• Jue. Mar 13th, 2025

Tickling Stories

Historias de Cosquillas. Somos parte de la comunidad en español en Telegram - LTC.

Una nueva vida, un pasado que no las abandona

PorTickling Stories

Mar 10, 2025

Tiempo de lectura aprox: 28 minutos, 31 segundos

Sophie y Camile habían logrado escapar de aquel sótano y del guardia que las había torturado con sus plumas y sus dedos hábiles. Después de aquel día, juraron nunca volver a hablar de lo sucedido. Querían olvidar, dejar atrás las risas forzadas, la desesperación y la vulnerabilidad que habían sentido. Pero, por más que lo intentaban, aquella experiencia las perseguía como una sombra. Algo en ese momento las había marcado profundamente, aunque ninguna quería admitirlo.

Al mudarse a su nuevo apartamento cerca de la avenida Circunvalar, las dos amigas esperaban encontrar paz y un nuevo comienzo. El lugar era más espacioso, luminoso y tranquilo, lejos del sector donde habían vivido aquella pesadilla. Sin embargo, por las noches, cuando el silencio las envolvía, los recuerdos regresaban. Los ecos de sus propias risas, la sensación de aquellas plumas deslizándose por sus pies, el miedo mezclado con una extraña fascinación que no podían explicar.

Una tarde, mientras tomaban café en su sala, Sophie rompió el silencio que siempre rodeaba el tema. «Camile…», comenzó, jugueteando nerviosamente con su taza. «¿Recuerdas aquel día en el sótano?»

Camile la miró, sorprendida por la pregunta. Bajó la mirada y sus manos se tensaron alrededor de su propia taza. «¿Cómo podría olvidarlo?», respondió en voz baja, casi como un susurro. «Fue horrible… algo que quiero olvidar, pero no puedo. Cada vez que cierro los ojos, lo recuerdo.»

Sophie asintió lentamente, sintiendo el peso de las palabras de Camile. «Lo sé… yo también. A veces siento que no podré olvidarlo nunca», admitió, mirando por la ventana como si esperara encontrar alguna respuesta en el paisaje.

Ambas guardaron silencio por un momento, sabiendo que aquel tema era un tabú entre ellas. Pero, en el fondo, algo las unía más allá de las palabras. Una conexión extraña, nacida de aquella experiencia traumática, que ninguna podía ignorar por completo.

Fue días después, mientras ordenaban el apartamento, que Sophie encontró una vieja pluma que había quedado olvidada en una caja. Al verla, sintió un escalofrío, pero también una curiosidad que no podía explicar. Esa noche, mientras cenaban, decidió mencionarlo.

«Camile…», comenzó Sophie, con un tono cauteloso. «¿Qué pensarías si… intentáramos enfrentar aquello de otra manera? No para recordarlo, sino para quitarnos ese miedo que nos persigue.»

Camile la miró, confundida. «¿A qué te refieres?», preguntó, aunque en el fondo ya intuía la respuesta.

Sophie respiró profundamente antes de continuar. «Quizás… si exploramos eso que nos asusta, podamos superarlo. No como él lo hizo, sino a nuestra manera. Para que deje de ser algo que nos controla.»

Camile no respondió de inmediato. La idea le parecía descabellada, pero también sentía que no podía seguir evitando aquel tema. Finalmente, asintió lentamente. «No sé si es una buena idea, pero… no puedo seguir viviendo con esto en mi cabeza.»

Fue así como, casi sin planearlo, comenzaron a experimentar con aquello que las había atormentado. Compraron algunas plumas, cuerdas suaves y otros objetos, no para recrear el pasado, sino para enfrentarlo. Investigaron en internet sobre técnicas de relajación y control, decididas a convertir aquella experiencia en algo que pudieran manejar.

Una noche, después de una larga conversación, decidieron dar el primer paso. Camile se ofreció a ser la primera en probar. Se sentó en el sillón, con los pies descalzos apoyados en una almohada, mientras Sophie preparaba las plumas y las cuerdas.

«¿Estás segura de esto?» preguntó Sophie, con una mezcla de preocupación y determinación en su voz. Camile asintió, aunque su corazón latía con fuerza. «Sí, pero promete que si digo que pare, lo harás», dijo, con una seriedad que Sophie no había visto en ella antes.

Sophie ató suavemente los tobillos de Camile a los brazos del sillón, dejando sus pies completamente expuestos. Luego, tomó una de las plumas y comenzó a deslizarla lentamente por la planta del pie derecho de Camile. La reacción fue inmediata: Camile contuvo una risa nerviosa, pero no se retorció como antes. «Está bien… sigue», dijo, respirando profundamente.

Sophie continuó, moviendo la pluma con cuidado, observando las reacciones de Camile. Esta vez, no era una tortura, sino un intento de recuperar el control. Y, aunque las risas y la tensión no desaparecieron por completo, ambas sintieron que estaban dando un paso hacia adelante.

A medida que pasaban los días, Sophie y Camile continuaron explorando aquel nuevo enfoque. No era fácil, y a veces los recuerdos las abrumaban, pero poco a poco comenzaron a sentir que aquella experiencia ya no las controlaba. Sin embargo, sabían que el pasado no estaba completamente enterrado. Y cuando menos lo esperaban, recibieron una señal de que el guardia no las había olvidado.

Una tarde, mientras estaban en el apartamento, decidieron intentarlo de nuevo. Esta vez le tocaba a Sophie. Se recostó en el sofá, con los pies descalzos apoyados sobre una almohada, mientras Camile tomaba una de las plumas que habían comprado. «¿Lista?» preguntó Camile, con una sonrisa leve pero reconfortante. Sophie asintió, aunque su respiración era un poco agitada. «Sí, pero… suave, ¿de acuerdo?»

Camile asintió y comenzó a deslizar la pluma lentamente por la planta del pie derecho de Sophie. Al principio, Sophie logró contener las risas, pero pronto la sensibilidad extrema de sus plantas de pies, que no había desaparecido desde aquel día en el sótano, comenzó a hacerse notar. La pluma se movía con suavidad, pero cada roce era como una chispa que encendía una reacción inmediata.

«Espera, espera…», dijo Sophie, tratando de contener las risas que ya comenzaban a escapar de sus labios. Pero Camile, concentrada en lo que hacía, no se detuvo de inmediato. La pluma siguió deslizándose, y Sophie no pudo aguantar más. «¡Camile, para! ¡No aguanto!» gritó entre risas, retirando sus pies rápidamente.

Camile se detuvo, sorprendida por la reacción de Sophie. «¿Estás bien?» preguntó, con una mezcla de preocupación y curiosidad. Sophie, todavía riendo, asintió mientras intentaba recuperar el aliento. «Sí, es solo que… es demasiado sensible. No sé por qué, pero siento que es peor que antes.»

Camile miró los pies de Sophie, que aún temblaban levemente, y no pudo evitar sentir un poco de culpa. «Lo siento, no quise exagerar», dijo, acercándose un poco más. «Pero… ¿quieres que lo intentemos de nuevo? Esta vez más despacio.»

Sophie dudó por un momento, pero finalmente asintió. «Está bien, pero… no tan rápido, ¿de acuerdo?» Camile sonrió y tomó suavemente el pie de Sophie, asegurándose de que estuviera cómoda antes de continuar. Esta vez, movió la pluma con aún más delicadeza, evitando los puntos más sensibles.

Aun así, Sophie no pudo evitar reír. Sus pies, hipersensibles desde aquella experiencia traumática, reaccionaban de manera exagerada a cada roce. «¡Camile, para! ¡Es demasiado!» gritó entre risas, intentando retirar sus pies nuevamente. Pero esta vez, Camile los sostuvo con firmeza, aunque sin hacerle daño.

«Tranquila, Sophie, solo un poco más», dijo Camile, con una sonrisa juguetona. «Tienes que aprender a aguantar un poco.» Sophie, entre risas y súplicas, intentó liberarse, pero Camile no cedió. «¡Por favor, no puedo más!» exclamó Sophie, mientras las lágrimas de risa comenzaban a rodar por sus mejillas.

Finalmente, Camile se detuvo, soltando los pies de Sophie, quien se recostó en el sofá, exhausta pero riendo. «Eres terrible», dijo Sophie, mirando a Camile con una mezcla de reproche y diversión. Camile solo se rió. «Lo sé, pero al menos te estás riendo. Eso es algo, ¿no?»

Sophie asintió, aunque todavía sentía que su corazón latía con fuerza. Sabía que aquello era solo el comienzo, y que aún tenían mucho por explorar. Pero, por primera vez en meses, sintió que tal vez podrían superar aquel miedo que las había perseguido por tanto tiempo.

Sin embargo, justo cuando comenzaban a sentirse más seguras, un golpe en la puerta las sobresaltó. Ambas se miraron, con una mezcla de sorpresa y preocupación. «¿Esperabas a alguien?» preguntó Sophie en voz baja. Camile negó con la cabeza, levantándose lentamente para acercarse a la puerta.

Al abrirla, no había nadie. Solo un sobre en el suelo, con una caligrafía que ambas reconocieron de inmediato. Camile lo tomó con manos temblorosas y lo abrió. Dentro había una nota breve: «Chicas, parece que no han olvidado nuestras sesiones. Yo tampoco. Pronto nos veremos. -G.»

Sophie y Camile se miraron, sintiendo que el pasado las había alcanzado una vez más. Pero esta vez, estaban decididas a no dejarse intimidar. Juntas, sabían que podrían enfrentar lo que fuera que el guardia tuviera planeado. O al menos, eso esperaban.

Sophie, todavía recuperándose de las risas y con las mejillas enrojecidas, miró a Camile con una sonrisa traviesa. «Ahora te toca a ti», dijo, sosteniendo la pluma en su mano y moviéndola lentamente como si ya estuviera planeando su próximo movimiento. Camile, que había estado tan segura de sí misma unos minutos antes, sintió un escalofrío recorrer su espalda.

«¿En serio? ¿Ahora mismo?» preguntó Camile, tratando de sonar indiferente, aunque su voz delataba un poco de nerviosismo. Sophie asintió, con una expresión que no dejaba lugar a dudas. «Sí, justo ahora. No puedes hacerme pasar por eso y luego salirte con la tuya. Además, dijiste que teníamos que enfrentar esto juntas, ¿no?»

Camile suspiró, sabiendo que no tenía escapatoria. «Está bien, pero promete que no serás tan… intensa como yo», dijo, mientras se acomodaba en el sofá, apoyando los pies descalzos sobre la almohada. Sophie tomó suavemente uno de los pies de Camile, asegurándose de que estuviera bien sujeto antes de comenzar.

Al principio, Sophie fue cuidadosa, deslizando la pluma con suavidad por la planta del pie de Camile. «¿Ves? No es tan malo», dijo Sophie, con una sonrisa tranquilizadora. Camile asintió, tratando de relajarse. «Sí, no está tan mal… por ahora.»

Pero Sophie no tardó en aumentar la intensidad. Movió la pluma un poco más rápido, explorando los puntos más sensibles de la planta del pie de Camile. Pronto, las risas comenzaron a escapar de los labios de Camile, aunque trataba de contenerlas. «Sophie, eso es demasiado…», dijo, entre risas ahogadas.

Sophie, disfrutando cada momento, no se detuvo. «¿Demasiado? Pero si apenas he comenzado», dijo, con una sonrisa maliciosa. La pluma siguió su camino, y Camile no pudo aguantar más. Las carcajadas estallaron, llenando la habitación con un sonido que Sophie no había escuchado desde aquel día en el sótano.

«¡Sophie, para! ¡No puedo más!» gritó Camile, entre risas y lágrimas. Sus pies se movían frenéticamente, intentando escapar del tormento cosquilloso, pero Sophie los sostenía con firmeza. «¡Por favor, para! ¡Es demasiado!» suplicó Camile, pero Sophie solo rió.

«Parece que alguien es igual de cosquilluda que yo», dijo Sophie, moviendo la pluma con aún más entusiasmo. Camile, completamente a merced de su amiga, no podía hacer más que reír y suplicar. «¡Sophie, te lo suplico! ¡Basta!»

Finalmente, Sophie se detuvo, soltando los pies de Camile, quien se recostó en el sofá, exhausta pero riendo. «Eres terrible», dijo Camile, mirando a Sophie con una mezcla de reproche y diversión. Sophie solo se rió. «Lo sé, pero al menos ahora estamos iguales.»

Ambas se rieron, sintiendo que, a pesar de todo, estaban enfrentando aquel miedo juntas. Pero justo cuando comenzaban a relajarse, un ruido en la ventana las sobresaltó. Se miraron, con una mezcla de sorpresa y preocupación. «¿Qué fue eso?» preguntó Sophie en voz baja.

Camile se acercó a la ventana y abrió las cortinas. No había nadie, pero en el alféizar había otro sobre, idéntico al anterior. Con manos temblorosas, lo tomó y lo abrió. Dentro había una nota breve: «Me encanta escucharlas reír. Pronto seré yo quien las haga reír de nuevo. -G.»

Después de asegurar las ventanas y la puerta, Sophie y Camile se sentaron en el sofá, envueltas en una manta y con las luces encendidas. El sonido de la lluvia torrencial golpeando las ventanas y el techo era constante, casi ensordecedor, pero cada ruido fuera de lo normal las hacía saltar. Un crujido en el techo, el viento golpeando las ramas de los árboles… todo parecía más amenazante de lo que realmente era.

«¿Quién sería la persona que dejó el sobre? ¿Conoces a alguien?» preguntó Camile, mirando hacia la puerta como si esperara que alguien apareciera de un momento a otro.

Sophie se encogió de hombros, tratando de parecer más valiente de lo que realmente se sentía. «No lo sé, pero no vamos a quedarnos esperando a que lo haga», dijo, aunque su voz temblaba un poco. «Tenemos que estar preparadas.»

El vino que habían bebido las había relajado un poco, pero ahora el nerviosismo las invadía de nuevo. Decidieron quedarse juntas en la sala, con las luces encendidas y una manta compartida para sentirse más seguras. «¿Y si encendemos la televisión? Al menos para distraernos un poco», sugirió Camile.

Sophie asintió y tomó el control remoto. Encendieron la televisión, pero el volumen bajo para poder escuchar cualquier ruido fuera de lo normal. Sin embargo, la distracción no duró mucho. Un golpe fuerte en la puerta las hizo saltar del sofá.

Ambas se miraron, con el corazón latiendo con fuerza. «¿Lo escuchaste?» preguntó Sophie en voz baja. Camile asintió, sin poder articular palabra. El golpe se repitió, más fuerte esta vez, pero no había voz alguna que lo acompañara.

«¿Quién podría ser a esta hora y con este aguacero?» susurró Camile, acercándose a Sophie. Ambas se abrazaron, sintiendo que el miedo las paralizaba.

Sophie respiró profundamente, tratando de calmarse. «No vamos a abrir la puerta. No importa quién sea.»

Pero entonces, escucharon un ruido en la ventana de la cocina. Ambas giraron la cabeza hacia el sonido, sintiendo que el miedo se apoderaba de ellas por completo. «No puede ser…», murmuró Sophie, pero antes de que pudieran hacer algo, el ruido se repitió, esta vez más fuerte.

«¿Qué hacemos?» susurró Camile, con los ojos llenos de pánico.

Sophie miró alrededor, buscando algo con lo que defenderse. Sus ojos se posaron en un bate de béisbol que tenían cerca de la puerta, solo por precaución. «Agarra eso», dijo, señalando el bate. Camile asintió y lo tomó con manos temblorosas.

El ruido en la ventana de la cocina continuó, como si alguien estuviera intentando abrirla desde afuera. Sophie se acercó lentamente, con el corazón latiendo con fuerza. «¿Quién está ahí?» gritó, tratando de sonar más valiente de lo que realmente se sentía.

No hubo respuesta, solo el sonido de la lluvia y el viento. Sophie se asomó con cuidado por la cortina, pero la oscuridad exterior no le permitió ver nada. «No hay nadie», dijo, aunque no estaba del todo convencida.

Camile se acercó, sosteniendo el bate con firmeza. «Tal vez fue solo el viento», sugirió, aunque su voz delataba que no lo creía del todo.

Decidieron revisar todas las ventanas y puertas nuevamente, asegurándose de que estuvieran bien cerradas. Pero justo cuando comenzaban a relajarse, un sonido proveniente del patio trasero las sobresaltó. Era como si alguien estuviera caminando sobre las hojas mojadas.

Sophie y Camile se miraron, sintiendo que el miedo las invadía por completo. «¿Qué hacemos?» susurró Camile, apretando el bate con fuerza.

Sophie respiró profundamente, tratando de mantener la calma. «No vamos a salir, pero tampoco podemos quedarnos aquí sin hacer nada. Llamemos a la policía.»

Camile asintió y tomó su teléfono, pero antes de que pudiera marcar, escucharon un ruido en la puerta trasera. Era como si alguien estuviera intentando forzar la cerradura. «¡Sophie!» gritó Camile, con los ojos llenos de pánico.

Sophie tomó el bate de las manos de Camile y se acercó a la puerta, lista para defenderse. «¡Quién sea que esté ahí, váyase! ¡Llamaremos a la policía!» gritó, con una voz que temblaba pero que intentaba sonar firme.

Por un momento, todo quedó en silencio. Luego, escucharon pasos alejándose, mezclados con el sonido de la lluvia. Sophie y Camile se miraron, sin saber si sentirse aliviadas o aún más asustadas.

«¿Crees que se fue?» preguntó Camile, con un susurro casi imperceptible.

Sophie asintió lentamente, aunque no estaba del todo convencida. «No lo sé, pero no vamos a bajar la guardia. Nos turnaremos para vigilar hasta que amanezca.»

Ambas se acomodaron en la sala, con el bate cerca y las luces encendidas. Sabían que la noche sería larga, pero estaban decididas a enfrentar lo que fuera que les esperaba. Juntas, sabían que podrían superarlo. O al menos, eso esperaban.

Ambas amigas respiraban rápidamente, una señal clara de los nervios que las invadían. Estaban descalzas, algo que no habían planeado, pero que había sucedido mientras tomaban vino y se hacían cosquillas la una a la otra como parte de aquella prueba de resistencia que habían comenzado horas antes. Lo que empezó como un juego para enfrentar sus miedos se había convertido en algo mucho más tenso ahora que sentían que alguien las observaba desde afuera.

Jamás pensaron que un «acosador fetichista de cosquillas» pudiera encontrarlas. Habían creído que, al mudarse a un lugar tan apartado, lejos de la ciudad y de cualquier vecino, estarían a salvo. Pero el tipo, aprovechando la oscuridad de la noche y con una máscara de payaso tenebrosa que ocultaba su rostro, rondaba la casa. Sus pasos eran sigilosos, casi imperceptibles bajo el sonido de la lluvia, pero cada tanto dejaba una señal de su presencia: un golpe en la ventana, un ruido en el techo, o el crujido de las hojas mojadas en el patio trasero.

Sophie y Camile, todavía con los pies descalzos y sensibles por las cosquillas que se habían hecho antes, se movían con cautela por la casa, tratando de no hacer ruido. «¿Crees que es él?» susurró Camile, apretando el bate de béisbol con fuerza. Sophie asintió, aunque no quería admitirlo en voz alta. «No lo sé, pero no vamos a esperar a que entre para averiguarlo.»

El tipo, desde afuera, parecía disfrutar del juego. Cada tanto, golpeaba una ventana o hacía un ruido en la puerta, solo para mantener a las chicas en vilo. Sabía que estaban asustadas, y eso lo excitaba. Su obsesión por las cosquillas lo había llevado a seguirlas hasta allí, y ahora, con la máscara de payaso puesta, se sentía más audaz que nunca. Quería entrar, quería verlas reír de nuevo, pero esta vez bajo sus términos.

Sophie y Camile, mientras tanto, intentaban mantener la calma. «Tenemos que llamar a la policía», dijo Sophie, tomando su teléfono. Pero justo cuando iba a marcar, escucharon un ruido en la puerta trasera. Era como si alguien estuviera intentando forzar la cerradura. «¡Sophie!» gritó Camile, con los ojos llenos de pánico.

Sophie tomó el bate de las manos de Camile y se acercó a la puerta, lista para defenderse. «¡Quién sea que esté ahí, váyase! ¡Llamaremos a la policía!» gritó, con una voz que temblaba pero que intentaba sonar firme.

Por un momento, todo quedó en silencio. Luego, escucharon pasos alejándose, mezclados con el sonido de la lluvia. Sophie y Camile se miraron, sin saber si sentirse aliviadas o aún más asustadas.

«¿Crees que se fue?» preguntó Camile, con un susurro casi imperceptible.

Sophie asintió lentamente, aunque no estaba del todo convencida. «No lo sé, pero no vamos a bajar la guardia. Nos turnaremos para vigilar hasta que amanezca.»

Ambas se acomodaron en la sala, con el bate cerca y las luces encendidas. Sabían que la noche sería larga, pero estaban decididas a enfrentar lo que fuera que les esperaba. Juntas, sabían que podrían superarlo. O al menos, eso esperaban.

De un momento a otro, la señal de celular de Sophie y Camile desapareció por completo. Ambas miraron sus pantallas, desesperadas, pero no había ni una barra de señal. «¿Qué está pasando?» preguntó Camile, con voz temblorosa, mientras intentaba marcar una y otra vez sin éxito. Sophie revisó su teléfono, pero el resultado era el mismo. «No hay señal… no tenemos forma de llamar a nadie», dijo, sintiendo cómo el pánico comenzaba a apoderarse de ella.

La situación empeoró cuando, de repente, un fuerte rayo cayó cerca de la casa, iluminando por un instante todo el interior con una luz cegadora. El estruendo que siguió hizo que ambas se agacharan instintivamente, cubriéndose la cabeza. Y entonces, como si el universo estuviera conspirando en su contra, las luces de la casa se apagaron, sumergiéndolas en una oscuridad total.

«¡No!» gritó Sophie, palpando en la oscuridad para encontrar a Camile. «¿Dónde estás?»

«¡Aquí!» respondió Camile, extendiendo la mano hasta encontrar la de Sophie. Ambas se aferraron la una a la otra, sintiendo cómo sus corazones latían a mil por hora. La única luz que tenían ahora provenía de las pantallas de sus celulares, pero la batería de ambos dispositivos no duraría mucho.

En medio del caos, Sophie recordó el bate de béisbol que habían estado usando como defensa. «¡El bate! ¿Dónde está el bate?» preguntó, agachándose para buscarlo en la oscuridad. Pero en su nerviosismo, lo había soltado cuando el rayo cayó, y ahora no podía recordar dónde había rodado. «¡No lo encuentro!» dijo, frustrada, mientras sus manos recorrían el suelo a ciegas.

Camile intentó ayudarla, iluminando con su teléfono, pero la luz era demasiado tenue para ser útil. «¡Sophie, tenemos que calmarnos!» dijo, aunque su voz delataba que ella tampoco estaba tranquila. «No podemos perder la cabeza ahora.»

Mientras tanto, afuera, el acosador fetichista, con su máscara de payaso tenebrosa, observaba la casa desde la oscuridad. La tormenta y el corte de energía eran la oportunidad perfecta que había estado esperando. Con movimientos sigilosos, se acercó a una entrada al sótano que las chicas desconocían por completo. Él la había descubierto días antes, mientras rondaba la propiedad, y ahora era su puerta de entrada.

La puerta del sótano, semioculta entre la maleza del patio trasero, cedió con facilidad bajo sus manos expertas. Con una linterna pequeña en una mano y una bolsa con sus «herramientas» en la otra, el acosador descendió las escaleras hacia el interior de la casa. Sabía que Sophie y Camile estaban arriba, asustadas y vulnerables, y eso lo excitaba aún más.

Dentro de la casa, Sophie y Camile seguían intentando encontrar el bate, pero la oscuridad y el miedo las hacían torpes. «¿Escuchaste eso?» susurró Camile de repente, deteniéndose en seco. Ambas contuvieron la respiración, escuchando atentamente. Desde algún lugar de la casa, provenía un sonido sordo, como un golpe lejano.

«¿Qué fue eso?» preguntó Sophie, apretando la mano de Camile con fuerza. «No lo sé, pero no me gusta», respondió Camile, iluminando hacia la dirección del sonido con su teléfono. La luz reveló solo sombras vacías, pero el sonido se repitió, esta vez más cerca.

El acosador, ahora dentro del sótano, se movía con cuidado, evitando hacer demasiado ruido. Sabía que las chicas estaban arriba, y quería mantener el elemento sorpresa. En su bolsa llevaba cuerdas, plumas y otros objetos que planeaba usar para su «juego». La idea de verlas reír, de verlas retorcerse bajo sus manos, lo llenaba de una emoción que no podía contener.

Sophie y Camile, mientras tanto, decidieron que no podían quedarse en la sala. «Tenemos que ir a una habitación y encerrarnos», dijo Sophie, tratando de mantener la calma. «No podemos quedarnos aquí esperando a que pase algo.»

Camile asintió, aunque sus piernas temblaban. «Vamos al dormitorio, podemos bloquear la puerta con algo.» Ambas se dirigieron hacia la habitación, iluminando su camino con los celulares, pero cada paso que daban parecía más pesado que el anterior. El sonido de pasos en el sótano, aunque lejano, las hacía sentir que el peligro estaba cada vez más cerca.

El acosador, al escuchar sus movimientos, sonrió detrás de la máscara. Sabía que no tenían escapatoria. La noche era suya, y pronto, las risas de Sophie y Camile también lo serían.

La casa, completamente de una sola planta y con un piso de madera, resultó ser una ventaja inesperada para el acosador. Desde el sótano, mirando hacia arriba a través de las pequeñas rendijas entre las tablas del suelo, podía ver las siluetas de Sophie y Camile moviéndose por la casa. Sus pies descalzos, aún sensibles por las cosquillas que se habían hecho antes, eran visibles para él cada vez que pasaban cerca de las rendijas. El tipo, con su máscara de payaso tenebrosa, no podía creer su suerte.

Mientras las chicas caminaban hacia la habitación, el acosador las siguió desde abajo, moviéndose con sigilo para no hacer ruido. Cada paso que daban arriba resonaba levemente en el sótano, dándole una idea clara de hacia dónde se dirigían. Cuando finalmente llegaron a la habitación, el acosador se detuvo justo debajo de ellas, observando a través de las rendijas.

Sophie y Camile, sentadas cada una en su cama con los pies apoyados en el suelo, intentaban calmarse. «Tenemos que pensar en algo», dijo Sophie, frotándose los brazos para calmar los nervios. «No podemos quedarnos aquí sin hacer nada.»

Camile asintió, aunque su mirada estaba fija en la puerta, como si esperara que en cualquier momento alguien entrara. «Tal vez deberíamos intentar salir por la ventana», sugirió, pero Sophie negó con la cabeza. «Con esta tormenta y sin saber si él está afuera, es demasiado arriesgado.»

Mientras tanto, debajo de ellas, el acosador examinaba la situación. A través de las rendijas del suelo, podía ver las plantas de los pies de ambas chicas, descalzas y vulnerables. Una sonrisa se dibujó bajo la máscara de payaso mientras analizaba cómo hacerles saber que estaba cerca. Quería que sintieran miedo, que supieran que él estaba allí, observándolas, esperando el momento perfecto para actuar.

Con cuidado, sacó una pluma de su bolsa y la deslizó lentamente a través de una de las rendijas del suelo, justo debajo del pie de Sophie. La pluma rozó suavemente la planta de su pie, y Sophie, que estaba distraída hablando con Camile, sintió el roce y retiró el pie rápidamente. «¿Qué fue eso?» preguntó, mirando hacia abajo con los ojos llenos de sorpresa.

Camile la miró, confundida. «¿Qué pasa?» preguntó, pero antes de que Sophie pudiera responder, el acosador repitió el movimiento, esta vez con el pie de Camile. Ella también retiró el pie rápidamente, sintiendo un escalofrío recorrer su cuerpo. «¡Algo me tocó el pie!» exclamó, mirando hacia el suelo con los ojos llenos de pánico.

Sophie y Camile se miraron, sintiendo que el miedo las invadía por completo. «No puede ser…», murmuró Sophie, agachándose para mirar más de cerca el suelo. Pero en la oscuridad, no podía ver nada. «¿Crees que… él está aquí?» preguntó Camile, con voz temblorosa.

El acosador, satisfecho con su pequeño juego, decidió subir la apuesta. Con movimientos rápidos y precisos, comenzó a mover la pluma de un lado a otro, rozando las plantas de los pies de ambas chicas a través de las rendijas. Sophie y Camile, sintiendo el roce, no podían evitar reír nerviosamente, aunque el miedo era evidente en sus rostros.

«¡Sophie, esto no es gracioso!» gritó Camile, retirando los pies del suelo y sentándose sobre ellos en la cama. Sophie hizo lo mismo, tratando de protegerse de aquel roce inexplicable que las hacía reír nerviosamente. Ambas estaban tan concentradas en lo que sucedía debajo de ellas que no se dieron cuenta de que el acosador ya no estaba en el sótano.

Aprovechando la oscuridad y el ruido de la tormenta, el tipo con la máscara de payaso había salido sigilosamente del sótano y se había colado en la casa a través de una ventana lateral que Sophie y Camile no habían asegurado. Con movimientos rápidos y precisos, se acercó a la habitación donde las chicas estaban sentadas, todavía riendo y suplicando que aquello se detuviera.

Sin hacer ruido, el acosador abrió la puerta de la habitación y entró. Sophie y Camile, distraídas por el miedo y la confusión, no lo vieron acercarse hasta que fue demasiado tarde. Con un pañuelo empapado en cloroformo en la mano, el tipo se abalanzó sobre Camile primero, cubriendo su nariz y boca con el paño. Camile intentó luchar, pero el efecto del cloroformo fue rápido, y en cuestión de segundos, su cuerpo se relajó y cayó inconsciente sobre la cama.

«¡Camile!» gritó Sophie, saltando de su cama para ayudarla, pero el acosador fue más rápido. Con un movimiento ágil, la sujetó por detrás y le colocó el pañuelo en la cara. Sophie forcejeó, tratando de liberarse, pero el cloroformo hizo efecto rápidamente, y pronto su cuerpo también se desplomó, quedando inconsciente junto a Camile.

El acosador, satisfecho con su trabajo, sonrió detrás de la máscara de payaso. Ahora tenía a ambas chicas a su merced. Con movimientos meticulosos, comenzó a amarrarlas. Usó cuerdas suaves pero resistentes para atar sus brazos y piernas, estirándolos hacia los lados de las camas que había unido para formar una superficie más grande. Aseguró cada extremidad con nudos firmes, dejando a Sophie y Camile acostadas boca arriba, completamente vulnerables.

Una vez que terminó, el acosador se detuvo un momento para admirar su trabajo. Las chicas estaban completamente a su merced, y él tenía todo el tiempo del mundo para llevar a cabo sus planes. Sacó de su bolsa varias plumas, cepillos y otros objetos que había preparado especialmente para la ocasión. Sabía que, cuando despertaran, el verdadero juego comenzaría.

Apenas las dos amigas quedaron atadas, el acosador con la máscara de payaso encendió una luz tenue en la habitación. La iluminación era lo suficientemente baja como para crear un ambiente inquietante, pero lo bastante clara para que Sophie y Camile pudieran verse completamente, incluyendo sus pies atados y expuestos. La silueta del payaso se recortaba contra la pared, proyectando una sombra grotesca que aumentaba la sensación de terror.

El acosador se acercó a las chicas con un frasco de sales en la mano. Sin decir una palabra, lo acercó primero a la nariz de Camile, quien despertó de un salto, tosiendo y tratando de entender qué estaba pasando. Luego hizo lo mismo con Sophie, quien también despertó abruptamente, sintiendo el fuerte olor de las sales que la sacaron de su inconsciencia.

Ambas chicas abrieron los ojos y, al verse atadas boca arriba con los brazos y piernas estirados, no pudieron evitar gritar. «¡¿Qué está pasando?! ¡¿Quién eres?!» gritó Sophie, forcejeando contra las cuerdas que la mantenían inmóvil. Camile, igual de asustada, intentó liberarse, pero los nudos eran demasiado firmes. «¡Déjanos ir!» exclamó, con una mezcla de miedo y desesperación en su voz.

El acosador, con una calma perturbadora, se inclinó sobre ellas, su máscara de payaso iluminada de manera siniestra por la luz tenue. «Shhh… no griten», dijo, con una voz distorsionada que sonaba aún más aterradora bajo la máscara. «Si gritan, será mucho peor para ustedes.»

Sophie y Camile se miraron, sintiendo que el pánico las invadía por completo. «¿Qué quieres de nosotras?» preguntó Sophie, tratando de mantener la calma, aunque su voz temblaba.

El payaso no respondió de inmediato. En lugar de eso, se acercó a los pies de Camile, que estaban atados y expuestos, y deslizó un dedo lentamente por la planta de su pie. Camile contuvo una risa nerviosa, pero no pudo evitar retorcerse. «¡No! ¡Por favor, no!» suplicó, tratando de retirar el pie, pero las cuerdas lo mantenían en su lugar.

El acosador sonrió detrás de la máscara, disfrutando de la reacción de Camile. «Sé que les gusta reír», dijo, con un tono burlón. «Y esta noche, van a reír mucho.»

Sophie, viendo lo que le hacían a Camile, intentó mantenerse fuerte. «¡Déjala en paz!» gritó, pero el payaso solo se rió. «No te preocupes, pronto será tu turno», dijo, mientras sacaba una pluma de su bolsa y la movía lentamente hacia los pies de Camile.

Las risas de Camile comenzaron a escapar, mezcladas con súplicas de que se detuviera. «¡Por favor, no puedo más!» gritó, mientras el payaso continuaba con su juego, explorando cada rincón de sus pies con la pluma.

Sophie, viendo a su amiga sufrir, sintió que el miedo y la impotencia la invadían. Sabía que no podían quedarse así, pero no sabía cómo escapar. Mientras tanto, el payaso disfrutaba cada momento, sabiendo que tenía el control total de la situación.

El payaso, con una sonrisa siniestra bajo su máscara, se inclinó sobre Camile, cuyos pies estaban atados y completamente expuestos. Sus dedos, largos y ágiles, comenzaron a moverse con precisión sobre las cosquilludas plantas de Camile, explorando cada rincón, cada punto sensible que hacía que las risas estallaran de inmediato.

«¡No, por favor, basta!» gritó Camile entre carcajadas, retorciéndose en la cama mientras intentaba liberarse de las cuerdas que la mantenían atada. Pero el payaso no se detuvo. Al contrario, aumentó la intensidad, moviendo sus dedos más rápido y con más fuerza, aprovechando cada punto débil que conocía demasiado bien. «¡Es demasiado! ¡No puedo más!» suplicó Camile, mientras las lágrimas de risa comenzaban a rodar por sus mejillas.

Sophie, atada al lado de Camile, observaba la escena con horror. «¡Déjala en paz!» gritó, forcejeando contra las cuerdas que la mantenían inmóvil. Pero el payaso solo se rió, disfrutando de la desesperación de ambas. «No te preocupes, pronto será tu turno», dijo, sin dejar de torturar a Camile con sus dedos.

Las risas de Camile resonaban en la habitación, mezcladas con súplicas y gritos de que se detuviera. «¡Sophie, ayúdame!» gritó entre carcajadas, pero Sophie no podía hacer nada más que mirar, sintiendo que el miedo y la impotencia la invadían por completo.

El payaso, satisfecho con la reacción de Camile, decidió subir la apuesta. Sacó una pluma de su bolsa y comenzó a alternar entre sus dedos y la pluma, moviéndola con destreza sobre las plantas de los pies de Camile. Las carcajadas de Camile se intensificaron, y su cuerpo se sacudía en la cama, completamente a merced del payaso.

«¡Por favor, no puedo más!» gritó Camile, mientras las risas y las lágrimas la ahogaban. El payaso, sin embargo, no mostraba señales de detenerse. «Vamos, un poquito más», dijo, con un tono burlón que solo aumentaba el terror de ambas chicas.

Sophie, viendo a su amiga sufrir, sintió que el miedo y la rabia la invadían. «¡Déjala en paz, monstruo!» gritó, pero el payaso solo se rió. «Pronto será tu turno. No te preocupes, te aseguraré que te diviertas tanto como ella.»

Las risas de Camile continuaban, cada vez más desesperadas, mientras el payaso disfrutaba cada momento de su tortura. Sabía que tenía el control total de la situación, y estaba decidido a aprovecharlo al máximo.

De un momento a otro, el payaso detuvo su ataque contra Camile, dejándola jadeando y exhausta sobre la cama, con las mejillas húmedas por las lágrimas de risa y los pies aún temblando por la sensibilidad extrema. Camile apenas podía respirar, pero antes de que pudiera recuperarse, el payaso se giró hacia Sophie, quien ya estaba viendo con horror lo que se avecinaba.

«Ahora es tu turno, Sophie», dijo el payaso con una voz distorsionada y burlona bajo la máscara. Agarró los pies de Sophie con firmeza, asegurándose de que no pudiera retirarlos. Sus dedos, fríos y ágiles, comenzaron a moverse lentamente sobre las plantas de sus pies, explorando cada rincón con una precisión que solo alguien obsesionado podría tener.

Sophie contuvo la respiración al principio, tratando de resistir, pero no pasó mucho tiempo antes de que las risas comenzaran a escapar de sus labios. «¡No, por favor, no!» suplicó, retorciéndose en la cama mientras intentaba liberarse de las cuerdas que la mantenían atada. Pero el payaso no se detuvo. Al contrario, aumentó la intensidad, moviendo sus dedos más rápido y con más fuerza, aprovechando cada punto sensible que conocía demasiado bien.

«¡Es demasiado! ¡No puedo más!» gritó Sophie entre carcajadas, mientras las lágrimas de risa comenzaban a rodar por sus mejillas. Sus pies se movían frenéticamente, pero las cuerdas los mantenían en su lugar, completamente a merced del payaso.

Camile, todavía jadeando y exhausta, intentó hablar. «¡Déjala en paz!» gritó, aunque su voz era débil y entrecortada. Pero el payaso solo se rió, disfrutando de la desesperación de ambas. «No te preocupes. Pronto volveré a ti», dijo, sin dejar de torturar a Sophie con sus dedos.

Las risas de Sophie resonaban en la habitación, mezcladas con súplicas y gritos de que se detuviera. «¡Camile, ayúdame!» gritó entre carcajadas, pero Camile no podía hacer nada más que mirar, sintiendo que el miedo y la impotencia la invadían por completo.

El payaso, satisfecho con la reacción de Sophie, decidió subir la apuesta. Sacó una pluma de su bolsa y comenzó a alternar entre sus dedos y la pluma, moviéndola con destreza sobre las plantas de los pies de Sophie. Las carcajadas de Sophie se intensificaron, y su cuerpo se sacudía en la cama, completamente a merced del payaso.

«¡Por favor, no puedo más!» gritó Sophie, mientras las risas y las lágrimas la ahogaban. El payaso, sin embargo, no mostraba señales de detenerse. «Vamos, un poquito más», dijo, con un tono burlón que solo aumentaba el terror de ambas chicas.

Camile, viendo a su amiga sufrir, sintió que el miedo y la rabia la invadían. «¡Déjala en paz, monstruo!» gritó, pero el payaso solo se rió. «Pronto será tu turno de nuevo. No te preocupes, te aseguraré que te diviertas tanto como ella.»

Las risas de Sophie continuaban, cada vez más desesperadas, mientras el payaso disfrutaba cada momento de su tortura. Sabía que tenía el control total de la situación, y estaba decidido a aprovecharlo al máximo.

El payaso, con una sonrisa siniestra bajo su máscara, decidió que era hora de llevar su juego al siguiente nivel. Con movimientos rápidos y precisos, agarró los cuatro pies de Sophie y Camile, asegurándose de que no pudieran retirarlos. Sus dedos, fríos y ágiles, comenzaron a moverse sin piedad sobre las plantas de sus pies, explorando cada rincón con una precisión que solo alguien obsesionado podría tener.

«¡No, por favor, basta!» gritó Sophie entre carcajadas, retorciéndose en la cama mientras intentaba liberarse de las cuerdas que la mantenían atada. Pero el payaso no se detuvo. Al contrario, aumentó la intensidad, moviendo sus dedos más rápido y con más fuerza, aprovechando cada punto sensible que conocía demasiado bien.

«¡Es demasiado! ¡No puedo más!» gritó Camile entre carcajadas, mientras las lágrimas de risa comenzaban a rodar por sus mejillas. Sus pies se movían frenéticamente, pero las cuerdas los mantenían en su lugar, completamente a merced del payaso.

Las risas de ambas chicas resonaban en la habitación, mezcladas con súplicas y gritos de que se detuviera. «¡Sophie, ayúdame!» gritó Camile entre carcajadas, pero Sophie no podía hacer nada más que reír y retorcerse, completamente a merced del payaso.

«¡Ja, ja, ja! ¡No puedo más!» gritó Sophie, mientras las risas y las lágrimas la ahogaban. El payaso, sin embargo, no mostraba señales de detenerse. «Vamos, un poquito más», dijo, con un tono burlón que solo aumentaba el terror de ambas chicas.

«¡Je, je, je! ¡Por favor, para!» gritó Camile, mientras su cuerpo se sacudía en la cama, completamente a merced del payaso. Las risas de ambas chicas se intensificaron, y sus cuerpos se revolcaban como locos en un mar de carcajadas.

«¡Ja, ja, ja! ¡No puedo más!» gritó Sophie, mientras las risas y las lágrimas la ahogaban. El payaso, sin embargo, no mostraba señales de detenerse. «Vamos, un poquito más», dijo, con un tono burlón que solo aumentaba el terror de ambas chicas.

«¡Je, je, je! ¡Por favor, para!» gritó Camile, mientras su cuerpo se sacudía en la cama, completamente a merced del payaso. Las risas de ambas chicas continuaban, cada vez más desesperadas, mientras el payaso disfrutaba cada momento de su tortura. Sabía que tenía el control total de la situación, y estaba decidido a aprovecharlo al máximo.

El payaso, con una sonrisa siniestra bajo su máscara, soltó los pies de Sophie y Camile por un momento, pero no para darles un respiro, sino para abrir su maleta. Dentro de ella había un arsenal de objetos diseñados específicamente para su obsesión: plumas de diferentes tamaños, pinceles suaves, cepillos de cerdas finas e incluso un pequeño rodillo de masaje. Sacó un pincel primero, pasando las cerdas suaves sobre la palma de su mano para probar su textura, y luego se giró hacia Camile.

«Vamos, Camile, ¿qué tal esto?» dijo con un tono burlón, mientras deslizaba el pincel lentamente por la planta de su pie. Camile, que ya estaba al borde de la sensibilidad, estalló en carcajadas de inmediato. «¡No, no, no! ¡Es peor que los dedos!» gritó, retorciéndose en la cama mientras el pincel recorría cada centímetro de sus pies.

Sophie, viendo a su amiga sufrir, intentó mantenerse fuerte, pero el payaso no la dejó fuera de su juego. Con una mano, agarró uno de los pies de Sophie y comenzó a usar sus uñas, rascando suavemente pero con precisión sobre la planta de su pie. Sophie no pudo contener las risas. «¡Ah, no! ¡Eso es demasiado!» gritó, mientras su cuerpo se sacudía en la cama.

El payaso alternaba entre las herramientas, usando el pincel en Camile y las uñas en Sophie, asegurándose de que ninguna de las dos tuviera un momento de paz. «¡Je, je, je! ¡Para, por favor!» suplicó Camile, mientras el pincel se movía rápidamente sobre sus pies. «¡Ja, ja, ja! ¡No puedo más!» gritó Sophie, mientras las uñas del payaso recorrían sus plantas de pies sin piedad.

Luego, el payaso sacó un cepillo de cerdas finas y lo pasó por los pies de ambas chicas al mismo tiempo. Las risas se intensificaron, y las súplicas se mezclaron con las carcajadas. «¡Je, je, je! ¡Es demasiado sensible!» gritó Camile, mientras el cepillo hacía su trabajo. «¡Ja, ja, ja! ¡Por favor, basta!» suplicó Sophie, mientras su cuerpo se sacudía en la cama.

El payaso, disfrutando cada momento, decidió usar el rodillo de masaje. Lo pasó lentamente por las plantas de los pies de Camile, aplicando una presión constante que hacía que las risas fueran aún más intensas. «¡Je, je, je! ¡No puedo más!» gritó Camile, mientras las lágrimas de risa rodaban por sus mejillas.

Sophie, viendo a su amiga sufrir, intentó hablar. «¡Déjala en paz!» gritó, pero el payaso solo se rió. «No te preocupes, Sophie. Ahora es tu turno», dijo, mientras pasaba el rodillo por las plantas de sus pies. Las risas de Sophie estallaron de inmediato, y su cuerpo se sacudía en la cama, completamente a merced del payaso.

Las risas de ambas chicas resonaban en la habitación, mezcladas con súplicas y gritos de que se detuviera. «¡Ja, ja, ja! ¡No puedo más!» gritó Sophie, mientras las risas y las lágrimas la ahogaban. «¡Je, je, je! ¡Por favor, para!» suplicó Camile, mientras su cuerpo se sacudía en la cama.

El payaso, sin perder tiempo, dejó a un lado las herramientas y volvió a usar sus manos, sabiendo que sus dedos eran igual de efectivos, si no más. Con una sonrisa siniestra bajo la máscara, comenzó a deslizar sus dedos ágiles no solo por las plantas de los pies de Sophie y Camile, sino que subió gradualmente por sus piernas, explorando cada punto sensible que encontraba a su paso.

«¡No, no, no! ¡Ahí no!» gritó Camile entre carcajadas, mientras el payaso movía sus dedos rápidamente por la parte interna de sus muslos. Sophie, por su parte, no podía contener las risas cuando el payaso comenzó a rascar suavemente detrás de sus rodillas. «¡Ja, ja, ja! ¡Es demasiado!» gritó, retorciéndose en la cama mientras las cuerdas la mantenían en su lugar.

El payaso no se detuvo allí. Con movimientos rápidos y precisos, llevó sus dedos hacia las barrigas de ambas chicas, rascando y moviéndolos en círculos alrededor de sus ombligos. «¡Je, je, je! ¡Para, por favor!» suplicó Camile, mientras su cuerpo se sacudía en la cama. «¡Ja, ja, ja! ¡No puedo más!» gritó Sophie, mientras las risas y las lágrimas la ahogaban.

Luego, el payaso se centró en las cinturas de ambas chicas, usando sus uñas para rascar suavemente los costados. Las risas de Sophie y Camile se intensificaron, y sus cuerpos se sacudían en la cama, completamente a merced del payaso. «¡Je, je, je! ¡Es demasiado!» gritó Camile, mientras el payaso exploraba cada rincón de su cintura.

El payaso, disfrutando cada momento, decidió subir aún más. Con movimientos rápidos, llevó sus dedos hacia las costillas de ambas chicas, rascando y moviéndolos rápidamente. «¡Ja, ja, ja! ¡Por favor, basta!» suplicó Sophie, mientras su cuerpo se sacudía en la cama. «¡Je, je, je! ¡No puedo más!» gritó Camile, mientras las risas y las lágrimas la ahogaban.

Luego, el payaso se centró en las axilas de ambas chicas, usando sus dedos para rascar y mover rápidamente. Las risas de Sophie y Camile resonaban en la habitación, mezcladas con súplicas y gritos de que se detuviera. «¡Ja, ja, ja! ¡No puedo más!» gritó Sophie, mientras las risas y las lágrimas la ahogaban. «¡Je, je, je! ¡Por favor, para!» suplicó Camile, mientras su cuerpo se sacudía en la cama.

Finalmente, el payaso llevó sus dedos hacia los cuellos de ambas chicas, rascando y moviéndolos rápidamente. Las risas de Sophie y Camile se intensificaron, y sus cuerpos se sacudían en la cama, completamente a merced del payaso. «¡Ja, ja, ja! ¡No puedo más!» gritó Sophie, mientras las risas y las lágrimas la ahogaban. «¡Je, je, je! ¡Por favor, para!» suplicó Camile, mientras su cuerpo se sacudía en la cama.

El payaso, consciente de su ventaja, continuó su ataque sin piedad. Sus dedos se movían con rapidez, alternando entre los pies, las axilas y las costillas de Sophie y Camile, quienes seguían retorciéndose en la cama entre carcajadas y súplicas en francés.

«Non, arrêtez! C’est trop!» gritó Camile, mientras el payaso clavaba sus uñas en las plantas de sus pies. Sophie, con las lágrimas corriendo por su rostro, intentó suplicar: «Je vous en supplie… pitié!», pero el payaso solo respondió en español, con una voz fría y burlona bajo la máscara:

«No hay piedad para las cosquilludas como ustedes.»

Sin detenerse, el payaso usó sus manos para atacar los puntos más sensibles: los laterales del torso de Camile, las palmas de Sophie, y luego, con un movimiento rápido, presionó sus dedos en los omóbligos de ambas. «Non, non! Pas là!» chilló Camile, mientras Sophie jadeaba entre risas: «Je… je ne peux plus!».

El payaso, disfrutando cada segundo, sacó un cepillo de cerdas suaves de su maleta y lo deslizó por las plantas de los pies de Camile. «Ah! C’est horrible!» gritó ella, arqueando la espalda. Sophie, al ver el cepillo acercarse a sus propios pies, intentó cerrar los dedos, pero el payaso los sujetó con fuerza. «Nadie escapa,» dijo, mientras el cepillo recorría cada centímetro de sus plantas. «Non… arrête!» suplicó Sophie, pero su voz se perdió en una nueva oleada de carcajadas.

Decidido a romperlas por completo, el payaso se centró en sus axilas. Con las yemas de los dedos, dibujó círculos rápidos en las de Camile, quien gritó en francés: «Je déteste ça!». Luego, sin dar respiro, hizo lo mismo con Sophie, que apenas podía respirar: «S’il te plaît… je vais m’évanouir…».

«No tan rápido,» gruñó el payaso en español, cambiando a un pincel para recorrer sus cuellos. Las plumas en la garganta hicieron que ambas se estremecieran, pero las cuerdas las mantenían inmóviles. «C’est… c’est insupportable!» lloró Camile, mientras Sophie, exhausta, solo podía reír de manera entrecortada.

El payaso, finalmente, se detuvo. No por compasión, sino para ajustar las esposas que las mantenían atadas a la cama. «Ahora, un pequeño descanso… para que recuperen el aliento,» dijo con sarcasmo, aunque su mirada brillante bajo la máscara delataba que esto estaba lejos de terminar.

Camile, jadeando, logró articular entre sollozos: «Sophie… il faut… trouver une idée…». Pero antes de que pudieran siquiera pensar en escapar, el payaso sacó un aerosol de un líquido frío y lo roció sobre sus pies desnudos. «Qu’est-ce que c’est?!» gritó Sophie, sintiendo cómo la sensibilidad de su piel aumentaba.

«Algo para que sientan cada cosquilla… más intensa,» explicó el payaso, antes de volver a deslizar sus dedos por las plantas de sus pies. Las carcajadas de ambas resonaron aún más fuertes, desesperadas, mientras el líquido hacía efecto. «Non! C’est trop!» gritó Camile, retorciéndose como un títere.

El payaso no habló más. Sus manos, herramientas y la obsesión en sus ojos eran suficientes para dejar claro que la noche sería larga… y que ninguna súplica en francés lo detendría.

El payaso no se detuvo, incluso cuando las carcajadas de Sophie y Camile se mezclaban con sollozos y jadeos desesperados. Sus dedos, plumas y cepillos seguían recorriendo cada centímetro de sus cuerpos, explotando puntos que ni siquiera ellas sabían que eran tan sensibles. Pero la combinación de agotamiento, hiperventilación y el efecto del aerosol que había usado en sus pies las llevó al límite.

«Je… je ne peux plus…» balbuceó Sophie, su voz quebrada y débil, antes de que sus párpados cedieran y su cuerpo se desplomara en la cama, inconsciente. Camile, al ver a su amiga desmayarse, gritó entre lágrimas: «Sophie! Réveille-toi!», pero el pánico aceleró su propio colapso. Con un último «Non… non…», sus ojos se cerraron y su cuerpo quedó inmóvil junto al de Sophie.

El payaso, al notar que ambas habían perdido el conocimiento, se quedó petrificado. «No… no era para tanto,» murmuró en español, su voz temblorosa ahora sin la distorsión burlona. Con manos nerviosas, revisó el pulso de Camile primero, luego el de Sophie. Al confirmar que ambas estaban vivas pero inconscientes, respiró aliviado, aunque el miedo a haber ido demasiado lejos lo invadió.

«Estúpido… esto arruina todo,» se regañó, desatando las cuerdas que sujetaban a las chicas con movimientos torpes y apresurados. Las arrastró hasta acomodarlas boca arriba en la cama, cubriéndolas toscamente con una manta para que no despertaran sintiéndose expuestas. Luego, miró alrededor, asegurándose de no dejar rastros evidentes de su presencia… excepto por una cosa.

Sacó un trozo de papel arrugado de su bolsillo y escribió con letra temblorosa: «Volveré». Lo dejó sobre la almohada de Sophie, junto a una pluma de pavo real que había usado durante la tortura. Antes de irse, se detuvo en la puerta, mirando a las chicas una última vez. «Esto no termina aquí,» susurró, antes de desaparecer en la noche, llevándose consigo la máscara de payaso y dejando la puerta entreabierta.

Fuera, la tormenta había cesado, y el primer destello del amanecer comenzaba a filtrarse por las ventanas. Adentro, Sophie y Camile yacían profundamente dormidas, sus rostros aún marcados por las lágrimas secas y el pelo revuelto. No sabrían qué había pasado hasta horas después, cuando despertarían con dolores musculares, recuerdos borrosos… y la nota siniestra como única prueba de que aquella pesadilla no había sido un sueño.

Continuará…

Original de Tickling Stories

About Author

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

dos × dos =

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.