mayo 1, 2024

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Cuchi cuchi: La historia de una insana obsesión (Fanfiction)

Tiempo de lectura aprox: 29 minutos, 23 segundos

Recuerdo aquel evento como si hubiese sido ayer. Disfruto tanto de cada detalle del mismo, de cada concatenación de sucesos que desembocaron en aquel glorioso final… Es por eso que he tomado la firme decisión de compartir esta fantástica experiencia que ha sido, verdaderamente, un mimo a mi alma…

Empezó la primera vez que decidí quedarme un rato después de clases para estudiar en la biblioteca. La vida universitaria estaba comenzando a ponerse cada vez más dura, y sentía que un repaso intenso de cada clase tras finalizarla resultaría fructífero para mi óptima comprensión de los temas.

Fue un día viernes, lo recuerdo muy bien… Tras salir de la clase que finalizaba a las 12 del mediodía, tuve la intención de dedicar una o dos horas al repaso de los temas y quizá de temas anteriores. Decidí entonces ir a estudiar a la sala de lectura de la biblioteca. Una enorme sala, por cierto. Bastantes escritorios para estudiar, y varios tachos de basura en algunos pasillos para eliminar papeles en desuso.

Me instalé en una mesa, coloqué los libros sobre ella, y ayudándome con los apuntes que había tomado en clase, me puse a estudiar. Sereno, calmado y tranquilo, abstraído en mis pensamientos, concentrado e inmutable, me encontraba yo en pleno proceso de aprendizaje, asimilación, estudio y razonamiento, enriqueciendo mi cerebro con sabiduría y cultura.

Nunca he sido de las personas que se desconcentran fácilmente. Mi poder de concentración es bastante grande. Sin embargo, habrá sido casualidad o regalo del destino, el ruido de varios papeles doblándose y siendo arrojados a la basura desvió mi atención momentáneamente. Tras conducir mi vista hacia la vertiente de aquellos sonidos, noté que una bellísima mujer depositaba en el cesto de basura varios papeles que había usado y al parecer estaba desechando. Por lo que pude ver, dichos papeles tenían varios diseños y dibujos, por lo que mi intuición me llevó a pensar que aquella chica estudiaba arquitectura o diseño gráfico.

No fue la radiante belleza de aquella mujer lo que logró desconcentrarme por varios minutos, sino el seguir con mis ojos la caída del papel hacia el cesto y lograr vislumbrar, en un ligero movimiento de ojos, que esta chica tenía al descubierto aquella parte del cuerpo femenino que destaca entre todas por ser la más hermosa, perfecta y magnífica, aquella preciosa zona dotada de la sensualidad, el envanecimiento y la magnificencia divina propios de una deidad de la belleza. Es mi mayor secreto: no existe nada en el cuerpo de una mujer que logre despertar en mí tanta pasión, fascinación, obsesión y descontrol como sus pies… Y es que desde que tengo memoria han sido mi principal centro de atención y casi exclusivo criterio de encanto femenino.

La obsesión que me han producido desde siempre los pies femeninos ha sido capaz de finiquitar impetuosamente toda concentración, independientemente de su nivel de intensidad, y aquella vez no fue la excepción. No importa cuántas veces viera a una jovencita descalza: siempre lograba hipnotizar cada molécula de mi cuerpo. En el preciso instante en que noté que esta bellísima estudiante caminaba tiernamente con la piel de su radiante empeine reflejando directamente la luz del sol, mi vista quedó clavada y mi cuerpo helado. No podía quitarle los ojos de encima, y mi respiración iba en acechante aumento. Los pocos segundos en que ella se tardó para desechar sus papeles y posteriormente dar la vuelta y marcharse caminando a su lugar de estudio constituyeron poesía para mis ojos y música para mi alma… Cada centímetro cuadrado en aquellos pies coexistía en un todo maravilloso: Una deslumbrante piel de porcelana de textura suave, sensible y agraciada, un bellísimo pedicure rojo, un exquisito arco pronunciado y unos angelicales dedos perfectos, todo coexistiendo en armonía y belleza, conformando una obra de arte de la naturaleza de imponderable belleza, perfección y divinidad.

Eran días calurosos y al parecer esta chica buscaba refrescar su cuerpo mientras estudiaba. Jamás se habría imaginado que estaba beneficiando su calidad de estudio en detrimento del mío… Pero la verdad, ya no me importaba. Mi único sentimiento era un brutal impulso de poder acercarme, tomarle los pies, acariciarlos, besarlos, amarlos…

Esta bella estudiante se sentó en su escritorio y continuó con sus dibujos. Su calzado lo tenía apartado a un lado de su silla, y balanceaba los pies mientras estudiaba y dibujaba. No pude quitar mi mirada un solo segundo de aquel espectáculo de divinidad y belleza de la que mis ojos estaban siendo partícipe… El movimiento de sus pies era una poesía, y su forma, uno de los dibujos más perfectos y hermosos que me ha regalado la vista.

Lamentablemente, fueron pocos los minutos en que ella se quedó. Al rato de haberse deshecho de sus papeles y habiéndose quedado unos minutos más en lo suyo, aquella portadora de tan agraciado esplendor femenino se retiró. Se calzó, guardó sus útiles y se fue. Creo que fue la primera vez en mi vida en que lamenté que fuera día viernes… ¡Cómo me hubiera gustado poder decir, que al siguiente día volvería a la biblioteca! Volvería, ya no para estudiar… Sino tan solo para poder lisonjear mi vista de vuelta con la magnificencia de aquellos sublimes pies femeninos.

Cuando pasó un buen rato tras su ausencia, desapareció mi alteración. De hecho, volví tranquilo a mi casa. Al fin y al cabo, no era la primera vez que mis impulsos obsesivos eran impetuosamente estimulados ante la figura femenina de los pies. Un evento recurrente de mi vida, desde que descubrí mi irrefrenable y vertiginoso fetiche obsesivo con ellos… Una excitación fuera de lo común que culminó con el interés exclusivo de los pies en una mujer.

El lunes volví a la biblioteca, a la misma hora. Mi intención era, en principio, estudiar y repasar, como lo había sido la primera vez. Aunque quién sabe qué habrá estado pensando mi subconsciente… Lo que sí es seguro es que, tras haber estado repasando una media hora, vino a mi mente el recuerdo de lo que durante unos minutos había sido una aglomeración de sentimientos apasionados, aquello que había despertado fervorosamente toda la imaginación y fantasía de mi mente fetichista… Aquel maravilloso evento que había tenido lugar hacía tres días atrás.

Inmediatamente levanté mi vista hacia la ventana. El sol ardía con viveza y el calor imponía con fogosidad su presencia. Aquello me daba esperanza y celo de volver a obstaculizar mi vista con aquel poema visual en forma de pies femeninos. Unos segundos de inspección en mis alrededores finalizaron con la gratísima satisfacción de reencontrarme con aquello que tan vigorosamente anhelaba mi alma. Allí estaba aquella diosa en cuerpo de estudiante… Sentada en el mismo escritorio de la vez anterior. Al mirar hacia abajo mis ojos se encontraron con una explosión de hermosura que colapsó el estímulo de mi pasión fetichista: con las piernas extendidas, esta bella estudiante había apoyado sus pies en la silla que estaba del lado opuesto a su escritorio. Había apoyado un pie sobre el otro, cruzando sus tobillos, de tal forma que la planta de su pie derecho apuntaba hacia mí, y por detrás se asomaban aquellos dedos con esas uñas bañadas en ese pedicure tan sensual que lograba alborotar cada una de mis neuronas apasionadas. La posición era sumamente provocadora y despertaba en mí un violento impulso, difícil de sofocar, por acercarme y amar apasionadamente cada centímetro cuadrado de la piel de sus pies a base de jugosos e intensos besos de locura y excitación.

Si tres días anteriores estaba luchando por volver a concentrarme en mis estudios, aquel día estaba reprimiendo ferozmente aquella tentación descontrolada por hacer mías aquellas joyas de resplandor divino. Una irrefrenable tentación, acompañada de un sinfín de fantasías que tenían a aquellos pies como protagonistas invadía cada rincón de mis pensamientos, y la apasionada locura llegó a su límite cuando esta hermosa estudiante comenzó a mover sus dedos lenta y tiernamente, flexionando y relajando, abriendo y cerrando… Un movimiento en poesía, una mina de oro de la sensualidad, una gala de divinura que provocó en mí un violento suspiro, secreción de sudor y una impetuosa reacción instintiva del cuerpo masculino.

Aquel momento logró superarme… No pude más, y me levanté de la silla, en dirección a la salida de la sala de lectura. Dejé todos mis libros y útiles sobre el escritorio y salí rápidamente del lugar, caminando a pasos agigantados. Llegué desesperado al baño, con un ritmo cardíaco acelerado, con la respiración emitiendo jadeos y con un cuerpo masculino que había reaccionado intensamente ante lo que había visto. Me dirigí hacia el lavabo y presioné el botón para la salida de agua fría. Con la mente alterada de fantasías fetichistas que tenían por protagonista a aquella estudiante, me mojé la cara, una y otra vez, intentando calmar mi impulso, tratando de aliviar las tensiones y sofocar la efervescencia. Me miraba unos segundos al espejo, y al rato volvía a mojarme la cara. Comencé a forzar una respiración profunda e intenté algunos ejercicios de respiración para relajarme. Pasó un rato largo hasta que mi estupefacción entró en proceso de atenuación. La respiración iba de a poco recuperando su ritmo normal, y el ruido que mi corazón hacía al latir fue lentamente cediendo ante la serenidad y la calma. Y un buen rato después, ya podía respirar tranquilo, no me sentía agitado, mi cuerpo no se sentía estremecido y mi mente estaba en paz.

Me quedé mirándome al espejo una vez más. Como el bombero que riega el fuego apagado como medida de seguridad para evitar su renacimiento, no fue hasta estar completamente seguro de que cuerpo y alma habían recuperado el sosiego que me retiré de donde estaba y me dirigí hacia el lugar donde me encontraba estudiando. Regresé, esta vez más tranquilo, con paso normal, y cuando entré a la sala de lectura, aquella estudiante que tanto admiraba ya se había retirado.

Al parecer, no solía quedarse mucho tiempo, al menos no mucho tiempo después de mi horario de entrada. Tal vez se retiraba a almorzar y luego se dirigía a cursar alguna clase, o bien se retiraba hacia su hogar. En cualquier caso, ella sigue una rutina. Lo interesante de todo es que dicha rutina incluía también el escritorio que solía usar. Fuera como fuese, mi pervertido pensamiento fetichista reclamaba más y más deleite de esos pies. Aquel lunes decidí, en consecuencia, ir siempre después de clases para admirar aquel majestuoso y soberbio esplendor que irradiaban los pies de esta bellísima y fascinante mujer.

Al día siguiente me retiré mucho antes de la clase, para así llegar antes que ella a la sala de lectura. Puesto que, como había conjeturado, la rutina de ella incluía en sus detalles el escritorio que solía usar, decidí ubicarme en el escritorio más próximo, para darle a mis ojos una vista óptima de aquello que me volvía tan loco. Cuando llegué a la sala de lectura, ésta se encontraba casi vacía. El escritorio que ella solía usar se encontraba vacío, y por consiguiente me coloqué en uno que se encontraba casi adyacente al mismo. Desde allí la vista era majestuosa, y sentí que tal vez podría disfrutar de la mejor experiencia en lo que a “candid feet” se refiere.

El tiempo comenzó a pasar, pero no había rastro de ella. No se aparecía, y la espera se hacía interminable… Quizá yo había llegado bastante temprano. Por otra parte, el tiempo pasaba lento, y mi ansiedad iba en aumento.

Decidí, aprovechando que había faltado a las clases, tomar el libro y estudiar de allí. De esa forma mataría el tiempo de una forma fructífera. Tomé mi mochila, retiré el libro y lo coloqué sobre la mesa. Abrí el libro, me dirigí al índice, busqué la página donde debía comenzar mis estudios, y comencé a leer, para reemplazar la clase a la que había faltado.

Cada página que leía era mejor que la anterior… Yo elegí la carrera de filosofía porque es un saber que nunca deja de sorprenderme, y aquel día no fue la excepción. Fue, más bien, la mejor representación del amor que tengo por ella. El tema era realmente fascinante, y logró captar mi atención de una forma excesivamente sólida. Entre página y página, en una incesante abstracción, me perdí en el pensamiento filosófico y perdí la noción del tiempo, y también del espacio que me rodeaba. Todo desapareció, y mi vida se redujo a abstracciones inteligibles. Era un sentimiento que me agradaba bastante. Y fue tanto el nivel de abstracción que un golpe a mi cuerpo, seguido del ruido de varias hojas que impactaban en el suelo para posteriormente desordenarse, me produjo un inmenso susto y, a la vez, una violenta vuelta al mundo real. Alguien se había tropezado sobre mí, y había dejado caer sus cosas. Lo primero que hice fue mirar mi reloj y sorprenderme de cómo había pasado el tiempo: ¡Era la hora en la que la estudiante de bellos pies se retiraba de la sala de lectura!

Cuando volteé a ver quién se había tropezado conmigo, la vida me hizo vislumbrar uno de los mayores regalos que podría haber recibido… Era ella, la perfecta y única, la bella mujer que había captado mi obsesiva atención durante estos días, y había sido el personaje principal de mis más recientes fantasías fetichistas. Ella, nadie más que ella, la personificación de la belleza divina…

-Disculpame, no te vi…- me dice, con mirada de preocupción y culpa, y decidida a recoger sus papeles. En ese momento interrumpí sus intenciones…

-No te hagas problema, te lo levanto yo…- le dije, adelantándome a recoger los papeles que había dejado caer.

Me incliné de la silla y comencé a recoger sus papeles, ordenándolos lo mejor que podía. Sin embargo, algo me detuvo frenéticamente… Habiéndome agachado a recoger sus papeles, mi mirada se encontró rápidamente con sus pies descalzos a pocos centímetros de mis ojos. Se veían más claros que nunca, irradiando una belleza infinita en su lujo de detalles. Quietos, sosegados, pero siempre tan perfectos y hermosos, sus pies me miraban fijo, y yo a ellos. Su figura hipnotizó mi mirada y detuvo mis movimientos. Frente a mí podía, ahora con más detalle que nunca, admirar aquella encarnación de la perfección en su belleza plena… Una situación que logró conmoverme alma, vida y corazón. Sentía una explosión de emociones fetichistas recorrer todo mi cuerpo, y un pequeño escalofrío provocado por la excitación me causó un ligero temblor.

Por suerte ella detuvo el trance hipnótico, pues en caso contrario, habría quedado en evidencia que estaba mirando sus pies. En aquellos momentos no podía pensar con claridad, y probablemente me hubiese quedado hipnotizado hasta que ella se habría preguntado por qué me quedaba abajo, y habría notado que estaba admirando la infinita belleza de sus pies.

-No hace falta que los ordenes, al fin y al cabo voy a tirarlos al cesto de la basura…- me aclaró. Eso me despertó del trance y me apuró para recoger todo. Me levanté y le di los papeles en su mano..

-Muchas gracias…- me dijo, y acto seguido se retiró a eliminar los papeles. Apenas se dio vuelta para ir a desechar los papeles, mi mirada bajó inmediatamente hacia sus pies, cuya forma de caminar me hizo perder totalmente la cabeza… Realmente eran los pies más hermosos que había visto en mi vida. Y, como fetichista de pies, eso es decir mucho… Pues bastantes pies he visto y admirado en mi vida. Pero estos pies tenían algo especial, algo que lograba alborotar hasta la zona más sosegada de mi cuerpo.

Tras eliminar los papeles, regresó a mi lado y me dijo:

-Perdón por el golpe que te di. No te vi y sin querer me tropecé, no fue mi intención.-

Fue entonces que entendí que la vida me había dado la oportunidad para acercarme a ella, y decidí no desperdiciarla:

-Bueno… Tal vez puedas acompañarme en el ratito en que voy a estar estudiando, de esa forma tal vez te deshagas de la culpa- le dije, en tono sarcástico. Ella me sonrió con confianza:

-Jeje… Pues la verdad es que tampoco estoy tan aburrida como para hacer eso. Pero tal vez podamos ir a comer juntos, ¿te parece?- me dijo. Esto me provocó una alegría gigantesca, y tuve que reprimir la ingente sonrisa de entusiasmo que escuchar eso me había provocado…

-Me parece bien. Esperame un ratito que guardo todo…- le dije.

-Dale, yo ahora voy a calzarme y vamos juntos al comedor universitario.- En aquel momento, cada partícula de mi fetichismo rogaba a los gritos que no lo hiciera, que se quedase descalza permanentemente, para poder seguir regalándole a mis ojos aquel increíble paisaje…

Un cuarto de hora más tarde nos encontrábamos los dos disfrutando de un almuerzo e intercambiando conversaciones. De a poco fui conociéndola cada vez mejor. Era una mujer realmente fascinante… Sofía era su nombre. Como había intuido, era estudiante de diseño gráfico, y tenía una particular atracción por el dibujo a mano alzada. En un determinado momento sacó de su mochila su cuaderno de dibujos y me enseñó varios de los que había hecho. Era claro que tenía un talento inconmensurable para dibujar, y una increíble pasión por lo que estudiaba. En los momentos en que hablamos jamás noté en su mirada síntomas de tristeza o insatisfacción. Era realmente una mujer que vivía feliz con su vida, que se sentía satisfecha con lo que hacía y que no padecía problemas de estrés ni tampoco sociales. Era realmente una mujer fascinante en todos sus aspectos de vida, una mujer que supo conquistarme desde el primer momento. Era sumamente inteligente, culta y madura, con una comprensión de la vida muy superior a la de varios compañeros míos de la cursada de filosofía. Al parecer, sus pies no eran lo único fascinante que se podía encontrar en aquella hermosa estudiante de diseño gráfico…

Por supuesto que yo también le conté de mí, y durante el transcurso del almuerzo cada uno conoció lo básico del otro. Ella también parecía sumamente interesada en lo que yo hacía, al parecer también había causado buena impresión sobre ella.

Cuando vi que ambos habíamos finalizado nuestro almuerzo, decidí tomar la iniciativa.

-¿Tenés algo que hacer ahora?

-Pues no… La verdad, hoy no curso nada a la tarde. Estoy libre el resto del día…

-Yo también. El día está soleado y acá adentro hace mucho calor… ¿Te parece si vamos y nos sentamos en el césped?

La idea le fascinó, y al cabo de unos minutos estábamos los dos, refugiados en la sombra de un árbol, en el medio del gigantesco parque que rodeaba los edificios de la universidad. El cielo estaba sumamente claro, el día era hermoso. Y, como no podía faltar, se volvió sumamente mejor cuando ella decidió descalzarse nuevamente.

Se quitó el calzado, lo colocó a un lado y apoyó con lentitud y calma los pies sobre el pasto. Movió un poco sus dedos, acariciando el césped. Finalmente, emitió un suspiro de alivio…

-A esto se le llama libertad…- comentó, elevando su mirada hacia arriba, cerrando los ojos y emitiendo un suspiro de placer.

Mis ojos estaban fijos ante la belleza que nuevamente se manifestaba al descubierto. Realmente esos pies me fascinaban con locura, me hacían viajar a un mundo totalmente distinto. Tratando de reprimir el impulso instintivo de todo fetichista de pies, se me ocurrió seguirle la corriente e ir en el mismo plan de relajación que ella… Decidí recostarme sobre el pasto pero tratando de recostar mi cabeza lo más cercano posible a sus pies. De esa forma, al hablar con ella, debería girar mi mirada hacia ella y podría ver de reojo aquellos pies a pocos centímetros de mi cara.

-¿Estás cansado?- me pregunta, retóricamente, al ver que me recuesto en el césped con tanta vehemencia.

Intentando evitar que ella adivinase mis intenciones, decidí afirmar su conjetura.

-Sí, la verdad que sí. Tanto estudio me pone tenso y me provoca fatiga cerebral…

Todo eso se lo dije casi sin pensarlo. Jamás me imaginé que provocaría lo que finalmente provocó. Yo estaba recostado mirando hacia arriba y ella se acomodó, desplazándose para quedar justo detrás de mí, con mi cabeza apuntando perpendicularmente hacia ella.

-Quedate quiero y tranquilo, voy a desestresarte. Conozco una técnica de masaje facial con pies…

Aquello que dijo me hizo abrir los ojos como plato, me cortó la respiración y me dejó estupefacto. La simple frase me produjo una excitación inmensa, y más temprano que tarde, sentí la suave, tierna, delicada, esponjosa y exquisita piel de sus pies caer sobre mi rostro. Aquello me hizo entrar en un estado de excitación que colmó mis límites de una manera que me es difícil expresar con palabras.

-Relajate, ya lo he hecho antes y funciona bárbaro… Te destensa cuerpo y mente, y te devuelve la sangre al cuerpo. Vas a ver que después de esto quedás como nuevo…

Lo que menos se identifica con lo que estaba sintiendo en aquel momento es relajación. Aquellos pies que habían sido partícipes de tanto acoso visual y de variadísimas fantasías fetichistas, estaban ahora apoyándose sobre mi rostro, masajeando suave y tiernamente. Podía sentir cómo aquella blanca y delicada piel presionaba sobre mi rostro y se frotaba tiernamente. En aquel momento cerré los ojos y comencé a estimular en demasía cada aspecto de mi imaginación fetichista. Estaba teniendo una sesión podofílica que me provocaba la mayor estimulación sexual que había sentido en mi vida. Estaba padeciendo una excitación a nivel subatómico, y a los pocos segundos mi cuerpo masculino reaccionó, provocando el crecimiento de una fuerte protuberancia en mi entrepierna. Estaba teniendo una de las mayores erecciones de mi vida.

No temía que ella se diera cuenta… Realmente, no podía pensar en nada. Simplemente dejaba que aquellos pies recorrieran lenta y cariñosamente cada centímetro cuadrado de mi rostro, masajeando y acariciando con los dedos… Pude comprobar que su piel era tan suave, lisa, sutil y exquisita como lo aparentaba, y de a poco iba perdiendo control sobre mí. La situación llegó a inculcarme tal nivel de desesperación impetuosa que no me di cuenta cuando levanté mi mano derecha para tomar uno de sus pies, dirigirlo hacia mi boca y presionar mis labios sobre él, para besar y, quizá, saborear aquella belleza que recorría mi rostro con tanta libertad, inocencia y timidez.

Por supuesto que ella lo notó, y me interrumpió ni bien presioné mis labios sobre la planta de su pie derecho.

-¿Qué estás haciendo?

En ese momento recuperé el sentido común y caí en la cuenta de lo que había estado haciendo. Ella parecía confundida, aunque no se la veía alterada, ni muchísimo menos enojada o incómoda. Al contrario, su mirada me inspiró algo de confianza. Pensando que no tenía nada que perder, y aun evitando expresarlo como realmente es, decidí darle un pequeño adelanto de la irrefrenable sensación que recorría mi cuerpo y mente.

-Nada… Me gustan mucho tus pies…

¿Qué podría llegar a pensar? En ningún momento le dije que me provocaban excitación sexual. Simplemente le di un cumplido: “Me gustan tus pies”, no había dicho nada malo, ni fuera de lugar… Al menos eso era lo que intentaba pensar. Jamás en mi vida me había atrevido a decirle semejante piropo a una mujer.

Aun si ella sospechara que me provocan excitación, no creí que fuera capaz de concebir el inmenso poder de pasión que despiertan los pies sobre mí, y muy en particular los de ella. Había sido un simple comentario. Y todo parecía indicar que no se lo había tomado a mal, simplemente se lo había tomado como un simple piropo, tal cual como yo esperaba que se lo tomase. Fue por eso que contestó, mirándose ella misma los pies…

-¿Ah, sí? ¡Bueno, muchas gracias!

Su forma de reaccionar me llamó mucho la atención. Y no solamente eso: me animó a decirle algo más. Había muchísimas cosas que quería sacar dentro de mí… Un sinfín de expresiones de la pasión que sus pies despertaban sobre mí clamaba salir a gritos. Realmente necesitaba expresarle lo que sentía por sus pies… Pero no podía ser tan directo e impetuoso. Debía ser algo más lento, gradual… Tras pensarlo unos segundos me animé a responder:

-De nada. Es eso solamente, me parecen muy lindos…

Entonces ella sonrió con ironía y dijo, en tono burlesco:

-Bueno, che… Ojito vos, no vaya a ser que te termines enamorando de ellos…

Lo que dije después simplemente me salió del alma. No pude contenerlo, solamente lo solté, lo dejé salir… Escapó de mi boca sin previo aviso, fui totalmente traicionado por mis impulsos fetichistas…

-Podría ser… Ese pedicure te queda realmente sexy…

No podía creer lo que había dicho. Habiendo toda mi vida tenido cohibido este impetuoso fetiche por los pies femeninos, me había atrevido a decirle a una chica que sus pies son sexys. Siendo sincero, el instante posterior a haberle dicho eso me arrepentí. Sentí que había quedado como un idiota, y realmente me sentí bastante mal.

Sin embargo, un segundo después noté que mis pretensiones fueron erróneas. Lejos de tomárselo a mal, Sofía emitió una risa un tanto irónica y me dijo, entre risas y burlas:

-¡Eeeeyy! ¡¡Pervertido!! ¡Eso merece un castigo!- me dijo… Inmediatamente después lanzó sus pies contra mí y comenzó a hacerme cosquillas. Me abrió de brazos y mientras con sus manos los sotenía sobre el suelo, dirigió sus pies hacia mis axilas y costillas. Yo veía sus piernas sobre mi cara, y bajaba la mirada para ver cómo sus pies entraban en contacto directo e intenso sobre mi cuerpo.

Entre risas y carcajadas, mi erección se pronunció aún más. La situación me produjo una inmensa excitación que, afortunadamente, podía camuflar con mis risas y mis movimientos espasmódicos. A ella se la veía divirtiéndose y riéndose con mis reacciones, mientras me tenía a su merced bajo una lluvia de ataques de cosquillas. Durante dos o tres minutos ella prolongó el movimiento de sus pies sobre mis costados, con particular enfoque en mis axilas. Yo reía a carcajadas y me movía de un lado a otro, pero de ninguna forma quería liberarme. Por eso no hice demasiada fuerza… Estaba viviendo una de las mayores fantasías knismolágnicas que me podrían haber ocurrido.

Entre risas y cosquillas, burlas y humillaciones, Sofía detuvo su ataque y sus pies se apoyaron a mis costados, relajándose y volviendo a la quietud. Ella entonces dijo:

-Qué chico sumiso que sos… Te someto muy fácilmente y vos no hacés ni el más mínimo esfuerzo para escapar…

Cuando dijo eso, un inmenso escalofrío recorrió mi cuerpo. Se me subió el corazón a la garganta y me invadió una ingente sensación de culpa y vergüenza. Al parecer me había descubierto, o eso es lo que creía… Hasta que completó su frase.

-¡Qué divertido! Serías un buen esclavo, me parece…- me dijo, con ironía y rematando con una pequeña risita de maldad y perversión, pero sin falta de inocencia y pensamiento puro. Al parecer no era una mujer con una mente brutalmente cegada por la perversión… Como yo…

No pasó mucho hasta que volví a soltar la lengua, esta vez habiéndolo pensado un poco, y habiéndome ayudado en la iniciativa de Sofía, pero sin demasiado control.

-Pues, como esclavo podría darte un masaje de pies, así de paso retribuyo tu favor…

Ella se impresionó, abriendo la boca con una gigantesca sonrisa, y conteniendo una risa que denotaba impresión graciosa por lo que había dicho…

-¡¡No podés ser tan sumiso!!- dijo, con una impresión de sonrisa, y retornó a su ataque de cosquillas.

En aquel momento me sentía en el paraíso, recibiendo todo aquello que siempre había anhelado en mis más ambiciosas fantasías knismolágnicas. Una bellísima mujer sometiéndome a la tortura de cosquillas con sus pies…

Sentir la piel de sus pies presionando y cosquilleando mi cuerpo lograba sacar de mí la más violenta de mis facetas fetichistas. En aquel momento estaba disfrutando de una excitante y apasionada fantasía sexual hecha realidad, disimulada con risas y espasmos. Sofía sonreía, le causaba gracia tenerme tan sumiso, se divertía conmigo. Jugaba y hacía de mí lo que quería… En aquel momento yo estaba completamente entregado a ella. Sus pies no perdían contacto con mi cuerpo, al contrario; entraban cada vez más en contacto con él. Sus dedos se movían sin piedad y mis risas contagiaban las risas de Sofía, quien reía y se divertía, mientras yo estaba, en secreto, viviendo una fantasía sexual que jamás imaginé hecha realidad.

Entre cosquillas, cosquillas y más cosquillas, Sofía comenzó a emitir burlas de humillación:

-¡Cuchi cuchi, chico sumiso! Reciba su castigo, a ver si logramos sacarle lo pervertido…- dijo, manteniendo el ritmo del movimiento de sus pies al compás de una incesante tortura sin piedad a base de cosquillas.

-Cuchi cuchi cuchi…

Las frases no hacían más que estimular aún más la parafilia. Las frases me volvían loco, y mi nivel de excitación era tan intenso y elevado, que agradezco haber podido disimularlo con mis profundas risas. Sin saberlo, ella estaba cumpliéndome la mayor de mis ilusiones knismolágnicas.

Lamentablemente, no duró mucho. Al igual que la vez anterior, al cabo de escasos minutos detuvo su tortura. Era claro que lo hacía con cariño y que no tenía intenciones de prolongar durante mucho tiempo esta sesión de cosquillas. Mientras yo lo veía como un paraíso sexual, ella simplemente tenía la intención de darme una muestra de afecto.

Ni bien se detuvo, yo comencé a jadear del cansancio. Sofía se quedó mirándome, y durante los pocos segundos en que logré recobrar mi respiración, no dijo absolutamente nada. Cuando finalmente logré recomponer mi ritmo cardíaco, ella me sonrió con cariño y empatía. Se paró, se agachó, me acercó la mano y me ayudó a levantar mi torso, para finalmente quedar sentado en el suelo. Tras eso, se sentó junto a mí.

-¿Te sentís mejor?- me dijo, sonriéndome con confianza.

No le respondí. No sabía cómo responder. Todavía mi mente no se recuperaba de la fantástica aventura parafílica que había acabado de ocurrir. Con varios movimientos intenté ocultar la erección que se asomaba en mi entrepierna.

Cuando notó que estaba tardando en responder, decidió rematar con otra frase:

-Después del masaje y las cosquillas seguramente te sentís mucho más activo…

Aquello me ayudó a formular una respuesta.

-¡Sí! La verdad que sí. ¡Muchas gracias! Me siento bastante bien…- le dije.

Yo esperaba poder seguir entablando la conversación por este camino. Quizá, tan sólo quizá, acabaría por contarle sobre mi fetiche podofílico. Por eso decidí tratar de orientar la conversación en aquel sentido. Sin embargo, fue una decisión en vano, pues después de haberle dicho eso último, ella miró su reloj y dijo:

-Bueno… Me da muchísimo gusto haberte conocido. Sos un chico genial. Ahora me tengo que ir, pero ¡no perdamos contacto! Quisiera verte más seguido.- Tras decir eso, se acercó y me besó la mejilla. Acto seguido, tomó su calzado, calzó sus bellísimos pies y se alejó lentamente de mi vista.

Mi mente estaba totalmente enfatizada en procesar el recuerdo de lo que había acabado de ocurrir. Todavía no podía creer que algo así me hubiese pasado… Recordaba sus pies masajeando mi cara y sentía que explotaba de la excitación. Y cuando me enfocaba en pensar sobre los escasos minutos en que Sofía me había torturado usando sus pies para hacerme cosquillas, le rogaba al cielo que volviera y repitiera el suceso, haciendo que esta vez dure varias horas…

Por mi mente circulaba permanentemente el recuerdo de la dulce voz de Sofía emitiendo “Cuchi cuchi cuchi…”, una melodía que conmovía mi alma, como el más bello de los cantos. “Cuchi cuchi cuchi…” y un suspiro de placer provocaba tímidos escalofríos que recorrían mi cuerpo… Sofía, qué mujer tan hermosa que había acabado de conocer…

Llegué a mi casa y lo primero que hice fue buscar su perfil en Facebook y también Instagram. Inmediatamente comencé un proceso de stalkeo exhaustivo, en búsqueda de fotos de sus pies para descargar a la PC. Sin embargo, por más que recorrí cada álbum de su Facebook y cada imagen de su Instagram, no di con ninguna foto donde ella estuviera descalza. Mi único deseo en aquel momento era el de conseguir una buena foto de sus pies, para deleitarme con su belleza cada vez que quisiera… Una foto, tan solo una foto…

Al día siguiente volví a faltar a clases, y nuevamente fui temprano a la sala de lectura de la biblioteca. Como era de esperarse, Sofía no se encontraba allí. Fui y me senté en el escritorio que ella solía usar siempre. Allí cabía más de una persona, y sospeché que habiéndonos conocido, no tendría problema en compartirlo conmigo, con su nuevo amigo.

Al principio traté de matar el tiempo con mis libros de filosofía. Pero tras haber estado quince minutos mirando la página sin poder leer un solo renglón, desistí del intento en vano. Mi mente estaba totalmente obsesionada con la imagen de los pies de Sofía, y no podía pensar en otra cosa más que en lo ansioso que estaba de que llegase y se sentase frente a mí, al otro lado del escritorio.

Sofía… Es increíble cómo una mujer pudo haberme causado tanta obsesión. Realmente no podía dejar de pensar en ella, en su “Cuchi cuchi” y en sus pies masajeando mi cara… Tenía una vertiginosa, enérgica y violenta sed de sus pies, lo único que quería era poder tenerlos a mi disposición, lamerlos y besarlos, amarlos y acariciarlos, hacerle mimitos y cosquillitas, y dormir sobre ellos. La sensación era irrefrenable y me hacía casi perder el control. Mis pensamientos estaban tan ocupados pensando esto, que no noté que Sofía había llegado hasta tanto ella no se puso detrás de mí y me clavó sus dedos en los costados del abdomen, haciéndome reaccionar intensamente y voltear hacia ella.

Cuando la vi, estaba sonriendo y contenta, tan simpática como siempre.

-¡Hola! ¿Cómo estás? ¿Vas a hacerme compañía en mis estudios?

-Por supuesto, por algo me senté en tu escritorio favorito.

Sofía me miró y logró intuir parte de mis intenciones en mi mirada. No sé cómo, no sé por qué, pero ella logró intuir que mis intenciones no eran las de estudiar. No creo que me haya leído la mente, pero algo en mi mirada le dijo que yo quería hacer otra cosa con ella. Sofía, tan tierna y simpática como siempre, decidió tomar la iniciativa.

-La verdad… Estoy muy bien con el estudio, llevo todos los temas al día. Creo que no estudiar por un día no me va a hacer nada mal… ¿Te parece si vamos al césped, como ayer?

Una sonrisa inmensa se dibujó en mi cara… Una expresión de alegría inundó mi rostro, y mis ojos se iluminaron de júbilo.

-¡Dale!- le dije con emoción.

Era temprano por la mañana, y no había nadie en el gigantesco parque. Yo estaba siguiendo a Sofía… Que marchaba muy firme hacia un objetivo directo. Me pareció entonces que tenía algo en mente…

Nos detuvimos cuando llegamos cerca de la entrada de una zona del parque aislada a la que no suele ir casi nunca la gente y que, a aquellas horas de la mañana, se mantendría totalmente vacía. Por supuesto que hubiese amado poder ir allí con ella, pero no me atrevía a proponérselo. Sin embargo, no fue necesario…

-¡Mirá esa zona! ¿Qué hay por allá?- dijo, como si no hubiera estado dirigiéndose hacia allí tan firmemente desde hacía un buen rato. Estaba tratando de disimular sus intenciones.

-Nada, ahí realmente no hay nada. Es una zona aislada y un poco oculta de la vista…

-¡Uy, quiero ver!- dijo, dirigiéndose en consecuencia hacia aquella zona del parque alejada de toda vista. Yo decidí entonces seguirla, un poco confundido, pero intrigado de saber qué es lo que quería.

Recorrimos varios minutos la reducida zona, y luego ella se instaló en el rincón más recóndito del lugar.

-¡Sentémonos acá! Me agrada mucho este lugar, se siente una muy linda atmósfera de paz…

Asentí sin emitir respuesta y me senté junto a ella. Nos pusimos a hablar, a intercambiar ideas e información concerniente a cada uno, y a los pocos minutos ella comenzó de vuelta a descalzarse.

En aquel momento yo me encontraba hablando, y cuando ella empezó a descubrir sus pies a la luz del cielo mañanero, mi mente se desvió y mi conversación comenzó a sufrir tartamudeos y proposiciones carentes de sentido. Ella no tardó en notar que algo estaba pasando por mi mente…

-¿Qué pasó? ¿Por qué ese repentino cambio en la forma de hablar?

Me quedé helado ante semejante ataque, y no fui capaz de responder. Por lo tanto, ella volvió a tomar la iniciativa.

-¿Te sentís mal? ¿Querés otra dosis de cosquillas?- dijo, sonriendo y emitiendo una tímida risa.

Cada molécula de mi cuerpo gritaba “¡Sí!”, pero la vergüenza me vencía. Me limité a, al igual que hace unos segundos, no dar respuesta alguna. Simplemente me sonreí y le devolví un gesto simpático.

Cuando Sofía terminó de descalzarse, se recostó sobre el suelo, boca abajo, y su cabeza apoyada sobre sus brazos, en dirección hacia mí.

La situación era como en mis mayores fantasías… Una bellísima chica recostada boca abajo, descalza y con la planta de sus pies apuntando al cielo… No había duda. Esta mujer tenía el cielo a sus pies… Aquella diosa convertida en ser humano no podía ser descripta como otra cosa que la personificación de los conceptos de perfección, belleza y sensualidad en el más puro sentido platónico.

La blanca piel de las plantas de sus pies, en conjunto con un tobillo que manifestaba una curva soberbia y provocativa, regalaban a mi vista una complacencia de ternura y preciosidad. Estaba en aquel momento no con una mujer, sino más bien con un ángel caído del cielo…

Sofía vio que no estaba mirándola a ella mientras hablaba. Tratando de seguir la mirada de mis ojos, miró hacia donde los mismos apuntaban… Posteriormente, me miró confundida:

-Te quiero hacer una pregunta… ¿A qué se debe que me mires tanto los pies?

Aquella pregunta interrumpió todos mis pensamientos, y mi mirada sumamente preocupada se dirigió hacia ella. Se veía confundida e intrigada, esperando mi respuesta.

¿Qué debía decirle? ¿Cómo escapar de ésta? Se me ocurrió decirle que quería otro masaje facial en la cara, pero me pareció bastante evidente y sospechoso pedir por eso. De igual manera, decirle que quería darle el masaje de pies que le había prometido tampoco parecía una buena idea.

¿Entonces? ¿Qué debía decirle? ¿Habría llegado finalmente el momento de confesarle mi pasión por sus pies? ¡No! Era demasiado pronto…

Sus pies me tenían totalmente loco, y su imagen no me permitía pensar bien. Finalmente, ocurrió algo que terminó de hacerme perder el sentido común. Sofía flexionó sus rodillas elevando sus pies por sobre su espalda, y flexionando los dedos en dirección a su cabeza. Aquella posición, una de mis favoritas, en especial para las chicas en bikini de la playa, terminó por colapsar todos y cada uno de mis impulsos fetichistas. El haber visto cómo pronunciaba la curva de su arco al tiempo en que la piel de la planta de sus pies se arrugaba bellamente por la flexión de sus dedos, despertó finalmente a la fiera que hacía tanto estaba durmiendo.

Me paré, y antes de que pudiera reaccionar, me senté sobre ella, inmovilizándola.

-Simplemente estaba planeando mi venganza por las cosquillas que me hiciste…

Sofía volteó a mirarme, a mí, que estaba encima de ella. Alejado de todo posible presagio, la reacción de Sofía fue sorprendente. Me sonrió y me dijo:

-¡Pues bien! Veamos si puedo soportarlo…

El haber tenido su aprobación me hizo querer abrir los brazos y agradecerle al cielo aquel increíble regalo… Sentía que tantas noches de fantasía finalmente verían nacer el cumplimiento de un sueño podofílico. Ahora debía satisfacer la mayor de mis fantasías…

Sentado sobre sus piernas, habiéndola dejado inmovilizada sobre el suelo, tomé sus tobillos con la mano izquierda, y con la mano derecha tuve la intención de hacerle cosquillas…

Con el dedo índice comencé a recorrer la delicada planta de su pie izquierdo, con lentitud y ternura. Sofía, acostada boca abajo y por debajo de mí, y con los brazos estirados hacia adelante, tomó una buena cantidad de césped, como queriendo arrancarlo o sujetarse al suelo… En señal de que estaba haciendo esfuerzo por soportar las cosquillas.

Decidí entonces subir un nivel y la lentitud y ternura del dedo índice se transformaron en un movimiento acelerado y en círculos que recorría felizmente la planta de su pie izquierdo. Empecé a sentir el sonido de césped arrancado e incluso algunos sonidos que ella emitía de su boca. ¡Sofía era realmente muy cosquillosa!

Cuando menos se lo esperaba, el resto de los dedos se unieron al dedo índice. Mis dedos comenzaron a moverse en armonía sobre aquella delicadísima y suave piel hipersensible, repleta de cosquillas. Sofía comenzó a reprimir las risas con un esfuerzo sobrehumano, pero los movimientos espasmódicos ya habían comenzado a hacerse presentes.

No fue sino hasta que comencé a introducir algunos de mis dedos por entre sus dedos de los pies que ella no pudo contener más la risa:

-¡¡Jajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajaja!!

Cuando la primera carcajada fue inaugurada, comencé realmente con la tortura impetuosa. Con los pies juntos, comencé a alternar mis dedos entre un pie y el otro. La mano izquierda sosteniendo sus pies con fuerza y la derecha torturándolos con cosquillas.

El tormento que le estaba haciendo sufrir a Sofía era uno de los mayores sueños knismolágnicos de mi vida, y el sólo pensar en eso me producía un terrible aumento de excitación que venía seguido por el aumento en la intensidad de las cosquillas. Al cabo de varios minutos, el movimiento de mis dedos se había tornado en un horroroso tormento para Sofía, quien reía a carcajadas intensas y padecía de los frutos de mi brutal y morbosa obsesión por sus pies.

-¡¡Jaaaaajajajajajajajajajajajajajaja!! ¡¡¡Jajajajaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa!!!

No podía creer lo que estaba viviendo… Finalmente los pies de mis sueños a mi merced, a mi total y absoluta merced. Sofía, la dueña de aquellos pies, extremadamente cosquillosa, padecía de un tormento inimaginable que acabaría por colapsar su cuerpo.

Decidí entonces estimular más la situación con mensajes de humillación, similares a los que ella me decía:

-Cuchi cuchi cuchi, piecitos de Sofía… Pobrecitos, tan inocentes, expuestos e indefensos… Cuchi cuchi a tus piecitos, Sofía…

-¡¡Jaaajajajajajajajajajaja malooooooooo!! ¡¡¡Jaajajajajajajajajajajajajajajajajaja!!!

La risa de Sofía era violenta, impetuosa e intensa. En muy pocas ocasiones han llegado a mis oídos unas risas tan hermosas como las de ella… Tan dulces e inocentes, y a la vez tan apacibles y excitantes… Lo único que provocaban era que mis cosquillas fueran más enérgicas y violentas.

Los pies de Sofía estaban recibiendo una crueldad desmesurada, el tormento se había tornado inhumano, y poco a poco Sofía comenzó a entrar en desesperación.

-¡¡Jajajajajajajajaja basta!! ¡¡¡Basta!!! ¡¡¡BASTA!!! ¡¡¡JAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJA!!!

Cuando ella comenzó a rogarme que me detuviese, sentí cómo poco a poco los detalles de mi mayor sueño knismolágnico comenzaban a presentarse. Una pobre e indefensa mujer siendo torturada sin piedad rogando por clemencia, y por la conclusión de la tortura. Aquello me hizo entrar en el borde de la locura, y más temprano que tarde, sin darme cuenta, tenía uno de sus pies en mi boca.

Fue repentino pero inevitable… De un momento a otro, tomé su pie derecho, acerqué la punta de los dedos a mi boca y comencé a morderlos suavemente pero con la pasión de una bomba atómica.

En aquel momento, Sofía estalló en risas y la atmósfera se inundó de sus gritos.

-¡¡¡JAAAAAAAAAJAJAAAA!!! ¡¡¡NOOOOOOOO!!! ¡¡¡NOOOOOOOOOOOOOOOOOOO!!! ¡¡¡AAAAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAAJAJAJAJA!!!

Tras haber mordido sus dedos, comencé luego a morder el resto de sus pies. Los puse juntos a ambos pies y, teniéndolos bien sostenidos con ambas manos, comencé a devorarlos con mi boca. Mis dientes arrasaban con todo a su paso, desde los dedos hasta el talón. Sofía estaba padeciendo irreprimibles ataques de convulsión espasmódica provocados por la insoportable aglomeración de cosquillas que mis dientes le causaban a sus pies. Era algo irresistible, inaguantable y horroroso para ella, a tal punto que entre risas y gritos entremezclados en un espectáculo de locura y desesperación, comenzaron a brotar lágrimas de sus ojos y los gritos fueron transformados en llanto.

-¡¡BASTAAA!! ¡¡¡BASTA POR FAVOR, YA BASTA!!! ¡¡¡AAAJAJAJAJAJAJAJAJAAAAAA!!!

Yo era una fiera indomable… Cosquillas, cosquillas, cosquillas… Eso era todo en mi mente. Cuchi cuchi a aquellos bellísimos pies… Cosquillas y más cosquillas…

El tormento se prolongó durante largos minutos en adelante, hasta que Sofía comenzó a quedarse con cada vez menos respiración. Cansada, sofocada, finiquitada, Sofía comenzó a perder de a poco la noción de espacio y tiempo. Su vista comenzó a nublarse, su respiración a apagarse, y finalmente, sus risas cesaron.

Fue ahí cuando sentí que tal vez mis impulsos me habían hecho sobrepasar los límites. Quité sus pies de mi boca, me quité de encima de ella y la volteé. Estaba jadeando, hiperventilada y con la mirada perdida. Sentí que podría llegar a desmayarse, por lo que me quedé junto a ella, acariciando su pelo, calmándola y diciéndole que todo estaba bien.

Fueron varios minutos los que tardó Sofía en recuperar la respiración y, posteriormente, la compostura. Realmente me sentí sumamente culpable después de aquello… Creía que estaría sumamente enojada conmigo y que jamás querría volver a hablarme.

No obstante, tras haberse recuperado, levantó su torso y se quedó sentada a mi lado. Dirigió la mirada hacia mí. Durante un rato me miró fijo. Yo la miraba de reojo, mientras simulaba mirar al suelo. Me sentía culpable y arrepentido.

Sofía, tras varios segundos en esa posición, exclamó:

-¡¡Woooow!! ¡¡Qué increíble sensación!! ¡¡Me siento más activa que nunca!!

No pude disimular la cara de sorpresa. Realmente no podía creer que después de todo lo sucedido ella se encontrara tan animada y alegre.

-¡Fue fantástico! ¡Ahora entiendo por qué no te escapabas cuando yo te lo hacía! Me siento sumamente bien, activada y desestresada. Nunca en mi vida me habían hecho tantas cosquillas… Se sufren bastante, pero tras finalizar, ¡queda uno como nuevo!

Incapaz de emitir palabra alguna, me limité a sonreír con timidez. Ella entonces me miró, estando tan callado y tímido. Se acercó a mí, lentamente, tomó mi cara con su mano, la volteó hacia ella y besó mis labios… Cerró sus ojos y volvió a besarme los labios. Luego fui yo quien los cerró, y nuevamente nuestros labios entraron en contacto.

Sofía alejó su cara de la mía. Ambos abrimos los ojos, y ella me dijo:

-Volvamos a la sala de lectura. Tenemos cosas para estudiar. Adelantate, yo voy en un rato…

Incapaz de preguntar, estupefacto ante todo lo que había pasado, me limité a obedecer sin chistar.

Llegué a la biblioteca y me senté nuevamente en su escritorio, a la espera de su aparición. Estuve esperando unos largos quince minutos hasta que finalmente, en un costado, ella se hizo presente. Sofía me sonrió, esta vez con un poco de maldad y picardía, como si estuviera tramando algo. Se sentó frente a mí, y no pasó mucho tiempo hasta que sentí el ruido de su calzado impactar con el suelo. Sí, definitivamente se había descalzado. Aun después de todo lo que había ocurrido, mi obsesión por sus pies no había desvanecido en lo absoluto.

Fue ahí cuando noté que de esta forma no podría ver sus pies, puesto que se encontraban debajo de la mesa donde estábamos estudiando. Si quisiera verlos, debería asomar la cabeza, y quedaría bastante obvia mi intención. Me limité entonces a tomar mi libro y simular que lo leo, para así evitar cualquier tipo de sospecha. Entretanto, mi mente continuaba reproduciendo un sinfín de fantasías podofílicas con los pies de Sofía.

Un intenso cosquilleo en mis tobillos distrajo mi mente de aquellos pensamientos. Comencé a sentir que algo subía lentamente sobre mi pierna. Agité un poco las mismas y el cosquilleo se detuvo. Sin embargo, a los pocos segundos éste volvió. Nuevamente volví a repetir el movimiento para alejar lo que fuese que estaba acechando a mi pierna.

No fue sino hasta la tercera vez que sentí el mismo cosquilleo que comencé a entender qué era lo que estaba pasando. Miré hacia Sofía… Ella estaba quieta, tiesa, mirándome a los ojos y sonriéndome con perversión. Estaba tocando mi pierna con los dedos de su pie derecho. Me estaba dando tiernas y suaves caricias que iban lentamente en ascenso.

Comencé a sudar y de a poco comenzó a crecer en mi entrepierna una erección. Sofía, con acecho y sensualidad, usaba sus pies para acariciar mi pierna, y muy lentamente ascendía en dirección hacia arriba. Sus caricias eran espontáneas y apasionadas, el movimiento era exquisito, y la expresión perversa de Sofía no se quitaba de su cara, que me miraba fijo a los ojos.

Sofía subió cada vez más con sus pies hasta finalmente llegar a mi rodilla. Una vez allí, dibujó varios círculos en mi rodilla izquierda con su dedo grande del pie, y posteriormente estiró su pierna hasta que sus pies alcanzaron mi ingle. Una vez allí, comenzó a rodear mi zona erógena, regalando caricias y suaves presiones que estimularon al nivel óptimo la erección que estaba teniendo.

Tras varios rodeos plagados de caricias y provocaciones, dirigió finalmente la punta de sus dedos en dirección directa hacia mi zona genital. Aunque protegida por el pantalón y la ropa interior, Sofía comenzó a presionar y relajar alternadamente sobre mi zona genital, empujando suavemente con los dedos y retrocediendo en alternancia, y variando las diferentes alturas y posiciones donde presionaba.

Cerré mis ojos y comencé a emitir suaves suspiros de placer. En ocasiones miraba hacia abajo y podía ver cómo esos bellísimos dedos, dotados de aquellas perfectas uñas bañadas en ese divino pedicure rojo buscaban espacio entre las protuberancias de mi zona genital, cómo se abrían paso, escarbaban y estimulaban con vehemencia mis zonas erógenas.

Al rato, Sofía cambió su modalidad y atrapó la protuberancia que mi órgano viril formaba sobre el pantalón entre sus dedos… Entre el dedo grande del pie y el que está inmediatamente al lado, mi miembro viril fue parcialmente rodeado y, posteriormente, masajeado y estimulado con un movimiento en ascenso y descenso alternado. Sofía manejaba sus pies como una experta, produciéndome infinitas sensaciones en la zona erógena que estaban por culminar en un orgasmo.

La situación era la conclusión definitiva de mis sueños parafílicos vueltos realidad. Comencé a tener ligeros gemidos que trataba de apaciguar para no perturbar la biblioteca. Sin embargo, Sofía me lo estaba haciendo difícil, pues la exquisitez con la que me estimulaba el miembro viril con sus bellísimos pies era más de lo que podía soportar.

Sin embargo, me mantuve sin llegar al orgasmo durante largos minutos, mientras Sofía hacía magia con sus pies en mi entrepierna. Era tanto el talento que tenía para mover sus pies sobre mi miembro viril, que mantenerme sin eyacular se me hizo cada vez más imposible. Y no fue hasta que Sofía emitió una frase provocativa, que la situación cambió completamente.

-Cuchi cuchi… Mis piecitos buscan venganza.

Aquel fue el orgasmo más intenso que he tenido en mi vida…

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