abril 26, 2024

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Cosquillas en la cuarentena del covid – Parte 2

Tiempo de lectura aprox: 7 minutos, 14 segundos

Han pasado tres meses desde que comenzó la cuarentena y unos 45 días desde que Mateo le hizo cosquillas en los pies a su tía Silvia. Durante este tiempo, la vida en casa de Silvia y Mateo había seguido su curso, con rutinas diarias y momentos de convivencia entre tía y sobrino. Sin embargo, una sensación de complicidad se mantenía en el aire, especialmente por parte de Mateo, quien no podía sacarse de la cabeza la experiencia de hacer cosquillas a su tía.

Silvia, por su parte, también recordaba aquel incidente con cierta incomodidad, pero a su vez, con una leve sensación de diversión. Aunque Mateo había prometido no volver a hacerle cosquillas, ella estaba alerta y consciente de que podría volver a suceder en cualquier momento.

La relación entre ellos había cambiado sutilmente. Mateo se mostraba más juguetón y provocador, buscando oportunidades para incomodar a su tía, mientras que Silvia, a pesar de su resistencia inicial, comenzaba a encontrar cierto encanto en los juegos y travesuras de su sobrino.

Silvia, una tarde soleada de sábado, decidió darse un tratamiento de pedicure en casa. Después de llenar una pequeña tina con agua tibia y jabón, se sentó cómodamente en una silla especial y comenzó a sumergir sus pies cansados en el reconfortante líquido.

Mientras disfrutaba del relajante baño, Silvia recordaba cómo solía ir al salón de belleza para estos cuidados, pero la cuarentena la había obligado a adaptarse y aprender a hacerlo ella misma en casa. Aunque al principio le costó acostumbrarse, pronto descubrió que disfrutaba de la tranquilidad y la privacidad de cuidarse en su propio hogar.

Después de remojar sus pies durante unos minutos, Silvia sacó una piedra pómez y comenzó a frotar suavemente las plantas, eliminando la piel seca y áspera. Se concentró en cada movimiento, disfrutando de la sensación de cuidar de sí misma y de sentirse mimada.

Mientras tanto, Mateo, su sobrino de 15 años, estaba en su habitación jugando videojuegos y escuchando música. Había estado aburrido toda la tarde y buscaba algo emocionante que hacer para pasar el tiempo. De repente, recordó que Silvia estaba en su habitación haciendo su pedicure y se le ocurrió una idea.

Con sigilo, Mateo se levantó de su cama y se dirigió hacia la habitación de Silvia. Sabía que ella estaba ocupada con su tratamiento de pedicure, así que decidió entrar sin hacer ruido y sorprenderla.

Cuando Mateo llegó a la habitación de Silvia, la encontró concentrada en su tarea, con los ojos cerrados y una expresión de tranquilidad en el rostro. Aprovechando el momento, se acercó sigilosamente y observó cómo ella trabajaba en sus pies con cuidado y dedicación.

Después de unos minutos de observación, Mateo decidió hacer su movimiento. Con una sonrisa traviesa en el rostro, se acercó a Silvia y le dio un ligero toque en el hombro.

Silvia, sorprendida por el contacto, abrió los ojos y se volvió para ver a su sobrino parado frente a ella con una sonrisa pícara en el rostro.

«¡Hola, tía Silvia! ¿Cómo va ese pedicure?» preguntó Mateo con curiosidad, observando los pies de Silvia sumergidos en el agua.

Silvia se rió suavemente ante la aparición repentina de su sobrino y le ofreció una sonrisa cálida. «¡Hola, Mateo! Todo va bien, solo me estoy dando un poco de cuidado en los pies. ¿Qué te trae por aquí?»

Mateo se encogió de hombros con indiferencia, tratando de ocultar su verdadera intención detrás de una conversación casual. «Oh, nada en especial, solo quería ver qué estabas haciendo. ¿Te importa si me siento un rato contigo?»

Silvia asintió con una sonrisa, invitándolo a sentarse junto a ella. Mateo se sentó en una silla cercana y observó con curiosidad mientras Silvia continuaba con su pedicure.

Mientras trabajaba en sus pies, Silvia notó la mirada inquisitiva de Mateo y se preguntó qué estaría pensando. «¿Pasa algo, Mateo? ¿Quieres preguntarme algo?»

Mateo sonrió ligeramente, consciente de que su tía había captado su interés. «Bueno, sí. Estaba pensando en el pedicure y en cómo te hace sentir. ¿Te da cosquillas en los pies cuando te lo haces?»

Silvia rió suavemente ante la pregunta de su sobrino y sacudió la cabeza. «No, no realmente. Cuando voy al salón, a veces me hacen cosquillas con la piedra pómez, pero nunca es demasiado molesto. Creo que me acostumbré a eso hace mucho tiempo.»

Mateo asintió, interesado en la respuesta de su tía. «¿Y qué hay de cuando te lo haces tú misma en casa? ¿También te hace cosquillas?»

Silvia consideró la pregunta por un momento antes de responder. «Hmm, no tanto. Creo que es diferente cuando lo haces tú misma. Puedes controlar la presión y la sensación, así que no es tan incómodo como en el salón.»

Mateo asintió, procesando la información. «Interesante. ¿Y qué pasa cuando te pones esmalte de uñas? ¿También te hace cosquillas?»

Silvia sonrió, divertida por la curiosidad de su sobrino. «Bueno, no exactamente. Pero a veces el esmalte puede hacer que mis uñas se sientan un poco sensibles al tacto. ¿Por qué tantas preguntas sobre los pies hoy, Mateo?»

Mateo se encogió de hombros con una sonrisa traviesa. «Oh, solo estaba preguntando. Es curioso cómo diferentes cosas pueden afectar la sensibilidad de los pies.»

Silvia asintió, divertida por la conversación y agradecida por el momento de complicidad con su sobrino. Mientras continuaba con su pedicure, no pudo evitar preguntarse qué más tenía en mente Mateo y qué aventuras les esperaban en el futuro.

Silvia, después de terminar su pedicure casero, se sentó en la cama y respiró profundamente, disfrutando de la sensación de relajación que inundaba su cuerpo. Mateo, sentado junto a ella, observaba con curiosidad sus pies recién arreglados, esperando el momento adecuado para llevar a cabo su plan.

«¿Te importa si te hago una pregunta, tía Silvia?» preguntó Mateo, rompiendo el silencio.

Silvia asintió con una sonrisa, intrigada por lo que su sobrino tenía en mente. «Claro, adelante. ¿Qué quieres saber?»

Mateo titubeó por un momento antes de continuar. «Bueno, es solo que… me pregunto si después de hacerte el pedicure, tus pies se sienten más sensibles… ya sabes, a las cosquillas.»

Silvia frunció el ceño, sorprendida por la pregunta inesperada de su sobrino. «Hmm, no realmente. Creo que después de hacerme el pedicure, mis pies se sienten más suaves, pero no necesariamente más sensibles a las cosquillas.»

Mateo asintió, aparentemente satisfecho con la respuesta de su tía. Sin embargo, en su mente, ya estaba ideando un plan para poner a prueba su teoría.

«Entiendo», respondió Mateo con un tono pensativo. «Gracias por responder, tía Silvia.»

Silvia sonrió, sintiéndose un poco intrigada por la conversación, pero sin darle demasiada importancia. Se levantó de la cama y se estiró, estirando los músculos después de estar sentada durante tanto tiempo.

«Bueno, creo que es hora de preparar la cena», dijo Silvia, cambiando de tema. «¿Quieres ayudarme en la cocina, Mateo?»

Mateo asintió con entusiasmo, encantado de poder participar en la preparación de la cena. Juntos, se dirigieron a la cocina y comenzaron a trabajar en la elaboración de una deliciosa comida.

Mientras cortaban los vegetales y preparaban los ingredientes, Silvia y Mateo conversaban animadamente sobre diversos temas.

Después de preparar la cena juntos, Silvia y Mateo se sentaron a la mesa para disfrutar de su comida casera. Silvia, consciente de su reciente pedicure, se aseguró de ponerse unas pantuflas suaves para no dañar el esmalte recién aplicado en sus uñas.

Mientras disfrutaban de la cena, continuaron conversando animadamente sobre diversos temas. Silvia, intrigada por las preguntas recientes de Mateo sobre sus pies, decidió abordar el tema directamente.

«Oye, Mateo», comenzó Silvia con una sonrisa curiosa, «me he dado cuenta de que has estado bastante interesado en mis pies últimamente. ¿Hay alguna razón en particular por la que estés tan intrigado por ellos?»

Mateo, un poco sorprendido por la franqueza de su tía, vaciló antes de responder. «Bueno, es solo que… me he preguntado si los pedicures hacen que tus pies sean más sensibles a las cosquillas. Es una pregunta aleatoria, lo sé.»

Silvia asintió, comprendiendo mejor la curiosidad de su sobrino. «Ah, entiendo. Supongo que es una pregunta válida. Y para responder, no creo que los pedicures hagan que mis pies sean más sensibles, pero nunca se sabe.»

La conversación continuó de manera amistosa mientras compartían la cena. Silvia y Mateo disfrutaron de su tiempo juntos, saboreando la comida y la compañía del otro.

Sin embargo, Silvia decidió ahondar un poco más en el tema, recordando el incidente de hace unos 45 días cuando Mateo le había hecho cosquillas en los pies.

Silvia, intrigada por la persistente curiosidad de Mateo sobre sus pies, decidió indagar un poco más. «Mateo, ¿puedo preguntarte algo? Hace unos días, cuando hiciste cosquillas en mis pies, parecías muy interesado en ellos. ¿Hay alguna razón en particular?»

Mateo, un poco sorprendido por la franqueza de su tía, titubeó antes de responder. «Bueno, es solo que… me ha llamado la atención lo sensibles que son tus pies. Me preguntaba si eso era común o si solo es algo tuyo.»

Silvia asintió, comprendiendo la curiosidad de su sobrino. «Entiendo. Bueno, supongo que cada persona es diferente en cuanto a sensibilidad. Pero sí, mis pies son bastante sensibles, especialmente a las cosquillas. De hecho, es algo que siempre he tenido desde que era niña y tu mamá lo sabe muy bien, además ella también es igual de cosquillosa a mi.»

Mateo escuchó atentamente las palabras de su tía, procesando la información con curiosidad. «¿De verdad, tía? No sabía que mi mamá también era tan cosquillosa», respondió con sorpresa.

Silvia sonrió con nostalgia al recordar momentos de complicidad con su hermana. «Sí, sí. De hecho, solíamos tener nuestras propias guerras de cosquillas cuando éramos jóvenes. Tu mamá y yo pasábamos horas haciéndonos cosquillas una a la otra. Es una tradición familiar», compartió con una risa cálida.

Mateo asintió, imaginándose a su madre y su tía envueltas en batallas de cosquillas. «¡Qué divertido debe haber sido! Nunca me habías contado sobre eso», expresó con genuino interés.

Silvia asintió, disfrutando de la oportunidad de compartir estos recuerdos con su sobrino. «Sí, eran tiempos más simples. Pero bueno, supongo que las cosquillas siempre han sido una parte divertida de nuestra vida», reflexionó mientras continuaban disfrutando de la cena juntos.

Mateo, intrigado por las anécdotas de cosquillas entre su mamá y su tía, no pudo evitar preguntar con curiosidad: «Tía Silvia, ¿dónde más tiene cosquillas mi mamá?»

Silvia sonrió, entretenida por la curiosidad de su sobrino. «Bueno, tu mamá es un poco más reservada con sus cosquillas, pero diría que es especialmente sensible en las axilas y los costados. Aunque no te lo creas, ¡puede ser toda una cosquilluda cuando se lo propone!» respondió con una risa.

Mateo rió ante la imagen mental de su mamá siendo víctima de las cosquillas.

Mientras conversaban y cenaban, Mateo, disimuladamente, miró hacia debajo de la mesa y notó que su tía tenía puestas unas pantuflas. Esta observación lo llevó a idear rápidamente un plan para meterse bajo la mesa, aprovechando cualquier excusa.

«Sí, tienes razón», respondió Mateo, tratando de mantener la calma mientras pensaba en su estrategia. «Bueno, tía, ahora que estamos hablando de pies, ¿te importaría pasarme la sal que está al otro lado de la mesa? Creo que se me olvidó tomarla antes.»

Silvia, un poco sorprendida por la solicitud repentina de Mateo, accedió y se inclinó para alcanzar la sal. Mientras tanto, Mateo aprovechó la oportunidad para deslizarse sigilosamente debajo de la mesa.

Una vez debajo, Mateo se movió con cuidado para evitar ser detectado. Sabía que tenía que actuar rápido si quería llevar a cabo su plan de hacerle cosquillas a su tía nuevamente.

Mateo aprovechando el descuido de su tía, se mete bajo la mesa, le agarra los pies y le quita las pantuflas.

Silvia sintiendo lo que hizo Mateno solo alcanzó a suplicar: «Mateo por favor, así no se vale!».

Eso fue lo último que alcanzó a decir Silvia antes de estallar en carcajadas, producto de las intensas cosquillas que le hacía Mateo en sus hiper suaves plantas.

Después de un rato de risas y cosquillas bajo la mesa, Mateo finalmente dejó los pies de Silvia en paz. La noche continuó con conversaciones animadas y risas, creando recuerdos especiales que atesorarían durante mucho tiempo.

A medida que pasaban los días, Silvia y Mateo siguieron disfrutando de su tiempo juntos durante la cuarentena, creando vínculos más fuertes y compartiendo momentos inolvidables. Aunque la pandemia trajo consigo desafíos, también les brindó la oportunidad de fortalecer su relación familiar y crear recuerdos que perdurarían mucho más allá de estos tiempos difíciles.

Y así, entre risas, cosquillas y complicidad, Silvia y Mateo encontraron una nueva forma de enfrentar juntos los desafíos que la vida les presentaba, fortaleciendo su vínculo familiar y creando recuerdos que durarían toda la vida.

Fin

Original de Tickling Stories

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