abril 27, 2024

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Historias de Cosquillas. Somos parte de la comunidad en español en Telegram – LTC.

La chef

Tiempo de lectura aprox: 29 minutos, 43 segundos

Verónica es una mujer de 27 años, con una personalidad encantadora y risueña. A pesar de lidiar con algunos problemas de obesidad, su tez clara y suave resalta su aspecto saludable y juvenil. Con una estatura de aproximadamente 1,65 metros y un peso de unos 125 kilogramos, Verónica tiene una presencia magnética que atrae la atención de quienes la rodean.

Con ojos verdes brillantes y cabello negro, Verónica tiene una presencia magnética que atrae la atención de quienes la rodean. Su rostro, adornado con una sonrisa siempre presente, irradia calidez y amabilidad. A pesar de su peso, Verónica se siente cómoda y segura en su propia piel.

En cuanto a sus pies, son un aspecto importante de Verónica. A pesar de su tamaño y forma, Verónica los cuida meticulosamente, manteniéndolos limpios y bien arreglados. Sus plantas son suaves y lisas, con un tono de piel rosado pálido. Los arcos de sus pies son pronunciados, lo que los hace particularmente sensibles a las cosquillas. Sus dedos son carnosos y redondeados, con uñas pintadas de un rojo intenso, lo que resalta su feminidad.

Verónica es extremadamente cosquillosa en varias partes de su cuerpo, pero especialmente en las plantas de los pies, los arcos, las axilas y el cuello. Su punto más cosquilloso es el área de los arcos de los pies, donde las caricias más suaves pueden desencadenar risas incontrolables.

Profesionalmente, Verónica trabaja como chef en un restaurante local, donde puede expresar su amor por la comida y la cocina. En su tiempo libre, disfruta explorando nuevos restaurantes y experimentando con recetas en su propia cocina. A pesar de su amor por la comida, Verónica se esfuerza por mantener un equilibrio saludable y llevar un estilo de vida activo.

En resumen, Verónica es una mujer vibrante y segura de sí misma, con una pasión por la vida y una disposición alegre. A pesar de los desafíos que enfrenta, Verónica abraza su singularidad y encuentra alegría en las pequeñas cosas, como las cosquillas que la hacen reír con fuerza y alegría.

Verónica, con sus 125 kg y una estatura de 1,65 metros, se veía afectada de manera única por las cosquillas debido a su peso. A pesar de su alegre personalidad y amor por la vida, su sobrepeso le dificultaba la tarea de escapar o esquivar las cosquillas cuando alguien se lo hacía.

Cuando alguien la hacía cosquillas, Verónica se encontraba atrapada entre la diversión y la lucha por liberarse. Su cuerpo voluminoso le impedía moverse con rapidez, lo que la dejaba vulnerable a los ataques de cosquillas. Aunque intentaba revolverse o escapar, su peso le dificultaba el movimiento, convirtiéndola en un blanco fácil para las cosquillas.

Las cosquillas, intensificadas por su peso, la hacían reír a carcajadas mientras luchaba por mantener el control de su cuerpo. A menudo, se encontraba completamente indefensa ante las cosquillas, incapaz de escapar de su situación y entregándose a la risa y la diversión que le proporcionaban, a pesar de las dificultades físicas que enfrentaba debido a su peso.

Una tarde, mientras caminaba rumbo a su apartamento por unas calles desoladas, Verónica, vestida con su uniforme de chef, acababa de salir de su turno en la cocina de su restaurante. A pesar de que el reloj marcaba cerca de las 5:30 pm y comenzaba a hacer frío, Verónica optó por llevar sus cómodas sandalias, sin preocuparse por una chaqueta que la protegiera del clima fresco.

Mientras caminaba, Verónica notó que un hombre la seguía desde una distancia prudente. Con una mezcla de curiosidad y precaución, decidió detenerse cuando el hombre se acercó.

«Disculpa, ¿podrías ayudarme?», preguntó el hombre, mostrando un mapa en su teléfono. «Estoy un poco perdido y no sé cómo llegar a esta dirección.»

Verónica, entre confiada y desconfiada, examinó al hombre antes de responder. «Claro, déjame ver», dijo mientras tomaba el teléfono y estudiaba el mapa.

Después de darle indicaciones al hombre, Verónica se preparaba para continuar su camino cuando él hizo un comentario inapropiado sobre su apariencia. Alarmada, Verónica se alejó rápidamente, dejando atrás al hombre.

Con el corazón latiendo rápido por la situación incómoda, Verónica apuró el paso, deseando llegar a salvo a su apartamento.

Verónica continuó caminando, pero notó que el hombre reapareció un poco más adelante y la interceptó una vez más. Esta vez, su corazón comenzó a palpitar con más fuerza.

«Disculpa, ¿puedo hacerte una pregunta?», dijo el hombre, con una sonrisa que no lograba disipar la incomodidad de Verónica.

Ella se detuvo, sintiendo un escalofrío recorrer su espalda. «Depende de qué se trate», respondió, tratando de mantener la calma a pesar de sus nervios.

El hombre miró a Verónica con curiosidad y luego preguntó directamente: «¿Te consideras una mujer risueña?»

Verónica se sintió desconcertada por la pregunta, preguntándose por qué él estaría interesado en su personalidad. Sin embargo, decidió responder con sinceridad. «Bueno, supongo que sí. Intento mantener una actitud positiva a pesar de todo», admitió con precaución.

Verónica se sintió intrigada por la pregunta del hombre y quiso saber más. «¿A qué te refieres con ‘risueña’?» preguntó con curiosidad, esperando una explicación más detallada de por qué él había elegido esa palabra específica para describirla.

El hombre sonrió de manera enigmática antes de responder. «Bueno, solo he visto cómo sonríes mientras caminas por aquí, y pareces irradiar una energía positiva. Pensé que tal vez eres de esas personas que siempre ven el lado bueno de las cosas y encuentran motivos para sonreír, incluso en medio de la adversidad».

Verónica se sintió algo incómoda con la observación. «Sí, trato de mantener una actitud positiva», dijo con una sonrisa nerviosa. «Pero, ¿por qué te interesa tanto mi risa?».

El hombre continuó con una sonrisa intrigante. «Bueno, como experto observador de la humanidad, también he notado que algunas personas son más sensibles que otras, ¿tienes cosquillas por casualidad?»

Verónica, sorprendida por la pregunta, respondió nerviosa: «¿Cómo… cómo sabes eso? ¿Por qué preguntas sobre mis cosquillas?»

El hombre respondió con calma: «No lo sé realmente. Solo me pareció una pregunta interesante para hacerte».

Verónica, algo sorprendida por la pregunta, respondió con una risa nerviosa: «Bueno, supongo que todos tenemos cosquillas en algún lugar, ¿verdad?».

El hombre asintió con una sonrisa intrigante. «Exactamente», dijo. «Pero me pregunto qué tan cosquillosa eres. ¿Tienes alguna parte del cuerpo especialmente sensible a las cosquillas?»

Verónica se sintió un tanto incómoda con la pregunta, pero decidió jugar el juego. «Bueno, supongo que todos tenemos nuestras zonas sensibles», respondió con una sonrisa nerviosa. «¿Por qué preguntas eso?»

El hombre le ofreció a Verónica una cantidad de dinero inesperada, planteando una propuesta aún más sorprendente. «¿Qué tal si te ofrezco una buena suma de dinero a cambio de una sesión de cosquillas?», sugirió, con una sonrisa enigmática.

Verónica, sorprendida por la inusual oferta, se quedó sin palabras por un momento. Sin embargo, tratando de mantener la compostura, respondió con cautela: «No estoy segura de entender… ¿Por qué querrías hacer eso?»

El hombre, con una sonrisa que denotaba cierta malicia, respondió: «Verás, soy un coleccionista de experiencias únicas. Me fascina explorar la sensibilidad humana y las reacciones ante ciertos estímulos. Las cosquillas son una de esas experiencias intrigantes para mí, y estoy dispuesto a pagar generosamente por la oportunidad de estudiarlas en detalle».

Verónica, sorprendida por la propuesta inesperada, titubeó por un momento antes de responder: «Lo siento, pero eso suena un poco extraño para mí. No estoy interesada en participar en ese tipo de experimentos».

El hombre, con una expresión de insistencia en su rostro, intentó persuadir a Verónica: «Estoy dispuesto a pagar una buena cantidad de dinero por una sesión de cosquillas. No te llevará mucho tiempo y sería una forma rápida de ganar algo de efectivo extra».

Verónica, algo incómoda con la propuesta, respondió con cautela: «Lo siento, pero no estoy interesada en ese tipo de oferta. Tengo que seguir mi camino».

El hombre, persistente, continuó con su pregunta: «¿Estás segura? ¿Acaso eres muy cosquillosa?»

Verónica miró al hombre con incredulidad, sus ojos verdes centelleando con una mezcla de sorpresa y cautela. «¿Cosquillosa?», repitió, tratando de procesar la extraña propuesta. «Bueno, supongo que sí, como cualquier persona, pero no creo que eso sea relevante». Su tono era cauteloso, mostrando una clara reserva ante la sugerencia del hombre.

El hombre, con una sonrisa enigmática, continuó con su interrogatorio. «Interesante», dijo, «pero déjame preguntarte algo más: ¿dónde eres más cosquillosa tú?» Su mirada penetrante y su tono confiado revelaban un interés poco común en el tema de las cosquillas.

Verónica, sorprendida por la pregunta inesperada y algo incómoda, respondió con cautela: «Bueno, no suelo hablar de eso con desconocidos, ¿sabes?». Su tono revelaba cierta reserva, mientras evaluaba la situación con precaución.

El hombre, persistente en su curiosidad, agregó: «Está bien, lo entiendo. Pero te aseguro que sería una experiencia interesante y, por supuesto, te pagaré por tu tiempo».

Verónica, con cautela, respondió: «Lo siento, pero no estoy interesada en ese tipo de propuesta. Gracias de todos modos».

El hombre, persistente, sacó un fajo billete y mostró la cifra a Verónica, esperando tentarla con la suma de dinero ofrecida. 500 dólares.

Verónica, al ver la cifra, pareció considerar la oferta por un momento. Sus ojos se entrecerraron ligeramente mientras evaluaba la propuesta en su mente.

Verónica, con cierta cautela, decidió indagar un poco más. «¿Y dices que solo serían cosquillas? ¿No habría nada más involucrado?»

El hombre asintió con una sonrisa misteriosa. «Solo cosquillas, te lo aseguro. No busco nada más que eso».

El hombre se inclinó un poco más hacia Verónica, con una expresión intrigada en su rostro. «¿Y cuál es tu punto más cosquilloso? ¿Dónde podrías volverte loca si te hicieran cosquillas?»

Verónica se sintió un poco incómoda con la pregunta, pero decidió responder con cautela. «Bueno, supongo que soy bastante sensible en los costados y en los pies. Bueno, diría que soy hipersensible en los pies, especialmente en las plantas y los arcos», admitió, Verónica, sintiéndose un tanto cohibida.

El hombre asintió con interés. «¡Interesante!», exclamó. «Tengo mi estudio a un par de calles de aquí. Podríamos ir allí y llevar a cabo la sesión de cosquillas. Tengo todo preparado para una experiencia muy… estimulante».

Verónica se quedó pensativa por un momento, evaluando la propuesta con cautela. Después de sopesar sus opciones, finalmente respondió: «Bueno, supongo que podríamos ir. Pero solo si me prometes que será solo cosquillas y nada más».

El hombre asintió con una sonrisa y respondió: «Por supuesto, te lo prometo. Serán solo cosquillas, como acordamos».

Verónica se sintió un tanto nerviosa mientras seguía al hombre hacia su estudio. La atmósfera era tensa pero curiosa, y Verónica se preguntaba qué esperar de esta peculiar experiencia de cosquillas.

Al llegar al estudio, Verónica observó a su alrededor con cautela. El lugar estaba iluminado de manera tenue, creando un ambiente íntimo y misterioso. Una vez dentro, el hombre le indicó a Verónica que se sentara en una silla mientras él preparaba algunas cosas para la sesión de cosquillas.

El hombre condujo a Verónica a una sala donde había una amplia camilla con correas en los extremos. Verónica observó la camilla con curiosidad, sintiendo una mezcla de nerviosismo y excitación ante lo que estaba por suceder.

Verónica, con una expresión de curiosidad en su rostro, se volvió hacia el hombre y preguntó: «¿Qué es esto?», señalando hacia la camilla y las correas. El hombre le sonrió enigmáticamente antes de responder: «Es parte de mi equipo para llevar a cabo sesiones especiales».

Verónica miró la camilla con cierta aprehensión antes de volver su atención hacia el hombre. «¿Qué debo hacer?», preguntó, notando cómo latía su corazón un poco más rápido de lo normal.

El hombre asintió con una sonrisa tranquilizadora. «Solo siéntate y ponte cómoda», sugirió, señalando hacia la camilla. «Y podrías quitarte las sandalias, así estarás más relajada».

Verónica, con cierta aprensión pero también cierta curiosidad, siguió las indicaciones del hombre. Se quitó lentamente las sandalias, revelando sus pies bien cuidados que lucían un esmalte de uñas rojo oscuro, recién hecho el día anterior. A pesar de sus nervios, trató de mantener la compostura mientras se acomodaba en la camilla, preparándose para lo que vendría a continuación.

Mientras se recostaba en la camilla, Verónica era consciente de que su peso podría dificultarle moverse para evitar las cosquillas, especialmente estando atada de pies y manos estirados. A pesar de ello, intentó mantener la calma, recordándose a sí misma que estaba en control de la situación y que podía detener todo en cualquier momento si así lo deseaba. Sin embargo, la excitación y la anticipación por lo desconocido la invadían, haciendo latir su corazón con fuerza mientras esperaba el comienzo de la sesión.

El hombre, apenas Verónica estuvo acostada en la camilla boca arriba, comenzó a colocarle las correas en las muñecas y los tobillos con habilidad. Cada sujeción estaba ajustada firmemente, asegurando que Verónica no pudiera liberarse fácilmente. A pesar de sentirse un poco nerviosa por la situación, Verónica mantuvo la compostura, recordándose a sí misma que había accedido a esta experiencia y que estaba decidida a enfrentarla con valentía.

Una vez que el hombre aseguró las correas en los tobillos y las muñecas de la mujer, esta última, con una mezcla de nerviosismo y curiosidad, levantó la mirada hacia él y le hizo una pregunta con voz temblorosa.

«¿Y qué pasa si en algún momento siento que no puedo soportar más las cosquillas?» preguntó con cautela, preocupada por lo que le esperaba.

El hombre, con una expresión tranquilizadora, respondió: «No te preocupes, estaré atento a tus reacciones y detendré la sesión si en algún momento sientes que es demasiado. Tu comodidad y bienestar son mi prioridad».

El hombre, después de escuchar la pregunta de la mujer sobre la tolerancia a las cosquillas, se detuvo por un momento y la miró con una sonrisa enigmática antes de responder.

«Por cierto, todavía no sé tu nombre», dijo con amabilidad. «¿Cómo te llamas?»

Verónica, un tanto nerviosa pero decidida, respondió con cautela: «Me llamo Verónica».

El hombre, con curiosidad, le preguntó a Verónica: «¿Y cuántos años tienes, Verónica?»

Verónica, con una sonrisa tímida, respondió: «Tengo 27 años».

«Estas lista», preguntó el hombre mientras observaba a Verónica con una mirada llena de anticipación.

Verónica, con una mezcla de nerviosismo y excitación, asintió lentamente. Sus ojos verdes reflejaban una mezcla de ansiedad y curiosidad mientras se preparaba mentalmente para lo que estaba por venir.

El hombre, con una mirada intrigante, preguntó a Verónica si tenía cosquillas en todo el cuerpo o si eran solo en ciertos puntos específicos. Esperaba obtener más información sobre sus sensibilidades antes de comenzar la sesión.

Verónica, con una mezcla de nerviosismo y anticipación, respondió: «Tengo cosquillas en todo el cuerpo, pero especialmente en las plantas de los pies. Son extremadamente sensibles y me vuelven loca». Sus palabras revelaban su vulnerabilidad y la intensidad de la sensación que experimentaría durante la sesión.

El hombre comenzó a hacerle cosquillas en la cintura a Veronica, quien estaba acostada y atada en la camilla. Las carcajadas de Veronica resonaban en la habitación mientras intentaba contenerse, pero las cosquillas eran demasiado intensas. A pesar de su obesidad, Veronica no podía evitar retorcerse y sacudirse con cada cosquilleo, sintiendo cómo su cuerpo reaccionaba de forma involuntaria ante la sensación de hormigueo. El hombre observaba con una sonrisa mientras continuaba con su travesura, explorando cada rincón de la cintura de Veronica en busca de sus puntos más sensibles.

Los movimientos de Veronica eran más lentos debido a su sobrepeso, lo que dificultaba su capacidad para moverse con rapidez y escapar de las cosquillas del hombre. A pesar de sus esfuerzos por contenerse, las carcajadas seguían escapándose de sus labios mientras sus manos intentaban liberarse de las correas que la mantenían sujeta a la camilla. La sensación de ser vulnerable y atrapada solo aumentaba su excitación y ansiedad en medio de las cosquillas intensas.

«¡Por favor, para!», exclamó Veronica entre carcajadas, sintiendo cómo las cosquillas en su cintura la hacían retorcerse de risa.

El hombre sonrió, disfrutando de las reacciones de Veronica. «Parece que eres muy cosquillosa en la cintura», comentó con picardía mientras continuaba sus ataques cómicos.

«¡Sí, mucho!», respondió Veronica entre risas, sintiendo que sus músculos abdominales se tensaban por las carcajadas. «¡No puedo… respirar!», añadió entre jadeos, mientras las cosquillas parecían intensificarse con cada movimiento del hombre.

Veronica, debido a su obesidad, se encontraba más exhausta con cada carcajada, haciendo que su respiración se volviera más rápida y entrecortada de lo normal. Cada ataque de cosquillas sobre su cintura la hacía jadear con más fuerza, sintiendo cómo su cuerpo luchaba por recuperar el aliento entre risas y suplicas.

El hombre comenzó a deslizar sus dedos hábilmente por las costillas de Verónica, provocando estallidos de carcajadas entre sus labios temblorosos.

«¡Por favor, detente!», exclamó Verónica entre risas, sintiendo cómo las cosquillas la invadían sin piedad.

El hombre, con una sonrisa traviesa en el rostro, respondió: «Parece que eres bastante cosquillosa aquí».

Verónica apenas pudo articular palabras entre sus risas descontroladas. «¡Sí, sí lo soy! ¡Por favor, para!», suplicó entre jadeos.

La cara de Verónica ya estaba roja, no solo por la risa desenfrenada, sino también por la falta de aire que comenzaba a experimentar debido a su obesidad. A pesar de su rostro sonrojado y los jadeos entrecortados, las carcajadas continuaban escapando de sus labios mientras el hombre continuaba con las cosquillas implacables.

El hombre no cesaba en su empeño de hacer cosquillas en la cintura y las costillas de Verónica, desatando una tormenta de carcajadas y suplicas que resonaban en la habitación. Entre risas entrecortadas, Verónica intentaba articular palabras, pero su respiración agitada dificultaba la tarea.

«¡Por favor, para!», gritaba Verónica entre risas, tratando de protegerse las costillas con sus brazos, aunque las correas que la mantenían inmovilizada limitaban sus movimientos.

El hombre, con una sonrisa traviesa en el rostro, respondía entre risas: «¿Qué pasa, Verónica? ¿Demasiado para ti?».

Aunque Verónica intentaba negarlo, cada cosquilleo hacía que su cuerpo temblara y sus carcajadas se intensificaran. La combinación de la sensación de cosquillas y la lucha por respirar la sumergían en un torbellino de sensaciones contradictorias.

«¡Sí, demasiado!», exclamaba Verónica entre risas, mientras sus mejillas se coloreaban aún más y sus ojos brillaban con diversión y desesperación.

El hombre, divertido por la reacción de Verónica, continuaba con las cosquillas, alternando entre movimientos rápidos y suaves caricias, prolongando el tormento cómico de Verónica.

Entre risas y suplicas, Verónica rogaba por clemencia, pero el hombre parecía determinado a explorar cada centímetro de su cuerpo en busca de las zonas más sensibles.

«¡Por favor, detente!», imploraba Verónica, mientras sus carcajadas llenaban la habitación y su cuerpo se retorcía en un intento desesperado por escapar de las cosquillas implacables.

El hombre, sin embargo, parecía disfrutar cada vez más de la situación, alimentado por las risas y la vulnerabilidad de Verónica. La batalla entre la diversión y el tormento continuaba, dejando a Verónica atrapada en un ciclo interminable de cosquillas y risas.

La situación se volvía aún más desafiante para Verónica debido a sus 125 kg de peso, lo que dificultaba considerablemente sus movimientos. A pesar de sus intentos por escapar, las correas que la mantenían sujeta a la camilla limitaban su libertad de movimiento. Apenas podía moverse, y mucho menos lograba revolcarse para liberarse del asedio de las cosquillas.

Cada sacudida de risa provocaba un ligero balanceo en su cuerpo, pero su peso ejercía una especie de ancla, manteniéndola firmemente atada a la camilla. Verónica se encontraba atrapada en un ciclo frenético de risas y suplicas, con la sensación de estar completamente indefensa frente a las cosquillas implacables del hombre.

Aunque intentaba desesperadamente liberarse, sus esfuerzos eran en vano. Su cuerpo, pesado y torpe, apenas se movía bajo el efecto de las cosquillas, dejándola vulnerable y a merced del hombre que disfrutaba de su reacción. Con cada carcajada, Verónica se resignaba un poco más a su destino, sabiendo que su peso era una barrera infranqueable en su intento por escapar de las cosquillas que la tenían prisionera en la camilla.

Con determinación, el hombre dirigió sus ágiles dedos hacia las axilas de Verónica, explorando cada rincón con precisión. A pesar de sus intentos por resistirse, Verónica se estremeció incontrolablemente cuando sus sensibles axilas fueron invadidas por el cosquilleo implacable. Las carcajadas resonaron en la habitación mientras Verónica se retorcía en un intento desesperado por escapar de la sensación abrumadora.

Entre risas entrecortadas, Verónica suplicaba con voz entrecortada, implorando al hombre que detuviera su tormento. Sin embargo, sus súplicas solo parecían alimentar la diversión del hombre, quien continuaba con su asedio sin mostrar señales de clemencia. La obesidad de Verónica dificultaba aún más su capacidad para resistir, su cuerpo pesado y torpe apenas podía contener las intensas cosquillas que la hacían retorcerse en la camilla.

A pesar de sus esfuerzos por mantener la compostura, Verónica se sentía completamente vulnerable bajo el cosquilleo incesante. Su respiración se volvía cada vez más agitada, y el calor se acumulaba en su rostro, que ahora estaba enrojecido por la intensidad de sus emociones. En medio de la confusión y el caos de la situación, Verónica luchaba por encontrar una forma de liberarse, pero sus intentos eran en vano frente al implacable ataque de cosquillas.

Las carcajadas resonaban en la habitación, mezcladas con las suplicas desesperadas de Verónica mientras el cosquilleo implacable persistía. Cada toque ligero y cada movimiento de los dedos del hombre desataba una tormenta de risas en el cuerpo de Verónica, quien se retorcía sin control, incapaz de contener la intensa sensación.

Entre risas entrecortadas, Verónica intentaba articular palabras, pero sus súplicas se veían sofocadas por la risa incontrolable que la embargaba. El hombre, entretenido por la reacción de Verónica, continuaba con su ataque sin mostrar señales de detenerse. Sus movimientos eran precisos y calculados, encontrando cada punto sensible en el cuerpo de Verónica y explotándolo sin piedad.

A pesar de sus intentos por resistirse, Verónica se encontraba completamente a merced del hombre, incapaz de detener el torrente de cosquillas que la invadía. Su risa resonaba en la habitación, llenando el espacio con una melodía caótica mientras su cuerpo se sacudía con cada oleada de cosquilleo.

La obesidad de Verónica añadía un nuevo nivel de desafío a su lucha, dificultando aún más su capacidad para mantenerse quieta y controlar sus movimientos. Cada sacudida de su cuerpo era una prueba de su vulnerabilidad, mientras luchaba por encontrar un respiro entre risas y carcajadas.

Entre carcajadas y suplicas, Verónica luchaba por recuperar el aliento mientras el hombre continuaba su ataque implacable en sus axilas, costillas y cintura. Su rostro enrojecido y sudoroso reflejaba la intensidad del momento, mientras intentaba articular palabras entre risas entrecortadas.

«¡Por favor! ¡Detente!», rogaba Verónica, entre risas y jadeos, pero sus súplicas parecían alimentar aún más la determinación del hombre.

«¿Te rindes tan pronto?», respondía él, con una sonrisa traviesa, disfrutando cada segundo del espectáculo que estaba presenciando.

«No puedo… ¡Para, por favor!», imploraba Verónica, con la voz entrecortada por la risa incontrolable que la invadía.

El hombre, sin mostrar señales de ceder, continuaba con su ataque, encontrando cada punto sensible en el cuerpo de Verónica y explotándolo con precisión. Cada cosquilleo era una oleada de sensaciones que la llevaba al borde de la desesperación, mientras luchaba por contener la risa que amenazaba con consumirla por completo.

La habitación resonaba con el sonido de sus carcajadas, mezclado con las suplicas desesperadas de Verónica, creando una sinfonía caótica de risas y súplicas. A pesar de sus esfuerzos por resistirse, Verónica se encontraba completamente a merced del hombre, incapaz de detener el torrente de cosquillas que la invadía y dejando que la locura del momento se apoderara de ella por completo.

Con un brillo de anticipación en los ojos, el hombre se inclinó hacia los pies de Verónica, preparándose para el siguiente asalto. Su voz resonó en la habitación con un toque de sadismo mientras anunciaba su próximo movimiento.

«Ahora es el turno de tus pies», dijo con una sonrisa traviesa, disfrutando del espectáculo de Verónica retorciéndose de risa bajo su control.

Verónica, con los ojos llenos de temor y anticipación, se preparó para lo que venía a continuación. Sus pies, descalzos y recién pedicurados, parecían temblar ligeramente ante la idea de lo que les esperaba.

«No, por favor…», murmuró Verónica, su voz apenas un susurro entre las risas nerviosas que escapaban de sus labios. Sabía que sus pies eran su punto más vulnerable, y la idea de ser sometida a cosquillas en esa zona la llenaba de una mezcla de terror y excitación.

El hombre, sin mostrar signos de compasión, se acercó lentamente a los pies de Verónica, sus dedos ansiosos por explorar cada rincón sensible de su piel. Con una mirada de anticipación, comenzó a trazar círculos en las plantas de sus pies, enviando oleadas de cosquilleo a través de todo su cuerpo.

Con un gesto sádico, el hombre se lanzó a las plantas de los pies de Verónica, desencadenando una tormenta de cosquillas intensas. Sus dedos expertos exploraban cada centímetro de piel, encontrando los puntos más sensibles y provocando una explosión de risas desesperadas.

«¡Oh no, por favor, detente!», suplicaba Verónica entre carcajadas, mientras sus pies, tan hipersensibles, la hacían retorcerse y contorsionarse en la camilla. Cada cosquilleo parecía multiplicar su tormento, y Verónica se encontraba indefensa ante el ataque.

El hombre, con una sonrisa perversa en el rostro, continuaba su asalto sin piedad, disfrutando cada risa y cada súplica que escapaba de los labios de Verónica. Las conversaciones entre ambos se mezclaban con el sonido de las carcajadas desesperadas de Verónica, creando una sinfonía de tormento y diversión para el hombre.

«¿Te gusta eso, Verónica?», preguntó con malicia el hombre, disfrutando del espectáculo que tenía frente a él. «Tus pies son increíblemente cosquillosos. No puedo resistir la tentación de hacerte reír sin parar».

Verónica, incapaz de articular una respuesta coherente entre las risas, solo podía suplicar por misericordia mientras el hombre continuaba su ataque implacable.

La cara de Verónica estaba enrojecida por la combinación de risa y esfuerzo, mientras su cuerpo, completamente sudado, reflejaba la intensidad del momento. Cada cosquilleo provocaba que su respiración se acelerara aún más, y su pecho subía y bajaba con rapidez mientras luchaba por recuperar el aliento entre carcajadas.

El sudor perlaba su frente y se deslizaba por su piel, aumentando la sensación de incomodidad y haciendo que cada cosquilleo fuera aún más tortuoso. Verónica se sentía completamente vulnerable y expuesta, incapaz de detener el asalto implacable que su cuerpo sufría a manos del hombre.

A pesar de sus intentos por contenerse, las risas de Verónica resonaban en la habitación, mezclándose con las conversaciones entre ambos y creando un ambiente cargado de tensión y excitación. Cada vez más exhausta, Verónica apenas podía mantener los ojos abiertos, y su mente se nublaba por la sensación abrumadora de cosquillas y placer mezclado con agonía.

Las plantas de los pies de Verónica, ya empapadas en sudor, añadían una nueva capa de sensibilidad a la experiencia. Cada cosquilleo parecía multiplicarse en intensidad al entrar en contacto con la piel húmeda y sensible de sus pies. Las carcajadas de Verónica se mezclaban con suplicas y risas nerviosas, mientras sus pies eran sometidos a un asalto implacable de cosquillas.

El sudor hacía que sus pies resbalaran ligeramente sobre la superficie de la camilla, aumentando la sensación de vulnerabilidad y provocando que cada cosquilleo se sintiera aún más intenso. Verónica luchaba por contener las risas, pero era una batalla perdida frente al asalto continuo de cosquillas que la dejaba sin aliento y temblando de risa.

A pesar de la agonía y la incomodidad, una extraña excitación se apoderaba de Verónica, mezclando el placer con el tormento en una experiencia abrumadora y casi surrealista. Cada carcajada, cada suplica, era una prueba de la intensidad del momento, mientras Verónica se sumergía en un torbellino de sensaciones que la dejaba completamente indefensa ante el poder de las cosquillas.

El hombre, aprovechándose del sudor que fluía abundantemente de las plantas de los pies de Verónica, intensificó el cosquilleo con un sadismo despiadado. Sus dedos se deslizaban implacables sobre las plantas húmedas, provocando que Verónica se retorciera y contorsionara en la camilla, incapaz de escapar debido a su peso.

Verónica entre risas desesperadas: «¡Detente, por favor! ¡No puedo más!»

El hombre con una sonrisa sádica: «Oh, pero esto apenas comienza. ¿Dónde está esa risueña y encantadora Verónica ahora?»

Las carcajadas desesperadas de Verónica resonaban en la habitación, mezclándose con sus suplicas mientras imploraba por un respiro.

Verónica entre sollozos de risa: «¡Por favor, para! ¡Mis pies no pueden soportarlo más!»

El hombre, con una sonrisa sádica en el rostro, disfrutaba cada segundo de la tortura a la que sometía a Verónica. Cada carcajada, cada suplica, solo alimentaba su deseo de continuar, aumentando la intensidad de las cosquillas con cada movimiento de sus dedos.

El hombre riendo maliciosamente: «¿Es este tu punto más cosquilloso, Verónica? ¡Qué interesante!»

Verónica, sudorosa y agotada, se debatía entre el placer y el tormento, atrapada en un ciclo interminable de sensaciones abrumadoras.

Verónica con voz entrecortada: «¡Detente, por favor! ¡No puedo más!»

A pesar de su lucha por escapar, Verónica apenas podía moverse debido a su peso, lo que la dejaba completamente vulnerable ante el sadismo del hombre. Cada cosquilleo era una prueba de su resistencia, empujándola más allá de sus límites mientras se sumergía en un mar de risas y suplicas, sin saber cuándo terminaría la tortura.

El hombre, con una mirada llena de malicia, se inclinó más cerca de Verónica, observando con satisfacción cómo su cuerpo reaccionaba a las cosquillas despiadadas. Cada risa, cada súplica, era como música para sus oídos, alimentando su deseo de continuar con la tortura.

«¿Te gusta eso, Verónica? ¿Disfrutas de cada carcajada?» – preguntó el hombre con algo de malicia.

Verónica, entre jadeos y risas entrecortadas, apenas podía articular palabras coherentes. Su cuerpo se retorcía involuntariamente bajo la intensa sensación de cosquilleo, mientras su mente luchaba por mantener la compostura.

«¡Detente, por favor! ¡Ya no puedo más!» – suplicaba Verónica.

El hombre, sin embargo, ignoraba sus súplicas, disfrutando cada momento de su agonía. Sus dedos continuaban su implacable recorrido sobre las plantas sudorosas de los pies de Verónica, encontrando cada punto de vulnerabilidad y explotándolo sin piedad.

«¿Acaso no te encanta esta sensación, Verónica? Tu risa es tan contagiosa… ¡No puedo resistirme a seguir!» – decía el hombre.

Verónica, atrapada en un torbellino de sensaciones contradictorias, se debatía entre el placer y el tormento. Cada carcajada era una muestra de su vulnerabilidad, mientras que cada súplica era un intento desesperado por encontrar alivio.

El hombre, sin embargo, parecía decidido a llevarla al límite, sin importar las consecuencias. Con una sonrisa sádica en el rostro, continuó con su cruel juego, explorando cada centímetro de las plantas de los pies de Verónica en busca de nuevas reacciones.

La tortura parecía interminable, con Verónica sumergida en un mar de risas y lágrimas, mientras el hombre disfrutaba cada segundo de su sufrimiento. Sin saber cuándo terminaría esta pesadilla, Verónica solo podía aferrarse a la esperanza de que pronto encontraría liberación.

El hombre, sin mostrar señales de detenerse, consultó el reloj que colgaba de la pared cercana. La hora había avanzado rápidamente desde que comenzaron esta sesión de tortura, y ahora, con la llegada de la noche, las sombras llenaban la habitación, añadiendo un aura de oscuridad al macabro espectáculo.

Con una risa burlona, el hombre le comentaba a Verónica: «Parece que el tiempo vuela cuando te diviertes, ¿verdad, Verónica?»

Verónica, agotada y con el rostro enrojecido por las lágrimas y el esfuerzo de contener las risas, apenas podía asentir con la cabeza. Cada segundo que pasaba se sentía como una eternidad, atrapada en un ciclo interminable de cosquillas y sufrimiento.

Verónica entre jadeos: «Por favor… ¿cuánto más durará esto?»

El hombre, con una sonrisa sádica en el rostro, parecía disfrutar del tormento que infligía a Verónica. El reloj seguía su implacable marcha, marcando cada minuto que pasaba como un recordatorio cruel de su sufrimiento.

Con voz melodiosa el hombre le daba tortura psicológica a Verónica: «Oh, Verónica, el tiempo es relativo en situaciones como esta. Pero no te preocupes, estoy seguro de que encontraremos la manera de disfrutar un poco más juntos.»

Las palabras del hombre resonaron en la habitación, llenándola de una sensación de desesperación y angustia. Para Verónica, cada minuto que pasaba era una eternidad de sufrimiento, mientras el hombre continuaba su cruel juego sin mostrar signos de detenerse. En la oscuridad de la noche, su agonía parecía aún más intensa, envolviéndola en una pesadilla de la que no podía escapar.

El hombre, sin mostrar ni el más mínimo atisbo de compasión, se lanzó sobre Verónica con una ferocidad despiadada. Sus manos expertas se movían con una precisión mortal sobre el cuerpo de la mujer, atacando sin piedad sus zonas más sensibles. Con cada caricia, Verónica perdía el control de sus emociones y de su propio cuerpo, sumergiéndose en un mar de sensaciones abrumadoras.

Sus suplicas caían en oídos sordos mientras el hombre continuaba con su ataque implacable. Sus dedos se deslizaban sobre la cintura, las costillas y las axilas de Verónica con una destreza cruel, provocando que la mujer se retorciera y contorsionara en la camilla, incapaz de escapar de su tormento.

!¿Así que esto es lo que te hace reír, Verónica? ¡Qué interesante!» – decía el hombre.

Cada risa, cada sollozo, solo alimentaba el deseo del hombre de continuar, aumentando la intensidad de sus ataques mientras Verónica se sumergía más y más en un estado de éxtasis tortuoso. Con cada cosquilleo, su resistencia se desvanecía, dejándola completamente a merced del hombre y su sadismo despiadado.

La habitación resonaba con las carcajadas desesperadas de Verónica, mezcladas con los sonidos de su sufrimiento y los gemidos de angustia. En la oscuridad de la noche, su agonía se intensificaba, convirtiéndola en una presa indefensa en manos del hombre que se regocijaba en su tormento.

El hombre, con una mueca sádica en el rostro, giró sobre el cuerpo de Verónica y se sentó en sus piernas, inmovilizándola por completo. Sus manos expertas se deslizaron con ferocidad sobre los pies, muslos y rodillas de Verónica, desencadenando una tormenta de cosquilleo intensa y despiadada.

Las palabras de Verónica se perdían en el éter mientras el hombre continuaba con su ataque implacable. Cada cosquilleo era como un golpe directo al sistema nervioso de Verónica, haciendo que su cuerpo se retorciera y sacudiera en un intento desesperado por escapar de la tortura.

Con una risa siniestra el hombre le hablaba a Verónica: «¿Es este tu punto más débil, Verónica? ¡Qué interesante!»

La habitación resonaba con las risas desquiciadas de Verónica, mezcladas con los sonidos de su sufrimiento y los gemidos de angustia. En medio de la oscuridad de la noche, su agonía se intensificaba, convirtiéndola en una presa indefensa en manos del hombre que se regocijaba en su tormento sin piedad alguna.

El hombre, sin mostrar signos de detener su cruel ataque de cosquillas, echó un vistazo al reloj con una sonrisa siniestra en el rostro.

«¡Oh, mira qué hora es, Verónica! Ya son casi las 8:30 pm» – dijo con voz burlona el hombre mientras continuaba su asalto implacable sobre las áreas más sensibles del cuerpo de Verónica.

Las palabras del hombre resonaron en la habitación, mientras continuaba su tormento sin piedad sobre el cuerpo indefenso de Verónica. La mujer, exhausta y desesperada, apenas podía articular palabras entre sus risas y súplicas, atrapada en un ciclo interminable de agonía y placer, ahora agravado por el conocimiento del tiempo que estaba pasando.

Con sus 125 kg de peso, Verónica estaba completamente indefensa, sus movimientos restringidos por las correas que la mantenían firmemente sujeta a la camilla. Cada embestida de cosquillas del hombre desataba una oleada de risas incontrolables y suplicas desesperadas por parte de Verónica, quien ya estaba agotada y sudando profusamente por la intensidad de la situación. Atrapada en esa posición, apenas podía moverse, dejándola a merced del hombre que disfrutaba sadicamente de su tortura.

A pesar de sus intentos por resistir, Verónica se encontraba en un estado de vulnerabilidad total, sometida a una experiencia agotadora y humillante que parecía no tener fin. Con el paso del tiempo, su resistencia disminuía, dejándola a merced de las maliciosas caricias del hombre y su insaciable deseo de verla retorcerse y reír sin control.

El hombre se deleitaba con el espectáculo, como si cada carcajada y súplica de Verónica fuera música para sus oídos. Cada ataque sádico parecía aumentar la sensibilidad de Verónica, convirtiéndola en una marioneta en manos del hombre. Cada cosquilleo, cada caricia, desencadenaba una cascada de risas y súplicas desesperadas por parte de Verónica, cuyo cuerpo regordete y sensible estaba a merced del hombre y sus maliciosos deseos. Con cada embestida, Verónica se retorcía y contorsionaba en la camilla, incapaz de escapar del tormento al que estaba siendo sometida.

Verónica, entregada a su suerte, solo podía suplicar entre risas descontroladas mientras el hombre continuaba con su tormento implacable.

Verónica entre carcajadas y sollozos: «¡Por Dios, detente! ¡No puedo más!»

El hombre con una sonrisa sádica: «Oh, pero esto apenas comienza, Verónica. Tu cuerpo es tan sensible… es irresistible.»

Las carcajadas de Verónica resonaban en la habitación, mezclándose con sus súplicas desesperadas mientras imploraba por un respiro.

El hombre, con una sonrisa maliciosa en el rostro, disfrutaba cada segundo de la tortura a la que sometía a Verónica. Cada cosquilleo, cada caricia, alimentaba su deseo de continuar, aumentando la intensidad del tormento con cada movimiento de sus dedos.

Verónica, sudorosa y agotada, se debatía entre el placer y el tormento, atrapada en un ciclo interminable de sensaciones abrumadoras.

Verónica, aunque abrumada por el desespero de la situación, comenzaba a sentir una extraña sensación de placer que se mezclaba con las carcajadas y las súplicas. Sus sentidos se confundían en una montaña rusa de sensaciones, donde el tormento y el placer se entrelazaban de manera inesperada.

Entre risas entrecortadas y sollozos, Verónica experimentaba una oleada de sensaciones contradictorias. A pesar del sufrimiento, había algo en el tacto del hombre que despertaba un placer desconocido en ella, llevándola a un estado de éxtasis que nunca había experimentado.

Sus carcajadas se volvían más intensas, y sus súplicas se mezclaban con gemidos de placer. Cada cosquilleo, cada caricia, parecía encender una chispa de deleite en lo más profundo de su ser, llevándola a un lugar donde el dolor y el placer se fusionaban en una danza caótica.

Mientras el hombre continuaba con su sadismo implacable, Verónica se dejaba llevar por la vorágine de sensaciones, entregándose por completo al placer que surgía en medio del desespero.

El hombre, excitado por los gemidos de placer que escapaban de los labios de Verónica en medio de las implacables cosquillas, encontraba un placer perverso en su sufrimiento. Cada risa, cada súplica, cada gemido alimentaba su deseo, llevándolo a un estado de excitación que no podía contener.

Sus manos continuaban explorando cada rincón del cuerpo de Verónica, provocando reacciones de éxtasis y desesperación a partes iguales. Cada cosquilleo, cada caricia, parecía despertar una nueva ola de placer en ambos, sumiéndolos en un torbellino de sensaciones indescriptibles.

Mientras Verónica se entregaba al placer que surgía en medio del tormento, el hombre encontraba en sus gemidos la música que alimentaba su deseo. Sus movimientos se volvían más intensos, más descontrolados, impulsados por la excitación que fluía entre ellos, convirtiendo la habitación en un escenario de pasión y lujuria desenfrenada.

El hombre, seducido por la idea de explorar aún más el cuerpo hipercosquilloso de Verónica, se inclinó hacia sus pies sudados y comenzó a lamerlos con avidez, saboreando cada gota de sudor que emanaba de ellos. Sus labios se posaron sobre los dedos hipersensibles de Verónica, succionándolos con pasión mientras ella se retorcía y contorsionaba en la camilla, incapaz de contener las explosiones de risas, gritos, gemidos y suplicas que escapaban de su boca.

«¡Ah, ah, ah! ¡Para, por favor! ¡Me estoy volviendo loca!» – gritaba Verónica.

Sus gritos resonaban en la habitación, mezclados con carcajadas desesperadas que escapaban de su boca entre gemidos entrecortados.

«¡Jaja, jaja, jaja! ¡Por favor, detente! ¡No puedo más!» – suplicaba Verónica.

Cada cosquilleo provocaba una explosión de risas y gemidos, mientras Verónica se retorcía y contorsionaba en la camilla, incapaz de escapar del implacable ataque del hombre.

«¡Ay, ay, ay! ¡Esto es demasiado! ¡Por favor, para!» – Verónica continuaba con sus súplicas.

Los sonidos de su tormento llenaban la habitación, creando una cacofonía de sensaciones abrumadoras que inundaban el aire y resonaban en los oídos del hombre, alimentando su deseo de continuar con su cruel juego.

El hombre, entregado al placer que encontraba en los pies de Verónica, continuó su tortuosa tarea con renovado fervor, disfrutando del espectáculo que tenía frente a él. Cada gemido, cada súplica, solo alimentaba su deseo de continuar, aumentando la intensidad de sus caricias con cada movimiento de sus labios y lengua.

Las carcajadas desesperadas de Verónica se mezclaban con sus gemidos de placer, creando una sinfonía de sensaciones abrumadoras que llenaban la habitación. Atrapada entre el éxtasis y el tormento, Verónica se debatía entre el placer y la desesperación, sumergida en un mar de sensaciones que la llevaban al límite de su resistencia.

El hombre finalmente se detuvo, dejando a Verónica jadeante y agotada, con el cuerpo empapado en sudor y la respiración entrecortada. Un silencio tenso llenó la habitación, roto solo por los suspiros agitados de Verónica mientras trataba de recuperar el aliento.

Verónica con voz entrecortada: «Gracias… por detenerte…»

El hombre observó a Verónica con una sonrisa satisfecha en el rostro, disfrutando del espectáculo que había presenciado.

El hombre se mantuvo en la habitación, observando a Verónica mientras ella intentaba recuperarse del intenso episodio de cosquillas. Una sonrisa juguetona se extendió por su rostro mientras observaba a la mujer sudorosa y jadeante.

El hombre con tono jovial: «¿Cómo te sientes, Verónica? ¿Aún estás viva después de eso?»

Verónica levantó la mirada hacia él, todavía recuperándose del agotamiento. Sus mejillas estaban sonrojadas y su cabello se adhería a su frente empapada de sudor.

Verónica con una risa nerviosa: «Creo que nunca me he sentido tan viva y al borde de la muerte al mismo tiempo.»

El hombre rió, disfrutando de la reacción de Verónica ante la situación.

El hombre con curiosidad: «¿Te gustó? Fue un poco… intensivo, ¿no?»

Verónica con una mirada de incredulidad: «¿Te gustó verme sufrir de esa manera?»

El hombre se encogió de hombros, sin disculparse por su comportamiento y con un tono casual: «Me gustó verte experimentar algo nuevo. Además, parecías estar disfrutando más de lo que admites.»

Verónica bajó la mirada, sintiéndose avergonzada por su propia reacción al intenso ataque de cosquillas y con una risa nerviosa: «Supongo que no puedo negarlo. Fue… diferente.»

El hombre sonrió, satisfecho de haber causado un impacto en Verónica,  y con tono juguetón: «Bueno, si alguna vez quieres repetir la experiencia, sabes dónde encontrarme.»

Verónica asintió, aún sintiendo la tensión en sus músculos después de la sesión de cosquillas y con una sonrisa forzada: «Lo tendré en cuenta. Pero creo que por ahora, necesito un descanso de todo esto.»

El hombre asintió comprensivamente y se dirigió hacia la camilla para desatar de las correas a Verónica.

Verónica, consciente de su peso y su dificultad para moverse con agilidad, se quedó quieta mientras el hombre se acercaba para ayudarla a incorporarse de la camilla. Con cuidado y gentileza, él le ofreció su apoyo, ayudándola a sentarse con suavidad en el borde de la camilla.

Verónica agradeció en silencio el gesto amable del hombre, sintiendo un alivio palpable al poder descansar sus pies en el suelo después de la extenuante sesión de cosquillas. A pesar de su alivio, se sentía avergonzada por su falta de resistencia física y mental ante la experiencia.

El hombre, notando la incomodidad de Verónica, trató de aliviar la tensión con unas palabras reconfortantes.

El hombre con tono amable: «No te preocupes, Verónica. Estoy aquí para ayudarte. Tómate el tiempo que necesites.»

Con el apoyo del hombre, Verónica se tomó un momento para recuperar el aliento y reunir sus pensamientos. Se sentía abrumada por la experiencia, pero agradecida de que finalmente hubiera llegado a su fin.

El hombre, aprovechando que Verónica estaba siendo levantada de la camilla, se agachó rápidamente y deslizó sus dedos bajo las hipercosquillosas plantas de Verónica. La sensación repentina hizo que Verónica soltara una carcajada que la tomó por sorpresa, casi perdiendo el equilibrio y a punto de caer hacia atrás.

El hombre riendo: «¡Parece que tus pies aún están muy sensibles, Verónica!»

Verónica, entre risas y jadeos, apenas pudo contenerse y asintió con dificultad, sintiendo la intensa sensación de cosquilleo recorrer todo su cuerpo. Agradecida por el apoyo del hombre, se esforzó por recuperar la compostura mientras se enderezaba en la camilla, aún temblando ligeramente por la experiencia.

Después de que el hombre dejó de hacerle cosquillas en las plantas de los pies y se levantó, Verónica aprovechó que aún estaba sentada en la camilla con sus pies colgando. Con un gesto instintivo, comenzó a frotar sus pies entre sí, tratando de eliminar la sensación de cosquilleo que aún persistía. Sus movimientos eran lentos y cuidadosos, mientras buscaba recuperar la sensación de normalidad después de la intensa experiencia de cosquilleo. Aunque sus pies seguían siendo extremadamente sensibles, el suave roce entre ellos ayudaba a calmar la sensación, aunque fuera momentáneamente. Con un suspiro de alivio, Verónica se tomó un momento para recuperarse antes de enfrentar lo que vendría a continuación.

Verónica, todavía recuperándose del intenso cosquilleo, se volvió hacia el hombre con una expresión de súplica en su rostro.

«¿Podrías ayudarme a ponerme las sandalias?», preguntó Verónica, extendiendo sus pies hacia él mientras intentaba controlar las risas que aún resonaban en su voz.

El hombre asintió con una sonrisa comprensiva y se acercó para ayudarla. Con manos hábiles, sujetó las sandalias y las deslizó cuidadosamente sobre los pies de Verónica, asegurándose de que estuvieran cómodamente ajustadas.

«¿Estás bien?», preguntó el hombre con preocupación, notando el tono agitado de la respiración de Verónica y su apariencia sudorosa.

Verónica asintió, tratando de controlar su respiración mientras se esforzaba por recuperar la compostura. «Sí, gracias», respondió con una sonrisa débil. «Solo necesito un momento para recuperarme».

El hombre le ofreció su apoyo, esperando pacientemente a que Verónica se sintiera mejor antes de continuar. Juntos, se tomaron un momento para respirar profundamente y calmarse después de la intensa experiencia que acababan de compartir.

Mientras el hombre ayudaba a Verónica a colocarse las sandalias, su mano se deslizó involuntariamente sobre la hipercosquillosa planta de su pie izquierdo, provocando una risa nerviosa en Verónica. Aunque el contacto fue breve, fue suficiente para hacerla estremecerse con cosquillas.

«Lo siento», se disculpó el hombre con una sonrisa avergonzada, retirando rápidamente su mano. «Se nota que eres muy cosquillosa».

Verónica rió suavemente, aún recuperándose del ataque anterior de cosquillas. «Sí, lo soy», admitió con una sonrisa.

El hombre le pidió a Verónica que levantara el pie derecho para poder colocarle la sandalia.

Con nerviosismo, Verónica levantó el pie derecho, consciente de que podría ser objeto de más cosquillas mientras el hombre le colocaba la sandalia. Sus sospechas se confirmaron cuando sintió los dedos del hombre deslizarse con un toque de sadismo sobre la planta derecha de su pie. Inevitablemente, Verónica soltó otra carcajada, aunque esta vez mezclada con una risa nerviosa.

«¡Oh, lo siento!», exclamó el hombre, notando la reacción de Verónica. «Parece que no puedo resistir la tentación».

Verónica, entre risas y con una sonrisa incómoda en el rostro, trató de contenerse mientras el hombre terminaba de colocarle la sandalia. Agradecida de que el episodio de cosquillas llegara a su fin, se preparó para partir, sintiendo alivio al dejar atrás esa experiencia inusual.

Con un suspiro de alivio, Verónica se levantó de la camilla, agradecida de que el episodio de cosquillas hubiera llegado a su fin. El hombre, cumpliendo su parte del trato, sacó un sobre y extrajo cuidadosamente 500 dólares en efectivo, entregándoselos a Verónica.

«Gracias», dijo Verónica con una sonrisa forzada, aceptando el dinero con cierta vacilación.

«El placer fue todo mío», respondió el hombre con una sonrisa satisfecha. «Espero que hayas disfrutado tanto como yo».

Verónica asintió, aún sintiéndose un poco desconcertada por toda la experiencia. Guardó el dinero en su bolso y se despidió del hombre con un gesto de la mano antes de dirigirse apresuradamente hacia la salida.

Mientras caminaba por las calles oscuras, Verónica reflexionaba sobre lo extraño que había sido todo, preguntándose cómo se había encontrado en esa situación en primer lugar. Decidió que sería mejor olvidar esa extraña tarde y concentrarse en llegar a casa sana y salva.

Verónica llegó a su apartamento con un suspiro de alivio, cerrando la puerta detrás de ella. Se dirigió directamente al baño y se observó en el espejo con preocupación. Su cabello estaba despeinado, pegado a su rostro por el sudor, y su tez aún estaba roja por la intensa sesión de cosquillas.

Se tomó unos momentos para reflexionar sobre lo que acababa de suceder. Aunque había recibido una suma considerable de dinero, todavía se sentía un poco desconcertada por toda la experiencia. ¿Cómo había llegado a aceptar esa propuesta tan extraña? Se reprochaba a sí misma por haber caído en la trampa de un desconocido.

Sus pensamientos fueron interrumpidos por el sonido de su teléfono, que vibraba en el mostrador de la cocina. Al acercarse, vio un mensaje de texto de su amiga Ana, preguntando cómo le había ido en el trabajo ese día.

Verónica se apresuró a responder, tratando de cambiar su enfoque hacia algo más mundano. Decidió que era mejor dejar atrás esa extraña tarde y concentrarse en las cosas simples de la vida, al menos por ahora.

Verónica se miró en el espejo de su habitación mientras se despojaba de la ropa, quedando solo en su ropa interior. Observó su cuerpo reflejado en el cristal, notando las marcas rojas que habían quedado como recuerdo del ataque de cosquillas al que había sido sometida.

Sus costillas, axilas y cintura estaban especialmente enrojecidas, mostrando claramente los efectos del intenso cosquilleo. Se pasó la mano suavemente por las zonas afectadas, sintiendo aún la sensación residual de las cosquillas.

Aunque había sido una experiencia inusual y un tanto incómoda, Verónica no podía evitar sentir un toque de diversión al recordar las carcajadas y los momentos de descontrol que había experimentado. Se prometió a sí misma tener más cuidado en el futuro y no dejarse llevar por extrañas proposiciones de desconocidos. Con esa idea en mente, se preparó para relajarse y disfrutar de una tranquila noche en casa.

Verónica se sentó en el borde de su cama y levantó los pies frente al espejo para examinar detenidamente las plantas. Allí, frente a ella, pudo ver claramente cómo también estaban enrojecidas, mostrando los efectos del intenso cosquilleo al que habían sido sometidas.

Las plantas de sus pies estaban completamente rojas, una evidencia más de la tortura que había experimentado. Aunque la sensación de cosquilleo había cesado, el enrojecimiento persistía como un recordatorio de aquel encuentro tan peculiar.

Verónica suspiró y decidió darse un merecido descanso. Se recostó en la cama, cerrando los ojos y dejando atrás las emociones de la tarde. Sabía que, a pesar de todo, esa experiencia le dejaría una historia para recordar y compartir en el futuro.

Fin?

Original de Tickling Stories

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