abril 28, 2024

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Cosquillas en las Sombras – Parte 5

Tiempo de lectura aprox: 6 minutos, 6 segundos

Capitulo 5: La abogada

La ciudad se sumía en la penumbra cuando Laura, una abogada experimentada, salía de los juzgados tras una jornada extenuante. La oscuridad de las calles del centro contrastaba con la luminosidad de la abogada, quien se dirigía hacia la zona de estacionamiento en medio de la noche.

Mientras avanzaba por las solitarias calles, Samuel la observaba desde las sombras. La abogada, ajena a la presencia acechante, caminaba con firmeza hacia su destino, con el sonido de sus tacones resonando en la quietud nocturna.

—Disculpe, señora. ¿Podría ayudarme con unas direcciones? —preguntó Samuel, emergiendo de la penumbra con una sonrisa amable.

Laura, prestando atención a su entorno, se detuvo y miró a Samuel con cierta cautela.

—Sí, claro. ¿Qué dirección estás buscando? —respondió, sin sospechar las verdaderas intenciones de su interlocutor.

La conversación se tornó casual, y Samuel, con astucia, llevó el diálogo hacia la rutina diaria de Laura, indagando sobre su trabajo como abogada y sus experiencias en los juzgados. La abogada, mientras compartía detalles de su día, mantenía una actitud profesional pero no podía evitar sentir una leve incomodidad.

La ciudad judicial se sumía en la oscuridad, y las calles desoladas creaban un escenario propicio para los oscuros encuentros de Samuel. Una mujer de 45 años, salía de los juzgados en el centro, ajena al giro inesperado que tomaría su noche.

—¿Hacia dónde te diriges? —preguntó Samuel, emergiendo de las sombras mientras la mujer caminaba hacia su destino.

—Solo estoy yendo al estacionamiento. ¿Necesitas algo? —respondió ella, manteniendo un tono firme.

—Solo quiero un momento de tu tiempo. Tenemos algo especial que compartir —dijo Samuel con una sonrisa que ocultaba sus intenciones más oscuras.

Antes de que la mujer pudiera reaccionar, Samuel la empujó con destreza, haciéndola tropezar y caer al suelo. Mientras intentaba recuperar el equilibrio, Samuel se acercó con rapidez y le quitó los tacones, exponiendo unos pies descalzos que, al carecer de medias veladas, se volvían más vulnerables a la tortura de cosquillas.

—Vamos a divertirnos un poco. ¿Te imaginas lo cosquillosos que pueden ser tus pies cuando no traes medias veladas y estas entaconada todo el día? —mencionó Samuel, revelando su fetichismo por los pies femeninos.

La mujer, sorprendida y aún en el suelo, respondió nerviosa:

—No sé a qué te refieres. ¿Quién eres? ¿Qué estás haciendo? ¡Por favor, no hagas eso! —imploró la abogada al sentir que Samuel le retiraba los tacones.

—¿Hacer qué? —respondió Samuel con malicia, disfrutando de la creciente angustia en la voz de la mujer.

Mientras sus preguntas caían en oídos sordos, Samuel deslizó los dedos por las plantas de los pies de la abogada, que yacían calientes, sudorosas e hipersensibles después de la liberación forzada de los tacones. La mujer, ahora aún más vulnerable, no podía contener las risas y suplicas que brotaban de ella como una respuesta involuntaria a la tortura de cosquillas.

La abogada, envuelta en un torbellino de cosquillas, rió a carcajadas mientras Samuel continuaba su ataque inclemente en las plantas de sus pies. Sus intentos desesperados de mover los pies para escapar de las cosquillas solo provocaron que Samuel intensificara su asedio, deslizando ágilmente sus dedos sobre las zonas más vulnerables.

—¡Por favor, detente! ¡JAJAJAJAJAJA JAAJAJAJAJAJAJAJA JAJAJAJAJAJAJAJAJA JAJAJAJAJAJAJAJA JAJAJAJAJAJAJAJAJAJA! —suplicó la abogada entre carcajadas, con lágrimas brotando de sus ojos debido a la mezcla de risa y angustia.

Samuel, ajeno a sus súplicas, disfrutaba del caos que había desatado. La oscuridad del callejón se llenaba con el eco de las carcajadas y suplicas de la abogada, que se debatía entre la tortura de las cosquillas y la sensación de vulnerabilidad ante un extraño que había irrumpido en su noche.

Las risas de la abogada resonaban en el callejón oscuro, pero no había nadie para escucharlas ni para socorrerla.

Sin dar tregua, Samuel decidió intensificar la tortura. Ahora, en lugar de utilizar solo las yemas de sus dedos, deslizó cuidadosamente sus uñas semilargas sobre las hipercosquillosas plantas de la abogada. El efecto fue instantáneo: las cosquillas se multiplicaron y las carcajadas de la mujer alcanzaron niveles frenéticos.

La abogada, en medio de risas histéricas y súplicas desesperadas, se retorcía en el suelo intentando escapar de las cosquillas implacables de Samuel. Sus pies, ahora más sensibles debido al nuevo enfoque de su captor, se convirtieron en el epicentro de una tormenta de sensaciones que oscilaban entre lo insoportable y lo surrealista.

—¡Detente, por favor! ¡JAJAJAJAJAJA JAAJAJAJAJAJAJAJA JAJAJAJAJAJAJAJAJA JAJAJAJAJAJAJAJA JAJAJAJAJAJAJAJAJAJA! ¡No puedo soportarlo más! ¡JAJAJAJAJAJA JAAJAJAJAJAJAJAJA JAJAJAJAJAJAJAJAJA JAJAJAJAJAJAJAJA JAJAJAJAJAJAJAJAJAJA! —exclamaba la abogada, con lágrimas mezcladas con las carcajadas que adornaban su rostro.

Samuel, insensible ante sus súplicas, se deleitaba en la escena que había creado. Las carcajadas, las cosquillas y la oscuridad del callejón conformaban un escenario surrealista donde la abogada, víctima de un juego macabro, se veía atrapada en un universo de locura y desesperación.

La risa descontrolada de la abogada se mezclaba con sus súplicas, creando una sinfonía de desesperación en el callejón oscuro. Samuel, lejos de detenerse, decidió llevar la tortura a un nivel aún más retorcido. Con una expresión sádica, aprovechó la situación para deslizar sus dedos ágiles y las uñas afiladas por los costados de la cintura de la abogada, explorando las zonas más sensibles de su cuerpo.

—¿Quién diría que una abogada tan respetable podría ser tan… vulnerable? —murmuró Samuel con malicia, disfrutando del espectáculo de la mujer retorciéndose en el suelo.

Cada roce de las uñas de Samuel desencadenaba nuevas ráfagas de risas y suplicas por parte de la abogada, sumiéndola cada vez más en un estado de desesperación y locura. La oscuridad del callejón parecía cerrarse a su alrededor, y las risas resonaban como un eco macabro que acompañaba la danza sádica de Samuel.

—¡Por favor, para! ¡No más! —gritaba la abogada entre risas histéricas, pero Samuel continuaba su juego cruel, llevándola al límite de la cordura.

Mientras tanto, las sombras del callejón ocultaban esta escena grotesca, dejando que las oscuras motivaciones de Samuel se manifestaran en toda su depravación en la penumbra de la ciudad.

Samuel desliza sus dedos y uñas sobre las plantas de los pies de la abogada, intensificando su tortura. La abogada, ya atrapada en una vorágine de risas, suplicas y desesperación, no puede más que someterse a la crueldad de Samuel.

En medio de las carcajadas, Samuel, con un gesto sádico, decide llevar la tortura a un nuevo nivel. Se incorpora y rápidamente se abalanza sobre la abogada. En un hábil movimiento, logra despojarla de su cinturón, que ella llevaba elegantemente en la cintura. Mientras la abogada aún ríe y se retuerce por las cosquillas, Samuel utiliza ese mismo cinturón para atar firmemente los tobillos de la mujer, inmovilizándola por completo.

—¿Qué creías, abogada? Ahora sí estás a merced de la justicia de la noche —murmura Samuel con un tono burlón, disfrutando de la ironía de sus palabras mientras asegura aún más los nudos del cinturón alrededor de los pies de la mujer.

La abogada, ahora con los pies firmemente atados, se encuentra en una posición aún más vulnerable. Samuel, implacable en su sadismo, decide continuar su tormento sobre las plantas de los pies de la mujer indefensa. El cinturón, ahora convertido en una herramienta de sufrimiento, mantenía inmovilizados los pies de la mujer, aumentando su agonía.

Samuel, con una mirada despiadada, alternaba entre deslizar sus dedos y las uñas por las plantas, asegurándose de explorar cada centímetro de esa zona tan hipersensible. Las risas y súplicas de la abogada llenaban el callejón, pero Samuel no mostraba signos de clemencia. Cada vez que la mujer intentaba rogar por piedad, él respondía con un incremento en la intensidad de las cosquillas, llevándola al límite de su resistencia.

—¿Cómo se siente ser tan indefensa, abogada? —preguntó Samuel con cinismo, disfrutando del poder que ejercía sobre su víctima.

La abogada, incapaz de articular una respuesta coherente entre las carcajadas y las lágrimas, solo podía experimentar el tormento que Samuel le imponía. La combinación de las cosquillas, la inmovilización y la humillación la sumergían en un abismo de desesperación.

Mientras tanto, la oscuridad del callejón ocultaba esta escena grotesca, dejando que las sombras se cerraran alrededor de la abogada y su verdugo.

En la penumbra del callejón, las carcajadas resonaban a medida que Samuel continuaba su sádico festín. La abogada, con los pies atados y sin posibilidad de escapar, se debatía entre las cosquillas implacables y las suplicas desesperadas.

—¡Por favor, detente! ¡JAJAJAJAJAJA JAAJAJAJAJAJAJAJA JAJAJAJAJAJAJAJAJA JAJAJAJAJAJAJAJA JAJAJAJAJAJAJAJAJAJA! ¡JAJAJAJAJAJA JAAJAJAJAJAJAJAJA JAJAJAJAJAJAJAJAJA JAJAJAJAJAJAJAJA JAJAJAJAJAJAJAJAJAJA! ¡No puedo más! ¡JAJAJAJAJAJA JAAJAJAJAJAJAJAJA JAJAJAJAJAJAJAJAJA JAJAJAJAJAJAJAJA JAJAJAJAJAJAJAJAJAJA! ¡JAJAJAJAJAJA JAAJAJAJAJAJAJAJA JAJAJAJAJAJAJAJAJA JAJAJAJAJAJAJAJA JAJAJAJAJAJAJAJAJAJA! —suplicaba la abogada entre carcajadas nerviosas, mientras las lágrimas se mezclaban con la lluvia de cosquillas que caían sobre sus pies descalzos.

Samuel, imperturbable en su crueldad, ignoraba sus súplicas y continuaba su tortura. La abogada, sometida a la humillación y la desesperación, no pudo contenerse más. En medio de un ataque de cosquillas intensas, se orinó encima, sumando un nuevo nivel de vergüenza a su ya angustiosa situación.

—¿Qué pasa, abogada? Parece que tu defensa no está siendo muy eficaz contra mis cosquillas, ¿verdad? —bromeó Samuel con malicia, mientras la risa de la abogada se mezclaba con sollozos de impotencia.

La oscuridad del callejón guardaba los secretos de esa noche, donde la línea entre la diversión sádica y la crueldad desbordante se desvanecía en las risas y lágrimas de una mujer atrapada en el juego retorcido de Samuel.

—¡Por favor, detente! ¡JAJAJAJAJAJA JAAJAJAJAJAJAJAJA JAJAJAJAJAJAJAJAJA JAJAJAJAJAJAJAJA JAJAJAJAJAJAJAJAJAJA! ¡JAJAJAJAJAJA JAAJAJAJAJAJAJAJA JAJAJAJAJAJAJAJAJA JAJAJAJAJAJAJAJA JAJAJAJAJAJAJAJAJAJA! ¡No puedo más! ¡JAJAJAJAJAJA JAAJAJAJAJAJAJAJA JAJAJAJAJAJAJAJAJA JAJAJAJAJAJAJAJA JAJAJAJAJAJAJAJAJAJA! ¡JAJAJAJAJAJA JAAJAJAJAJAJAJAJA JAJAJAJAJAJAJAJAJA JAJAJAJAJAJAJAJA JAJAJAJAJAJAJAJAJAJA! —suplicaba la abogada entre carcajadas.

El cruel juego de Samuel alcanzó su punto álgido en medio de las risas y las lágrimas de la abogada. La oscuridad del callejón se impregnaba con la tensión y el sonido retorcido de su diversión sádica. En un momento de impiedad, Samuel finalmente detuvo su tormento, dejando a la abogada exhausta y humillada en el suelo del callejón.

—Parece que ya has tenido suficiente, abogada. Espero que esta lección te haya enseñado a no subestimar el poder de unas buenas cosquillas —mencionó Samuel, disfrutando del agotamiento visible en el rostro de la mujer.

Con un gesto despectivo, Samuel se levantó y se desvaneció en la oscuridad, dejando a la abogada en la penumbra del callejón. La línea entre la diversión y la crueldad se había desdibujado por completo, y la abogada quedó marcada por una experiencia que no podría olvidar fácilmente.

Mientras la abogada se reponía, la ciudad seguía su curso, ajena a los oscuros encuentros que ocurrían en sus callejones. La noche guardaba secretos, y Samuel, desde las sombras, planeaba su próximo encuentro, donde las risas y las cosquillas serían protagonistas una vez más.

Continuará…

Orginal de Tickling Stories

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