abril 30, 2024

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Ama de casa desesperada

Tiempo de lectura aprox: 3 minutos, 5 segundos

Hace unos meses llegó a mi consultorio una mujer de unos 28 años de edad de profesión administradora de empresas, pero por cuestiones personales, estaba dedicada al 100% de las labores del hogar.

Esta mujer estaba sumamente desesperada, debido a que vivía estresada todo el día, porque debía estar pendiente del llevar a sus dos pequeños hijos al colegio, después ir a recogerlos cuando salieran, hacer los quehaceres de la casa, como aseo, tender camas, preparar alimentos, etc.


El nombre de nuestra protagonista es María Alejandra, tal y como dije al comienzo de la historia, tiene 28 años, aproximadamente mide 1,71 mts de estatura (tiene porte de modelo de pasarela).



Al llegar al consultorio, la anunciaron desde la portería del edificio, así que le autoricé el ingreso.

Una vez llegó al último piso del edificio, el lugar donde tengo mi consultorio para no molestar a los demás, tocó el timbre, pude ver en la cámara la persona y procedí a abrir la puerta.

Cada uno hizo su respectiva presentación y le dije que siguiera y se sentara en la sala de espera, mientras terminaba de organizar la «sala de sesiones» (la sala de torturas), ella accedió y mientras me solicitó un vaso con agua y se colocó a leer unas revistas.

Apenas terminé de organizar la sala, la invité a seguir al estudio, al entrar, empezó a preguntar por la camilla y las correas.

Así que empecé a explicarle como era el mecanismo, que debía hacer y para qué se utilizaban las correas en la camilla, por un momento pensé que iba cuestionar el uso de correas, sin embargo, María Alejandra lo tomó como algo normal y además como una medida de seguridad.

Maria Alejandra procedió a quitarse la chaqueta, los zapatos y los calcetines, mientras se acostaba en la camilla; una vez acostada ahí procedí a decirle que echara los brazos hacia arriba para poder asegurarle las muñecas con las correas y después me fui hacia los pies a asegurarle los tobillos con las correas de abajo.

Una vez aseguradas las muñecas y los tobillos con las correas de la camilla, le pasé la punta de mi dedo índice de la mano por la planta del pie, con el fin de ver su reacción y ésta no se hizo esperar.

María Alejandra: jajajajajajaja… tengo muchas cosquillas…

Yo: en serio?

MA: si, soy muy cosquillosa en los pies, sobre todo en la parte de abajo.

Y: osea, aquí en la planta? (le pasé nuevamente los dedos en la planta de los pies y nuevamente estalló en risa)

MA: siiiii… jajajajajaja… yaaaaa… jajajajajajaja…. jajajajajajaja… noooo… jajajajajajajaja…

Y: interesante, vamos a ver que tantas cosquillas resistes?

MA: noooooo… jajajajajajajaja… jajajajajajajaja… jajajajajaja… jajajajajaja… noooooo… jajajajajajajaja… jajajajajajajaja… jajajajajaja… jajajajajaja… noooooo… jajajajajajajaja… jajajajajajajaja… jajajajajaja… jajajajajaja… noooooo… jajajajajajajaja… jajajajajajajaja… jajajajajaja… jajajajajaja… hahahahaha… hahahahahaha… noooooo… jajajajajajajaja… jajajajajajajaja… jajajajajaja… jajajajajaja… noooooo… jajajajajajajaja… jajajajajajajaja… jajajajajaja… jajajajajaja… noooooo… jajajajajajajaja… jajajajajajajaja… jajajajajaja… jajajajajaja… noooooo… jajajajajajajaja… jajajajajajajaja… jajajajajaja… jajajajajaja… hahahahaha… hahahahahaha…

María Alejandra reía y reía como loca, mientras yo le hacia cosquillas en las plantas de los pies con los dedos de mi mano; estaba tan entretenido haciéndole cosquillas con mis dedos, que había olvidado por completo que tenía mis otros elementos de «tortura» disponibles para ser utilizados en las plantas de los pies cosquillosos de María Alejandra.

Así que mientras le hacía cosquillas con una mano, con la otra tomaba el cepillo de peinar y empecé a «rascar» las plantas de los pies de ella, con el cepillo, la reacción no se hizo esperar.

MA: hahahahahahaha… hahahahahahahaha… hahahahahahaha… hahahaha… hahahahahahaha… hahahahahahahaha… hahahahahahaha… hahahaha… hahahahahahaha… hahahahahahahaha… hahahahahahaha… hahahaha… hahahahahahaha… hahahahahahahaha… hahahahahahaha… hahahaha… hahahahahahaha… hahahahahahahaha… hahahahahahaha… hahahaha…

Las risas producidas inicialmente por las cosquillas producidas por el movimiento de mis dedos en las plantas de sus pies, se convirtieron en alaridos y gritos, producidos por el paso del cepillo por las plantas cosquillosas.

De un momento a otro, dejé de «torturar» las plantas cosquillosas de María Alejandra y subí a la cintura, costillas y axilas a continuar haciéndole cosquillas y nuevamente volvieron las risas.

MA: noooooo… jajajajajajajaja… jajajajajajajaja… jajajajajaja… jajajajajaja… noooooo… jajajajajajajaja… jajajajajajajaja… jajajajajaja… jajajajajaja… noooooo… jajajajajajajaja… jajajajajajajaja… jajajajajaja… jajajajajaja… noooooo… jajajajajajajaja… jajajajajajajaja… jajajajajaja… jajajajajaja… hahahahaha… hahahahahaha… noooooo… jajajajajajajaja… jajajajajajajaja… jajajajajaja… jajajajajaja… noooooo… jajajajajajajaja… jajajajajajajaja… jajajajajaja… jajajajajaja… noooooo… jajajajajajajaja… jajajajajajajaja… jajajajajaja… jajajajajaja… noooooo… jajajajajajajaja… jajajajajajajaja… jajajajajaja… jajajajajaja… hahahahaha… hahahahahaha…

Pude darme cuenta que se desesperaba con las cosquillas en las axilas y la cintura; sin embargo decidí volver a los pies nuevamente, a terminar de «torturarla» con todos los demás elementos: cepillos de dientes, plumas, pinceles, peinillas, cepillos de peinar y mis dedos.

María Alejandra reía y reía como loca, mientras se revolcaba en la camilla y movía sus pies de una lado a otro intentando huir de las cosquillas.

MA: noooooo… jajajajajajajaja… jajajajajajajaja… jajajajajaja… jajajajajaja… noooooo… jajajajajajajaja… jajajajajajajaja… jajajajajaja… jajajajajaja… noooooo… hahahahahahaha… hahahahahahahaha… hahahahahahaha… hahahaha… hahahahahahaha… hahahahahahahaha… hahahahahahaha… hahahaha… hahahahahahaha… hahahahahahahaha… hahahahahahaha… hahahaha… noooooo… jajajajajajajaja… jajajajajajajaja… jajajajajaja… jajajajajaja… noooooo… jajajajajajajaja… jajajajajajajaja… jajajajajaja… jajajajajaja… noooooo… hahahahahahaha… hahahahahahahaha… hahahahahahaha… hahahaha… hahahahahahaha… hahahahahahahaha… hahahahahahaha… hahahaha… hahahahahahaha… hahahahahahahaha… hahahahahahaha… hahahaha…

Ella reía y gritaba, era una mezcla de risas y alaridos. Sólo suspendí la tortura de cosquillas, cuando ya vi que empezó a botar lágrimas (quizás eran de desespero) y las plantas de sus pies ya se tornaban rojas.

Después de 2 horas y media de cosquillas, suspendí la sesión; le pregunté como se sentía y me dijo que había vuelto a sentirse joven y se había desestresado por completo; y que además le gustaría continuar con el tratamiento, las veces que fuera necesario.

Agendamos una nueva sesión y nos despedimos.

Espero que les haya gustado la anécdota y nos leemos en la próxima.

Firmado: CQ

 

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