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Nury, con una determinación fuera de lo común, regresó a su hogar después de cerrar su consultorio. La peculiar idea de explorar sus cosquillas la llevó a una experiencia única y arriesgada. Decidió involucrar a sus dos labradores, Leo y Bella, en este experimento autotortuoso.
Antes de introducir sus pies en el ingenioso dispositivo, Nury untó completamente sus extremidades con generosas cantidades de mantequilla de maní. Entre los dedos, sobre las yemas, los empeines, talones, los lados de los pies, las plantas y los arcos; cada rincón de sus pies quedó cubierto con la tentadora sustancia. Con sus pies preparados, Nury activó el dispositivo y los colocó en los orificios ajustables.
Leo y Bella, curiosos y emocionados, se acercaron rápidamente a los pies de Nury. Sin entender del todo lo que ocurría, los labradores comenzaron a lamer y morder los pies de su dueña, desatando cosquillas intensas que provocaban risas y suplicas desesperadas.
—»¡Ah, paren, paren, chicos!» —exclamaba Nury entre risas, tratando de comunicarse con sus peludos compañeros, quienes solo continuaban con su tarea entusiasta.
La mantequilla de maní añadía una capa extra de intensidad a la experiencia. Leo y Bella, completamente absortos en la tarea, ignoraban las súplicas de Nury, enfocados en la deliciosa tarea que se les había encomendado.
Entre risas descontroladas y cosquillas provocadas por las lenguas ásperas de sus perros, Nury se debatía en una mezcla de placer y agonía. La conexión única con sus mascotas, aunque inusual, la llevaba a explorar nuevas dimensiones de la cosquilleo-terapia.
Nury se encontraba envuelta en un frenesí de risas y cosquillas mientras Leo y Bella continuaban su tarea con entusiasmo. La mantequilla de maní aún persistía entre los dedos, las plantas y cada rincón de sus pies, intensificando las cosquillas provocadas por las ásperas lenguas de sus perros.
—»¡Oh, chicos, por favor! ¡Ya basta!» —exclamaba Nury entre carcajadas, sintiendo la implacable exploración de Leo y Bella en sus pies.
Los labradores, ajenos a las súplicas de Nury, se centraban en las plantas de sus pies, los arcos y cada espacio entre los dedos. Sus lenguas juguetonas recorrían sin piedad, desencadenando una mezcla de risas, jadeos y suplicas desesperadas por parte de la psicóloga.
El sonido de las carcajadas de Nury resonaba en su hogar, mezclado con los ladridos alegres de Leo y Bella, quienes encontraban la experiencia tan divertida como su dueña.
—»¡Ahí, ahí! ¡Es tan cosquilloso!» —gritaba Nury entre risas, mientras los labradores no mostraban signos de clemencia.
Las cosquillas se volvían más intensas con cada segundo que pasaba. Los perros, atraídos por la persistente mantequilla de maní, continuaban explorando cada rincón de los pies de Nury. Los arcos, las yemas, los espacios entre los dedos; ninguna parte quedaba sin la atención de Leo y Bella, quienes disfrutaban del juego tanto como su dueña, aunque de una manera peculiar y perruna.
La conexión entre Nury y sus perros, forjada en la risa y las cosquillas, se convertía en una experiencia inolvidable. La autotortura cosquillosa desencadenaba una tormenta de emociones, donde la vulnerabilidad se entrelazaba con la alegría en una danza única.
En medio de la risa y las cosquillas, Nury, sin querer, golpeó accidentalmente los hocicos de Leo y Bella mientras intentaba evadir las lenguas juguetonas que la atormentaban. La reacción de los labradores fue inmediata, y en un cambio repentino, decidieron abandonar las lamidas para dar paso a mordiscos suaves en las hipercosquillosas plantas de Nury.
—»¡Ay, chicos! ¡No era eso lo que quería!» —exclamó Nury entre risas y suplicas, sintiendo cómo los dientes de Leo y Bella se aferraban con cuidado a sus pies, desencadenando una nueva dimensión de cosquillas.
Los labradores, a pesar de su juego brusco, aún mantenían la alegría en sus ojos, como si estuvieran cumpliendo una tarea muy importante y divertida. Las cosquillas intensas, ahora combinadas con mordiscos juguetones, llevaban a Nury a un estado de desesperación entre risas y jadeos.
—»¡Basta, chicos, por favor! ¡Esto se salió de control!» —suplicaba Nury, mientras sus risas resonaban en la habitación.
Leo y Bella, sin entender del todo las palabras de Nury, continuaban con su peculiar terapia, alternando entre lamidas y mordiscos en las plantas de sus pies. La experiencia, aunque caótica y desafiante, se convertía en una conexión única entre la psicóloga y sus leales amigos caninos.
A medida que Leo y Bella continuaban con su juego, las risas y las cosquillas se entrelazaban en un torbellino de emociones. Los labradores, con la cola en alto y la mirada llena de entusiasmo, exploraban las plantas de los pies de Nury con una curiosidad juguetona.
Nury, atada en su experimento autoinducido, se veía inmersa en una mezcla de risas, jadeos y suplicas. Los mordiscos, aunque suaves, se sentían intensos en las hipercosquillosas plantas, llevándola a una montaña rusa de sensaciones. Los perros, ajenos a las palabras de Nury, continuaban con su tarea, como si estuvieran cumpliendo un papel fundamental en la vida de su dueña.
—»¡Chicos, esto es demasiado!» —exclamaba Nury entre risas, tratando de retirar sus pies de los orificios del dispositivo.
Sin embargo, la resistencia de Nury solo añadía más emoción al juego. Leo y Bella, perseverantes, continuaban con su terapia única, explorando cada rincón de las plantas de Nury con sus lenguas y dientes.
—»¡Bueno, al menos puedo decir que la conexión es real!» —comentaba Nury entre risas, aceptando la inusual dinámica que se había desarrollado.
La experiencia, aunque caótica y desbordante de cosquillas, creaba un lazo especial entre Nury y sus leales compañeros peludos.
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