abril 28, 2024

Tickling Stories

Historias de Cosquillas. Somos parte de la comunidad en español en Telegram – LTC.

En busca de empleo – Parte 11

Tiempo de lectura aprox: 21 minutos, 55 segundos

En esta nueva historia, vuleve nuestra protagonista Yolanda, una profesora de diseño gráfico de 40 años; junto a su hermana Cristina, una mujer administradora de empresas de 37 años. Ambas comparten una peculiaridad: son extremadamente cosquillosas.

En un día normal, Yolanda y Cristina se encontraban en casa de Yolanda, disfrutando de una tarde tranquila. De repente, recibieron un mensaje en el teléfono de Yolanda. Era de Javier, un estudiante de diseño gráfico de 19 años que había mostrado un interés particular en aprender más sobre el diseño 3D.

«Hola profe», decía el mensaje. «Recuerda lo que conversamos la última vez en su casa. Justo el día que estaba su hermana Cristina. Me preguntaba si era posible hacer esa sesión que pactamos, pero en mi casa. Sería posible eso?»

Yolanda leyó el mensaje con atención, recordando la última vez que Javier les propuso hacer una sesión de cosquillas en su casa. Miró a su hermana Cristina, quien estaba cerca, y le mostró el mensaje.

«¿Qué opinas, Cris?» preguntó Yolanda, sabiendo que su hermana siempre estaba dispuesta a apoyarla en sus proyectos y aventuras.

Cristina leyó el mensaje y reflexionó por un momento. «Bueno, si eso es lo que Javier quiere, no veo por qué no podríamos hacerlo en su casa», dijo, mostrando una sonrisa traviesa.

Yolanda asintió, de acuerdo con la idea. Respondió rápidamente a Javier: «¡Hola Javier! Estamos de acuerdo en hacer la sesión en tu casa. ¿Cuándo te viene bien?»

Javier respondió casi al instante: «¡Genial! ¿Qué tal mañana por la tarde? Estaré en casa a partir de las 3:00 p.m. ¿Le  parece bien?»

Yolanda miró a Cristina y luego tecleó su respuesta: «Perfecto, Javier. Nos vemos mañana a las 3:00 p.m».

Yolanda y Cristina aceptaron la propuesta de Javier, reconociendo que era una oportunidad para trabajar en un ambiente diferente y, además, les resultaría lucrativo

Ambas hermanas llegaron a la casa de Javier vistiendo ropa casual pero elegante, acorde con la ocasión. Yolanda llevaba un suéter blanco y unos jeans ajustados, mientras que Cristina optó por una blusa floreada y unos pantalones de tela negros. Se sentían cómodas y listas para comenzar la sesión de cosquillas, sabiendo que sería un día diferente en el que tendrían que demostrar su habilidad para adaptarse a diversas situaciones.

Yolanda llevaba unos botines negros de tacón bajo, mientras que Cristina optó por unas zapatillas blancas de estilo deportivo. Ambas hermanas tenían el cabello negro y los ojos miel, y llevaban un maquillaje discreto resaltando su belleza natural. Yolanda tenía las uñas de manos y pies pintadas de color rojo intenso, mientras que Cristina tenía las uñas de manos y pies pintadas de color negro. Se prepararon para la sesión de cosquillas, conscientes de que su apariencia no era lo más importante en ese momento, sino su disposición para colaborar con Javier.

No, ninguna de las hermanas llevaba calcetines.

Después de unos veinte minutos de espera, llegó un Uber para llevarlas hasta el apartamento de Javier. Durante el trayecto, que tomó aproximadamente media hora, Cristina y Yolanda iban conversando animadamente sobre sus planes para la sesión de cosquillas. Ambas estaban un poco nerviosas.

Con el sonido del desbloqueo del portero automático, Yolanda y Cristina entraron al edificio y subieron al apartamento de Javier. Al abrir la puerta, fueron recibidas por los ladridos emocionados de los perros de raza schnauzer, quienes los saludaron con entusiasmo mientras movían sus colas. Tom, Negro, Mono y Layka se acercaron, ansiosos por recibir caricias y atención de las recién llegadas.

«¡Hola, Javier!», saludó Yolanda mientras acariciaba a los perros. «¡Qué bien están tus pequeños amigos! ¿Cómo has estado?»

Javier sonrió y les dio la bienvenida. «¡Hola, Yolanda! ¡Hola, Cristina! Estoy bien, gracias. Los perros están emocionados de verlas. ¿Cómo les fue en el camino?»

Cristina, aún un poco nerviosa por la presencia de los perros, respondió: «Todo bien, gracias. Los perros son adorables, pero un poco ruidosos».

«Son un poco juguetones», admitió Javier mientras los perros continuaban su alboroto. «Vamos, entren. Les mostraré el espacio donde trabajaremos».

Al entrar en la habitación designada para la sesión, Javier señaló hacia los cepos y correas colocados en el suelo.

«Como les mencioné, estoy preparando todo para la sesión», explicó Javier mientras las hermanas observaban con curiosidad. «Estos son los cepos y correas que utilizaré para asegurar sus pies durante la sesión».

Las hermanas intercambiaron miradas nerviosas, sintiendo un cosquilleo de anticipación en el estómago. Aunque sabían a lo que venían, ver los implementos de sujeción les recordaba la intensidad de la experiencia que estaban a punto de enfrentar.

Cristina miró los cepos y correas con curiosidad, mientras Yolanda levantaba una ceja intrigada.

«¿Cómo funcionan exactamente estos cepos y correas?» preguntó Yolanda, buscando entender mejor el proceso.

Javier les explicó detalladamente cómo se usaban los cepos para mantener los pies sujetos firmemente en su lugar. «Estos cepos se ajustan alrededor de sus tobillos y se fijan al suelo para evitar que puedan moverse durante la sesión», explicó.

Cristina asintió con comprensión, aunque una ligera ansiedad se manifestaba en su expresión. «Entiendo», dijo, tratando de mantener la calma.

Javier asintió, satisfecho con la idea. «Exactamente. Sus muñecas estarán aseguradas a las correas en los otros extremos, lo que les permitirá estar completamente inmovilizadas de pies y manos», confirmó.

Cristina miró a Javier con preocupación. «Eso suena un poco… extremo, ¿no crees? No estoy segura de estar lista para algo así», expresó con una voz titubeante.

Yolanda asintió en acuerdo con su hermana. «Sí, tienes razón. Sería como una especie de tortura», agregó, compartiendo la preocupación de Cristina.

Javier se tomó un momento para reflexionar antes de hablar. «Entiendo sus inquietudes. Sin embargo, puedo asegurarles que seré muy cuidadoso y respetuoso durante la sesión. Además, si están dispuestas a aceptar un poco más de compensación, podríamos hacer la sesión en ropa interior, lo que facilitaría la movilidad y haría que la experiencia fuera más cómoda para ustedes», sugirió, buscando un compromiso que beneficiara a ambas partes.

Cristina y Yolanda intercambiaron miradas, evaluando la propuesta de Javier en silencio por un momento. Luego, Cristina habló primero, con una expresión pensativa en su rostro. «Bueno, supongo que si eso nos da un poco más de movilidad y comodidad durante la sesión, podría ser una opción a considerar», admitió, buscando el consentimiento de su hermana.

Yolanda asintió, pensando en la sugerencia. «Sí, estoy de acuerdo. Además, si eso facilita las cosas para Javier y nos permite explorar más creativamente las ideas para el proyecto, creo que deberíamos intentarlo», agregó, mostrando su disposición a aceptar la propuesta.

Con ambas hermanas de acuerdo en la nueva disposición, se prepararon mentalmente para la sesión que tendría lugar. Aunque un poco nerviosas por lo que les esperaba, estaban decididas a hacer todo lo posible para ayudar a Javier con su proyecto y aprovechar al máximo la experiencia.

Conscientes de su acuerdo, Yolanda y Cristina se dirigieron a la habitación para prepararse para la sesión. Yolanda optó por una ropa interior negra, mientras que Cristina eligió una en tono rojo, cada una buscando sentirse cómoda y segura en esta situación peculiar. Mientras se cambiaban, compartían comentarios sobre la decisión que habían tomado, reafirmando su determinación de hacer que la sesión fuera un éxito para Javier.

Una vez listas, ambas hermanas se descalzaron, dejando al descubierto sus pies suaves y delicados. Con los zapatos fuera del camino, se prepararon mentalmente para lo que estaba por venir, sintiendo una mezcla de emoción y nerviosismo mientras se dirigían de vuelta a la habitación donde los esperaba Javier.

Javier les pidió a ambas hermanas que se acostaran en el suelo, posicionándolas de manera que quedaran frente a frente. Con cuidado, las ató de pies y manos a los cepos y correas anclados en el suelo, asegurándose de que estuvieran bien sujetas pero cómodas al mismo tiempo. Yolanda y Cristina se miraron entre ellas con una mezcla de emoción y nerviosismo, conscientes de que estaban a punto de embarcarse en una experiencia inusual y quizás un tanto intimidante.

«Bien, ¿se sienten cómodas?» – preguntó Javier.

«Sí, pero esto es un poco extraño. ¿Realmente necesitas atarnos así?» – respondió Yolanda.

«Estoy un poco nerviosa, pero confío en que sabes lo que estás haciendo, Javier.» – también respondió Cristina

En ese momento, Javier abre la puerta de la habitación y entran sus cuatro perros, cada uno con una expresión juguetona en sus rostros peludos.

«Ellos serán sus ticklers, mis cuatro fieles compañeros. ¡Disfruten!» – comentó Javier

Yolanda y Cristina, atónitas, miran cómo los perros se acercan lentamente, con la clara intención de comenzar la sesión de cosquillas.

«¡Espera un momento! ¿Estás diciendo que estos adorables perros serán nuestros ‘ticklers’?» – comentó Yolanda

«¡No puedo creerlo! ¡Javier, esto es una locura!» – dijo Cristina

«Tranquilas, no se preocupen. Mis perros son muy juguetones, pero también muy obedientes. Les encanta participar en nuestras sesiones de cosquillas». – respondió Javier

Las hermanas intercambian miradas nerviosas, todavía sorprendidas por la inesperada situación en la que se encuentran.

Javier, con una sonrisa casi diabólica en su rostro, se dirigió a la alacena y sacó un frasco de mantequilla de maní. Las hermanas observaban con creciente inquietud mientras él comenzaba a untar la pegajosa sustancia en diferentes partes de sus cuerpos, cubriendo sus axilas, costillas, cintura, ombligo, piernas, pies, dedos de los pies y plantas de los pies.

Mientras untaba mantequilla de maní en los cuerpos de ambas hermanas, éstas no pudieron evitar reír.

Yolanda y Cristina intercambiaron miradas de preocupación, en medio de las risas, preguntándose qué clase de experiencia les esperaba. Mientras tanto, los perros, atados en un rincón de la habitación, ladraban y gimoteaban ansiosos, atraídos por el irresistible olor a mantequilla de maní.

La tensión en la habitación era palpable mientras Javier terminaba de untar la mantequilla de maní en las hermanas, preparando el escenario para lo que prometía ser una experiencia inusual y, posiblemente, inolvidable.

«¿Qué estás haciendo, Javier? Esto se está volviendo demasiado extraño». – decía Yolanda

«Sí, ¿no es suficiente con los perros? ¿Por qué necesitas poner mantequilla de maní en nosotras?» – replicaba Cristina

«Tranquilas, chicas. La mantequilla de maní hace que las cosquillas sean mucho más intensas. Confíen en mí, será una experiencia única». – respondía Javier

Los perros, atrapados y ansiosos, comenzaron a ladrar y jadear, atraídos por el olor tentador que llenaba la habitación. La situación se estaba volviendo cada vez más surrealista para las hermanas, quienes se encontraban completamente vulnerables y a merced de lo que vendría a continuación.

Javier se detuvo por un momento, observando el efecto que su acción tenía en las hermanas. Con una mirada de anticipación y una sonrisa traviesa en su rostro, se volvió hacia Yolanda y Cristina.

«Esto va a ser divertido», dijo Javier, casi para sí mismo, antes de dirigirse a las hermanas. «Espero que estén listas para una experiencia única. Los perros están ansiosos por jugar, y estoy seguro de que disfrutarán mucho de lo que está por venir».

Yolanda y Cristina intercambiaron miradas nerviosas, pero asintieron con determinación. «Estamos listas», dijo Yolanda con voz firme, tratando de ocultar su creciente ansiedad.

Cristina, aunque un poco menos segura, también asintió. «Sí, estamos listas», agregó, tratando de mantener la compostura a pesar de los nervios que sentía.

A pesar de las palabras de las hermanas, Javier aún no soltaba a sus cachorros, prolongando la anticipación y aumentando la tensión en la habitación.

Javier sonrió satisfecho por la respuesta de las hermanas, pero aún no soltaba a sus cachorros. Observó cómo la ansiedad se reflejaba en sus rostros, disfrutando del poder que tenía sobre la situación.

«Antes de comenzar, quiero que sepan que esto será una experiencia intensa», dijo Javier, su tono serio agregando un aire de misterio a la habitación. «Los perros pueden ser juguetones, pero también son muy efectivos en lo que hacen».

Yolanda y Cristina asintieron, sus corazones latiendo con fuerza mientras se preparaban para lo que estaba por venir. A pesar de su nerviosismo, estaban decididas a enfrentar el desafío que tenían por delante.

Javier dio un último vistazo a sus cachorros, quienes estaban impacientes por unirse a la diversión. Sin embargo, aún no soltaba las correas que los mantenían a raya, prolongando deliberadamente el momento antes del inicio de la sesión de cosquillas.

Javier soltó a sus cachorros, quienes comenzaron a moverse inquietos, siguiendo el olor de la mantequilla de maní que cubría el cuerpo de Yolanda y Cristina. Las hermanas, acostadas en el suelo con sus cuerpos untados, miraban nerviosas mientras los perros se acercaban lentamente, husmeando en el aire con curiosidad. Javier, con una mezcla de emoción y ansiedad en su rostro, observaba atentamente la escena, esperando ver la reacción de sus mascotas.

Yolanda y Cristina intercambiaron miradas preocupadas mientras los perros se acercaban más, sus hocicos buscando el olor irresistible de la mantequilla de maní. A medida que los animales se acercaban, las hermanas podían sentir la tensión aumentar, preguntándose qué pasaría a continuación.

Yolanda no pudo contener la risa cuando los cachorros comenzaron a lamerla por todo el cuerpo, evitando hábilmente sus pies. Sus carcajadas resonaron en la habitación, mientras los perros continuaban explorando cada centímetro de su piel cubierta de mantequilla de maní.

«No deberían ir a mis pies?», preguntó entre risas, tratando de contener las cosquillas que la invadían. «¡Javier, ¿qué has hecho?!», preguntó, entre risas y suplicas, mientras los perros continuaban su travesura.

Javier observaba la escena con una sonrisa traviesa, disfrutando del caos que había creado. «Solo quería agregar un poco de emoción a nuestra sesión de cosquillas», respondió, divertido por la reacción de las hermanas.

Cristina, viendo la situación desde su posición, no pudo evitar reírse junto con su hermana. «¡Esto es ridículo!», exclamó entre risas, mientras los perros seguían lamiendo el cuerpo de Yolanda.

Javier se rió ante la situación, tranquilizando a las hermanas. «No se preocupe profe. Los perros llegarán a sus pies en algún momento», aseguró, mientras observaba divertido la escena.

Cristina miraba nerviosamente a los perros, anticipando el momento en que alcanzarían sus pies cubiertos de mantequilla de maní. Mientras tanto, Yolanda, aún entre risas, no parecía preocupada por lo que estaba por venir.

Los perros continuaron lamiendo el cuerpo de Yolanda, disfrutando del delicioso sabor de la mantequilla de maní, mientras las risas llenaban la habitación. A pesar de la incertidumbre de Cristina, la atmósfera estaba llena de diversión y emoción.

La risa de Yolanda se volvió aún más intensa cuando dos de los cachorros comenzaron a lamerle los pies con entusiasmo, explorando cada rincón con sus húmedas lenguas. Sus cosquillas eran irresistibles, y Yolanda no podía contener las carcajadas mientras los perros jugueteaban con sus pies.

Entre risas y suplicas, Yolanda intentaba sacudir sus pies, pero los cachorros continuaban su ataque cosquilloso con renovado vigor. Cada lamida en los dedos, las plantas y los talones provocaba una explosión de risas en la profesora de diseño gráfico, quien estaba completamente entregada al delicioso tormento.

Mientras tanto, Cristina observaba la escena con una mezcla de nerviosismo y diversión, sin poder evitar reír ante la situación. Javier, por su parte, se unía a las risas, disfrutando del caos cómico que había creado en su apartamento.

Javier observaba con una sonrisa traviesa cómo los cachorros jugueteaban con los pies de Yolanda. «Parece que a Tom y a Negro les encantan tus pies, Yolanda», comentó, divertido por la situación.

Yolanda, entre risas y suplicas, respondió entre jadeos entrecortados. «¡Por favor, Javier, haz algo! ¡Me muero de cosquillas!», rogó, mientras intentaba alejar a los perros de sus pies, sin éxito alguno.

Cristina, contagiada por la risa de su hermana, no pudo evitar comentar. «¡Esto es una locura! ¡Javier, detén a esos cachorros traviesos!», exclamó, entre carcajadas nerviosas, mientras veía cómo los perros continuaban su festín cosquilloso.

Javier, disfrutando del caos, respondió con una sonrisa. «Tranquila, Yolanda. Los perros se cansarán pronto y dejarán de molestarte», aseguró, aunque su tono divertido dejaba claro que estaba disfrutando cada momento de la situación.

Los cuatro perros, cada vez más entusiasmados, continuaban lamiendo los pies de Yolanda con frenesí, explorando cada rincón entre sus dedos y las suaves plantas. Yolanda, entre risas y suplicas desesperadas, se retorcía en el suelo intentando escapar de las cosquillas implacables.

«¡Por favor, paren! ¡No puedo más!», gritaba Yolanda entre carcajadas, mientras sus pies eran el centro de atención de los juguetones cachorros. A pesar de sus súplicas, los perros parecían aún más entusiasmados, como si disfrutaran de la reacción tan intensa de Yolanda ante sus cosquillas.

Cristina, incapaz de contener la risa ante la situación, intentaba ayudar a su hermana, aunque era evidente que los perros estaban demasiado emocionados como para detenerse. La escena se tornaba cada vez más caótica, con Yolanda sumergida en una tormenta de risas y cosquillas, mientras los perros continuaban con su travieso festín.

Javier, sin decir una palabra, hizo un gesto a los perros para que cambiaran su atención hacia Cristina. Los cachorros, obedientes a su amo, se movieron rápidamente hacia ella, ansiosos por continuar con su tarea de exploración y cosquilleo.

Cristina, viendo cómo los perros se acercaban a ella con curiosidad, no pudo contener un nervioso escalofrío. Sabía que su turno estaba próximo y que enfrentaría la misma oleada de cosquillas que había afectado a su hermana.

Mientras los perros comenzaban a lamer a Cristina, Javier observaba la escena con una sonrisa satisfecha.

«¡Oh, no, por favor, para!», suplicaba Cristina entre risas desesperadas mientras los perros exploraban cada rincón de sus pies con sus lenguas ásperas.

«¿Cómo te sientes, Cristina? ¿Es demasiado para ti?» preguntó Javier con una expresión juguetona, disfrutando del espectáculo que tenía ante él.

Cristina, incapaz de hablar coherentemente entre risas y jadeos, solo podía suplicar en un intento desesperado de detener la tortura cosquillosa que estaba experimentando. Los perros, por su parte, continuaban su tarea incansablemente, explorando cada centímetro de sus pies con entusiasmo.

La habitación resonaba con el sonido de las risas y las suplicas mientras los perros continuaban con su traviesa tarea. Yolanda, aún recuperándose de su propia tortura cosquillosa, observaba la escena con una mezcla de diversión y alivio, agradecida de no ser ella la que estaba siendo lamida por los perros en ese momento.

Javier, por su parte, estaba completamente absorto en la escena, observando con fascinación cómo los perros exploraban cada rincón del cuerpo de Cristina con sus lenguas ásperas. La expresión en su rostro era de pura satisfacción, disfrutando del espectáculo que había creado.

Entre risas y suplicas, la sesión de cosquillas con los traviesos perros continuaba, dejando a las hermanas atrapadas en un torbellino de emociones y sensaciones mientras Javier observaba con deleite el caos que había desatado.

Javier, con una sonrisa traviesa en el rostro, se acercó a Yolanda y anunció su próxima acción. «Ahora es mi turno de unirme a la diversión», dijo con malicia, mientras se preparaba para atacar las axilas de Yolanda.

Yolanda, que todavía se estaba recuperando de la sesión de cosquillas de los perros, suplicó entre risas. «¡No, por favor, no puedo soportarlo más!» gritó, con lágrimas de risa brotando de sus ojos mientras Javier comenzaba su ataque.

Con movimientos rápidos y precisos, Javier se abalanzó sobre las vulnerables axilas de Yolanda, haciendo que estallara en carcajadas desesperadas. «¡Detente, por favor, me estoy volviendo loca!» suplicó, entre risas incontrolables, mientras luchaba por liberarse de las cosquillas.

Las carcajadas de Yolanda se mezclaron con las de su hermana Cristina, quien, a pesar de estar siendo lamida por los perros, no podía contener su risa al ver a su hermana sometida a las cosquillas de Javier. La habitación estaba llena de risas y suplicas, con los sonidos de la diversión y el caos llenando el aire mientras la sesión de cosquillas continuaba sin cesar.

Javier, con un frasco de mantequilla de maní en la mano, se acercó a Yolanda con una sonrisa traviesa. «Parece que tus pies también necesitan un poco de atención», bromeó, mientras comenzaba a untar más mantequilla en las plantas de los pies de Yolanda.

Yolanda, entre risas y jadeos, apenas pudo articular palabras mientras los perros regresaban para lamer el nuevo manjar sobre su vientre. «¡Ah, no, por favor, para!» suplicó, entre carcajadas desesperadas, mientras los suaves lametones de los perros la hacían cosquillas.

Cristina, viendo cómo los perros se apartaban de ella para dirigirse a su hermana, tomó aire agitada, disfrutando del breve respiro mientras observaba la escena con una sonrisa divertida.

Mientras tanto, Javier no perdió el tiempo y comenzó a atacar las plantas de los pies de Yolanda con sus dedos ágiles. «¿Listos para más cosquillas, Yolanda?» preguntó, con una risa juguetona mientras veía la reacción de su profesora.

Yolanda, entre risas histéricas, apenas pudo asentir con la cabeza mientras sus pies eran sometidos a una tortura cosquillosa implacable. «¡Por favor, basta, no puedo más!» exclamó, entre risas desesperadas, mientras luchaba por liberarse de las cosquillas. La habitación resonaba con el sonido de las carcajadas y las suplicas, mientras la sesión de cosquillas continuaba en pleno apogeo.

Yolanda, con sus pies atrapados en el cepo, los movía frenéticamente en un intento desesperado por escapar de las cosquillas implacables de Javier. «¡Por favor, detente!» suplicaba entre risas histéricas, mientras los cachorros continuaban lamiendo su vientre, añadiendo una capa de cosquillas adicionales a la tortura.

Javier, con una sonrisa traviesa, aumentó la intensidad de las cosquillas en las plantas de los pies de Yolanda. «¡Oh, vamos, Yolanda, solo estamos empezando!» bromeó, disfrutando de la reacción de su profesora.

Mientras tanto, Cristina observaba nerviosa desde su posición inmovilizada en el suelo, tomando aire agitada mientras veía cómo su hermana era sometida a la tortura cosquillosa. «¡Javier, por favor, déjala descansar un poco!» rogó, sintiendo empatía por Yolanda mientras ella misma luchaba contra la sensación de cosquillas en su propio cuerpo.

La habitación resonaba con el sonido de las carcajadas, los ruegos desesperados y los lametones de los perros, creando una atmósfera caótica y divertida a la vez. La sesión de cosquillas continuaba, y Yolanda y Cristina estaban completamente a merced de la implacable determinación de Javier y sus traviesos cachorros.

Javier, al escuchar la súplica de Cristina, se acercó a ella con una sonrisa juguetona. «No te preocupes, Cristina, ya llegará tu turno», dijo con complicidad mientras se preparaba para desatar su cosquillero ataque en los pies de la hermana menor.

Cristina, sintiendo una mezcla de nerviosismo y anticipación, apretó los puños con fuerza mientras observaba cómo Javier se acercaba lentamente hacia ella. Las cosquillas de Yolanda aún resonaban en la habitación, pero sabía que pronto sería su turno de experimentar la misma sensación de cosquilleo incontrolable.

Javier, con una mirada traviesa, regresó a las plantas de los pies de Yolanda, sabiendo que aún podía sacarle más risas y suplicas desesperadas. Con dedos ágiles, comenzó a hacer cosquillas en cada centímetro de sus plantas hipersensibles, provocando una nueva oleada de carcajadas y súplicas por parte de la profesora de diseño gráfico.

Yolanda, atrapada en una mezcla de placer y tormento, se retorcía y contorsionaba, tratando desesperadamente de escapar de las cosquillas implacables de Javier. Cada caricia de sus dedos le enviaba oleadas de cosquillas que recorrían todo su cuerpo, haciéndola reír sin control y suplicar por un respiro que parecía no llegar.

¡Ayuda! ¡Por favor, para, no puedo más! ¡Detente, por favor! ¡Javier, basta! ¡Jajajajajajajajaja! ¡No puedo con esto! ¡Tengo muchas cosquillas en los pies! ¡Javier, para ya! ¡Jajajajajajajajajaja! ¡Por favor, para, para, para! ¡Jajajajajajajajajaja! ¡No puedo respirar! ¡Para, por favor! ¡Ayudaaaaaa jajajajajajajajajaja! ¡Mis pies no pueden soportar más esto jajajajajajajajajaja! ¡Para, para, para! ¡Jajajajajajajajajaja! ¡Javier, detente! ¡Jajajajajajajajajaja! – reía y suplicaba Yolanda con desespero.

Las cosquillas en las plantas de sus pies eran tan intensas que Yolanda había olvidado por completo la presencia de los cachorros lamiendo su vientre y también haciéndole cosquillas. Sus risas y súplicas llenaban la habitación mientras sus pies se retorcían y se movían frenéticamente, intentando escapar de las cosquillas implacables de Javier.

Mientras tanto, los cachorros continuaban su tarea incansable de explorar el abdomen de Yolanda, lamiendo y provocando cosquillas adicionales que la hacían retorcerse aún más. La combinación de cosquillas en los pies y en el vientre llevó a Yolanda a un estado de histeria cómica, donde las risas se mezclaban con las súplicas desesperadas.

Cristina, desde su posición inmovilizada en el suelo, observaba la escena con asombro y nerviosismo, sintiendo una mezcla de empatía por su hermana y ansiedad ante lo que le esperaba a ella. Aunque estaba agradecida de no estar sufriendo las cosquillas en ese momento, sabía que su turno llegaría pronto.

Mientras tanto, Javier continuaba su ataque cosquilloso, alternando entre las plantas de los pies y el abdomen de Yolanda, disfrutando cada carcajada y súplica que arrancaba de ella. La habitación resonaba con el sonido alegre y caótico de la risa, mientras los cachorros, completamente emocionados, seguían participando en la divertida tortura.

La sesión de cosquillas parecía no tener fin, y Yolanda, atrapada en un ciclo interminable de risas y desesperación, se preguntaba cuánto tiempo más podría resistir antes de rendirse por completo ante las cosquillas implacables de Javier y los traviesos cachorros.

¡Ayuda! ¡Por favor, para, no puedo más! ¡Detente, por favor! ¡Javier, basta! ¡Jajajajajajajajaja! ¡No puedo con esto! ¡Tengo muchas cosquillas en los pies! ¡Javier, para ya! ¡Jajajajajajajajajaja! ¡Por favor, para, para, para! ¡Jajajajajajajajajaja! ¡No puedo respirar! ¡Para, por favor! ¡Ayudaaaaaa jajajajajajajajajaja! ¡Mis pies no pueden soportar más esto jajajajajajajajajaja! ¡Para, para, para! ¡Jajajajajajajajajaja! ¡Javier, detente! ¡Jajajajajajajajajaja! – reía y suplicaba Yolanda con desespero.

Javier finalmente se detuvo y retiró a los cachorros de Yolanda, reconociendo que había llegado el momento de liberarla de su atadura cosquillosa. Con habilidad, desató las correas que mantenían a Yolanda inmovilizada y la ayudó a incorporarse, mientras ella se encogía y se sentaba, tratando de recuperar el aliento entre risas entrecortadas.

«¡Uff, eso estuvo intenso!», exclamó Yolanda, aún riendo mientras se frotaba las plantas de los pies para calmar la sensación de cosquillas. «¡Nunca imaginé que la mantequilla de maní sería tan efectiva para provocar cosquillas!»

Javier se acercó a Cristina con una sonrisa traviesa en el rostro. «Ahora es tu turno», dijo mientras tomaba un poco más de mantequilla de maní y comenzaba a untarla en el vientre de Cristina. Los cachorros, ansiosos por el olor, se lanzaron hacia ella, lamiendo frenéticamente su abdomen y provocando una oleada de cosquillas intensas.

Cristina se retorcía en el suelo, sujetada por las ataduras, mientras las cosquillas la hacían reír a carcajadas. «¡Ahahahahahah! ¡Por favor, deténganse! ¡Jajajajaja! ¡Es demasiado!» suplicaba entre risas descontroladas, sintiendo cómo las cosquillas se intensificaban con cada lamida de los cachorros.

Javier observaba con diversión mientras los perros continuaban su tarea cosquillosa, disfrutando del espectáculo que se desarrollaba frente a él. La habitación resonaba con las risas y las súplicas de Cristina, creando una atmósfera llena de alegría y camaradería entre los tres protagonistas de esta inusual sesión de cosquillas.

Yolanda observaba con nerviosismo y risa nerviosa cómo su hermana se retorcía de risa ante las intensas cosquillas de los cachorros. Mordiéndose el labio inferior, se tomó un momento para limpiarse la mantequilla de maní que había quedado en sus manos y cuerpo con un pañito húmedo, mientras continuaba mirando la escena con atención; olvidando que aún tenía rastros de mantequilla de maní en sus pies.

Javier se acercó a Yolanda con una sonrisa juguetona. «Así te veías tú hace un momento», comentó, señalando a Cristina entre risas. Yolanda asintió, aún con una mezcla de nerviosismo y diversión en su expresión. «Sí, parece que les gusta el maní tanto como a mí», respondió, riendo entre dientes mientras observaba cómo los cachorros continuaban su ataque cosquilloso contra su hermana.

La atmósfera en la habitación era de pura diversión y camaradería, a pesar de las intensas cosquillas que experimentaban. Los tres compartían risas y comentarios, creando recuerdos inolvidables en esta inusual sesión de cosquillas.

Yolanda, concentrada en limpiarse la mantequilla de maní de sus manos y cuerpo, no se percató de que uno de los cachorros se había acercado sigilosamente a sus pies. De repente, sintió la húmeda lengua del cachorro lamiendo los empeines y dedos de sus pies, lo que la hizo soltar una risa descontrolada y trató de apartar al cachorro con sus manos.

Sin embargo, el cachorro persistió, volviendo una y otra vez a lamer sus cosquillosos pies, lo que provocaba que Yolanda riera aún más fuerte. «¡Javier, por favor, ayúdame a quitármelo de encima!» suplicó entre risas, mientras intentaba apartar al cachorro una vez más.

Mientras Yolanda luchaba con el cachorro que insistía en lamer sus pies, Cristina continuaba riendo a carcajadas mientras los cuatro cachorros se enfocaban en hacer cosquillas en su vientre. Entre risas y suplicas, Cristina se retorcía de risa, incapaz de contenerse ante las cosquillas intensas de los cachorros.

Javier, viendo la situación, se apresuró a ayudar a Yolanda a liberarse del cachorro travieso, mientras ella, entre risas y alivio, finalmente lograba limpiar sus pies de la mantequilla de maní.

Javier, notando que Yolanda ya se había deshecho de la mantequilla de maní y aún en su ropa interior, se dirigió hacia los pies de Cristina, quien parecía ansiosa por recibir cosquillas. Con una sonrisa traviesa, Javier se acercó a ella y comenzó a hacerle cosquillas en las plantas de los pies, desatando una nueva ola de risas y carcajadas por parte de Cristina. Mientras tanto, Yolanda, recuperándose del ataque de cosquillas, observaba con una sonrisa mientras disfrutaba del espectáculo.

Cristina se retorcía entre carcajadas desesperadas mientras las cosquillas de Javier la hacían estallar en risas incontrolables.

¡Jajajajajaja! ¡Por favor, para, para, para, jajajajajaja! ¡No puedo más, jajajajajaja! ¡Javier, por favor, jajajajajaja! ¡Mis pies, jajajajaja! ¡Ayúdame, jajajajaja! ¡Jajajajajaja!

Entre risas entrecortadas, lanzaba suplicas desesperadas, pidiendo a Javier que parara, pero sus palabras se perdían entre las risas y los ladridos de los cachorros que lamían su vientre. Su risa resonaba en la habitación, mezclándose con los ladridos de los perros y creando un ambiente de caos y diversión desenfrenada. A pesar de sus súplicas, Cristina no podía contener la risa que la invadía por completo, convirtiendo la sesión en una experiencia salvajemente divertida.

Javier se acerca a Cristina con una sonrisa traviesa. «Ahora, Cristina, voy a untar un poco más de mantequilla de maní en cada rincón de tus pies», dice con picardía. «Estamos ansiosos por ver cómo estos hermosos cachorros se divierten con ellos». Cristina lanza una mirada de súplica mientras Javier comienza a untar la mantequilla. «¡Por favor, no, ya no puedo más!», exclama Cristina entre risas y suplicas desesperadas. Mientras tanto, Yolanda observa en silencio, sin decir una palabra, mientras la escena se desarrolla frente a ella.

Javier continúa untando generosamente los pies de Cristina con mantequilla de maní, asegurándose de cubrir cada rincón, desde las puntas de los dedos hasta los talones. Los cachorros, ansiosos y desesperados por participar, observan con impaciencia, moviendo sus colas y lanzando pequeños ladridos. Cristina, entre risas nerviosas y suplicas desesperadas, intenta contenerse mientras anticipa lo que está por venir.

Javier, con una sonrisa traviesa, se dirige a Cristina y le pregunta: «¿Estás lista, Cristina?» Sin embargo, ella responde con un simple «No», entre risas nerviosas y anticipación. La tensión en la habitación aumenta mientras los cachorros esperan ansiosamente su turno para atacar los pies de Cristina.

Los cachorros, al recibir la señal de Javier, salen corriendo hacia los pies de Cristina, ansiosos por saborear la mantequilla de maní. Comienzan a lamer frenéticamente, moviendo sus lenguas de un lado a otro, incluso dando pequeños mordiscos a los dedos y plantas de los pies, como si intentaran arrancar la mantequilla de maní. Cristina, entre risas descontroladas y suplicas desesperadas, intenta apartar a los cachorros de sus pies, pero estos continúan con su tarea incansable.

Javier, entre risas, exclama: «¡Vaya, parece que les encanta la mantequilla de maní en tus pies, Cristina!»

Cristina, entre carcajadas desesperadas, trata de apartar a los cachorros de sus pies, mientras implora entre risas: «¡Javier, por favor, para! ¡No puedo más, jajajaja! ¡Mis pies no aguantan más esto!»

Javier, entre risas, responde: «¡Parece que los cachorros se están divirtiendo tanto como nosotros, jajaja!»

Yolanda, con una expresión de alivio, interviene: «¡Ay, sí! ¡No me quiero imaginar si esos cachorros estuvieran lamiendo mis pies! ¡Me moriría de la risa!»

Con las risas de Cristina llenando la habitación y las palabras de Yolanda, la atmósfera se llena de una mezcla de emoción y alivio, mientras los cachorros continúan con su tarea incansable.

Los cachorros continuaban lamiendo y mordisqueando los dedos y las plantas de los pies de Cristina con ferocidad, como si estuvieran decididos a arrancar hasta la última gota de mantequilla de maní. Entre carcajadas desesperadas, Cristina suplicaba entre risas: «¡Javier, basta! ¡Mis pies ya no pueden más, jajajaja! ¡Por favor, para!»

Javier, entre risas, respondía: «¡Oh, pero si recién estamos comenzando, jajaja! ¡Aún hay mucho más por venir!»

Yolanda, mirando la escena con asombro, agregaba: «¡No puedo creer lo incansables que son esos cachorros! ¡Definitivamente son unos expertos en cosquillas, jajaja!»

Los cachorros, con una energía frenética, mordían y lamían las plantas hipercosquillosas de los pies de Cristina, buscando cada rincón donde pudieran encontrar restos de mantequilla de maní. Entre carcajadas desesperadas, Cristina rogaba entre risas: «¡Javier, por favor, para! ¡No soporto más cosquillas, jajajjajajajajajajaja!»

Javier, entre risas, respondía: «¡Oh, pero si apenas llevamos poco tiempo, jajaja!»

Yolanda, sorprendida por la intensidad de la escena, agregaba: «¡Es increíble cómo se aferran a esos pies, jajaja! ¡Definitivamente tienen buen gusto por la mantequilla de maní!»

Mientras tanto, los cachorros continuaban con su labor, sin mostrar signos de cansancio, mientras las risas y las súplicas llenaban la habitación.

Cristina movía frenéticamente sus pies, tratando desesperadamente de escapar de la tortura que los cachorros le infligían mientras mordían sin piedad sus plantas hipercosquillosas. Entre carcajadas y súplicas entrecortadas, apenas lograba articular palabras: «¡Javier, por favor! ¡Para ya! ¡Mis pies no aguantan más, jajaja! ¡Detén a estos locos, jajaja!»

Javier, entre risas, respondía: «¡Vamos, Cristina, aún no hemos terminado! ¡Esto es solo el comienzo de la diversión, jajaja!»

Mientras tanto, Yolanda observaba la escena con una mezcla de incredulidad y diversión, sin poder contener la risa ante la situación surrealista que se desarrollaba frente a sus ojos.

Los cachorros, cada vez que mordían las plantas de los pies de Cristina y esta movía frenéticamente sus pies, emitían un gruñido que parecía una mezcla entre emoción y ansiedad, como si estuvieran disfrutando del juego pero también desafiados por los movimientos de Cristina. Sus gruñidos se mezclaban con las carcajadas y súplicas de Cristina, creando una sinfonía caótica de sonidos en la habitación

Yolanda, preocupada por su hermana, se dirigió a Javier entre risas y compasión. «Javier, creo que ya es suficiente para Cristina. Por favor, quítale a los cachorros de los pies, parece que ya no puede más con tantas cosquillas».

Javier asintió comprensivamente y continuó con su tarea, sin intención de detener la sesión de cosquillas en los pies de Cristina. «Solo un momento más», dijo Javier mientras seguía entreteniendo a los cachorros en los pies de Cristina. Yolanda observó con preocupación cómo la risa de su hermana se mezclaba con muestras evidentes de agotamiento. «Ya casi se los quito», respondió Javier, notando la tensión en el rostro de Cristina mientras continuaba siendo víctima de las cosquillas implacables. «Los pies de Cristina están tan rojos como su cara por tanto reír», comentó Yolanda, preocupada por el bienestar de su hermana mientras observaba la escena con atención.

Javier finalmente retiró a los cachorros de los pies de Cristina, sacándolos de la habitación para darle un respiro a la agotada joven. Con un paño húmedo en mano, procedió a limpiar suavemente los pies hipersensibles de Cristina, quien tomaba aire entre risas nerviosas. Yolanda, agradecida por la pausa, miró a Javier con una expresión de alivio, aunque no dijo una palabra. Por su parte, Javier permaneció en silencio mientras continuaba cuidando de Cristina, sin mostrar indicios de liberarla de su posición inmovilizada.

Javier se dirigió a Yolanda con una propuesta: «¿Qué te parece si nos unimos y le hacemos cosquillas a Cristina en los pies durante unos 10 minutos más y luego terminamos? ¿Estás de acuerdo?». Yolanda, aunque dudaba un poco, asintió y se aproximó junto a Javier hacia los pies vulnerables de Cristina. Mirando a su hermana con una mezcla de complicidad y pesar, Yolanda le dijo: «Lo siento, hermanita». Sin más preámbulos, comenzaron a hacerle cosquillas en las plantas de los pies a Cristina, quien entre risas desesperadas y suplicas intentaba mover los pies para escapar de las cosquillas incesantes. Las carcajadas desesperadas de Cristina llenaron la habitación mientras Yolanda y Javier continuaban con la tortura cosquillosa, alternando entre risas y diálogos cómplices. A pesar de sus ruegos, la sesión de cosquillas parecía no tener fin, prolongándose por unos interminables minutos más.

«¡Ahahaha! ¡No, por favor! ¡Javier, Yolanda, paren! ¡Hahahaha! ¡No puedo más! ¡Jajajajaja! ¡Por favor, deténganse! ¡Hahahaha! ¡Me duele de tanto reír! ¡Javier, Yolanda, ya basta! ¡Jajajajaja! ¡Por favoooorrrrr! ¡Hahahaha! ¡Ayuda, no puedo máaaaasssss! ¡Jajajajaja! ¡Pareeeeeen, pareeeeeeen, pareeeeeen! ¡Hahahaha! ¡No puedo, no puedo con esto! ¡Jajajajjajajajajajajajaaaja! ¡Hahahaha!»

Después de 10 minutos de intensas cosquillas, Javier y Yolanda finalmente se detienen. Cristina, exhausta y con los pies rojos y sensibles, toma aire agitada entre risas y sollozos. Javier y Yolanda se miran entre sí, satisfechos con la sesión de cosquillas.

«Creo que ya es suficiente por hoy», dice Javier, sonriendo.

«Estoy de acuerdo», responde Yolanda, con una sonrisa comprensiva hacia su hermana.

Cristina, entre risas y jadeos, agradece entre dientes, «Gracias… no sé si puedo moverme… jajajaja».

Después de que Javier libera a Cristina de las ataduras, ella se levanta lentamente, aún recuperándose del intenso cosquilleo. Mientras se limpia con un paño húmedo, Yolanda comienza a vestirse, sintiéndose aliviada de que la sesión haya llegado a su fin.

Los tres se reúnen en el centro de la habitación y comienzan a conversar sobre la experiencia que acababan de compartir. Cristina, con una sonrisa cansada pero aún presente en su rostro, comenta: «¡Vaya experiencia! Nunca había sentido cosquillas así de intensas».

Javier asiente, añadiendo: «Fue divertido ver cómo reaccionaban ustedes dos. Los cachorros realmente disfrutaron la mantequilla de maní en sus pies».

Yolanda ríe, recordando los momentos de risas y suplicas desesperadas. «Definitivamente una sesión de cosquillas que nunca olvidaremos», dice, mientras termina de ajustarse la ropa.

Después de unos minutos más de conversación, deciden que es hora de despedirse. Javier agradece a las hermanas por participar en la sesión, y las hermanas agradecen a Javier por la experiencia única.

Con risas y buenos recuerdos, se despiden y cada uno se dirige a sus respectivos hogares, llevando consigo una experiencia que siempre recordarán.

Original de Tickling Stories

 

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