará…

Original de Tickling Stories

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