abril 27, 2024

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Cosquillas en la cuarentena del covid – Parte 1

Tiempo de lectura aprox: 11 minutos, 43 segundos

Silvia era una mujer de 46 años (en la epoca del covid, hoy cuenta con casi 50 años) con un cuerpo atlético que reflejaba su dedicación al ejercicio y la salud. Vivía sola en su acogedor apartamento, donde disfrutaba de la tranquilidad y la independencia. Con unos ojos color miel que brillaban con curiosidad y un cabello castaño que enmarcaba su rostro de tez clara, Silvia irradiaba una belleza natural y una energía vibrante.

A pesar de su fuerza y determinación, Silvia guardaba un secreto: era terriblemente cosquillosa, especialmente en las plantas de sus pies. A menudo se sorprendía a sí misma riendo a carcajadas cuando alguien rozaba esa zona delicada. Aunque intentaba ocultarlo, aquellos que la conocían bien sabían cómo sacar provecho de esa debilidad y disfrutaban haciéndola reír sin control.

A pesar de este pequeño rasgo peculiar, Silvia era una mujer segura de sí misma y llena de vitalidad. Su amor por la vida y su espíritu aventurero la mantenían en constante movimiento, explorando nuevas actividades y desafiándose a sí misma a crecer y aprender cada día.

Una semana antes de que la cuarentena por el COVID-19 comenzara, el sobrino de Silvia, Mateo, de 15 años, llegó emocionado a visitarla en el país donde ella residía. Lo que deberían haber sido unas simples vacaciones se convirtieron en una prolongada estancia cuando la cuarentena obligatoria cerró las fronteras y Mateo no pudo regresar con sus padres a su país de origen.

A pesar de las circunstancias inesperadas, Silvia acogió a Mateo con amor y dedicación. Adaptaron su rutina para enfrentar juntos el período de encierro, convirtiendo su hogar en un refugio seguro y acogedor. Aunque al principio fue un ajuste para ambos, pronto encontraron formas creativas de mantenerse entretenidos y aprovechar al máximo su tiempo juntos.

Para Silvia, tener a Mateo a su lado durante el encierro fue una bendición inesperada. Disfrutaba de la energía juvenil y la alegría contagiosa de su sobrino, y juntos compartieron risas, juegos y momentos de complicidad que fortalecieron aún más su vínculo familiar. A medida que pasaban los días, Silvia se dio cuenta de lo afortunada que era de tener a Mateo a su lado durante esos tiempos difíciles.

Durante los días de cuarentena, el aburrimiento y la sensación de encierro comenzaron a afectar a Mateo, el sobrino de Silvia. A medida que pasaban las semanas, el niño se encontraba cada vez más inquieto y estresado por la falta de actividades y la monotonía del día a día. Mientras tanto, Silvia se mantenía ocupada realizando ejercicios en su caminadora y utilizando su máquina de ejercicios en el estudio de su apartamento.

A pesar de sus esfuerzos por mantenerse entretenido, Mateo encontraba cada vez menos cosas que hacer. A menudo se sumergía en internet, buscando juegos en línea o videos para distraerse, pero incluso eso empezaba a perder su atractivo. La falta de interacción social y la limitación de actividades al aire libre empezaban a pesarle, y a veces expresaba su frustración ante la situación.

Silvia, preocupada por el bienestar emocional de su sobrino, buscaba formas de ayudarlo a sobrellevar el estrés y la ansiedad causados por la cuarentena. Intentaba animarlo con actividades creativas, como juegos de mesa, manualidades o cocinar juntos, pero a veces era difícil mantenerlo entretenido durante largos períodos de tiempo.

A pesar de los desafíos, Silvia estaba determinada a brindarle a Mateo el apoyo y la compañía que necesitaba durante esos tiempos difíciles.

Silvia observó a su sobrino, Mateo, mientras este se encontraba sentado en el sofá, con gesto aburrido mientras hojeaba su teléfono. Decidió que era hora de cambiar el ambiente y sacarlos de la monotonía de la cuarentena.

«¿Qué te parece si jugamos a un juego, Mateo?», propuso Silvia con una sonrisa traviesa.

Mateo levantó la mirada con curiosidad. «¿Un juego? ¿Qué tipo de juego?».

Silvia se acercó a él y lo tomó por sorpresa, comenzando a hacerle cosquillas en el costado mientras él se retorcía y reía.

«¡Hey, eso no vale!», exclamó Mateo entre risas, tratando de alejarse de los dedos cosquillosos de su tía.

«¿Todavía eres tan cosquilloso como cuando eras más pequeño?», preguntó Silvia, divertida.

«¡Sí, claro que sí!», respondió Mateo entre risas mientras intentaba defenderse de las cosquillas de su tía.

Silvia continuó con su ataque de cosquillas, disfrutando de las risas y la complicidad compartida con su sobrino. Era un momento de diversión en medio de la monotonía de la cuarentena, y ambos lo disfrutaban al máximo.

Silvia se inclinó sobre Mateo, listo para lanzarle otra ronda de cosquillas, pero antes de que pudiera hacerlo, su sobrino logró estirar sus manos y contraatacarla en las costillas y las axilas. Un estallido de risas llenó la habitación cuando Silvia dio un salto hacia atrás, sorprendida por la eficacia de su sobrino para devolverle las cosquillas.

«¡Oye, eso no se vale!», exclamó Silvia entre risas, retrocediendo unos pasos para recuperar el aliento.

Mateo se rió triunfante, disfrutando de haber logrado sorprender a su tía. «¡Ja, ja! Ahora estamos a mano, ¿no?».

Silvia asintió, aún riendo. «Sí, parece que sí. Pero no te confíes demasiado, ¡aún no he terminado contigo!».

Silvia, aún riendo por el contraataque de su sobrino, decidió intensificar el juego. Con una sonrisa traviesa, se acercó a Mateo y lo agarró por las piernas, haciéndolo reír aún más mientras intentaba escapar de sus cosquillas. Sin perder tiempo, le quitó las medias, recordando que debido a la cuarentena no usaban zapatos en casa, y comenzó a hacerle cosquillas con las uñas de sus manos sobre las plantas de los pies.

Mateo se retorcía y sacudía las piernas, entre risas y suplicas. «¡Para, tía Silvia, para!», gritaba entre risas, incapaz de contener la carcajada que le provocaba la cosquilleo intenso en sus pies.

Silvia continuaba con sus cosquillas, disfrutando del momento de complicidad con su sobrino. «¿Todavía eres tan cosquilloso en los pies, como cuando eras más pequeño?», preguntó entre risas, aprovechando la oportunidad para hacerlo reír aún más.

«¡Sí, sí! ¡Detente, por favor!», suplicaba Mateo entre risas, intentando proteger sus pies de los implacables dedos de su tía.

Silvia detuvo el ataque de cosquillas al notar que el rostro de su sobrino se ponía rojo por tanto reír. Con una sonrisa comprensiva, dejó de hacerle cosquillas y le dio un momento para recuperarse.

Mateo, entre respiraciones entrecortadas y risas contenidas, trató de recuperar el aliento. «¡Uff, eso estuvo intenso!», exclamó, aún con una sonrisa en el rostro. «Pero no te preocupes, tía Silvia, ¡me vengaré!», agregó con determinación, prometiendo una revancha en el futuro.

Silvia rió suavemente y le dio un amistoso golpecito en el hombro. «¡Estaré esperando tu venganza, Mateo!», respondió con complicidad.

Mateo, intrigado por descubrir más sobre las cosquillas de su tía Silvia, observaba atentamente sus movimientos, buscando el momento adecuado para poner en marcha su plan. Sabía que había encontrado una debilidad en el ataque de cosquillas anterior, pero ahora quería explorar otras partes del cuerpo de su tía para descubrir si tenía más cosquillas y cuál era su punto más vulnerable.

Un día, mientras Silvia estaba ocupada en la cocina preparando la cena, Mateo vio la oportunidad perfecta. Se acercó sigilosamente a su tía, con una sonrisa traviesa en el rostro, y le jugó una broma haciéndole cosquillas en el costado. Silvia soltó una carcajada y trató de apartarse, pero Mateo persistió.

«¡Hey, Mateo, para!», exclamó Silvia entre risas, intentando esquivar los dedos de su sobrino.

Pero Mateo no se detuvo. Quería averiguar si su tía tenía cosquillas en otras partes del cuerpo. Con determinación, deslizó sus dedos por el costado de Silvia y hacia su vientre, buscando alguna reacción.

Silvia se retorcía entre risas, intentando alejar a su sobrino. «¡Detente, Mateo, jajaja!», gritó entre risas, sin poder contenerse.

Mateo, emocionado por haber encontrado otra zona cosquillosa en su tía, continuó explorando con curiosidad. Probó en diferentes áreas de su cuerpo, desde el cuello hasta las rodillas, observando las reacciones de Silvia con atención.

Finalmente, después de una serie de intentos, Mateo descubrió el punto más cosquilloso de su tía: la parte baja de sus costillas. Cada vez que rozaba esa zona, Silvia estallaba en carcajadas, incapaz de contener la risa.

«Sí que eres cosquillosa, tía Silvia», dijo Mateo con una sonrisa triunfante, satisfecho de haber descubierto el secreto de su tía. Silvia, todavía riendo, asintió con complicidad. Aunque había sido víctima de las travesuras de su sobrino, disfrutaba de esos momentos de diversión y conexión con él durante la cuarentena.

Mateo observaba cuidadosamente los movimientos de su tía Silvia, esperando encontrar el momento perfecto para llevar a cabo su plan. Durante días, estudió cómo ella se movía por la casa descalza, ya que en casa no usaban zapatos debido a la cuarentena, y qué momentos prefería para relajarse.

Un día, mientras Silvia se sentaba en el sofá con una taza de té, Mateo notó que sus pies estaban descubiertos. Esta era la oportunidad que había estado esperando. Decidió esperar un momento adecuado, un momento en que su tía estuviera distraída y no esperara ningún tipo de ataque.

Después de observar atentamente durante un tiempo, Mateo vio su oportunidad. Silvia estaba absorta en su libro, completamente ajena a su entorno. Con cuidado, Mateo se acercó sigilosamente y se agachó para examinar los pies descalzos de su tía. Observó cada detalle, preguntándose si serían tan cosquillosos como otras partes de su cuerpo.

Decidió planificar su estrategia con cautela. Sabía que debía ser rápido y preciso para evitar ser descubierto. Planeó acercarse sigilosamente a los pies de su tía y realizar una serie de pruebas sutiles para determinar su nivel de cosquilleo. Con determinación, esperó el momento adecuado para llevar a cabo su plan y descubrir el misterio de las cosquillas en los pies de su tía Silvia durante la cuarentena.

Mateo, al pasar por el cuarto de su tía, notó que la puerta estaba abierta y decidió asomarse. Vio a Silvia recién bañada, con una bata puesta, untándose crema en los brazos, piernas y pies. Intrigado, se acercó y le preguntó:

«¿Tía Silvia, por qué te estás echando crema en los pies?»

Silvia, sorprendida por la repentina aparición de su sobrino, sonrió y respondió: «Oh, Mateo, es importante mantener la piel hidratada, especialmente durante la cuarentena. Mis pies se secan mucho al estar descalza en casa todo el día, así que la crema ayuda a mantenerlos suaves y sin grietas».

Mateo asintió con comprensión, pero en su mente, estaba tramando su plan para descubrir si los pies de su tía eran cosquillosos. Sin embargo, decidió guardar sus pensamientos por el momento y simplemente dijo: «Ah, entiendo. ¡Gracias por explicármelo, tía!»

Después de la breve conversación, Mateo se retiró, con la determinación de llevar a cabo su plan en el momento oportuno.

Mateo observó a su tía Silvia leyendo un libro, acostada boca abajo en su cama, con las piernas levantadas y los pies apuntando hacia arriba. Era una oportunidad perfecta para llevar a cabo su plan y descubrir si los pies de su tía eran cosquillosos.

Con pasos sigilosos, Mateo se acercó a la cama, examinando cuidadosamente los pies de Silvia. Estaban ahí, al alcance de sus manos, tentándolo con la posibilidad de desencadenar una oleada de risas y cosquillas.

Por un momento, Mateo vaciló, preguntándose si debería atreverse a hacerlo o no. ¿Y si su tía se enfadaba? ¿Y si no encontraba sus pies cosquillosos y todo resultaba en una situación incómoda?

Sin embargo, la curiosidad y la emoción superaron sus dudas. Con determinación, Mateo extendió lentamente sus manos hacia los pies de Silvia, listo para llevar a cabo su ataque de cosquillas y descubrir la verdad.

Mateo, al notar la posición vulnerable de su tía, decidió aprovechar la oportunidad y se lanzó sobre ella con determinación. Tomó sus pies con firmeza y comenzó a mover los dedos con rapidez sobre las plantas de sus pies, provocando cosquillas.

«¡Vamos, tía Silvia! ¿Eres cosquillosa en los pies?» – preguntaba Mateo a su tía.

«¡Detente, Mateo! ¡Sí, sí lo soy! ¡Para, por favor!» – respondía Silvia en medio de carcajadas.

«¡Parece que has encontrado un punto débil, tía!» – replicaba Mateo.

«¡Sí, sí lo has hecho! ¡Por favor, detente!» – suplicaba Silvia.

La habitación resonaba con las risas y suplicas de Silvia, mientras Mateo continuaba con su ataque de cosquillas, disfrutando cada momento de la travesura.

Mateo, emocionado por descubrir el punto débil de su tía, persistió en su ataque de cosquillas en los hipercosquillosos pies de Silvia. Sus dedos se movían con destreza sobre las plantas sensibles, provocando una mezcla de risas y suplicas por parte de Silvia.

«¡Vaya, tía! ¡Parece que tienes los pies muy cosquillosos!» – decía Mateo.

«¡Sí, Mateo! ¡Por favor, para!» – suplicaba Silvia

«¡Parece que has conocido a tu némesis, tía!» – respondia Mateo.

A medida que Mateo continuaba con su travieso ataque, la habitación se llenaba cada vez más de risas y carcajadas, creando un ambiente de diversión y complicidad entre tía y sobrino. Aunque Silvia intentaba resistirse, la sensibilidad de sus pies la hacía vulnerable ante el ataque implacable de Mateo.

Mateo no mostraba piedad mientras sus dedos se deslizaban con destreza sobre las plantas de los pies de su tía Silvia, explorando cada rincón con una precisión juguetona.

Los gritos de risa de Silvia llenaban la habitación mientras se retorcía en la cama, incapaz de escapar del cosquilleo implacable de su sobrino.

«¡Vamos, tía, aguanta un poco más! ¡Quiero ver hasta dónde puedes resistir!» – decía Mateo.

«¡No puedo más, Mateo! ¡Por favor, para!» – suplicaba Silvia.

El cosquilleo persistente desencadenaba una batalla de risas y suplicas entre tía y sobrino, cada uno disfrutando del juego en su propia medida. A pesar de los intentos de Silvia por resistirse, la sensibilidad extrema de sus pies la dejaba completamente vulnerable ante el ataque travieso de Mateo.

Mateo, aprovechando el caos que reinaba en la habitación, cambió de táctica y se colocó sobre la espalda de Silvia, quien, todavía entre risas, intentaba resistirse a su asalto cosquilloso.

«¡Ahora es mi turno de atacar!» – decía Mateo

«¡No, Mateo, espera! ¡No puedo más!» – suplicaba Silvia

Pero Mateo no se detenía. Sus dedos juguetones se deslizaban por las costillas y la cintura de Silvia, provocando estallidos de risa y suplicas.

«¡Eres terriblemente cosquillosa, tía!» – decía Mateo

«¡Detente, por favor! ¡No puedo más!» – suplicaba silvia

Los movimientos frenéticos de Silvia solo alimentaban el entusiasmo de Mateo, quien continuaba su ataque sin piedad. Cada cosquilleo era una nueva oleada de risas y suplicas, sumiendo a la habitación en un caos de diversión y desesperación.

Mateo, con una determinación renovada, continuó su ataque de cosquillas sin descanso. Sus dedos ágiles exploraban cada rincón de la cintura y las costillas de Silvia, encontrando puntos aún más sensibles que la hacían retorcerse de risa.

«¡Vaya, tía! ¡Eres más cosquillosa de lo que pensaba!» – decía con malicia Mateo.

Silvia, entre carcajadas y jadeos, intentaba en vano escapar de las cosquillas de su sobrino. Cada movimiento de sus manos desencadenaba una nueva ola de risas y suplicas, dejándola completamente indefensa ante el ataque.

«¡Mateo, por favor! ¡No puedo más!» – suplicaba Silvia.

Pero Mateo no mostraba signos de detenerse. Su risa traviesa llenaba la habitación mientras continuaba su asalto, disfrutando cada segundo de la reacción de su tía. La habitación resonaba con las risas y los gritos de ambos, sumidos en una batalla cosquillosa que parecía no tener fin.

Mateo, aprovechando el momento y el estado de vulnerabilidad de su tía, se deslizó hacia abajo y se concentró en sus pies. Con movimientos rápidos y precisos, comenzó a hacerle cosquillas en las plantas, desencadenando una tormenta de risas y suplicas por parte de Silvia.

«¡Mateo, para, por favor! ¡Mis pies son demasiado cosquillosos!» – suplicaba en medio de carcajadas Silvia.

«¡Lo siento, tía, pero no puedo resistirme! ¡Tus pies son irresistiblemente cosquillosos!» – respondía Mateo.

Silvia, atrapada entre la risa y la desesperación, intentaba en vano alejar los ágiles dedos de su sobrino de sus hipercosquillosas plantas. Cada carcajada solo parecía alimentar la determinación de Mateo, quien continuaba con su implacable ataque.

«¡Vaya, tía, tus pies son el paraíso de las cosquillas!» – decía con malicia Mateo.

La habitación resonaba con las risas de ambos, creando un ambiente de diversión y complicidad en medio del caos cosquilloso. Silvia, incapaz de contener la risa, se entregaba por completo a la tortura de cosquillas, sabiendo que su sobrino estaba disfrutando cada momento de aquella traviesa sesión.

Silvia estaba en una encrucijada, sintiendo la intensidad de las cosquillas en sus pies y plantas. Por un lado, el instinto le decía que apretara los dedos, tratando de proteger sus plantas hipersensibles del implacable ataque de su sobrino. Por otro lado, la tentación de estirar los dedos, buscando liberarse del cosquilleo, se hacía cada vez más fuerte.

«¡No sé qué hacer, Mateo! ¡Mis pies no pueden soportarlo más!» – seguía suplicando en medio de carcajadas Silvia.

«¡Oh, tía, estás atrapada! ¡Me tienes justo donde quería!» – comentaba su sobrino Mateo.

Silvia, luchando por mantener el control sobre sus pies, se debatía entre las dos opciones, mientras las cosquillas la empujaban más allá de sus límites. Cada carcajada era una prueba de su resistencia, cada súplica una expresión de su desesperación por detener la tortura.

Mateo, con una sonrisa triunfante en el rostro, continuaba con su travieso juego, disfrutando cada segundo de la reacción de su tía. La habitación resonaba con el sonido de sus risas, en medio de la divertida locura de las cosquillas.

Mateo no mostraba señales de ceder, sus manos continuaban su ataque implacable sobre las plantas de los pies de Silvia, provocando una tormenta de risas y suplicas por parte de ella. Cada cosquilleo era como una ráfaga de carcajadas que sacudía el cuerpo de Silvia, mientras sus pies se retorcían en un intento desesperado por escapar de las cosquillas.

«¡Mateo, para por favor! ¡Mis pies no aguantan más!» – con risa y voz entrecortadas, suplicaba Silvia.

«¡Oh, tía, no te escaparás tan fácilmente!» – respondía Mateo con malicia.

El rostro de Silvia estaba completamente rojo, una mezcla de placer y tortura mientras sus pies sufrían el implacable ataque de su sobrino. Cada movimiento de los dedos de Mateo parecía encontrar un punto especialmente sensible en las plantas de los pies de Silvia, provocando estallidos de risas que llenaban la habitación.

A pesar de sus súplicas, Silvia no podía evitar sentir una extraña mezcla de placer y agonía por las cosquillas. Cada carcajada era una confirmación de su sensibilidad extrema, pero también una prueba de la conexión especial que compartía con su sobrino en medio de la travesura.

Mateo continuaba con determinación, sin ceder en su ataque a los pies de Silvia. Cada risa y suplica de su tía solo alimentaba su entusiasmo, sintiendo una mezcla de emoción y satisfacción por poder realizar ese acto que tanto había anhelado. Con cuidado de no excederse, mantenía un equilibrio entre el juego y el respeto por los límites de Silvia, deteniéndose si ella lo solicitaba o mostraba señales de incomodidad. Mientras tanto, Silvia, entre risas descontroladas y súplicas juguetonas, intentaba encontrar una forma de escapar de las cosquillas de su sobrino, aunque en el fondo disfrutaba del momento de complicidad y diversión que compartían juntos. La atmósfera en la habitación estaba cargada de risas y alegría, creando un lazo especial entre tía y sobrino en medio de la cuarentena.

Después de un rato de cosquilleo intenso, Mateo decidió finalizar su ataque. Notando la respiración agitada y los signos de agotamiento en su tía, entendió que era momento de detenerse. Con una sonrisa de satisfacción, se apartó suavemente de los pies de Silvia y se sentó a su lado en la cama.

Silvia, aún recuperándose del episodio de cosquillas, respiraba profundamente, sintiendo cómo su cuerpo se relajaba después de la intensa sesión. Miró a Mateo con cariño y complicidad, agradecida por el momento de diversión compartido.

«Eres todo un experto en hacer cosquillas.» – decía Silvia entre risas y jadeos.

Mateo asintió con orgullo, disfrutando del elogio de su tía.

«¡Gracias, tía Silvia! Me divertí mucho» – respondió con una amplia sonrisa.

Silvia se tomó un momento para recuperar el aliento antes de responder.

«Creo que por hoy es suficiente» – dijo con una sonrisa cansada Silvia.

«Pero definitivamente podemos repetirlo otro día.» – agregó Silvia.

Ambos se echaron a reír, compartiendo un momento de complicidad mientras se relajaban en la cama. La cuarentena podía haber traído sus desafíos, pero también había creado oportunidades para fortalecer los lazos familiares y crear recuerdos especiales.

Continuará…

Original de Tickling Stories

 

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