abril 28, 2024

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En busca de empleo – Parte 12

Tiempo de lectura aprox: 13 minutos, 43 segundos

Raquel, una chica gótica de 27 años, tenía una apariencia única y distintiva. Con su piel pálida y su cabello negro azabache que caía en cascada sobre sus hombros, Raquel destacaba entre la multitud. Sus ojos, enmarcados por gruesas pestañas oscuras, resaltaban en un penetrante color verde esmeralda, añadiendo un toque misterioso a su rostro. De estatura media y figura esbelta, Raquel se vestía con atuendos góticos, caracterizados por prendas negras, accesorios de cuero y maquillaje oscuro que resaltaba su estilo alternativo. Calzaba botas negras de plataforma y tenía un tatuaje en forma de corona de espinas en su tobillo derecho.

En contraste, su madre, Maritza, irradiaba elegancia y sofisticación. Con su cabello rubio perfectamente peinado y sus ojos verdes brillantes, Maritza emanaba una presencia distinguida. A diferencia de su hija, Maritza vestía con prendas clásicas y refinadas, optando por trajes de diseñador y joyas elegantes que complementaban su estilo ejecutivo. A pesar de ser una mujer de negocios, Maritza compartía la misma debilidad que Raquel: ambas eran hipercosquillosas en las plantas de los pies y detestaban que les tocaran los pies.

Maritza, una exitosa gerente de 52 años en un importante banco de la ciudad, valoraba la estabilidad y el éxito profesional, y a menudo instaba a Raquel a seguir un camino similar. Sin embargo, Raquel seguía su pasión por el arte y la creatividad, trabajando como diseñadora gráfica independiente y expresando su estilo a través de sus obras góticas.

A pesar de las constantes sugerencias de Maritza, Raquel seguía dedicada a su trabajo como diseñadora gráfica, encontrando inspiración en la oscuridad y la belleza del arte gótico. Sin embargo, la presión de su madre seguía siendo un tema recurrente en su vida diaria.

Un día, después de otro sermón sobre la importancia de encontrar un empleo estable, Raquel decidió salir a dar un paseo para despejar su mente. Mientras caminaba por las calles empedradas de la ciudad, encontró un pequeño café gótico donde decidió entrar y relajarse.

Mientras disfrutaba de su café, Raquel notó un cartel en la pared que anunciaba una exposición de arte gótico en una galería cercana. Intrigada, decidió asistir y se encontró con una variedad de obras que la inspiraron y la transportaron a mundos de fantasía y oscuridad.

Al regresar a casa esa noche, Raquel compartió entusiasmada sus experiencias con su madre, esperando encontrar un poco de comprensión y apoyo. Sin embargo, Maritza seguía enfocada en su insistencia de que Raquel buscara un trabajo más convencional.

La tensión entre madre e hija era palpable, pero Raquel seguía firme en su decisión de seguir su pasión por el arte. Con el tiempo, esperaba poder demostrarle a su madre que podía encontrar el éxito y la felicidad siguiendo su propio camino, aunque fuera un camino menos tradicional.

Raquel navegaba por Internet en busca de oportunidades laborales que se alinearan con su estilo de vida gótico y su pasión por el arte. Entre las numerosas ofertas de empleo convencionales, un anuncio llamó su atención: una empresa de producción multimedia estaba buscando modelos góticas para diversos proyectos creativos.

Intrigada por la oportunidad de combinar su amor por el arte gótico con la posibilidad de ganar dinero, Raquel decidió enviar su solicitud. Después de una serie de intercambios de correos electrónicos y una entrevista por video, fue seleccionada como una de las modelos para el proyecto.

Su primera tarea era participar en una sesión de fotos para una serie de carteles promocionales. Raquel estaba emocionada por la oportunidad de mostrar su estilo único y su belleza gótica frente a la cámara.

Raquel regresó a casa emocionada después de su entrevista para el trabajo como modelo. En cuanto entró por la puerta, encontró a su madre, Maritza, en la sala de estar, revisando algunos documentos.

«¡Hola, mamá!», saludó Raquel con entusiasmo.

Maritza levantó la mirada y le devolvió una sonrisa. «Hola, cariño. ¿Cómo te fue hoy?»

Raquel apenas podía contener su emoción. «¡Increíble! Tuve una entrevista para un trabajo como modelo, ¡y creo que lo conseguí!»

Los ojos de Maritza se iluminaron con sorpresa y alegría. «¡Eso suena fantástico, Raquel! Estoy muy orgullosa de ti. ¿De qué se trata este trabajo?»

«Es para una empresa de producción multimedia que busca modelos góticas», explicó Raquel. «Van a hacer una serie de carteles promocionales y necesitan a alguien con mi estilo».

Maritza asintió con aprobación. «Suena como una gran oportunidad para ti. Me alegra que hayas encontrado algo que te apasione y que te dé la posibilidad de expresarte».

Raquel se acercó a su madre y se sentó a su lado en el sofá. «Gracias, mamá. Estoy realmente emocionada por esta oportunidad. Espero que pueda hacer un buen trabajo y demostrarles de lo que soy capaz».

Maritza le tomó la mano con cariño. «Estoy segura de que lo harás genial, cariño. Solo recuerda ser tú misma y disfrutar de cada momento».

Raquel asintió con determinación. «Lo haré, mamá. Gracias por tu apoyo».

Con el respaldo de su madre y un nuevo sentido de confianza en sí misma, Raquel se preparó para enfrentar los desafíos y las emocionantes experiencias que le esperaban en su nuevo trabajo como modelo gótica.

Al día siguiente Raquel llegó al estudio al día siguiente lista para su primera sesión como modelo gótica. Al entrar, se sorprendió al ver que solo estaba el fotógrafo, un hombre de aspecto amable llamado Gabriel, quien la recibió con una sonrisa cálida.

Al entrar al estudio, Raquel observó a un hombre que la esperaba. Él se levantó y se acercó con una sonrisa amigable.

«¡Hola! Debes ser Raquel», dijo el hombre mientras extendía la mano hacia ella.

«Sí, soy Raquel», respondió ella, estrechando la mano de manera firme.

«Mucho gusto, Raquel. Soy Gabriel, el fotógrafo a cargo de esta sesión», dijo Gabriel, con un tono cálido.

«Un placer conocerte, Gabriel», respondió Raquel, sintiéndose un poco más tranquila al ver lo amigable que parecía el fotógrafo.

Gabriel la guió hacia el área de preparación y comenzó a hacerle una serie de preguntas mientras se preparaban para la sesión.

«Antes de empezar, necesito algunos detalles más sobre ti», comenzó Gabriel. «¿Podrías decirme cuál es tu estatura y tu talla de ropa?»

Raquel le proporcionó la información que necesitaba, explicando que medía alrededor de 1.65 metros y usaba una talla de ropa pequeña.

«Perfecto, gracias», dijo Gabriel mientras tomaba algunas notas. «Y, ¿cuál es tu talla de calzado?»

«Uso una talla 38», respondió Raquel.

Gabriel asintió y continuó con algunas otras preguntas sobre su experiencia como modelo y sus preferencias estilísticas. Raquel respondió con entusiasmo, compartiendo detalles sobre su amor por el estilo gótico y su pasión por el arte visual.

Gabriel, intrigado por la respuesta de Raquel sobre el humor, decidió llevar la conversación un paso más allá. «¿Y qué hay de las cosquillas? ¿Te hacen reír también?» preguntó con una sonrisa.

Raquel se quedó un momento en silencio, su expresión se volvió más seria mientras recordaba su aversión por las cosquillas. «Bueno, en realidad no soy fanática de las cosquillas», admitió con cautela. «De hecho, las odio. Me resulta extremadamente incómodo cuando alguien trata de hacerme cosquillas, especialmente en los pies. Es como una tortura para mí».

Gabriel escuchó atentamente la respuesta de Raquel sobre las cosquillas, notando su seriedad al abordar el tema. Decidió profundizar un poco más, intrigado por la incomodidad que Raquel expresaba. «Entiendo que las cosquillas pueden ser bastante incómodas para algunas personas», dijo Gabriel con curiosidad. «¿Puedo preguntarte qué es lo que tanto te molesta de las cosquillas? ¿Tienes alguna experiencia que te haya llevado a odiarlas tanto?»

Raquel se tomó un momento para considerar la pregunta de Gabriel. «Bueno, supongo que es una combinación de sensaciones desagradables», comenzó a explicar. «La sensación de cosquilleo en sí misma me resulta muy incómoda, pero además, no me gusta sentirme vulnerable o fuera de control. Y cuando se trata de las cosquillas en los pies, es como si alguien estuviera invadiendo mi espacio personal de una manera muy íntima».

Gabriel escuchó atentamente la explicación de Raquel, asintiendo con comprensión. «Entiendo lo que dices. Las cosquillas pueden generar una sensación de vulnerabilidad y pérdida de control», respondió reflexivamente. Luego, después de un breve momento de pausa, continuó: «Raquel, ¿qué opinarías si te dijera que en la sesión de producción de contenido multimedia, necesitaría que te dejaras hacer cosquillas?».

Raquel frunció el ceño, sorprendida por la pregunta. La idea de permitir que alguien le hiciera cosquillas durante una sesión de fotos y video le parecía inquietante. «Eso sería… difícil para mí», admitió con sinceridad, sintiendo cómo la ansiedad se apoderaba de ella solo de pensar en la situación. «No estoy segura de si sería capaz de hacerlo».

«Entiendo que las cosquillas no son tu cosa favorita, pero ¿qué tal si te ofrezco un incentivo adicional para que reconsideres? Estaría dispuesto a pagarte un poco más si accedes a ser cosquilleada», propuso Gabriel, observando a Raquel con interés.

Raquel, frunciendo el ceño y cruzando los brazos en señal de negativa, respondió con firmeza: «No estoy interesada en eso. Prefiero mantener mis límites y centrarme en el trabajo que vine a hacer».

«Lo entiendo, Raquel», dijo Gabriel, manteniendo su propuesta con una sonrisa persuasiva. «Pero considera esto como una oportunidad para probar algo nuevo. Además, el incentivo económico adicional podría ser de ayuda para ti».

Raquel se mordió el labio, reflexionando sobre las opciones que tenía. Por un lado, enfrentarse a la posible reprimenda de su madre por rechazar el trabajo, y por otro, la perspectiva de ser sometida a cosquillas por Gabriel. Ninguna de las opciones le parecía especialmente atractiva.

Después de un momento de silencio, Raquel suspiró resignada. «Está bien, acepto», dijo finalmente, sabiendo que no tenía muchas más opciones si quería mantener su independencia financiera.

«Entendido», respondió Gabriel con una sonrisa triunfante. «Solo necesito que te relajes y te dejes llevar. Será una experiencia divertida y sin duda agregará un toque especial a nuestro trabajo».

Raquel asintió con renuencia, sintiendo un nudo en el estómago mientras se preparaba mentalmente para lo que vendría. «¿Qué debo hacer?», preguntó, con un tono de voz que reflejaba su incertidumbre y resistencia.

«Ven conmigo», dijo Gabriel, conduciendo a Raquel hacia otra habitación adyacente al estudio principal. Dentro, una camilla llamó su atención, con correas en los extremos y en la mitad.

Raquel frunció el ceño, mirando la camilla con sospecha. «¿Por qué tiene esas correas?», preguntó, con un dejo de preocupación en su voz.

«Antes de comenzar, necesitarás quitarte las botas y las medias», indicó Gabriel, señalando los zapatos y las medias de malla de Raquel.

Raquel se sintió incómoda ante la solicitud. Miró hacia abajo, observando sus botas y medias de malla enterizas. Luego, miró a Gabriel con una mezcla de nerviosismo y desconfianza. A regañadientes, comenzó a desabrocharse las botas hasta las rodillas y a quitarse las medias veladas, revelando sus pies enfundados en medias de malla.

Raquel llevaba además un short de jean negro y una camiseta negra.

Raquel se deslizó las botas y las medias, dejando al descubierto sus pies pálidos y delicados. «Estoy lista», anunció, mirando a Gabriel con una mezcla de ansiedad y resignación. «¿Qué debo hacer ahora?»

Gabriel señaló hacia la camilla en el centro de la habitación. «Acuéstate aquí», indicó con calma, su tono tranquilo intentaba transmitir confianza. «Las correas son solo para tu seguridad. Te ayudarán a mantenerte en su lugar mientras trabajo».

Una vez que Raquel se acomodó en la camilla, Gabriel comenzó a asegurar las correas alrededor de sus muñecas, manteniendo sus brazos extendidos hacia arriba. Luego, aseguró sus tobillos con las correas en los extremos inferiores de la camilla. Finalmente, colocó otra correa alrededor de su cintura, asegurándola con firmeza.

Terminando de atarla, Gabriel se situó frente a Raquel. «¿Estás lista?» preguntó con una voz calmada, observando su reacción mientras esperaba su respuesta.

Raquel, aunque se sentía nerviosa por la situación, asintió con determinación. «Sí, estoy lista», respondió, tratando de ocultar su ansiedad detrás de una expresión serena.

Gabriel, con una sonrisa siniestra en los labios, se acercó a la parte inferior de la camilla donde estaban los pies de Raquel. Mientras encendía las cámaras fotográficas y de video, su mirada se posó en los pies descalzos de Raquel, listos para ser sometidos.

Sin poder resistirse a la tentación, Gabriel pasó los dedos por las suaves plantas de los pies de Raquel. La reacción de esta no se hizo esperar. Un «oh mierda» escapó de sus labios, seguido de una carcajada nerviosa. Raquel, entre risas, musitó: «Lo siento, tengo muchas cosquillas».

La expresión de Gabriel se volvió aún más perversa al escuchar las palabras de Raquel. «Excelente», respondió con malicia, disfrutando del control que tenía sobre ella y de su evidente vulnerabilidad frente a las cosquillas.

Gabriel, con un brillo sádico en los ojos, no pudo resistir la tentación de hacerle cosquillas a Raquel. Sin decir una palabra, comenzó a rascar implacablemente las plantas de sus pies descalzos, aplicando una presión firme y constante.

Raquel, atrapada en la camilla y completamente a merced de Gabriel, no pudo contener las risas. Sus carcajadas resonaban por toda la habitación, mezcladas con súplicas desesperadas mientras intentaba liberarse de las cosquillas implacables.

«¡Por favor, detente!», suplicaba Raquel entre risas, mientras sus pies se retorcían y movían frenéticamente, intentando escapar de las cosquillas intensas de Gabriel. Sin embargo, cada intento de liberarse solo parecía aumentar la intensidad de las cosquillas, haciendo que Raquel se sumergiera aún más en un mar de risas y desesperación.

Raquel se encontraba atrapada en la camilla, riendo a carcajadas mientras Gabriel, con una mirada sádica, comenzaba a rascarle las plantas de los pies sin piedad alguna. Sus carcajadas resonaban por toda la habitación, mezcladas con gritos desesperados de súplica.

«¡JAJAJAJAJAJAAJJA AAAAAAAAAAAAAAAAAHHHHHH HAHAHAHAHA JAJAJAJAJAJAJA PARAAAAAAA JAJAJAJAJAJAJAJA PARAAAAAAAAAAA JAJAJAJAJAJA NOOOOOOOO JAJAJAJAJAJAJAJJAAJA NO AGUANTOOOOOOO JAJAJAJAJAJAJAJAHAHAHAHA JAAHAHAHA!» exclamaba Raquel entre risas frenéticas, sus ojos llenos de lágrimas de risa y angustia.

Sus gritos y risas desgarradoras llenaban la habitación mientras Raquel se retorcía sin control, incapaz de contener la avalancha de cosquillas que le producía el implacable ataque de Gabriel. Cada carcajada era un grito de súplica, una súplica desesperada por el cese de su tormento, pero Gabriel parecía disfrutar cada momento de su sufrimiento.

La peor pesadilla de Raquel se estaba haciendo realidad: su punto más cosquilloso, sus delicadas plantas de los pies, estaban siendo atacadas sádicamente, sin piedad alguna, mientras ella permanecía atada de pies y manos, suplicando clemencia entre risas desesperadas. Cada carcajada era como un eco de su tormento, resonando en la habitación mientras Gabriel continuaba con su cruel juego, disfrutando cada momento de su sufrimiento. Raquel se retorcía en la camilla, incapaz de escapar de la incesante tortura de cosquillas, deseando fervientemente que todo acabara pronto.

Gabriel se detuvo por un momento y se acercó a la parte superior de Raquel. Con una sonrisa sádica en el rostro, comenzó a hacerle cosquillas en la cintura, las costillas y las axilas, mientras Raquel gritaba, reía a carcajadas y suplicaba desesperadamente.

«¡Ahahaha! ¡Para, por favor! ¡Haha! ¡No puedo más!», gritaba Raquel entre risas descontroladas, mientras sus cosquillas eran intensificadas por los hábiles dedos de Gabriel. Cada carcajada era como un eco de su tormento, resonando en la habitación mientras intentaba en vano escapar de las cosquillas implacables de su captor.

Sus gritos de suplica se mezclaban con risas desgarradoras, creando una sinfonía de agonía y diversión para Gabriel, quien disfrutaba cada segundo de la tortura que infligía. Raquel se retorcía y sacudía, pero estaba completamente indefensa ante el ataque de cosquillas de Gabriel, quien parecía determinado a sacarle hasta la última risa.

«¡Jajaja! Parece que aquí arriba también eres cosquillosa», comentó Gabriel con una sonrisa sádica, mientras continuaba su ataque implacable. Cada carcajada de Raquel era música para sus oídos, alimentando su sadismo y su deseo de verla retorcerse aún más.

Raquel, entre risas frenéticas y suplicas desesperadas, apenas podía articular palabras coherentes. «¡Por favor, no más! ¡Haha! ¡Déjame ir!», rogaba, pero sus súplicas caían en oídos sordos mientras Gabriel continuaba su juego cruel.

Los segundos parecían eternos mientras Raquel era sometida a una tormenta de cosquillas en cada parte sensible de su cuerpo. Cada risa, cada grito, era una muestra más del placer retorcido que Gabriel encontraba en su sufrimiento.

La habitación se iluminaba intermitentemente con destellos de luz provenientes de los flashes de las cámaras, capturando cada momento de la tortura de Raquel. Cada fotografía inmortalizaba sus risas descontroladas, sus súplicas desesperadas y la expresión de agonía en su rostro, creando un registro visual de su tormento.

Los flashes, combinados con los sonidos de las carcajadas y los gritos de Raquel, llenaban el espacio con una atmósfera surrealista y aterradora. Era como si estuvieran atrapados en un mundo distorsionado, donde el tiempo se detenía y el sufrimiento de Raquel se prolongaba más allá de lo imaginable.

Mientras tanto, Gabriel continuaba su cruel juego, aprovechando cada momento para sumergir a Raquel en un mar de cosquillas y agonía, mientras las cámaras seguían registrando cada instante de su sufrimiento.

Gabriel se detuvo por un momento, observando a Raquel con una sonrisa sádica en el rostro. «Creo que es hora de regresar a tus hipercosquillosos pies», dijo con voz ominosa.

Raquel, con los ojos llenos de lágrimas y el cuerpo temblando por la anticipación del próximo tormento, suplicó entre sollozos: «¡Por favor, no puedo soportarlo más! ¡Los pies no por favor! ¡Te lo ruego, detente!».

Pero sus súplicas parecían caer en oídos sordos mientras Gabriel se preparaba para reanudar la tortura. El sonido de su risa malévola llenó la habitación mientras se acercaba una vez más a los vulnerables pies de Raquel, listo para continuar con su implacable ataque de cosquillas.

Gabriel retomó su cruel juego, sus dedos se deslizaban sin piedad sobre las plantas de los pies de Raquel, desencadenando otra vez una tormenta de risas desesperadas y súplicas angustiosas.

«¡JAJAJAJAJAJAAJJA AAAAAAAAAAAAAAAAAHHHHHH HAHAHAHAHA JAJAJAJAJAJAJA PARAAAAAAA JAJAJAJAJAJAJAJA PARAAAAAAAAAAA JAJAJAJAJAJA NOOOOOOOO JAJAJAJAJAJAJAJJAAJA NO AGUANTOOOOOOO JAJAJAJAJAJAJAJAHAHAHAHA JAAHAHAHA!», gritaba Raquel entre lágrimas y carcajadas, su voz resonaba en la habitación como un eco de su tormento. Cada risa era una mezcla de dolor y desesperación, mientras sus movimientos se volvían más frenéticos en un intento inútil de escapar de las cosquillas implacables de Gabriel.

Gabriel no mostraba señales de clemencia, su mirada sádica se complementaba con una sonrisa perversa mientras continuaba su tortura implacable. Sus dedos expertos exploraban cada rincón de las plantas de los pies de Raquel, desencadenando una nueva ola de risas histéricas y suplicas desesperadas.

Raquel, atrapada en la camilla y atormentada por las cosquillas, se retorcía con desesperación, incapaz de escapar de la sensación abrumadora que la invadía. Sus carcajadas resonaban en la habitación, mezcladas con sus gritos de súplica, formando una sinfonía de tormento que llenaba el espacio.

«¡JAJAJAJAJAJAAJJA AAAAAAAAAAAAAAAAAHHHHHH HAHAHAHAHA JAJAJAJAJAJAJA PARAAAAAAA JAJAJAJAJAJAJAJA PARAAAAAAAAAAA JAJAJAJAJAJA NOOOOOOOO JAJAJAJAJAJAJAJJAAJA NO AGUANTOOOOOOO JAJAJAJAJAJAJAJAHAHAHAHA JAAHAHAHA!», exclamaba Raquel entre lágrimas y jadeos, su voz se quebraba con cada risa, pero Gabriel no mostraba señales de detenerse.

Con cada cosquilleo, Raquel se sentía más vulnerable y sometida, su resistencia se desvanecía bajo el poder abrumador de las cosquillas. Era una batalla perdida, una tortura que parecía no tener fin, mientras Gabriel continuaba su ataque sin piedad sobre sus hipercosquillosas plantas.

Raquel, la mujer gótica de 27 años, se encontraba siendo doblegada por su peor pesadilla: las cosquillas. Atada de pies y manos en la camilla, no podía escapar del tormento que Gabriel le infligía con sus dedos expertos. Sus hipercosquillosas plantas, su punto más cosquilloso y vulnerable, eran el blanco de esta tortura implacable.

Cada carcajada de Raquel resonaba en la habitación, mezclada con sus suplicas desesperadas. Sus ojos llenos de lágrimas de risa y angustia reflejaban el sufrimiento que experimentaba mientras Gabriel continuaba su ataque sin piedad. La sensación abrumadora de cosquilleo invadía todo su cuerpo, dejándola completamente vulnerable y sometida a la voluntad de su captor.

Atrapada en esta pesadilla viviente, Raquel anhelaba desesperadamente que el tormento llegara a su fin, pero cada vez que pensaba que no podía soportar más, Gabriel intensificaba la tortura, sumergiéndola aún más en un mar de risas y suplicas. Era una batalla perdida, una lucha desigual contra un enemigo que disfrutaba cada momento de su sufrimiento.

Raquel, desesperada por escapar de la tortura de las cosquillas, arrugaba las plantas de los pies y movía sus pies frenéticamente en todas las direcciones posibles. Apretaba los dedos con fuerza, los volvía a abrir, y realizaba cualquier movimiento que pudiera ayudarla a evitar el implacable ataque de Gabriel.

Sus esfuerzos eran en vano, ya que Gabriel continuaba con su sádico juego, explorando cada rincón de sus pies con sus dedos expertos. Cada vez que Raquel pensaba que había encontrado un respiro, una nueva oleada de cosquillas la invadía, haciendo que su cuerpo se retorciera aún más en un intento desesperado por escapar de la sensación abrumadora.

A pesar de sus intentos por resistir, Raquel se encontraba completamente indefensa ante la tormenta de cosquillas que la envolvía. Cada risa, cada suplica, era una rendición ante el poder abrumador de las cosquillas, dejando en claro que, en ese momento, era presa de su peor pesadilla.

La suerte de Raquel estaba echada, pero Gabriel sabía que no podía gastar todos los cartuchos de «cosquillas» en un solo día. La idea era que Raquel volviera nuevamente a su estudio, por lo que debía guardar parte de su cruel arsenal para futuras sesiones.

Con esta idea en mente, Gabriel finalmente detuvo su ataque, dejando a Raquel respirar entre risas entrecortadas y susurros de alivio. Sin embargo, la mirada en los ojos de Gabriel dejaba claro que esta pausa era solo temporal. Raquel sabía que su calvario aún no había terminado y que tendría que enfrentarse nuevamente a las cosquillas en el futuro.

Mientras se liberaban las correas que la mantenían sujeta, Raquel se levantó de la camilla con las piernas temblorosas y una mezcla de alivio y ansiedad. Sabía que la próxima vez que entrara en el estudio de Gabriel, sería para enfrentarse nuevamente a su peor pesadilla: las cosquillas.

Gabriel se acercó a Raquel con una sonrisa satisfecha mientras suspendía las grabaciones automáticas y detenía las fotografías. «¿Qué te pareció, Raquel?», preguntó, observando con atención su reacción. Sabía que había llevado a Raquel al límite, pero también sabía que estaba ansioso por saber si estaba satisfecha con su actuación y si estaría dispuesta a volver para más.

Raquel se esforzó por mantener la compostura mientras se colocaba las medias de malla y las botas hasta las rodillas, sintiendo cómo su cuerpo aún temblaba por la experiencia. Con el maquillaje corrido en su rostro, producto del sudor y las lágrimas, miró a Gabriel y dijo con voz temblorosa: «Nunca me habían torturado de esa manera. Para mí, las cosquillas siempre han sido una especie de tortura». Aunque intentaba mantener la calma, su voz revelaba el impacto que la experiencia había tenido en ella.

Gabriel asintió, observando la reacción de Raquel con detenimiento. «Entiendo», dijo con un tono serio. «Pero necesito que vuelvas para otra sesión. Hay más trabajo por hacer y tu participación es crucial». Luego, cambió de tema: «¿Tienes a alguien cercano a ti que sea igual de cosquillosa o incluso más que tú? Podría ser interesante para futuros proyectos».

«Interesante», comentó Gabriel con una sonrisa siniestra. «Podrías traer a tu mamá la próxima vez. Sería interesante ver cómo reacciona ante una sesión de cosquillas».

Raquel titubeó antes de responder: «Voy a intentarlo, pero mi mamá trabaja como gerente de un banco, así que será difícil convencerla. Pero haré lo posible».

Raquel se despidió de Gabriel con un gesto tenso y se retiró del estudio, sintiendo el peso de la experiencia aún fresco en su mente. Mientras caminaba por las calles, la sensación de alivio se mezclaba con la incomodidad, recordándole lo vulnerable que se había sentido durante la sesión de cosquillas.

A pesar de todo, una parte de ella sabía que regresaría. La promesa de una compensación económica y la intriga por cómo reaccionaría su madre ante una situación similar la mantenían intrigada. Con pasos vacilantes, Raquel se encaminó hacia su hogar, tratando de dejar atrás la angustia de aquella experiencia tortuosa.

Original de Tickling Stories

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